Abuelos cuidadores, entre la elección y la obligación
- En España hay ocho millones de personas mayores de 65 años y unas 700.000 cuidan de sus nietos
- Muchos de ellos son imprescindibles para que el engranaje familiar funcione por las circunstancias socioeconómicas
Son las 9:30 de la mañana y un grupo de octogenarias –María, Isabel, Rosario, Julia– disfruta alrededor de una mesa de su café con tostada. Algunas las han pedido con aceite y tomate, otras las prefieren con mantequilla y mermelada. El café; manchado, nube, en vaso largo, en taza… Es la escena de cada día en el bar más cercano al colegio del pueblo. Estamos en la localidad sevillana del Palmar de Troya, un municipio a 40 minutos de la capital andaluza.
En el Palmar de Troya la agricultura es el sustento de muchas familias. Otros palmareños están empleados en el sector servicios y el resto, sobre todo jóvenes parejas, aprovecha los meses de verano para trabajar en ferias como la de Sevilla, Córdoba, Jerez de la Frontera o Algeciras, donde bares y casetas necesitan camareros, cocineras, limpiadores y, por supuesto, bailaoras y cantaoras.
Durante unas semanas, parten en busca de estos trabajos que les reportan ingresos para cuando lleguen los "meses de sequía laboral". Si la distancia lo permite, la salida es diaria, muy pronto por la mañana, y el regreso, ya entrada la noche. Si los kilómetros son demasiados, la ausencia se prolonga hasta que la feria concluya.
Así que ya sabemos por qué las cuatro mujeres están juntas desayunando. Están al cuidado de los nietos. La jornada no ha hecho más que empezar y, antes de seguir con su rutina, este grupo de abuelas se desahoga hablando de la vida entre risas. "A mí me tocan tres: uno tiene 12 años, otra 10 y otro cinco", cuenta una sonriente Julia que, aunque dice llevarlo "estupendamente", no niega que es duro. "Si nos los tuviera estaría en mi casa, en el sofá, y así tengo algo que hacer. Estoy muy contenta", declara.
Su hija y su yerno trabajan en el Palmar en jornada de mañana y tarde, así que se ha convertido en pieza imprescindible para que el engranaje familiar funcione perfectamente. La jornada de la abuela comienza a las ocho de la mañana. "Voy a su casa y les preparo el desayuno, las mochilas y los bocadillos para el cole. Cuando les dejo en la escuela, me voy a mi casa a seguir con mis tareas, aunque por ejemplo hoy a media mañana tengo que recoger al pequeño para llevarle al médico", nos explica.
Por la tarde, los lleva a casa de su hija, donde se queda con ellos hasta que ella sale de trabajar. "Entonces ya me voy a mi casa. Esa es mi vida". Lo cuenta entre la resignación y el orgullo de quien sabe que es imprescindible en toda esta intendencia familiar. "Si no fuera por mí, mi hija no podría trabajar. Entonces yo creo que están contentos conmigo. Desde que se casó, llevo levantándome todas las mañanas a las siete", concluye Julia.
La clave está en los límites
En España hay 10 millones de personas mayores de 65 años, en torno a unos ocho millones son abuelos y unos 700.000 cuidan de sus nietos con más o menos intensidad, según el último estudio realizado por la organización Aldeas Infantiles. Otros datos, mucho más difíciles de detectar, son cuántos lo hacen por elección y cuántos por obligación.
"Lo que sí vemos es que estos abuelos son muy incondicionales, les cuesta muchísimo poner los límites, quieren estar siempre disponibles, siguen cuidando de sus hijos, haciéndose cargo de sus nietos. Pero es importante que haya una parte también de autocuidado", advierte Mercedes Bermejo, vocal del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid.
Informe Semanal ha hablado con abuelas y abuelos que han dedicado buena parte de su tiempo al cuidado de los más pequeños. Cuando les preguntamos por cómo son esas rutinas, reconocen que es duro, pero, por encima del esfuerzo que les supone, siempre se impone el deseo de ayudar y nunca se sienten "explotados", aunque afirman conocer casos en los que se abusa de los abuelos y abuelas.
En el Palmar de Troya, Isabel arregla con paciencia de madre a su nieta Cayetana para ir al colegio. Le hace la cola de caballo, le prepara el colacao, le deja la mochila de ruedas en la puerta de la casa y le recuerda tomar la medicina. "Mi niña es muy responsable", dice orgullosa.
Isabel es viuda. "He trabajado en el campo, he sido propietaria de una churrería, estudié corte y confección y me dediqué a coser y, por supuesto, a criar a mis hijas". Ya jubilada, tuvo que hacerse cargo de su nieta mientras la madre trabaja en la feria de Jerez de la Frontera y el padre vive en Extremadura.
Por las tardes, se sienta un rato a ver la tele mientras Cayetana hace los deberes y merienda. Los días de sol pasan un rato en el parque y, si el tiempo no lo permite, se van a la asociación, donde las abuelas del pueblo se reúnen para hacer todo tipo de actividades. Cuando regresan a casa, están rendidas. "Para qué te voy a decir que no, me canso y muchas veces me acuesto muy temprano con ella porque tiene que madrugar para el colegio, quiere acostarse pronto y le da miedo dormir sola", reconoce.
Dicen los expertos que no existe el síndrome del abuelo esclavo como tal, pero sí una serie de síntomas asociados al actual modelo de sociedad, como explica a Informe Semanal el vicepresidente de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología, Andrés Losada. "Yo el término de abuelo esclavo quizá no lo utilizaría. Utilizaría más el de abuelos que están sometidos a una cierta presión, un cierto estrés. Porque hay unas condiciones de vida que les han llevado a estar en una situación que probablemente ellos no desean", explica.
"Por circunstancias socioeconómicas desfavorables, las familias tienen que recurrir a ellos con una intensidad muy superior a la que quizá ellos podrían sostener, lo cual les lleva a tener que limitar el tiempo que tienen para el ocio, el descanso, para actividades de desarrollo personal", agrega Losada.
Asimismo, señala que el meollo de la cuestión está en el tiempo y en la intensidad que dedican al cuidado de los nietos. "Tiene aspectos positivos tanto para los abuelos como para los nietos, porque les ofrecen una serie de recursos", como "un cariño o un afecto que si no fuese proporcionado por los abuelos, quizá no lo tendrían".
A su vez, "los niños facilitan a los abuelos el mantenerse conectados con la sociedad, relacionándose con otros grupos de edad, lo que serían las actividades intergeneracionales, que son muy positivas para las personas mayores".
"Nunca hay prisa, siempre hay tiempo para hablar, para contar. Mis hijos escuchan lo que ellos les dicen de una manera en la que a lo mejor no nos escuchan a nosotros, los padres", cuenta Lucía sobre sus hijos. Ella tiene la suerte de contar con Hilda, la hermana de su madre, ya fallecida; y con el marido de esta, Manolo, siempre dispuestos a pasar el tiempo que haga falta con Antón y Manuel.
A los pies de la muralla de Lugo, los cuatro dan un paseo. "Todo el tiempo es poco, quisiéramos que vinieran más. Pero ellos tienen que atender sus estudios", dicen Hilda y Manolo, para quienes el poder pasar tiempo con los niños es un "subidón". Para los padres, su ayuda ha supuesto durante años tener tranquilidad al saber que sus hijos están bien cuidados.
"Para mí han ejercido de segundos padres y para mis hijos son como sus abuelos", afirma Lucía. "Han sido también una figura de apoyo económico porque el hecho de que ellos cuidaran a nuestros hijos ha supuesto que nosotros no tuviéramos que desembolsar dinero para su cuidado", cuenta.
El problema en el cuidado de los nietos, ahonda Vicente Losada, llega cuando no se pone límite. "La sociedad española es muy colectivista, machista, familista, y de una manera casi inconsciente las personas, especialmente las mujeres, han sido llevadas a ese punto en el que consideran que esa es su obligación. Es lo que tienen que hacer. No hacerlo tendría importantes consecuencias negativas, no ya solo en términos de relaciones familiares, sino también en aspectos más personales, incluso de tipo espiritual, de sentirse con altos niveles de culpa", sostiene.
Y da un dato: "Uno de cada cuatro abuelos sometidos a especial estrés tiene niveles clínicamente significativos de depresión. Hay que tener en cuenta que en muchos casos arrastran algunos problemas de salud previos, mentales y físicos, lo cual obviamente hace que la situación sea grave".
Cuidadores y educadores
Además de cuidadores, muchos son educadores. "Hay cosas que a mí no me gustan y yo le llamo la atención", dice la abuela de Cayetana. Aun así, es común que haya discrepancias entre abuelos y padres sobre lo que se debe o no consentir a un nieto.
"Vemos que muchos niños y niñas pasan más tiempo con sus abuelos que con sus propios padres porque trabajan muchas horas. Los abuelos establecen sus normas, sus rutinas, sus pautas y muchas veces no coinciden con las de sus hijos y se genera mucha tensión y malestar", apunta la Psicóloga Mercedes Bermejo.
Volvemos con nuestras protagonistas del Palmar de Troya. Las hemos conocido gracias a Rosario, presidenta y alma mater de la asociación de mujeres del pueblo. A los 38 años empezó a ejercer de joven abuela, pero con 72 por fin está liberada y "libre como el viento". El ruido de las sillas apartándose de la mesa ahoga el coleo de las despedidas. La camarera empieza a recoger los vasos de café vacíos y lentamente una tras otra las abuelas del Palmar abandonan el bar. Se acabó el tiempo de ocio, la jornada de estas cuidadoras no ha hecho más que empezar.