Enlaces accesibilidad
Análisis | EE.UU.

Las candidatas presidenciales demócratas: del trauma de Hillary Clinton a la prudencia de Kamala Harris

  • Los demócratas controlan su euforia por miedo a sufrir un trauma como fue la derrota de Hillary Clinton en 2016
  • En esta campaña no se juega explícitamente la carta de ser mujer y no blanca y se ha resignificado el concepto libertad

Por
Elecciones EE. UU. | Las candidatas presidenciales demócratas: de Hillary a Kamala Harris
La candidata a presidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, el jueves en la convención demócrata de Chicago AFP / ROBYN BECK

Hillary Clinton ha sido la primera gran figura del Partido Demócrata en hablar en los cuatro días de convención, y Kamala Harris, en tanto que candidata a presidenta, ha sido la última. Una metáfora tal vez del reto de los demócratas en esta elección: haber aprendido la lección de hace ocho años y evitar a toda costa que se repita la victoria de Donald Trump.

Pánico a un 2016 bis: no se puede dar nada por hecho

Estupor e incredulidad, antes incluso que tristeza, fueron los sentimientos que enmudecieron a los seguidores, especialmente las seguidoras, de Hillary Clinton la noche del 8 de noviembre de 2016. No importaban las encuestas previas ni haber conseguido casi tres millones de votos más que su rival, Hillary Clinton había perdido las elecciones, no sería la primera presidenta de los Estados Unidos. Fue un trauma. Enmudecieron sus votantes y enmudeció la candidata que no compareció aquella noche para reconocer la derrota. ¿Orgullo demasiado herido? ¿Negación de la realidad? ¿Berrinche? No compareció y aceptó la derrota hasta el día siguiente. Aquel trauma, el chasco de pasar de verse ganadores a ser humillados -así lo vivieron- por Donald Trump, perdura ocho años después y sobrevuela en la campaña exprés de Kamala Harris.

Es más que evidente el efecto positivo que ha tenido la retirada del presidente Joe Biden en la campaña demócrata. En cuestión de horas sus simpatizantes pasaron del pesimismo absoluto, de dar la elección por perdida, a la euforia, porque ahora ven, no segura, pero sí posible la victoria. Ese alborozo súbito se ha notado en el ambiente de la convención, es extraordinario en las redes sociales, que el equipo de Kamala Harris y decenas de voluntarios alimentan con creatividad y buen rollo, y, muy importante, se notó también desde el primer día en la recaudación de fondos, un factor, si no determinante, sí ilustrativo.

Pero se trata de una euforia como el globo-pebetero de París, anclada en el suelo, o por lo menos en ello insisten los candidatos y los pesos pesados del partido: hay buenos indicios, pero hay que ser prudentes, no hay que confiarse, y, sobre todo, hay que intentar convencer a cuanto elector indeciso o escéptico esté al alcance. "Ya tendréis tiempo de dormir cuando estéis muertos", les dijo el candidato a vicepresidente, Tim Walz. "No os quejéis, haced algo", les exhortó Michelle Obama y se ha convertido en uno de los lemas que han coreado en la convención: "Do something!" (haced algo). "Esta elección será muy ajustada, dependerá de un puñado de votos" advirtió el expresidente Barack Obama, y el otro ex, Bill Clinton, lo citó y alertó: "Una campaña es un asunto de una dureza brutal y el adversario es muy bueno distrayéndonos".

En 2016 parecía inverosímil una victoria de ese candidato imprevisto, estrafalario, antisistema, y de hecho perdió el voto popular de manera espectacular, pero con las normas de las elecciones presidenciales, Trump ganó. Ocho años después, aquel chasco monumental pesa en el ánimo de los demócratas y una victoria de Donald Trump ya no es inverosímil. Ese fue uno de los legados de Trump, ya nada es inverosímil en la política de los Estados Unidos. Por eso los demócratas han abandonado aquel lema de Michelle Obama en la primera campaña de Trump (2016): "Cuando ellos se rebajan [son rastreros] nosotros nos elevamos", lo que en un español taurino sería no entrar al trapo de los insultos y la descalificaciones del contrario. Duró poco, desde que Trump se convirtió en presidente Michelle Obama es de las oradoras más agresivas contra The Donald.

El techo de cristal y la antorcha

¿Cómo jugar la carta de la mujer? Hillary Clinton dudó en hacerlo en las primarias de 2008 frente a Barack Obama y en la presidencial de 2016 frente a Donald Trump. Lo explicitara o no la candidata, la disyuntiva que tuvieron muchos simpatizantes demócratas en 2008 fue si apostar por la primera mujer presidente o el primer afroamericano, y entre las mujeres hubo una división generacional, por encima de los 45-50 años preferían a la mujer, se identificaban con Hillary Clinton; por debajo de esa edad se impuso la Obamanía.

En la carrera presidencial de 2016 la campaña de Hillary Clinton explicitó el hito que sería su victoria, pero las encuestas, antes y después de las elecciones, indicaron que el dilema entre Trump y ella no era tanto entre hombre y mujer, sino entre un nuevo tipo de liderazgo, populista, disruptivo, antisistema, el de Donald Trump, y el de una figura del establishment político con una mochila demasiado polémica, un dilema que se describió como "a quién detestan menos". Hillary, como había dicho ya en 2008, dejó unas cuantas grietas más en el techo de cristal del poder político en los Estados Unidos, pero ni ella ni ninguna otra mujer ha logrado romperlo. Su misión en el primer día de convención fue entregarle, más que la antorcha en esa carrera, una maza a Kamala Harris para que el 5 de noviembre rompa ese techo.

La convención de los eufemismos

Casi ocho años después de su mayor derrota Hillary Clinton recibió una ovación entusiasta y larga el primer día de la convención. Sin explicitar en ningún momento "mujer presidente", ese fue el contenido de su discurso. En el reparto de papeles, a ella le tocó encargarle a la militancia que esta vez sí, que esta vez tienen que lograr que la candidata llegue a la Casa Blanca. Se remontó a la época en que las mujeres no tenían derecho a votar en todos los Estados Unidos, se reconoció heredera de mujeres que habían cruzado barreras políticas anteriormente, aludió tres veces al techo de cristal, e insistió, ella también, en su caso por experiencia amarga, en la necesidad de trabajar más duro que nunca en lo que queda de campaña y no ser complacientes. Pero no dijo explícitamente "hay que lograr tener por primera vez una mujer presidente", dijo que detrás del techo roto de cristal veía a Kamala Harris jurando el cargo de presidente.

Los Obama fueron los encargados de enlazar la candidatura de Harris con la presidencia de Barack, en hacer campaña para volver a tener un presidente, presidenta, no blanco en la Casa Blanca, pero, de nuevo, sin explicitarlo. Barack Obama hizo un guiño a su primer discurso en la convención, la de 2004, hace 20 años, cuando fue el orador revelación. En aquella ocasión se describió a sí mismo como "un chaval flaco con un nombre gracioso/raro/exótico (funny)" y esta vez se refirió a Kamala Harris como "otra candidata con un nombre funny".

Es como si, en aras de lograr el voto de ese centro que inclina la balanza en los estados decisivos, el Partido Demócrata tuviera miedo de ahuyentar algún votante con la bandera de la mujer o de la identidad racial. O tal vez es que, simplemente, es un discurso ya superado o que consideran que no hace falta explicitarlo, que ya es bastante evidente que Kamala Harris es mujer y no es blanca. Lo que sí explicitan una y otra vez para defender su candidatura son los méritos: su carrera como fiscal, como senadora y como vicepresidenta.

Otro eufemismo, el derecho al aborto. Los demócratas confían en que igual que ocurrió en las elecciones legislativas de 2022, esta reivindicación les reporte votos. Es omnipresente en la campaña, y Kamala Harris como senadora y vicepresidenta se ha hecho portavoz, pero apenas se oye la palabra aborto, la terminología preferida es el derecho a decidir, la libertad de las mujeres sobre su cuerpo. Da la impresión de que los discursos electorales están construidos con sobreentendidos por miedo a que llamar a las cosas por su nombre les reste algún voto.

Prácticamente ausente de la convención oficial, organizada por el partido, ha estado la cuestión que puede ahuyentar a un sector de sus propios votantes, sobre todo entre los jóvenes y los musulmanes: el conflicto entre Israel y Palestina. Y de nuevo, los eufemismos. Se podría entender que la insistencia de los Obama o de Bill Clinton en que no se trata de elegir una candidatura perfecta, sino entre dos opciones: o Trump o Harris, y que no "distraerse" en detalles y "centrarse en lo importante" es una manera implícita de pedir a esos manifestantes, en las universidades y en la calle, que piden un alto el fuego en Gaza y que Estados Unidos deje de entregarle armamento a Israel, que no se obcequen con esa cuestión porque se arriesgan a que Donald Trump vuelva a presidir el país.

El discurso

Los eufemismos se acabaron con el discurso de quien aspira a ser en cinco meses presidenta del país y lleva tres años y medio siendo vicepresidenta. Kamala Harris habló del aborto, causa que abandera desde que hace dos años el Tribunal Supremo derogó el derecho constitucional, y ha prometido hacer todo lo posible para aprobar una ley que devuelva ese derecho a todos los estados de la Unión. Ha hablado de la guerra entre Israel y Hamás. Harris ha sido contundente -como tiene que ser cualquier aspirante a presidente de los Estados Unidos- en su apoyo al derecho de Israel a defenderse y evitar que se repita un ataque terrorista como el del 7 de octubre; y acto seguido ha sido igualmente vehemente reconociendo los miles de inocentes que han muerto en Gaza, los desplazados y el sufrimiento, y se ha declarado a favor del derecho "a la dignidad, la libertad y la autodeterminación de los palestinos."

Siguiendo la tradición estadounidense, Harris empezó el discurso contando su biografía. Porque para el gran público puede ser desconocida o confusa y, también, porque es un hilo conductor idóneo para el mensaje con el que busca los votos de los electores moderados y de orígenes y familias distintas a la blanca cristiana tradicional. Dato, según el Pew Research Center, casi la mitad (44%) de los votantes demócratas no son blancos anglo, mientras que en el Partido Republicano son apenas un 21%. Kamala Harris nació de padres inmigrantes que se divorciaron cuando ella era pequeña, se crió en un barrio de clase media, trabajadora, por una madre y un entorno que le inoculó lo que citó Michelle Obama, "no te quejes, haz algo". Esa idea, luchar contra las injusticias, sigue el discurso, la llevó a estudiar derecho y convertirse en fiscal. Y, más tarde, entrar en política. Esta biografía vital y profesional ha sido perfecta para diseñar contrarreloj, en apenas un mes, la campaña de Harris y la narrativa de la convención: la fiscal frente al delincuente convicto, alguien de clase trabajadora que ha tenido que luchar contra el racismo y el sexismo frente a alguien que nació ya con una fortuna y privilegios. Y la fórmula de los fiscales en los tribunales de EE.UU. le va como anillo al dedo como lema electoral: "Kamala Harris for the people", que podemos traducir por "Kamala Harris por el pueblo" o "Kamala Harris por la gente".

La bandera de la libertad

El Freedom de Beyoncé precede y despide los discursos de la candidata Harris. En los Estados Unidos el lema de la libertad lo ha usado tradicionalmente la derecha porque suele invocar la libertad individual frente a cualquier intervención del gobierno. Se reclama libertad a favor de comprar todo tipo de armas, o en contra de la sanidad universal que -argumentan- coartaría una supuesta libertad de elección de médico y tratamiento. Esta semana, los demócratas le han dado la vuelta y han convertido en suya la bandera de la libertad: "Libertad de la mujer para decidir sobre su cuerpo, libertad para querer a quien se quiera, libertad para ejercer la propia identidad, libertad de credo, libertad para leer todo tipo de libros en las escuelas, libertad para ir a la escuela sin miedo a morir por una bala...".

El día en que Kamala Harris nos dio plantón

Fue en octubre de 2019, cuando los demócratas buscaban un candidato que se enfrentara al presidente Trump en noviembre de 2020. Las elecciones primarias para encontrar ese candidato empezarían en enero, pero, como suele ser habitual, los aspirantes empezaron su campaña ya un año antes. Un equipo de TVE nos desplazamos a Iowa, el estado que inaugura las primarias con su caucus y donde más campaña hacen los aspirantes en los meses anteriores. Intentamos captar el ánimo de los simpatizantes demócratas y seguir al mayor número de candidatos para En Portada.

Acudimos a un acto con sindicalistas de cinco de los principales aspirantes: el hoy presidente Joe Biden; el secretario de Transportes, Pete Buttigieg, hoy uno de los mejores portavoces del partido, el gobernador de Montana, Steve Bullock; el senador por Colorado, Michael Bennett, y la senadora por California, Kamala Harris.

Seguimos las intervenciones de los candidatos a través de una pantalla en una sala, los candidatos, después de hablar y conversar con los sindicalistas, acudían a nuestra sala y, de manera muy cercana, casi improvisada, se sometían a nuestras preguntas, a apenas unos centímetros de nosotros, sin que mediara estrado ni mesa entre político y periodista. Pude preguntar un par de veces en castellano a Buttigieg y en inglés al resto. Todos fueron pasando tal como estaba previsto. Todos menos Kamala Harris, que dio plantón a la prensa. Nos quedamos con las ganas de hacerle preguntas, verla en la distancia corta y grabar con ella unas imágenes propias. Eso ocurrió a mediados de octubre y a principios de diciembre Harris tiró la toalla. Harris no llegó a presentarse ni a la primera votación de primarias en 2020. Un fracaso de candidatura.

Pero las estrategias electorales acudieron a su rescate. Una vez seleccionado como candidato a presidente, Joe Biden eligió a Kamala Harris para vicepresidenta. Los candidatos a vicepresidente se eligen para compensar los flancos que se consideran débiles del candidato a presidente, pero es el candidato a presidente quien decide al votante potencial. Y ese es el punto flaco de la candidata Harris, que siempre le pueden reprochar que no la eligieron a ella, sino a Biden, y que en 2020 abandonó antes de la primera votación. Kamala Harris es hoy la candidata sin haber ganado unas primarias, sin haber debatido y sin enfrentarse a entrevistas o ruedas de prensa comprometidas. Ella y su campaña contraargumentan que entre 2020 y 2024 hay casi cuatro años de experiencia en la cúpula del poder.

Terminados los cuatro días de convención y presencia mediática arrancan ahora dos meses y medio de campaña electoral que, a buen seguro, será feroz. El invento del relevo a última hora ha sido un éxito total en el laboratorio demócrata, ahora falta ver cómo funciona fuera.