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Solsticio de verano: los otros "Stonehenge" que hay en España

  • De Canarias a Menorca, pasando por Andalucía, numerosas construcciones prehistóricas se relacionan con este evento
  • El fenómeno astronómico, que marca el cambio de estación, se producirá este jueves 20 de junio a las 22:51 horas

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Solsticio de verano en Risco Caído.
Entrada del haz de luz en Risco Caído, Gran Canaria, durante el solsticio de verano. EFE / ELVIRA URQUIJO

El solsticio de verano es uno de los eventos astronómicos más destacados del año, y también uno de los más celebrados. En el hemisferio norte, se corresponde con el día más largo y la noche más corta, y determina el cambio de estación. Este 2024, se producirá el jueves 20 de junio a las 22 horas y 51 minutos, para dar paso a un verano que durará 93 días y 16 horas, hasta el próximo 22 de septiembre, cuando se produzca el equinoccio de otoño.

Desde la prehistoria, este fenómeno ha sido conocido y conmemorado por muchas culturas en todo el mundo, que se convirtieron en astrónomos no solo para satisfacer su curiosidad o medir el paso del tiempo, sino también por necesidad, ya que dependían de los ciclos naturales para la obtención de alimento.

Probablemente, el monumento prehistórico relacionado con el solsticio de verano más famoso es Stonehenge, ubicado en el condado de Wiltshire, en Inglaterra, que ha sido objeto de fascinación y estudio a lo largo de siglos. Durante el solsticio estival, el Sol sale en un punto específico del horizonte que, contemplado desde el centro de esta estructura megalítica, se alinea perfectamente con la Heel Stone, o Piedra Talón, situada en el exterior del círculo principal. Se cree que los antiguos habitantes de la región usaban Stonehenge como observatorio y calendario astronómico, además de para llevar a cabo ceremonias.

Un evento conocido desde la antigüedad

En España, el solsticio de verano también ha sido una fecha de gran importancia para la mayor parte de sus culturas antiguas. Las celebraciones variaban entre los diferentes pueblos, pero generalmente compartían elementos comunes como el culto al Sol, al fuego y a la naturaleza.

En la prehistoria, las celebraciones probablemente estaban ligadas a los ciclos agrarios, en forma de rituales propiciatorios para asegurar buenas cosechas. El conocimiento astronómico de muchas de estas sociedades era ya complejo, con la construcción de estructuras megalíticas relacionadas claramente con los solsticios, lo que refuerza la idea de la gran importancia que tenía para ellas este acontecimiento.

Vista interior del dólmen de Menga.

Vista interior del dólmen de Menga perteneciente al conjunto arqueológico Dólmenes de Antequera. EFE / DANIEL PÉREZ

Quizá el ejemplo más representativo sean los dólmenes de Antequera, erigidos por los primeros pobladores de Andalucía. El dolmen de Menga, perteneciente al IV milenio antes de Cristo y uno de los más grandes de Europa, está alineado con este fenómeno astronómico. En la mañana en la que se produce, la luz del amanecer incide directamente en el interior de la estructura, iluminando de manera espectacular su cámara principal. Esta edificación también está alineada con el equinoccio de primavera.

Los aborígenes canarios también fueron avezados astrónomos, y lo demuestran lugares arqueológicos como Risco Caído, en las montañas del interior de Gran Canaria, cuya cueva número 6 se alinea con el solsticio estival. Durante el fenómeno, los rayos del Sol penetran a través de una pequeña hendidura y proyectan un haz de luz en el interior, iluminando los grabados rupestres de sus paredes. No obstante, este yacimiento también ha sido objeto de controversia, ya que hay expertos que consideran que no existe suficiente evidencia científica como para considerarlo un observatorio astronómico.

Por otra parte, en el cercano Roque Bentayga, la luz del Sol ilumina áreas especialmente simbólicas de su almogarén -un tipo de santuario prehispánico-, lo que sugiere un uso ceremonial vinculado al cambio de estación.

Otros dólmenes y construcciones megalíticas

El dolmen de Lácara, en Badajoz, está orientado de manera que, durante el solsticio estival, la luz del Sol penetra hasta el fondo de su corredor. Por su parte, las construcciones megalíticas de la Serra de Rodes, en la provincia de Girona, también parecen estar alineadas con el inicio del verano, capturando la salida del Sol de una manera muy precisa.

En numerosas estructuras parece clara la intención de relacionar su disposición con este evento astronómico. Por ejemplo, el dolmen de La Pastora (Valencina de la Concepción, Sevilla), donde durante el amanecer del solsticio de verano los rayos solares penetran por su corredor y llegan hasta el fondo de la estructura, iluminando la cámara principal. O el de Sorginetxe, en Navarra, que está perfectamente alineado con el ocaso solar. En el caso del crómlech de Mendiluze, en Álava, el juego de sombras proyectadas por sus piedras marcan claramente el inicio del verano.

Taula de So na Caçana, en Menorca.

Interior de la taula de So na Caçana, en Menorca. EFE/ DAVID ARQUIMBAU SINTES

También se cree que las taulas menorquinas estaban orientadas para alinearse con el amanecer durante el solsticio estival, aunque la evidencia no es concluyente. Lo que sí que parece claro es que el Sol tenía una importancia central en la cosmología de los talayóticos, como en otras muchas culturas mediterráneas, por lo que el solsticio veraniego habría sido un momento del año trascendental para ellos.

En el norte de la península ibérica, el diseño de los castros celtas predominantes en Galicia entre el siglo IV a.C. y el siglo I d.C. muestra una clara relación con los ciclos solares, y es muy probable que ciertas construcciones estuvieran alineadas con el solsticio de verano. Los celtas identificaban a Lug, uno de sus dioses más importantes, con el astro solar, y existen muchos topónimos derivados de su nombre en Galicia y Asturias.

En cuanto a los antiguos vascos, celebraban el solsticio de verano con una serie de rituales y festividades centrados en la adoración del Sol y la naturaleza, que han perdurado hasta la actualidad bajo diversas formas. Muchas tenían lugar en montes y colinas, considerados sagrados (como el Gorbea, el Anboto o la Peña de Aia). Además, la diosa del Sol o Eguzki Amandrea era una figura central en la mitología vasca, y se cree que también era objeto de veneración especial cuando el astro se encontraba en su punto más alto.

Fuego y agua, elementos comunes

En lo relativo a las celebraciones relacionadas con la noche más corta del año y el día más largo, todas las culturas prerromanas de la Península Ibérica, desde los celtas a los íberos, pasando por fenicios o tartesios, tenían una conexión muy estrecha con la naturaleza y los ciclos agrícolas, por lo que la mayor parte de ellas celebraban rituales para marcar el solsticio de verano.

Celtas e íberos celebraban el inicio del verano con festejos comunitarios acompañados de grandes hogueras y de baños en el río o el mar, como un símbolo de purificación y de fertilidad. En sus rituales, el agua y el fuego actuaban como elementos regeneradores y protectores, a los que se apelaba contra numerosos males, desde espíritus malignos hasta las plagas que acechaban a las cosechas.

Por su parte, los romanos celebraban el solsticio de verano con el festival de Vesta, la diosa del hogar y la familia. Encendían hogueras y lámparas para simbolizar el Sol y el calor protector del hogar. A este le seguía el festival de Fors Fortuna, en honor a la diosa de la suerte y el destino. Mientras que los visigodos, que llegaron a la península en el siglo V, adoptaron muchas de las tradiciones romanas y las mezclaron con sus propias prácticas. El solsticio de verano continuó siendo para ellos una fecha significativa, con énfasis en la purificación y la petición de protección.

En el caso de los árabes, que permanecieron casi ocho siglos en la Península Ibérica, no celebraban este momento astronómico, ya que el Islam sigue un calendario lunar que no se alinea con los eventos solares.

Las actuales hogueras de San Juan, que tienen lugar a lo largo de toda la geografía española, hunden sus raíces en estas celebraciones anteriores. La festividad cristiana de San Juan Bautista, celebrada el 24 de junio, coincide con el solsticio de verano y ha absorbido muchas de las antiguas costumbres paganas, como las hogueras y los rituales de purificación.

Rito del paso del fuego en San Pedro Manrique

Celebración del rito del paso del fuego en San Pedro Manrique, Soria. EFE/ W. GARCÍA

¿Por qué se produce el solsticio de verano?

El término solsticio proviene del latín sol -Sol- y sistere -permanecer quieto-. Cuando se produce este fenómeno, el astro solar alcanza la máxima altura del año en el cielo al mediodía, situándose directamente sobre el Trópico de Cáncer. Una posición que apenas cambia durante varias jornadas, por lo que ofrece esa apariencia de inmovilidad. A partir de ese momento, los días comienzan a acortarse gradualmente, hasta el equinoccio otoñal, en el que la duración del día y de la noche es similar.

La explicación se encuentra en la coincidencia de dos factores: la inclinación de la Tierra sobre su eje -aproximadamente 23,5 grados- y su movimiento en órbita alrededor del sol. El solsticio de verano en uno de los hemisferios de la Tierra ocurre cuando esta mitad del globo está inclinada lo más cerca posible del Sol, por lo que recibe la máxima luz diurna.

En el hemisferio norte, el solsticio de verano generalmente ocurre el 20 o el 21 de junio, aunque muy raramente también puede suceder el 22 de junio -el próximo que coincide con esta fecha será en 2203-, o el 19 de junio -el próximo será en el año 2488-.