Enlaces accesibilidad
Análisis

Aleksandr Lukashenko, el "político del pueblo" convertido en el último dictador de Europa

  • El mandatario lleva en el poder desde las primeras elecciones presidenciales de 1994
  • El régimen bielorruso busca mantener su independencia frente a las injerencias rusas

Por
Aleksandr Lukashenko, el "político del pueblo" convertido en el último dictador de Europa
Ilustración del presidente de Bielorrusia, Aleksandr Lukashenko ADRIÁN ROMERO

Cuando la Unión Soviética fue desmantelada en 1991, Bielorrusia surgió como un estado independiente, sin apenas identidad nacional, pero con una Constitución democrática y el Estado de derecho como sus principios fundamentales.

Sin embargo, las elecciones de 1994 llevaron a la presidencia a Alexander Lukashenko, quien se ha mantenido en el poder hasta cumplir este 20 de julio tres décadas al mando. "Uno de los factores que provocaron su victoria era que la gente quería algo nuevo en política, pero no cambios que fueran tan dolorosos como los ocurridos en Rusia, y Lukashenko prometía todo a todo el mundo de forma convincente", explica el director del programa de investigación de Rusia, vecindad oriental de la UE y Eurasia del Instituto Finlandés de Asuntos Internacionales, Arkady Moshes.

El primer y único presidente de la República de Bielorrusia es conocido por varios nombres. Desde batka (padre en bielorruso) por sus simpatizantes, a "último dictador de Europa" por Occidente y la oposición. En esa misma dicotomía, Lukashenko se encuentra dividido entre la necesidad de mantener la independencia de su país y su afinidad con Rusia, cuya guerra con Ucrania es ahora su principal preocupación.

El líder que prometió la Luna

En 1994, Lukashenko, en ese momento un miembro poco conocido del Parlamento, hizo campaña para la presidencia defendiendo una estabilidad renovada, luchar contra la corrupción y volver a una vida más próspera, segura y sencilla. "Era un populista, con su bigote y peinado aparentaba al típico hombre tradicional soviético", declara el profesor asociado en la Escuela de Política, Seguridad y Asuntos Internacionales de la Universidad Central de Florida, Konstantin Ash. "Y la gente en esa época tenía un poco de nostalgia por todo lo que representaba la Unión Soviética", añade.

Sus discursos expresaban las frustraciones de los ciudadanos ante la percepción de desapego de la élite cultural con la realidad del país, como la corrupción o el crimen político que asolaba Bielorrusia. En sus discursos repetía el mismo mantra: crear un país "propio", de la ciudadanía. "Tenemos lo principal que debemos conservar y transmitir a nuestros descendientes: nuestra querida patria. Nuestro bienestar lo crearemos nosotros mismos, con nuestro trabajo y en nuestra tierra", señalaba en un mitin el 3 de julio de 1998 durante la conmemoración de la independencia bielorrusa.

Su victoria fue considerada un triunfo del pueblo, y Lukashenko concentró tanto el poder como la fama gracias a aislar a Bielorrusia del caos que envolvió a gran parte de Europa del Este en los 90. Asimismo, marginó o eliminó a potenciales rivales y, a raíz de un referéndum realizado en 2004, extendió su estancia en el poder más allá de los límites de la Constitución.

"Ofreció a la gente un contrato social que a la mayoría le gustaba, y que era la promesa de que nadie sería extremadamente pobre ni rica", comenta Moshes. "Hizo la pobreza manejable, y eso gustaba más que cualquier promesa de obtener riqueza. Este 'acuerdo' se mantuvo hasta la última década, cuando comenzó a erosionarse", reseña.

La gallina de los huevos de oro rusa

Si Lukashenko logró mantener su declarado "contrato social" durante los 90 y los 2000, ello se debió en gran medida a la intervención económica rusa. La alianza con Moscú y las promesas de integración permitieron a Bielorrusia vincular entre el 15 y el 20% de su PIB a los subsidios rusos durante las dos primeras décadas de su Gobierno, según Moshes.

"Hasta hace poco, Lukashenko jugaba a dos bandas para obtener el máximo beneficio", comenta Ash. "Por un lado, iba Occidente y les aseguraba que 'mejoraría los derechos humanos' para obtener ayudas, y al año siguiente volvía a Rusia y festejaba su alianza con Moscú", subraya.

"Pese a que Lukashenko hablaba de manera prorrusa todo el tiempo, fue capaz de asegurarse de que no hubiera otras fuerzas políticas bielorrusas más amigas de Rusia", sostiene Moshes. Al reprimir tanto a los movimientos de oposición como a los favorables a Rusia, el mandatario se convirtió en el único interlocutor válido del país con Moscú.

En los últimos años, su Gobierno aparentemente estable se ha tambaleado. Las elecciones de 2020, que parecían asegurar una fácil reelección, se tornaron en inesperadas protestas y en una oposición consolidada. Personas sin experiencia política previa, como la activista Svetlana Tikhanovskaya, ganaron cientos de miles de seguidores en todo el país tras la detención de su marido y candidato presidencial, Serguéi Tijanovski, convirtiendo la campaña electoral en una de las más desafiantes para el régimen.

"En respuesta a las protestas y la posterior represión que siguieron, sucedieron dos cosas: en primer lugar, Europa cerró sus puertas a Lukashenko al ser visto como irredimible, y segundo, su supervivencia política acabó irremediablemente unida al apoyo ruso", determina el profesor de ciencias políticas en la Universidad Estatal de Dakota del Norte, Thomas Ambrosio.

Palos sin zanahorias

Pese al revés sufrido en 2020, el régimen contaba entonces y ahora con varias herramientas para minimizar la probabilidad de protestas masivas que escalasen hasta el punto de amenazar su supervivencia, en una relación de "palo sin zanahoria" que niega cualquier concesión a sus oponentes.

"El régimen de Lukashenko ha sido bastante despiadado a la hora de acabar con la oposición mediante arrestos, encarcelamientos y, según a quién se le pregunte, asesinatos", establece Ambrosio. "Además, Rusia apoya al régimen de dos maneras al proporcionar legitimidad política y dotar de subsidios que el líder utiliza para realizar sobornos y hacer menos probable que las élites se levanten contra él", añade.

Sin embargo, "como lo demostraron los acontecimientos de 2020, mientras los políticos y expertos de la oposición cuestionaban e incluso rechazaban la idea misma de una división social, Lukashenko reconoció la existencia de una parte disidente, por lo que ya se estaba preparando para el hecho de que tarde o temprano una minoría disidente entraría en la arena política", señala el sociólogo bielorruso, Oleg Manaev.

Después de 2020, el mandatario ha sido hábil para recuperar parte de la confianza perdida. Ha conseguido transmitir el mensaje de que Bielorrusia no participa en la guerra gracias a él. "Lukashenko difundió la idea de que una persona nueva y sin experiencia que lo sustituyera no sería capaz de afrontar este problema con el mismo éxito. Entonces, es una combinación de estas represiones y de convencer a la ciudadanía lo que mantiene su apoyo en un nivel significativo que, aunque fluctúa, es firme", añade Moshes.

Crear la identidad bielorrusa

En su momento, y cuando accedió al poder, Lukashenko tenía su propia visión de la identidad bielorrusa, basada en la preservación y el desarrollo de lo que entendía como los mejores aspectos del pasado soviético. No fue hasta el estallido del conflicto ruso-ucraniano en 2014 que el Gobierno bielorruso comenzó a introducir elementos de una agenda nacionalista.

"Después de la anexión de Crimea por parte de Rusia, Lukashenko temió ser el siguiente, lo que hizo que emprendiera una serie de políticas para fortalecer su independencia política y geopolítica, incluido el énfasis en la identidad nacional separada de Bielorrusia y Rusia", indica Manev. "Sin embargo, [en el Gobierno] el equilibrio entre afirmar una identidad nacional separada, por un lado, y enfatizar los vínculos históricos y culturales entre Rusia y Bielorrusia, por el otro, se ha inclinado hacia lo segundo", concreta.

En cambio, el nacionalismo entre la población había comenzado años antes. "En 2010, la gente ya no estaba contenta con la vida de pobreza relativa: algunos emigraron y recibieron educación occidental, y cada vez más comenzaron a verse a sí mismos como ciudadanos de un Estado independiente en lugar de como parte de una unión con Rusia", explica Moshes. "La ideología de Lukashenko ya no era persuasiva para estas personas, lo que lo obligó a intensificar la represión", sentencia.

La división de la sociedad bielorrusa

Según Manaev, Bielorrusia se caracteriza por una clara diferencia política entre sus habitantes. Por un lado, "un segmento de la sociedad está a favor del paternalismo y orientación hacia Rusia" y, por otro, "la libertad individual y viraje hacia Occidente". Ambas partes están formadas por millones de personas, que conviven cada día pese a su división ideológica.

Para ejemplificar esta brecha, cientos de bielorrusos están combatiendo de forma voluntaria tanto para Rusia como Ucrania, algo que Manaev define como una "guerra civil" no declarada.

Un informe del Centro Alemán de Estudios Internacionales y de Europa del Este en diciembre de 2020 reveló que más del 40% de los ciudadanos bielorrusos estaban a favor de la democracia, mientras que los partidarios de Lukashenko abogaban por una autocracia o forma de Gobierno alternativa.

Hasta el momento, el desarrollo de unas instituciones estatales destinadas a afirmar la soberanía bielorrusa mientras mantiene una alianza paralela con Rusia, no ha sido completamente posible. En consecuencia, "decir que Bielorrusia es una extensión de Rusia no estaría completamente fuera de lugar", advierte Ambrosio. "Tiene mucha autonomía, pero casi parece algo similar a lo que vemos en Chechenia que, aunque es parte de Rusia, funciona como una especie de Estado feudal", añade.

Lukashenko y Putin, una amistad incómoda e inevitable

La invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia en febrero de 2022 puso en duda la soberanía de Bielorrusia. El país sirvió de plataforma de lanzamiento del ataque, convirtiéndose así en coagresor. A lo largo de la misma, Lukashenko ha actuado tanto como un proveedor de servicios de guerra hacia Putin como ha tratado de evitar cualquier participación militar directa.

Este juego a dos bandas no es nuevo para el mandatario. "Lukashenko ha dependido durante mucho tiempo del gas natural y petróleo rusos para sobrevivir", argumenta Ambrosio. "No obstante, también ha coqueteado con Occidente para obtener más concesiones de Moscú y, a veces, Occidente correspondía en un esfuerzo por separar a Bielorrusia de Moscú", reitera.

Después de las elecciones presidenciales bielorrusas de 2020, y ante el aumento de la oposición, Lukashenko se encontró en un papel suplicante ante el presidente ruso, Vladímir Putin. La crisis política en Bielorrusia ofreció al Kremlin la oportunidad de ampliar su control sobre el país e imponer sus demandas de integración que el mandatario bielorruso siempre se había negado a cumplir, como un aumento de la presencia militar rusa.

Lukashenko ya no puede vivir sin Putin

Los contactos Bielorrusia-Rusia se intensificaron considerablemente durante el primer año de la guerra. Hubo diez reuniones directas entre los jefes de Estado. "Lukashenko ya no puede existir sin Putin, de ahí que le esté brindando todo su apoyo", sentencia Ash. Actualmente, ambos líderes son parias internacionales, pese a que el mandatario bielorruso ha tratado de mostrar que su país no es un participante militar activo en la guerra.

"Estoy seguro de que, si las circunstancias lo permitieran, estaría abierto para avanzar en dirección occidental", incide Moshes. "Pero para eso el pueblo de Bielorrusia debería saber qué les espera si eligen el camino europeo, si tendrá dificultades económicas y si se mitigarán con la ayuda occidental; aunque, en todo caso, la situación a este respecto es más difícil ahora de lo que hubiera sido en 2020", añade.

"Rusia ha demostrado un claro interés en mantener el statu quo autoritario en Bielorrusia y está dispuesta a ayudar activamente a Lukashenko a sobrevivir en el poder", recalca Ambrosio. "En parte se debe a que la democracia es tóxica para el Kremlin, pero también porque ello reorientaría a Bielorrusia hacia Occidente, algo que Moscú nunca podría tolerar", concluye.