Enlaces accesibilidad

Aeroplanos, apaches, modistas y enterradores desfilan por el París de Julio Camba en 1909

  • La mirada aguda del periodista gallego describe con gracia la vida de la capital francesa
  • Mezcla en sus crónicas, ecos de sociedad, leyes absurdas y protestas variopintas

Por
Un paseo por París de la mano de Julio Camba en 1909
Julio Camba, c.1920. EFE

"Un día el director de un periódico, donde yo trabajaba, me metió algunos billetes en el bolsillo y me mandó a París". Así cuenta el articulista Julio Camba cómo llegó a la ciudad de la luz. Su mirada, con retranca gallega, despliega aspectos eternos de París y atinadas observaciones sobre una época que no se repetirá.

El de Vilanova de Arousa fue corresponsal en la capital francesa para el diario El Mundo, entre octubre de 1909 y diciembre de 1910. Unas crónicas que ahora publica Renacimiento, en una edición de Ricardo Álamo, bajo el título Julio Camba: París.

Camba es un joven veinteañero cuando descubre la cosmopolita París. Superadas sus veleidades anarquistas, los panfletos libertarios pagaban mal, pone su pluma al servicio de diarios asentados y reniega de su pasado: "No hay nada más molesto que un anarquista. Un anarquista es un hombre triste, que habla mal de todo lo existente, y a cuyo lado no encuentra modo de vivir en paz una persona que tenga siquiera cien mil duros de renta".

Portada de 'Julio Camba: París'

Portada de 'Julio Camba: París'.

Hay cosas que no cambian en Francia, el escritor se queja del frío y de la lluvia. Camba cuenta con gracia una huelga de los ferroviarios y fantasea con dejarse sorprender por la parada del tren: "Yo tomaría mis preocupaciones, llevaría víveres para varios días y una tienda de campaña. Luego, cuando los viajeros comenzasen a lamentarse, les diría: ¡Pero si esto es muy agradable! Yo estoy muy contento. A mí me encantan estas emociones inesperadas..."

Mención aparte merece una huelga de ciegos, asunto de otra crónica, en la que relata que, en lugar de pedir por las esquinas, una fundación les pone a hacer cepillos, para que más tarde se establezcan por su cuenta. Y resume: "La fundación se sostiene con el trabajo de los ciegos y con fondos que provienen, en su mayoría, de los distribuidores automáticos, que hay en las estaciones y de limosnas. Es decir, que la fundación es muy filantrópica, pero no suelta una gorda".

El autor pontevedrés glosa que los maridos cornudos ya no podrán pedir a un policía que les acompañe para pillar a su mujer con su amante, so pena de ser acusados de "ultraje a un magistrado": "Hay que lamentar la desaparición del flagrante delito como la de un traje típico o la de una costumbre tradicional. Al suprimir el flagrante delito, el procurador de la República ha suprimido, además, toda una literatura. El 'vaudeville', por de pronto, desaparece completamente. ¿Con qué nos vamos a divertir ahora en el teatro? ¿De qué nos vamos a reír si no hay maridos engañados que nos regocijen?".

El desarrollo de la aviación

El cronista dedica varios artículos a la aviación en los que reconoce que "la aviación está hasta hoy en manos de los franceses", pero no se corta a la hora de atizarles: "El hombre ha necesitado tomar las alas de un ave para volar, y como este hombre era francés, pues ha tomado las alas del gallo. La misma jactancia, la misma fanfarronería, las mismas actitudes terribles, los mismos trompetazos de victoria por la cosa más insignificante. Es el gallo, el gallo galo, quien vuela".

Da una de cal y otra de arena, porque reconoce que "la verdad es que es una vergüenza que haya aviadores de todas partes, menos de España" y aboga por la necesidad "de enviar al extranjero gente apta para estudiar la aviación, o de fundar una escuela de aviadores en España. -Es inútil, me dice un amigo, los españoles no vamos a ninguna parte. -Es que no nos dan alas, contesta otro".

Menos humos

El periodista pontevedrés levanta acta con socarronería de algunos avances legislativos como la pena de prisión para los que maltraten a los animales y dice que "conviene que se vaya ensayando una buena legislación sobre los animales y, en todo caso, nosotros podemos copiarla más tarde".

Como curiosidades, aborda las trifulcas de los cocheros, la prohibición de las veladas nocturnas de las modistas, la protesta de los enterradores por su ropa de trabajo y la delincuencia organizada en bandas de ladrones denominados "apaches" que "disparan sin restricción alguna".

Critica la subida de impuestos del tabaco, considerado como artículo de lujo, porque le afecta en su bolsillo, y le sorprende la prohibición de fumar en locales públicos: "En Francia, el fumador no goza de ninguna consideración social. En los restaurants no se fuma, en las tiendas, en los Bancos, en las oficinas, está prohibido fumar. No se puede fumar más que en la casa o en la calle, y yo no sé por qué, puesto que aquí casi todas las señoras fuman".

Contra el feminismo

En su rechazo al feminismo, Camba es hijo de su tiempo y apunta que "cuando una mujer se decide a conquistar el sufragio es que ha perdido ya la esperanza de conquistar un marido". Desgrana tópicos sobre las solteronas "incasables", afirma que "yo he visto a algunas feministas, y les aseguro a ustedes que dan miedo".

A la hora de reconocer los méritos particulares de Marie Curie, reconoce que "todo el mundo sabe que su marido trabajaba a medias con ella en sus experimentos". Se hace eco de la prohibición de que entren mujeres en la Academia, ni siquiera en el salón de sesiones, y de la posible solución, nombrar a la Nobel "académico" para no sentar ningún precedente.

En su crónica, sobre la elección de la orientalista Judith Gautier como miembro de la Academia Goncourt dice que de ahí a la Academia Francesa hay un paso y que "está al caer" el día que una escritora entre en el club de los inmortales. Camba pecaba de optimismo (hubo de esperar hasta 1980 para que Marguerite Yourcenar ocupase su sillón) y aprovecha para tirar un dardo contra su ilustre paisana: "En fin, yo sé que el nombramiento de una académica en Francia no le importa ahí a nadie. A nadie, más que a doña Emilia Pardo Bazán".

La Gacetilla de París de Camba también incursiona en los ecos de sociedad y desgrana anécdotas del rey Leopoldo II de Bélgica, Henri de Rothschild o Alejandro Lerroux. Este libro nos permite viajar en el tiempo y acompañar al gallego en sus paseos de flâneur por la capital francesa porque, como él decía, en esta vida "la cuestión es pasar el rato".