El fútbol: parte espejo y parte espejismo de Europa
- El fútbol, como reflejo y terapia del pasado nefasto de Alemania en el siglo XX
- Alemania, Francia, España y Rusia son ejemplos de cómo el fútbol no escapa a lecturas y manipulaciones políticas
Ha empezado la Eurocopa de fútbol masculino en Alemania y a los medios de comunicación vuelve una reacción habitual ante grandes acontecimientos deportivos, especular sobre las implicaciones sociales y políticas del evento. Europa vive un presente convulso, con varias crisis simultáneas y el deporte no escapa a ellas. Rusia, por ejemplo, quedó excluida de la Eurocopa como sanción a la invasión de Ucrania, la UEFA le prohibió participar siquiera en la fase clasificatoria. "Nuestra afición al fútbol es lo único que tenemos de europeos" me comentó medio en broma medio en serio un colega ruso en ese debate secular sobre si Rusia es Europa o Asia o su propio continente.
No descubro nada al señalar que el fútbol en cuanto deporte de masas tiene mucho de reflejo social y de contenido político. Por ejemplo, es muy común la confusión entre Inglaterra, Gran Bretaña y el Reino Unido, la creencia errónea de que son sinónimos, pues bien, el fútbol y el rugby pueden hacer pedagogía, si una se fija. Las cuatro naciones, como se consideran y denominan en el Reino Unido, compiten por separado en estos dos deportes. Esta Eurocopa, sin ir más lejos, se ha inaugurado con un partido de Escocia. Si se me permite un consejo, ojo con felicitar a escoceses o irlandeses por victorias de Inglaterra.
Una vivencia imborrable: Alemania y la losa de su pasado nazi
Fue durante el Mundial de fútbol que se jugó en los Estados Unidos en 1994. Yo entonces trabajaba en una redacción internacional en Francia, en la sede de Euronews en Lyon, y ante el trauma nacional francés, de haber quedado eliminados en la fase clasificatoria, en cuanto empezó la competición la presencia italiana en aquella redacción pareció multiplicarse por mil. Euforia desde el primer día hasta el último. Tal era el apasionamiento de los colegas italianos que para la final organizaron una excursión al lado italiano de la frontera, en la periferia de Turín, a algo más de 200 kilómetros de distancia, para ver la final frente a Brasil en casa y, confiaban, disfrutar con sus compatriotas la victoria. Que no fue. Perdieron en los penaltis.
Una de aquellas tardes de Mundial me llamó la atención que dos colegas alemanes se habían autoexcluido del resto y prácticamente escondido en un rincón de la redacción. Me acerqué, estaban concentrados y casi en silencio, hablaban murmurando. Estaban mirando un partido de Alemania, de su selección, e intentaban pasar lo más desapercibidos posible, sin hacer la mínima demostración que pudiera interpretarse como una manifestación de nacionalismo. Eran de mi generación, nacidos en los 60, hijos de los niños que vivieron bajo el nazismo, nietos de quienes colaboraron, aunque sólo fuera con la resignación o la impotencia, con aquel régimen, una generación marcada aún por la vergüenza colectiva, para quienes cualquier forma de orgullo nacional, aunque fuera futbolístico, podía ser sospechoso de veleidades expansionistas y supremacistas. Derrotada militarmente en la II Guerra Mundial, obligaron a Alemania a eliminar los dos primeros versos de su himno nacional, unas frases que siguen siendo malditas y castigadas hoy: "Deutschland über alles, über alles in der Welt" (Alemania por encima de todo, por encima de todo el mundo). Mis colegas, al menos en público, se comportaban acordemente, poniendo Alemania por debajo de todo. Para los italianos de la misma generación Mussolini y el fascismo contemporáneos del nazismo eran pasado superado, para los alemanes, no.
Alemania, una montaña rusa de emociones entre el pasado y el presente
Treinta años después de la escena que he relatado Alemania acoge este verano la Eurocopa y los medios nos hacemos eco de una pregunta que se hacen los anfitriones, si este torneo puede ser otro cuento de hadas de verano (Sommermärchen) como cuando organizaron el Mundial en 2006. Un verano en que Alemania se desacomplejó, los más jóvenes, bisnietos ya de la generación maldita, salieron a la calle con la bandera alemana y las mejillas pintadas con sus colores, negro, rojo y amarillo, y corearon sin temor el nombre de su país cuando jugaba la selección. Qué diferencia en 12 años con aquella timidez de mis colegas. La generación que celebraba gozosa las victorias de la selección era la de sus hijos. El saldo que dejó aquel verano de 2006 fue de una Alemania simpática después de más de medio siglo demonizada por buena parte del mundo. Propios y extraños quisieron ver una Alemania unida y reconciliada con su peor pasado.
Pero eso fue antes de la Gran Recesión de 2008-2012, antes de la mal llamada crisis de refugiados de 2015, antes de la invasión de Ucrania, tan cerca de Alemania, antes del descontento social y político actual, antes de la subida de la extrema derecha (Alternativa por Alemania) que en las recientes elecciones europeas ha sido la segunda fuerza más votada en toda Alemania; la primera, en la antigua Alemania Oriental. Hoy Alemania vuelve a parecer un país dividido, insatisfecho, y vuelve a infundir miedo por lo que pueda pasar. David Collazos cita en su crónica algunos datos sobre los sentimientos racistas respecto al fútbol alemán: "El 21% de los entrevistados sólo quería 'jugadores de piel blanca' en su selección. A un 17% le 'daba pena' que su capitán, Ilkay Gündogan, tuviera raíces turcas". Un lamento que en Francia cuenta con tres décadas de historia en boca de la extrema derecha.
Francia: "Azules" de una sociedad multicolor
Volvamos a los 90. En 1996 Jean-Marie Le Pen, padre de Marine y fundador y líder del entonces Frente Nacional, ninguneó las victorias de la selección francesa, Les Bleus, los azules, por la camiseta, porque, según él, no representaba a Francia: "Esos franceses que vienen de fuera y no saben la Marsellesa [el himno nacional]". A Le Pen le molestaba manifiestamente esa Francia compuesta por magrebíes, hijos de magrebíes (beurs) o negros. Fueron unas declaraciones polémicas que suscitaron el rechazo público general, y que ese mismo consenso público quiso ver rechazadas por los hechos dos años después. En 1998 Francia organizó el Mundial de fútbol y el éxtasis llegó cuando, además, lo ganó.
Centenares de miles de franceses desbordaron las calles para celebrar la victoria, medios de comunicación y políticos quisieron ver en esa apoteosis una sociedad unida, a pesar de la diversidad de orígenes y colores de piel. Ya la realización de televisión durante el campeonato deliberadamente mandó ese mensaje cuando, bien cantando o susurrando la Marsellesa al inicio del partido o bien durante la tanda de penaltis, los jugadores se abrazaban por la espalda: en las pantallas nos ofrecieron panorámicas de esos brazos blancos, negros, y morenos en diversos grados entrelazados, haciendo piña. Se hizo popular la reconversión de lema de la bandera, "bleu, blanc, rouge" (azul, blanco, rojo) en "black, blanc, beur" (negro, blanco, magrebí en argot). El gran héroe nacional de aquel Mundial fue Zinedine Zidane, hijo de la emigración argelina criado en una barriada periférica de Marsella.
La Francia oficial quería reconciliarse con su imagen y utilizó la victoria y la comunión futbolística nacional tanto como pudo, pero fue un espejismo más que un espejo de la realidad. Al poco de aquel espíritu del Mundial hubo altercados en las banlieues, las periferias de un urbanismo que convierte en guetos los barrios de inmigración, y en 2002 la sociedad francesa conmocionó al ver a Jean-Marie Le Pen en la segunda vuelta de la elección presidencial.
Saltamos al presente y al resultado de las elecciones europeas. El Frente Nacional rebautizado Agrupación/Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen ha sido el partido más votado con casi un tercio de los votos, y ya no es inimaginable que Francia en menos de un mes tenga un gobierno de ultraderecha. Francia, país fundador de la Unión Europea, segundo país de la Unión por población y economía, y potencia nuclear. Francia, el país que junto con Alemania más estrictamente ha aplicado el cordón sanitario, es decir, excluir de cualquier pacto a la extrema derecha y hacer frente electoral contra ella, puede que tenga a esos proscritos en el ejecutivo. "No es posible que un tercio de los franceses sean racistas y fascistas" es una reflexión que a menudo hacen en el RN a quienes ven en su ascenso el apocalipsis democrático.
La inmigración, muy especialmente la musulmana, sigue siendo el principal banderín de enganche del partido reformado por Marine Le Pen, y es un error pensar que entre sus votantes no hay inmigrantes musulmanes de primera o segunda generación. Los he visto en sus actos de campaña y les he escuchado defender ese voto.
España: entre la realidad y el deseo
Las victorias obran milagros o casi. Las victorias y el paso del tiempo. España como Alemania tiene también una relación difícil con sus símbolos nacionales porque no los acepta por igual toda la ciudadanía, y quienes tenemos una cierta edad y memoria nos dimos cuenta de que las victorias de La Roja, con un largo historial de frustraciones, tuvieron a través de los más jóvenes un efecto catártico con la bandera. De repente la bandera del júbilo era la de España porque era la bandera de la Campeona de Europa en 2008 y, el summum, la Campeona del Mundo en 2010. Viví el Mundial de Sudáfrica en Londres y aún hoy, catorce años después, me resulta extraordinario lo que vi, el centro de la ciudad colapsado por jóvenes españoles, estudiantes, turistas, inmigrantes (estábamos en plena Gran Recesión) enarbolando la bandera española con alegría y sin complejos. Una reacción como la que se dio en varias ciudades españolas.
Esas manifestaciones, el gol de Iniesta, el hecho de que como él muchos jugadores de la selección eran del Barça, que 7 de los 23 convocados por Del Bosque fueran catalanes, es decir, catalanes campeones del mundo con los colores de España, llevó a varios políticos y comentaristas a sacar conclusiones políticas de consenso y unidad que resultaron más deseo que que realidad. Una participación tan de peso en la selección española victoriosa no impidió que el independentismo en Cataluña siguiera creciendo hasta el terremoto político de 2017.
Es imposible desvincular la política de un deporte de masas que mueve millones de personas y de sentimientos. La vida, dicen, es política, pero, si observamos con cierta perspectiva, la historia reciente nos enseña que hay que aplicar cautela a la hora de sacar conclusiones fuera del estricto ámbito deportivo. ¿Aplicaremos esa cautela en caso de que Alemania gane la Eurocopa en casa?