Jóvenes y personas sin hogar comparten piso y gastos en una apuesta única por la inclusión social
- El Proyecto Lázaro nació en Francia el año 2005 para combatir el sinhogarismo
- En Madrid funciona un piso compartido por ocho hombres y otro por siete mujeres
A Ricardo todos le llaman Ricky. Nació hace 65 años en el madrileño barrio de Campamento y ha vivido en la calle más de 40 años. “He estado en Cataluña 20 años, allí me ganaba la vida recogiendo fruta”, explica este seguidor del Atlético de Madrid que un día decidió hacer la mochila para buscarse la vida: “Elegí la calle. A veces me ha ido bien y a veces mal”, resume Ricky.
Ramón acaba de cumplir 29 años y también es de Madrid. Cuando nos recibe tiene una fuerte congestión nasal y los ojos enrojecidos. “Es por el polen, que tengo alergia”, explica este profesional que estudió Filología inglesa en el Reino Unido y un máster en Comunicación Audiovisual que le sirvió para trabajar en una de las principales empresas globales de consultoría y tecnología.
Ricky y Ramón han compartido piso varios años en Madrid siguiendo el novedoso modelo de la Fundación Lázaro. Esta entidad sin ánimo de lucro ha establecido un innovador sistema de vivienda compartida para abordar el problema de las personas sin hogar.
Una iniciativa particular
La idea surgió en Francia cuando, a finales de 2005, su fundador, Étienne Villemain, se apuntó a un retiro espiritual tras una ruptura amorosa. Los participantes en el retiro tenían que coger un papelito con el nombre de un santo que les serviría de inspiración y guía. Étienne prometió que si le tocaba Teresa de Calcuta haría algo por los más necesitados. Tres días más tarde, él y dos amigos decidieron compartir su piso en París con personas sin hogar.
Los pisos solidarios se multiplicaron y en 2011 fundó la Asociación Lázaro -que en España funciona bajo la figura administrativa de Fundación- y que actualmente trabaja en Francia, Suiza, Bélgica y México. Desde entonces, más de 772 personas han vivido en las casas Lázaro. A España llegó en 2016.
Pisos de hombres, mujeres y familias
Desde marzo de 2023 los pisos de Lázaro en Madrid funcionan en el barrio de Ciudad Jardín, al norte de la capital, en el distrito de Chamartín. El edificio era propiedad de una comunidad de religiosas que se lo han alquilado por un precio muy asequible. Es como una pequeña comunidad de vecinos con cuatro pisos independientes que comparten algunos servicios. Hay un piso para mujeres, otro para hombres, un tercero para una familia y por último, un estudio para casos especiales.
El piso de hombres y el de mujeres tienen entre seis y ocho habitaciones, además de una cocina y un salón común. A esto hay que sumar otros espacios compartidos por los residentes de los cuatro pisos: un salón donde una vez a la semana comparten la cena comunitaria, practican gimnasia, ven películas, o hacen todo tipo de actividades; una terraza y una capilla.
“En los pisos hay libertad de horarios, pero es un lugar para compartir ciertos momentos“
“A ver, en los pisos hay libertad de horarios, pero es un lugar para compartir ciertos momentos”, aclara Ramón. Y el proyecto, funciona. El 98% de los residentes se sienten aceptados tal y como son. Una cifra estratosférica si se compara con el 15% de esos mismos residentes que se sentían aceptados antes de vivir en Lázaro.
Algo parecido sucede con el proyecto personal de las personas que han vivido en la calle. Antes de entrar en un piso compartido sólo el 25 % aseguraban tener un proyecto personal o profesional. La cifra se dispara al 85 % una vez que entran en contacto con este novedoso programa de lo que los modernos han dado en llamar coliving.
Todos pagan alquiler
En los pisos compartidos de Lázaro todos pagan alquiler. Cada uno paga en función de sus ingresos. La cantidad mínima mensual es de 150 euros y el máximo está entre los 350 y los 400. En el caso de los acogidos procede de ayudas por discapacidad, pre-jubilación, pensiones no contributivas, el ingreso mínimo vital o porque tienen un trabajo. Los ingresos por el pago mensual unidos al dinero procedente de las donaciones privadas ayudan a financiar esta iniciativa.
Los residentes están sometidos a las mismas normas de convivencia y obligaciones que los voluntarios. Por ejemplo el reparto de las tareas de limpieza, hacer la compra y cocinar. La única diferencia es que a los jóvenes se les pide rezar juntos por la mañana, fiel al origen cristiano de Lázaro. Esta oración les ayuda a reconectar con la misión y a recordarles por qué están ahí. “Es como estar en una misión pero en tu misma ciudad”, se sincera Ramón, que llegó aquí a través de la página web de la Fundación.
“Lo peor de la calle es la soledad y la indiferencia de la gente“
Las viviendas están diseñadas para evitar el aislamiento y en cada uno de ellos hay un número equilibrado entre jóvenes profesionales que deciden compartir piso de manera voluntaria y personas acogidas que están recuperando su vida. Los jóvenes no pueden estar menos de un año ni más de tres. Los que han vivido en la calle pueden quedarse tanto tiempo como quieran. Ricky ha estado cuatro años compartiendo piso en Lázaro y dice que “lo peor de la calle es la soledad y la indiferencia de la gente”, justo lo que se consigue erradicar con este singular proyecto.
Reglas para que todo fluya
Pero la convivencia no siempre es fácil. Existen unas normas para conseguir que gente con procedencias e historias tan distintas puedan compartir piso. El consumo de alcohol y estupefacientes está prohibido, lo mismo que la violencia verbal o física. Tampoco se puede tener televisión ni invitar a dormir a personas de fuera a la casa, aunque durante el día es un lugar de puertas abiertas.
Al contrario que en los albergues y centros de acogida, no hay horarios y los residentes pueden salir y entrar cuando quieren. Otra norma es asistir a la cena comunitaria semanal. Estas reglas favorecen que se cree en la casa una energía limpia, positiva, que busca la convivencia entre los residentes y la total confianza. De hecho, las habitaciones no tienen llave.
La convivencia es la clave
Ese ambiente también se preserva a través de la elección de los residentes. Para los residentes acogidos, la Fundación Lázaro tiene convenios de colaboración con entidades sociales que conocen a los usuarios y los derivan. Para entrar en la casa hay unos requisitos: que la persona esté en situación de exclusión extrema, que esté sola y aislada, que tenga algún tipo de ingresos, que tenga ganas de compartir, que no tenga ninguna adicción en el momento y que no tenga una enfermedad mental grave.
Los voluntarios también tienen que pasar una entrevista con los responsables de la vivienda. No todo el mundo está preparado para esta experiencia. “La gente solitaria e independiente no tiene cabida en el piso”, aclara Ramón.
La cocina es un elemento central en la convivencia. En ella se refleja el espíritu de colaboración y solidaridad que impera en los pisos. Cada día, uno de los residentes se encarga de preparar la comida para todos, dejando tarteras para aquellos que no estén en casa. La compra, realizada en común, se financia con una aportación mensual de 80 euros por parte de cada residente, y se busca satisfacer los gustos de todos, dejando un margen para realizar actividades grupales como ir al cine, tomar algo o bailar.
El Proyecto Lázaro es más que un simple proyecto de vivienda; es un símbolo de esperanza y un ejemplo de lo que se puede lograr cuando la solidaridad y el compromiso se unen para construir un futuro mejor. A través de esta iniciativa innovadora se demuestra que la inclusión social y la reintegración de las personas sin hogar son posibles, y que la construcción de una sociedad más justa y equitativa es un objetivo alcanzable. “Lo mejor es que venga la gente a verlo”, dice Ricky al despedirnos.
No faltan recursos, falta humanidad
Según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2022 había en España 28.552 personas sin hogar. De estas, 7.277 se encontraban en la calle y el resto en centros o pisos de acogida. La Estrategia Nacional para luchar contra el sinhogarismo 2023-2030 pretende reducir en un 95% el número de personas que viven involuntariamente en la calle.
Las respuestas a este fenómeno se centran en proveer las necesidades básicas (techo y comida) a las personas sin hogar, algo fundamental. Pero más allá de un alivio temporal estas soluciones no afrontan las causas que han llevado a estos hombres y mujeres a seguir en la calle. Entre las razones con más peso se encuentran la soledad y las carencias emocionales.
En Lázaro entienden que el sinhogarismo no se solucionará ni con todos los recursos del mundo porque el problema es de falta de humanidad.
El 18 de junio la ONU invita a celebrar el Día Internacional para Contrarrestar el Discurso de Odio. A nadie se le escapa que las personas sin hogar son más propensas a padecer agresiones, discriminación y aislamiento social. Según los últimos datos del INE, la mitad de las personas en situación de sinhogarismo han sufrido delitos de odio.