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Carta de una afgana

Mi amado Afganistán, convertido en una prisión a cielo abierto

  • Una mujer afgana expresa sus sentimientos sobre los tres años de régimen talibán a través de una carta
  • Mantiene su anonimato por miedo a recibir represalias

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Una mujer afgana camina por una calle de Kandahar, Afganistán
Una mujer afgana camina por una calle de Kandahar, Afganistán Sanaullah SEIAM / AFP

En las sombras de un país olvidado, me despierto cada día con el corazón pesado y los ojos húmedos. Soy una mujer afgana, una vez llena de sueños, ahora prisionera en mi propia tierra. Mis manos, que alguna vez sostuvieron libros de literatura española en la Universidad de Kabul, ahora tiemblan al correr las cortinas para mirar furtivamente el mundo exterior.

He intentado escapar tantas veces que he perdido la cuenta. Cada intento es una herida más en mi alma. Recuerdo la última vez: estaba en el aeropuerto de Kabul, con mi pequeña hija en brazos y mi hijo aferrado a mi falda. Podía ver los aviones, tan cerca y a la vez tan inalcanzables. Los gritos, el caos, el miedo palpable en el aire. Un talibán me empujó, mi hijo lloró y, una vez más, la esperanza se desvaneció como humo en el viento.

Desde que los talibanes tomaron el control, mi amado Afganistán se ha convertido en una prisión a cielo abierto. Las calles que una vez resonaban con las risas de las niñas camino a la escuela ahora están silenciosas y sombrías. Mi alma se marchita cada vez que paso frente a la universidad cerrada, recordando mis sueños de una maestría en Literatura Española, ahora tan lejanos como las estrellas.

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Transcripción completa

Ésta fue una de las imágenes que dio la vuelta al mundo.

Miles de afganos tratando de salir desesperadamente del país

en aviones programados para expatriar extranjeros.

Huían del régimen talibán que se imponía de nuevo en Afganistán

veinte años después de su derrocamiento.

En cuestión de días, los talibanes tomaron Kabul

y se hicieron con el control de todo el país.

Llegaron con la promesa de traer la paz, pero tres años después,

el país vive una realidad muy distinta.

Sin la presencia de tropas internacionales

y el régimen aislado,

la seguridad se ha visto gravemente deteriorada.

La ONU denuncia más de 800 casos de asesinatos extrajudiciales,

desapariciones, detenciones arbitrarias,

torturas y malos tratos.

La violación de los derechos humanos es continua.

Sobre todo, de mujeres y niñas,

prácticamente excluidas de la vida pública.

Naciones Unidas habla de "apartheid" de género.

Hace tres años, una mujer en Afganistán

podía postularse a la presidencia.

Ahora, es posible que ni siquiera pueda decidir cuándo ir a comprar",

dice el organismo.

Y la situación económica va en declive.

La mitad de la población, 40 millones de personas,

vive sumida en la pobreza.

La comunidad internacional no reconoce al Gobierno talibán.

Solo China y Rusia han acercado posturas con los fundamentalistas

que otro año más han salido a celebrar su victoria.

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"Ser mujer aquí es una condena"

Nos mudamos a una pequeña provincia, huyendo del peligro constante en Kabul. Pero el miedo nos siguió, como una sombra que nunca nos abandona. Mi esposo, un hombre educado y gentil, ahora se quiebra la espalda en trabajos físicos cuando los encuentra. Hay días, demasiados días, en que vuelve con las manos vacías y la mirada perdida. En esas noches, el llanto silencioso de mis hijos hambrientos es un cuchillo que se clava en mi corazón de madre.

Ser mujer aquí es una condena. Estoy atrapada entre cuatro paredes, mis alas cortadas, mi voz silenciada. Cuando miro por la ventana y veo a los hombres caminando libremente, siento que me ahogo en mi propia casa. No puedo salir sola; cada vez que lo intento, el terror me paraliza. ¿Y si me detienen? ¿Y si nunca regreso con mis hijos?

Hemos suplicado ayuda a las autoridades españolas. Cada día, reviso desesperadamente si hay alguna respuesta, alguna luz en este túnel oscuro. Pero solo hay silencio, un silencio ensordecedor que grita nuestra soledad en este infierno.

Por las noches, cuando todos duermen, lloro en silencio. Lloro por mis hijos, cuya infancia está siendo robada. Lloro por mi esposo, cuya dignidad se desmorona día a día. Lloro por mí misma, por la mujer que fui y que ya no reconozco en el espejo.

Una pequeña llama de esperanza

El miedo es mi compañero constante. Cada sonido en la noche me sobresalta. Cada golpe en la puerta me hace temblar. ¿Vendrán por nosotros? ¿Será este el día en que perdamos lo poco que nos queda?

A veces, en mis momentos más oscuros, me pregunto si hay algún sentido en seguir luchando. Pero entonces miro a mis hijos, veo la inocencia en sus ojos y encuentro la fuerza para continuar. Porque en el fondo de mi corazón, enterrada bajo capas de miedo y desesperación, aún arde una pequeña llama de esperanza. Esperanza de que algún día, mis hijos y yo podremos caminar libres, sin miedo, bajo un cielo abierto. Que algún día volveré a sostener un libro de García Lorca en mis manos y les leeré a mis hijos sobre la libertad y la belleza del mundo.

Esta es mi historia, mi grito silencioso al mundo. No nos olviden. No nos abandonen en esta oscuridad. Porque aquí, en este rincón olvidado de Afganistán, hay corazones que aún laten, sueños que se niegan a morir y mujeres que, a pesar de todo, se atreven a esperar un mañana mejor.

Gracias

*Este texto ha sido escrito por una ciudadana afgana que reside en Afganistán y que ha querido compartir sus sentimientos sobre el régimen talibán con RTVE Noticias a través de una asociación que colabora con el país.