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'Los fantasmas de Benamira' rinde homenaje a los fantasmas de la España vaciada

  • La nueva novela de José Luis Córdoba se basa en la historia real de los habitantes de este pueblo de Soria
  • "Mientras alguien te recuerde no mueres del todo", asegura el escritor y periodista

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Benamira es un claro ejemplo de los pueblos de la España vaciada (Foto: José Luis Córdoba)
Benamira es un claro ejemplo de los pueblos de la España vaciada (Foto: José Luis Córdoba)

"El pueblo está vacío en invierno (...) y por las noches escucho las carcajadas de los fantasmas (...) El hilarante silencio resulta extremadamente perturbador"

Son palabras de Fernando del Amo, el único habitante de Benamira, un pequeño pueblo de Medinaceli (Soria), que solo vuelve a la vida cuando los descendientes de sus antiguos habitantes pasan algunos días en verano. Una localidad que conquistó al escritor José Luis Córdoba (El viejo periodista, Suma poética), que buscó (y encontró) a esos viejos fantasmas, para que nos contaran la historia de este pueblo que es un claro ejemplo de la "España vaciada". En su nueva novela, Los fantasmas de Benamira (RBA), retrata magníficamente este mundo rural que desaparece a pasos agigantados en toda España.

"Descubrí esta pedanía de Medinaceli y me enamoré de ella, a pesar de tratarse de una localidad que no tiene nada de particular -nos comenta José Luis-. Me compré allí una casa y fui conociendo a los descendientes de esos fantasmas que habitan la España vaciada. Me entusiasmó la historia de las cartas perdidas y de esos personajes que las protagonizaban, y ya no me quedaba más que escribir la historia, para integrarme en esa España que poco a poco perdió a todos sus habitantes".

"Comprendí que era eso de la “España vaciada”, que suena a despectivo, y pensé que había que hablar de ello para aportar algo de cara al futuro, porque el ejemplo de Benamira refleja más o menos cómo se vaciaron todos esos pueblos abandonados. Para que la gente comprenda bien de que se trata, te pondré un ejemplo: La provincia de Soria es bastante más grande que la Comunidad de Madrid, pero la primera tiene menos de 90.000 habitantes mientras la segunda tiene siete millones. Esto implica un sistema sanitario precario que obliga, ante cualquier enfermedad, a desplazar a los enfermos a Burgos o Valladolid; que los centros de educación estén a más de veinte kilómetros del lugar donde viven los niños y que los medios de transporte sean casi inexistentes".

Problemas que se repiten en casi todos los pequeños pueblos de España y para los que José Luis no ve fácil solución: "Es difícil. Hay falta voluntad política. Lo imprescindible, en el caso de Soria, sería triplicar la población para de este modo tener un hospital en condiciones, tener centros educativos próximos y mejorar las comunicaciones. Soria seguiría siendo la España vaciada, pero las condiciones de sus habitantes mejorarían considerablemente. Piensa que con el teletrabajo y estando a una hora y cuarto de Madrid y hora y media de Zaragoza, mucha gente se podría venir a vivir aquí y disfrutar del aire más puro de Europa. También se podría reactivar el pastoreo y dar trabajo a muchos de los que se juegan la vida para venir a nuestro país".

La plaza y el frontón de Benamira

La plaza y el frontón de Benamira

Cartas de 1942 que nunca llegaron a su destino

Esas cartas a las que se refería José Luis (y que le han servido de inspiración y documentación), tienen una curiosa historia: "Se trataba de sesenta y cinco cartas enviadas en 1942 y que, por motivos desconocidos, nunca salieron hacia su destino -asegura el autor-. En 1983 el médico asignado a Medinaceli para atender a los pocos habitantes que permanecían en Benamira y otras pedanías descubrió en un rincón, de la que debía ser su consulta, una saca de correos con esa correspondencia, en la que se contaban las penurias de la posguerra. Seis de esas cartas las envió un tal Nemesio, que acababa de llegar del exilio. Busqué un libro publicado por Soria Edita en el que el doctor narraba el hallazgo y al leerlas me vinieron a la memoria algunas citas como la de Bartleby el escribiente, de Melville, donde se hablaba de cartas perdidas que incluso ocultaban un anillo, igual que ocurría en una enviada por el protagonista de mi novela".

Hubo otra razón que llevó a Jose Luis a elegir a Nemesio como el protagonista de la novela: "Su nieto Esteban es el alcalde pedáneo. Me habló de él y me contó que su abuelo había escrito su propia biografía. Me pasó el manuscrito y después fui tirando de aquí y de allá para saber más de él".

"De alguna manera -continúa el escritor-, esta historia tiene mucho que ver con mi anterior novela, porque creo que completa esa parte de la historia de España. En Suma Poética nos encontramos con la gran ciudad (Madrid) y con los grandes escritores del 98 y el 27, mientras en esta hablamos de los hombres y mujeres del campo que también escribieron poemas para contar sus vivencias. En el caso de Nemesio, como secretario municipal, tenía la costumbre de dejar por escrito todo lo que hacía y pensaba. La colaboración de su nieto ha sido fundamental para conseguir toda la información.

"Son las dos caras de una misma moneda y, sin embargo, son bien diferentes" -concluye el escritor-.

"Nadie mejor que los fantasmas para contar su propia historia"

Los protagonistas de la novela son esos fantasmas del pueblo: Nemesio, Raúl, Aurelia, Paula... cuyos escritos han servido a José Luis para construir esta historia: "Un pueblo que se ha quedado sin habitantes es un pueblo muerto y nadie mejor que los fantasmas para contar su propia historia y explicar por qué y cómo desapareció el pueblo".

Preguntamos a José Luis si la novela se inspira en el Realismo Mágico: "Es cierto que la cita de Rulfo en el libro puede hacer pensar que esa fue la inspiración, pero no es así, a pesar de que hace muchos años devoré todas las novelas de García Márquez y, por supuesto, disfruté con la lectura de Pedro Páramo".

Además de esas cartas y el diario de Nemesio, José Luis Córdoba ha realizado un exhaustivo trabajo de documentación: "En parte ha sido un trabajo periodístico que me llevó a hablar con muchos de los descendientes de los protagonistas, que veranean en Benamira y hacen que una pedanía que tiene un solo habitante, durante casi todo el año, sea en determinadas fechas un pueblo fantástico y lleno de vida. También, como te he dicho antes, había escritos de estos descendientes que contaban sus vivencias en Benamira, su infancia feliz cuando en el pueblo no tenían ni siquiera agua corriente y luz eléctrica en sus casas".

"Los fantasmas están compuestos de recuerdos y afortunadamente en Benamira se acordaban de sus antepasados y sus historias" -añade José Luis-.

La vieja iglesia de Benamira

La vieja iglesia de Benamira

Una tierra muy hostil

La novela describe maravillosamente esa lucha de los habitantes de Benamira por sobrevivir en una tierra casi estéril. Preguntamos a José Luis cómo se las apañaban para sobrevivir: "Eso me pregunto yo. Eran otros tiempos y a pesar de que la tierra y el clima daban solo para una cosecha pobre, en la que por cada semilla plantada solo se conseguían cuatro adicionales, la mayoría tenían un pequeño atajo de ovejas y las mujeres sabían administrar los alimentos que tenían para que les duraran todo un año".

"Era otro tipo de sociedad, en la que para ser felices se necesitaba muy poco -añade-. Lo malo es que esas propiedades solo daban para que viviera una familia y cuando los hijos se hacían mayores y creaban su propia familia, esos bienes ya no daban para repartirlos. Por eso no les quedó a los jóvenes otro remedio que emigrar a las grandes ciudades".

La novela también refleja el duro trabajo de las mujeres de Benamira: "Su trabajo era durísimo y poco reconocido, pero tampoco era muy diferente la vida de las mujeres en las grandes ciudades. La sociedad era machista. La diferencia es que en el campo no había ninguna comodidad, no había agua corriente en las casas y lavaban la ropa en el lavadero. Imagínate a las señoras arrodilladas y frotando la ropa con la piedra, y las manos sumergidas en el agua helada, con temperaturas exteriores de menos diez grados bajo cero. Ellas llevaban todo el peso de la casa y por las tardes también iban al campo a hacer trabajos tan duros como era el de cortar los cardos".

"Basilisa fue la última mujer en utilizar el lavadero -añade-. Tenía ya noventa años y decía que siempre se había hecho así y no iba a cambiar. Estaban resignadas con ese tipo de vida".

Benamira se declaró neutral en la Guerra Civil

El libro también describe como se vivió la Guerra Civil en Benamira y sus consecuencias. Un conflicto en el que el protagonista "A pesar de todo lo que sufrió Nemesio y su familia (perdieron a tres hijos), la Guerra Civil en Benamira fue menos traumática que en las grandes ciudades. La gente estaba bien avenida. Ellos ni sabían de guerras ni de colores, eran todos vecinos y casi familia, campesinos acostumbrados a bajar la cabeza, por lo que en cuanto terminó el conflicto hicieron borrón y cuenta nueva, aceptaron los rituales impuestos por el bando nacional y trataron de volver a la normalidad".

"Los mozos que hacían el servicio militar, como en tantos otros pueblos, estuvieron en uno u otro ejército a la fuerza, aunque no por ello pasaran a odiar a su vecino -añade José Luis-. Por ejemplo, a pesar de que ya habían matado a dos de sus hijos en la guerra, Nemesio cuando estaba en Barcelona visitó en las cárceles de Cardona y Figueras a Lázaro, el hijo del sastre del pueblo, para preocuparse por él y enviar un telegrama a la familia en Benamira para informarles del estado en que estaba su hijo. Hubo algún herido de bala, pero no me constan más muertes que las de los tres hijos de Nemesio·.

Una curiosidad que nos descubre la novela es que Benamira, con Nemesio al frente, se declaró neutral en los primeros días de la Guerra Civil. "Desconozco si se hizo en alguna otra localidad -asegura José Luis-, fue una reacción del protagonista después de que se presentaran una noche, huyendo de las tropas franquistas, el gobernador civil de Soria y un diputado progresista a los que acogieron en el pueblo una noche cuando iban camino a Madrid con sus familias para refugiarse en la capital. Nemesio, que sabía lo que estaba ocurriendo en los pueblos limítrofes, decidió convocar a todos los vecinos para hacer esa declaración de neutralidad, que en realidad no sirvió de nada".

"El exilio fue traumático"

Tras la guerra, los republicanos tuvieron que irse, algunos denunciados por sus propios vecinos, entre ellos el propio Nemesio. "El exilio fue traumático -afirma José Luis-. Los que nada tenían y habían apostado por la República sufrieron lo indecible para llegar a Francia, donde fueron explotados al principio y después, al llegar las tropas alemanas, les obligaron a trabajar en campos sin ningún derecho, como presos políticos".

Tras un tiempo en Cuba, Nemesio decidió regresar a España: "A pesar de todo lo que pasó Nemesio, añoraba a su tierra, a su mujer, a su hijo pequeño y a Ramona, su hija, a la que encarcelaron y dio a luz a su nieta en prisión. Había demasiadas cosas que le ataban a Benamira" -nos explica José Luis-.

"Los vecinos, los mismos que en el 39 firmaron, obligados, unas denuncias acusadoras, en el 42 avalaron su regreso a España defendiendo su integridad como hombre de bien. Nemesio siempre conservó cierto resquemor hacia quienes le denunciaron, aunque después fueran los que consiguieron que regresara, pero trató de olvidar, convencido de que solo el olvido le permitiría ser feliz y llevar una vida normal", añade el escritor.

José Luis Córdoba posa delante del cartel de Benamira

José Luis Córdoba posa delante del cartel de Benamira

Un cameo de Ezra Pound

Otra curiosidad de la novela es que uno de los vecinos se encuentra en el campo con con un joven norteamericano, que acabaría convertido en un célebre escritor: "Ezra Pound estaba becado en Madrid. Era un joven estudiante que admiraba la figura del Cid, la literatura medieval española, y decidió recorrer algunos de los lugares mencionados en El Cantar de mío Cid. Reconozco que ese encuentro del que hablo es una licencia literaria que me he permitido y que no existió, pero que al hablar de los americanos me hizo gracia incluir ese cameo del poeta al observar una placa oxidada, en una plaza de Medinaceli, el pueblo al que pertenece la pedanía de Benamira".

"Me chocó ese monumento olvidado y me pareció que era una metáfora de la vida en esa España vaciada -continúa-. Tuve que releer varias veces el texto de esa placa para deducir lo de “Aún cantan los gallos al atardecer en Medinaceli” y me pregunté si alguien en el pueblo ahora sabe quién era Ezra Pound. Por eso también he tratado de explayar algo de la magia de esa localidad llena de historia, cuya extensión es el doble que la ciudad de Barcelona, aunque solo tenga tres habitantes por kilómetros cuadrado contra los 17.000 de la Ciudad Condal".

Fernando del Amo, el único habitante de Benamira

Actualmente Fernando del Amo es el único habitante censado en Benamira: "Fernando es un tipo genial -nos comenta José Luis-. Se siente maravillosamente en Benamira, por más frío que haga en las noches de invierno, y su vida no es diferente a la de cualquier hombre de su edad. Los fines de semana, cuando suben al pueblo algunos matrimonios de edad avanzada, él no duda en sumarse a los aperitivos que se montan a mediodía y contarles la actualidad de la comarca".

"Alterna trabajos de la Diputación (en carreteras donde con frecuencia conduce la máquina quitanieves) con sus bolos como monologuista y la preparación de un canal sobre cocina en el campo. Es un cocinero excelente y su tarta de queso te aseguro que es la mejor que he probado".

"Él no cambiaría su vida en Benamira por la ciudad. Aquí es feliz, tiene montones de amigos en Medinaceli y con frecuencia le visitan monologuistas de todas partes de España, a los que les hace mucha gracia que sea el único habitante del pueblo, aunque cuando estos le visitan siempre se sorprenden al ver que Benamira no está muerta y siempre hay gente que le acompaña -añade el escritor-.

Como en muchos pueblos de la España vaciada, en verano las calles de Benamira se llenan de vida: "A principios del verano se instalan los abuelos, a los que encasquetan a los nietos -afirma José Luis-. Un pueblo sin niños es un pueblo muerto, por lo que esos gritos y carreras en la plaza dan vida a Benamira, mientras a los mayores les recuerdan su infancia en el pueblo. En agosto llegan los hijos y se organizan las fiestas del pueblo. Todo cambia con la llegada de más de doscientas personas que se reúnen para la comida en el horno. Las noches se alargan en el local de la Asociación de Amigos de Benamira, donde los botellines de cerveza colaboran en crear ese ambiente de gran alegría y jolgorio".

"Actualmente la principal actividad de la Asociación es la organización de las dos fiestas (la de verano y la de San Miguel, patrón de la villa), así como la conservación del local social, en el que no falta de nada. Antiguamente organizaron algunas obras de teatro, pero en la actualidad su actividad se reduce más al tema gastronómico con jornadas dedicadas a los productos de la zona y, una vez al año, promovida por el grupo de los catalanes que nada tenemos que ver con la historia de Benamira, organizamos una calçotada y la verbena de Sant Joan" -nos comenta el autor-.

"Mientras alguien te recuerde no mueres del todo"

Para terminar, preguntamos a José Luis Córdoba qué le han enseñado esos fantasmas de Benamira: "Sobre todo, he disfrutado escribiendo esta novela. He descubierto cómo era la vida de las gentes del campo y he comprendido la importancia de los recuerdos, porque mientras alguien te recuerde no mueres del todo. He aprendido que uno nunca debe renunciar a sus raíces, que se puede ser de donde has nacido, del lugar que te acogió si fuiste un emigrante o de donde te venga en gana".

"Yo he optado por ser de todas partes. Cuando terminé de escribir la novela organicé con mis hermanas un viaje a Zuheros (en Córdoba) para visitar el lugar donde nació mi padre y al que solo había ido una vez cuando tenía diez años. Recuperé mis raíces andaluzas sin dejar de ser catalán y ahora castellano… Y me he comprometido en recordar a los que ya no están, porque los fantasmas, mis fantasmas, siempre existirán mientras yo no los olvide" -concluye el escritor-.

Portada de 'Los fantasmas de Benamira'

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