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Análisis

Mosul sigue siendo el punto de engarce de Oriente Medio: décimo aniversario de la toma de la ciudad por el Dáesh

  • Hace una década Abu al Bagdadi proclamó el califato del autodenominado Estado Islámico en la ciudad de Iraq

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Mosul sigue siendo el punto de engarce de Oriente Medio: décimo aniversario de la toma de la ciudad por el Dáesh
Imagen de archivo de un edificio derruido y coches destrozados en la localidad de Al Hamdaniya, al este de Mosul, en 2015 EFE/Edu Marín

Después de Bagdad, la ciudad redonda de los libros de historia, Mosul es la capital de la segunda provincia de Iraq, Nínive, la ciudad cuadrada. Las ruinas de Nínive, a las afueras de Mosul, todavía exhiben los restos de los gigantescos toros alados de basalto que por su descomunal tamaño no pudieron ser destruidos en su totalidad ni por los cañonazos de Sadam Husein, ni por las bandas del Daesh. Como si los asirios hubieran previsto los trágicos vaivenes de la historia de la zona.

No se puede decir lo mismo de vestigios religiosos como el santuario del profeta Jonás, el del relato bíblico que surcó los mares en el vientre de una ballena; ni la prodigiosa torre inclinada de la gran mezquita de Al Nuri. Todo arrasado por las huestes del autodenominado Estado Islámico.

A principios de julio de 2014, el líder del grupo, Abu Báker al Bagdadi, proclamaba justo desde Al Nuri que nacía un nuevo califato con epicentro en Mosul, sumida en el vacío de poder tras la retirada de las fuerzas norteamericanas que habían invadido el país en marzo de 2003, y la masacre de las últimas fuerzas del orden de Bagdad precariamente desplegadas para tomar el mando.

El paisaje de Mosul cuenta ahora con nuevos árboles. Otra prueba de su resistencia milenaria. Mosul quiere decir en árabe enlace, punto de unión, de engarce; también sería el origen de las palabras muselina, por las finas telas que se fabricaban allí durante siglos; o incluso del término musulmán.

Pero las heridas de su último periodo histórico no son fáciles de olvidar, ni se pueden archivar. Una década después, sólo quedan ahora unas 50 familias cristianas, de los cientos de miles que poblaban sus calles. La esencia interétnica de Mosul, con mayoría de religión musulmana sunita ―de sunna, colección de enseñanzas de Mahoma―; minorías musulmana chiíta ―de shia, seguidores de Alí, primo y yerno de Mahoma―; cristiana como caldeos, o nestorianos; judía; yazidi con su mezcla de las tres religiones anteriores…

Como casi todas las grandes ciudades de Iraq tras la invasión de 2003, Mosul fue víctima de la plaga de violencia sectaria. Tanto latente, heredada de Sadam, como instrumentalizada por las potencias vecinas, y/o las superpotencias.

Los grupos locales asociados a Al Qaeda comenzaron cebándose con las iglesias, los negocios de cristianos, sus autobuses de transporte.

En 2014, la mayoría de la población sunita de Mosul acogió con alivio a sus correligionarios del ISIS porque imaginaron supondría una defensa contra el gobierno pro-Iraní chiíta de Bagdad, que les había abandonado a su suerte. Las fachadas cristianas fueron marcadas con la letra N, la primera de un término despectivo. Los yazidis, de quienes ni siquiera se aceptaba el impuesto revolucionario ―yizía― por impuros, fueron diezmados en un genocidio sin precedentes. Cuando circunvalé Mosul en 2016, durante del imperio local del Daesh que duró tres años, de 2014 a 2017, conversé con ex esclavas sexuales yazidis cuyos relatos eran espeluznantes. Mientras, en la noche, columnas infinitas de camiones cisterna llenaban las carreteras con origen en Mosul y dirección a Turquía.

El ojo de Mosul

La última epopeya histórica de Mosul tiene un testigo excelente, el autor del blog El ojo de Mosul. Aquellos años aterradores del ISIS eran descritos con la autoridad de quien luego se revelaría un joven historiador, Omer Muhamed. Explicaría que contaba con dos ordenadores, uno oculto para el blog, por si le descubrían. Tecleaba desde la ciudad vieja, pared con pared con un jefazo terrorista, a quien podía oír cuando hablaba. El ojo de Mosul, compaginando su periplo por las principales universidades del mundo, ha creado iniciativas como repoblar la capital asiria devastada con árboles. "Porque no tienen religión, no pertenecen a ninguna etnia, y son una apuesta por el futuro".

La UNESCO, por su parte, ha doblado esa apuesta con una iniciativa para "resucitar el espíritu de Mosul", en forma de ayudas y becas para reconstruir la urbe, sobre todo su centro, devastado. Recuerdo el amor propio con el que los locales explicaban al visitante que su torre inclinada de Al Nuri había servido de inspiración a la de Pisa. ¿Por qué no?

A fin de cuentas, nuestra civilización vive inmersa en la "cultura" dominante del poder del petróleo y de las armas. "La epopeya del petróleo" es una obra maestra del periodista y escritor Essad Bey ―Señor León, nombre de pluma de Lev Nussenbaum después de convertirse al Islam―, publicada en 1937. Y le dedica un capítulo a Mosul. Con la brillantez y sentido del humor que le caracterizan, califica a C.S. Gulbenkian como "el hombre más misterioso de nuestros tiempos, más que T.S. Lawrence, y más que Basil Zaharoff". En fin, más que el muñidor del moderno Oriente Medio, o el primer gran comerciante de armas de la historia. Ya, porque Gulbenkian inauguró el moderno comercio de petróleo. Las relaciones de poder entre petroleras, banca, y la política exterior de las grandes potencias. Y todo ello con epicentro en Mosul, en vísperas de la Primera Guerra Mundial.

El Irak moderno cuenta en su geografía con dos triángulos estratégicos de petróleo. Al norte, Mosul-Kirkuk-Tal Afar; en el sur, Nasiriya-Basora-Ahvaz (esta última en Irán).

O todo, o nada

En mi última visita a Iraq en vísperas de la guerra de liberación de Mosul, tuve la oportunidad de conocer al todopoderoso líder de las fuerzas de movilización popular, un conglomerado paramilitar, una red tejida por al menos 60 facciones armadas, con lo que se calcula más de 100.000 milicianos, en su mayoría de religión chiíta, ligados a Irán. Los "voluntarios" tienen como líder a Karim al Nuri, el hombre de las fuerzas de élite de la Guardia Revolucionaria de Irán en Iraq. Con aire de suficiencia me explicó que difería de los norteamericanos sobre el modus operandi para derrotar al Daesh en Mosul. Según él, había que eliminarlos a todos; según Washington, dejarles una vía de escape, para acabar antes. "Y poder seguir instrumentalizándoles después", me indicó por aquellos días otro historiador iraquí.

Es la maldición del petróleo, la sangre en las venas del organismo económico mundial. Y desde que este año la concesión para construir el nuevo aeropuerto de Mosul haya caído en manos turcas, y no en las francesas, como esperaba Macron, no se puede evitar recaer en los viejos juegos que siempre han determinado la dramática historia moderna de la antigua Mesopotamia. Como los 27.000 millones de euros en juego por la explotación de los pozos del sur de Iraq, sobre los que pugna la petrolera francesa TOTAL. China tiene en sus manos el 50% de la exportación de los cuatro millones trescientos mil barriles diarios de petróleo que salen de Iraq.

Y mientras el primer ministro, Mohamed al Sudani, cuente con esos fondos multimillonarios, la legitimidad del gobierno de Iraq no se pondrá en entredicho. Pero en el norte, entre Siria e Iraq ―zona Deir al Zor―, quedarían todavía más de diez mil milicianos ligados al Daesh.

Angela Rodicio en Iraq

Fotografía del archivo de la autora

En una de mis visitas a Mosul en el arco de los últimos 35 años, tuve el privilegio de visitar el complejo de ruinas de Hatra, una antigua ciudad que, como Nínive y Mosul, expresa en sus capas las culturas de los siglos. Cuando el ISIS se hizo con el control de Mosul en 2014, me acordé de Muhamed, con su gabardina, kufiya blanca y kalashnikov, protegiendo aquellos vestigios de civilizaciones y religiones. En silencio, y con orgullo.