La (no) vuelta al cole de las afganas: "Me sentía una delincuente y yo solo quería aprender"
- RTVE.es recoge el testimonio de tres mujeres afganas, una de las cuales desafió el veto talibán
- Afganistán es el único país en el mundo que prohíbe la educación secundaria a las niñas
Una pizarra, un libro y un lápiz es lo que más desea Setara*, que añora los recreos con sus compañeras y las conversaciones sobre el futuro con sus maestras. Pero septiembre es en Afganistán sinónimo de nostalgia para todas las niñas y mujeres que no pueden recibir educación desde que los talibanes volvieron al poder en 2021. "Es el mes más triste del año", relata a RTVE.es.
En el Emirato Islámico de Afganistán, volver a las aulas es una quimera para las niñas mayores de 12 años. Ellas solo pueden acceder a la educación primaria, pero tienen vetado asistir a la escuela secundaria y la universidad. Setara ahora tiene 19 años y vive con su familia en Herat. En 2021, con la vuelta de los talibanes, tenía 16 años y se la jugó para seguir estudiando en una escuela clandestina. "Me sentía una delincuente, ya que tenía que ir a escondidas", cuenta. Finalmente, se enteraron las autoridades y fue desmantelada. No obstante, las escuelas secretas han vuelto a emerger y ofrecen lecciones online y presenciales.
Setara chapurrea el inglés, pero quiere ser precisa y pide traducción del darí. Adela, una compatriota suya exiliada en España se ofrece a traducir. La conversación se convierte entonces en una llamada grupal en la que ella habla bajito y despacio. Está en alerta, pero su casa es un lugar seguro. "Estuve el primer curso de la vuelta de los talibanes en una escuela clandestina para las niñas", rememora. Antes de acabar el curso, se enteraron y un día irrumpieron en el aula con armas, "cargados de ira y amenazantes".
"Le pregunté a uno de ellos por qué no nos dejaban estudiar, me dio una paliza con unos libros en la cabeza y me gritó que esto no se puede preguntar", narra. Es ilegal, según el rígido sistema, basado en una estricta interpretación de la sharía islámica. Afganistán es así el único país en el mundo que prohíbe la educación secundaria a las niñas.
Ahora "todo está prohibido". El Ministerio para la Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio ha ido legislando para borrar a las mujeres de la vida pública. El pasado 23 de agosto aprobaron una nueva restricción para prohibir la voz en público de las mujeres. No pueden hablar en alto, cantar, recitar o hablar frente a micrófonos. Además, establece cómo deben cubrirse el rostro y el cuerpo para no "causar tentación". Ellas han dejado de existir en la vida política, en los medios de comunicación y solo pueden trabajar en ámbitos como la educación y la sanidad.
Desde Herat, la joven se muestra orgullosa de cómo las mujeres afganas estos días lanzan su voz en las redes sociales para desafiar al intransigente régimen. "Yo tengo miedo a salir de casa", confiesa la joven, que reconoce que lleva dos años sin hacerlo. La última vez fue a comprar comida con su madre, las vieron solas y "vinieron a preguntarnos por qué no íbamos con un muhrim (un familiar directo)". Recuerda que ellas tampoco pueden coger un autobús con hombres. A medida que avanzamos en la conversación, se quiebra, su voz se derrumba al otro lado de la línea. "Tengo miedo de salir porque tengo amigas de mi edad que cuando las han visto y les han gustado las han forzado a casarse con ellos sin importar la voluntad de las chicas ni la de sus familias", añade.
Vuelve a su deseo de estudiar, le costó mucho digerir que ya no podía hacerlo. "No lo podía aceptar", dice. Se queda en silencio. Al rato reconoce que estos últimos tres años han sido los peores años de su vida. "Mucha depresión. Estoy encarcelada en la casa sin haber cometido un delito", reconoce.
La vida en Afganistán ha empeorado: casi 24 millones de personas necesitan asistencia humanitaria. No hay trabajo, la asistencia humanitaria se ha debilitado, la ayuda exterior escasea. Un tercio de los 45 millones de afganos sobrevive a base de pan y té, sufriendo un desempleo masivo. No hay luz, ni comida suficiente, ni agua. "No podemos quejarnos a nadie", dice.
Todas las instituciones, recuerda, están bajo el control talibán. Ve el futuro muy oscuro: "imposible estudiar Medicina". Hay gente a la que le da igual, pero yo no puedo aceptarlo, tenía buenas notas y ahora "me llevaré este sueño a la tumba". Tiene cinco hermanos, uno de ellos está cursando bachillerato. Su madre es la que más sufre por esta desigualdad. "Para ella somos iguales y le da pena que él pueda ir a bachillerato y yo tenga que quedarme en casa", dice. "Nos da mucha rabia, siente todo lo que ha luchado y ahora le duele ver cómo sus hijas no pueden formar parte de la vida del país", concluye.
"Esperaba estudiar y valerme por mi cuenta"
Las prohibiciones no entienden de excepciones. Ni de lo logrado hasta ahora, ni de los planes del futuro. Aahoo* tiene 24 años y era universitaria. Habla en pasado porque desde hace tres años tiene prohibido pisar la Universidad de Herat. Ella nació en el seno de una familia con ocho hijas, ni un varón. Su padre ahora es anciano, no puede trabajar y la precariedad reina en su casa. "Vivimos en unas circunstancias económicas muy malas", dice. "Esperaba estudiar y valerme por mi cuenta, pero no obtuve el certificado y me comprometí con el que era mi novio", relata. Su pareja se graduó en Derecho, aunque de nada le sirve, porque el derecho que estudió ha sido eliminado por los talibanes. "Ellos solo creen en el derecho islámico", dice. "No le sirvió de nada, pero al menos puede trabajar de comerciante".
Es hombre, son ellas las que no pueden optar a cualquier tipo de trabajo. Las autoridades impusieron el cierre de miles de salones de belleza, una fuente de ingreso para muchas economías familiares y lugares de encuentro y unión para las mujeres.
Aahoo estaba estudiando literatura inglesa, era una forma de sentirse conectada con el mundo. "Habría trabajado en una organización internacional para ayudar a las mujeres de mi país. Me imaginaba en contacto con las afganas en las zonas más rurales, escuchándolas donde nadie lo hace", dice respecto a lo que un día fueron sus planes de futuro. Pero tres años después siente que su voz también se desvanece junto a la posibilidad de alcanzar sus metas.
"Lamentablemente, todo se multiplicó por cero cuando llegaron los talibanes con estas leyes. Aquí prevalece el apartheid de género, las mujeres son condenadas y privadas por el mero hecho de ser mujeres", denuncia. Además, se las ha excluido de la esfera deportiva, así como del acceso a los centros deportivos.
"A las mujeres nos torturan en vida por ser mujeres y nos privan de todos nuestros derechos", añade. Su vida antes de los talibanes, dice, tenía mucho sentido. "Estaba motivada y estudiaba mucho, soñaba con graduarme". Pero desde hace tres años, todos sus sueños se han ido diluyendo como los castillos de arena barridos por las olas del mar. "A todas solo se nos permite estar en casa", lamenta.
Afganistán, un desierto de talento
Lo cierto es que el país se ha quedado desierto de talento. La llegada de los talibanes ha provocado, desde el primer día, una verdadera fuga de cerebros, personas que se habían formado y que trabajaban para el anterior Gobierno. "Tengo una hermana que está enferma, pero no va al médico porque tiene miedo porque ya no tenemos buenos profesionales", asegura.
Con la vuelta de los talibanes al poder, el PIB se contrajo violentamente un 26% en 2021 y 2022, según el Banco Mundial, que estima que "el crecimiento será cero durante los tres próximos años y la renta per cápita caerá ante la presión demográfica". Esta coyuntura económica y el aislamiento internacional del régimen está llevando a su población a hundirse en medio de una crisis humanitaria que se agrava irremediablemente.
Fatima* es madre de tres niñas y un niño. Vive en Kabul, en la capital, pero la situación de opresión no distingue entre grandes y pequeñas ciudades. Ella se prepara estos días para el nuevo curso escolar. Sus dos hijas pequeñas aún pueden estudiar, tienen seis y ocho años. Sin embargo, la mayor ya no puede seguir con sus estudios porque tiene 13 años. "Para mí como madre es muy frustrante porque no sé cómo motivar a las pequeñas sabiendo que no van a progresar", denuncia.
“ Con hambre e ignorancia no podremos avanzar como sociedad“
"La desesperación se ha extendido por todas partes", dice. Le preocupa el futuro de Afganistán. "Con hambre e ignorancia no podremos avanzar como sociedad", arguye. Ella sí logró terminar sus estudios en Económicas, pero no tiene permiso para trabajar.
Lo que ocurre ahora le recuerda a cuando los talibanes llegaron al poder tras una brutal guerra civil en 1996. Entonces expulsaron al Gobierno moderado de los muyahidines controlado Ahmad Shah Massoud y, de la noche a la mañana, se despojó de la educación a todas las mujeres y niñas durante cinco años.
Pero lo que más le preocupa es el futuro hipotecado de las nuevas generaciones. "Los talibanes son muy estrictos con las mujeres y las niñas afganas, no podemos trabajar, estamos encarceladas, limitadas y privadas", denuncia.
Además, sienten que cada día el mundo las deja más de lado. A medida que pasan los días bajo el régimen del oprobio, merma su salud mental. Como consecuencia, "los suicidios entre las mujeres afganas están aumentando", zanja Fatima.
*Los nombres utilizados en este reportaje son ficticios para proteger la identidad de sus protagonistas.