La cultura de la violencia en Estados Unidos, un arma política durante la paz y la guerra
- Estados Unidos tiene 330 millones de habitantes y 450 millones de armas
- El intento de magnicidio de Donald Trump es solo un ejemplo más de la cultura de violencia existente en el país
¿En qué país del mundo se puede comprar en una máquina expendedora un rifle de asalto? En la sociedad norteamericana, unos 330 millones de habitantes, se calcula que circulan indiscriminadamente 450 millones de armas, desde pistolas a ametralladoras, pasando por todo lo que uno se pueda imaginar entre medias.
Por eso el "episodio" del frustrado magnicidio de Trump no es más que un ejemplo, histórico, de una cultura de violencia. Desde el asesinato del presidente Abraham Lincoln en 1865, al de John Fitzgerald Kennedy, en 1963, otros dos jefes de Estado fueron víctimas de sendos ataques armados: James Garfield en 1881 y William McKinley en 1901. Atentados contra Andrew Jackson, el séptimo presidente EE.UU.; Theodore Roosevelt, el 26; Franklin Delano Roosevelt, el 32; Gerald Ford, el 38; Ronald Reagan, el 40, se quedaron en intentos. A propósito, el de Reagan, en 1981, hizo que sus índices de aceptación rozaran el 80 por ciento.
Es otra de esas casualidades históricas, por no decir causalidades, que el hijo del otro gran candidato a la nominación presidencial de los Estados Unidos de Norteamérica, Robert Francis Kennedy, RFK, con el mismo nombre, sea este mismo año candidato a la presidencia después de abandonar a los demócratas para presentarse como independiente. En este caso, RFK Junior.
El 5 de abril de 1968, el día después de otro magnicidio, el del líder Martin Luther King, Robert Kennedy abogó desde el club económico de Cleveland por "el fin de la anarquía armada en Estados Unidos". Fue sólo dos meses antes de caer él mismo víctima de otras balas en la cocina del hotel Ambassador de Los Ángeles. El Kennedy que había sido fiscal general en la Administración de su hermano se preguntaba cómo podía ser posible que se le pudiera denegar a alguien el permiso de conducir, basándose en su incapacidad psicológica y, sin embargo, se concedieran licencias de armas sin ninguna valoración previa. Eso fue antes de las máquinas expendedoras.
Paz y guerras
RFK Junior, su segundo hijo varón, recuerda en sus entrevistas estos días cómo su tío, JFK, quería un epitafio que hablara de paz. Algo así como: "Intentó salvaguardar la paz cuando todos propendían a la guerra". Y pone como ejemplos la crisis de los misiles de octubre de 1962, o la planeada retirada gradual de Vietnam prevista tras su reelección en 1964.
Estados Unidos es el mayor productor y exportador de armas. Cuatro de las cinco mayores empresas armamentísticas del mundo: Boeing, Lockheed Martin, Northrup Grummand, y Raytheon, son norteamericanas. Representan más del 40 por ciento de todas las exportaciones mundiales, entre 100.000 y 200.000 millones de dólares anuales.
Con la excusa de salvar democracias y de defender la seguridad global, esta industria cuenta con una extensísima red de lobistas y expertos, por los que han pasado, y a los que han ido a parar, según cálculos de la Chicago Policy Review, sólo en las últimas dos décadas, más de 2.500 millones de dólares, distribuidos en el Pentágono, el Congreso, el Departamento de Estado, la Casa Blanca, determinados candidatos…
No es ningún secreto que en las reuniones al más alto nivel, en los principales clubes más influyentes del planeta, solo se esté hablando ahora mismo de guerras, y guerras, y más guerras. Como si la diplomacia se hubiera esfumado de repente.
El actual presidente número 46, Joe Biden, pasará a la historia también por haber ejercido en una nueva era de guerras. Donald Trump ha sobrevivido, y se prepara para volver a la Casa Blanca, con el partido del elefante, el de los republicanos. Después de haber dado luz verde al asalto al mismo Congreso, llevado a cabo por sus primitivos seguidores armados con hachas.
Como número dos, candidato a vicepresidente, Trump ha elegido, o le han elegido, al autor de La elegía del paleto, J.D. Vance. Un libro en el que cuenta cómo pasó de la más pavorosa indigencia en un pueblo perdido de la cordillera de los Apalaches a la universidad elitista de Yale, con una beca. El paradigma del sueño americano.
Los analistas apuntan que Vance es más trumpiano que Trump. Aunque Donald odie a los hombres con barba, y haya que remontarse a 1905, cuando el vicepresidente de Teddy Roosevelt, Charles Fairbanks, cubriese también su cara con pelo.
La cultura de la violencia
Los Kennedy, John y Robert, visitaron los montes Apalaches de Ohio, la pavorosa pobreza del denominado cinturón del óxido, la zona industrial más depauperada de Estados Unidos en los años 60, y prometieron acabar con unos niveles de pobreza solamente equiparables a las peores zonas africanas. Estos días viene a la memoria el famoso discurso de JFK en Yale cuando dijo que eran los licenciados demócratas de Harvard como él quienes debían acabar con los problemas creados por "los hombres de Yale", bastión republicano.
A la espera de las nominaciones demócratas del mes de agosto, las reacciones en todo el mundo al nuevo ticket republicano no se han hecho esperar desde los ángulos más insospechados. En el progubernamental periódico turco Hurriyet se lee que “los poderes fácticos de Estados Unidos le han colocado un guardián a Trump”. En Irán, los medios oficiales alegan que la década de los años 60 fue una balsa de aceite comparada con la que se vive actualmente en la primera superpotencia: el "Gran Satán" como la denomina el régimen de los Ayatolás.
Todo parece apuntar a otra época convulsa en la geoestrategia mundial. En la nueva cultura de la violencia.