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Análisis

Claudia Sheinbaum, nueva presidenta de México: una incógnita y varios retos

  • La nueva presidenta deberá tomar decisiones complejas en seguridad, economía y transformación energética
  • López Obrador deja un complejo mapa de relaciones internacionales

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Claudia Sheinbaum toma posesión de su cargo en México

"Le dije que no lo veía necesario". La frase es de Andrés Manuel López Obrador y se refiere al comentario que le hizo a Claudia Sheinbaum cuando le consultó sobre su intención de no invitar al rey de España a su toma de posesión. Aclaro: no veía necesario no invitar al rey. Y si lo cuenta López Obrador es porque quiere resaltar el espíritu libre de su sucesora. Y si lo cuenta el hasta ahora presidente, es porque muchos mexicanos sospechan que Sheinbaum tomará sus decisiones condicionada por lo que habría hecho su mentor, o incluso consultándole.

Claudia Sheinbaum tiene mejor formación que López Obrador. Quizá tenga menos olfato político, pero aparenta pragmatismo y eso siempre puntúa en la libreta de notas de un estadista. Nada que ver con el humanismo populista que rezuma López Obrador en todas sus 'Mañaneras', los encuentros con la prensa que ha mantenido a las 7 de la mañana durante el sexenio. Ahora bien, a los humanistas populistas se les ve venir de lejos, pero cuesta más trabajo detectar con antelación el rumbo de los pragmáticos. 

El despacho presidencial del Palacio Nacional es una sala amplia, recargada de muebles de madera maciza, apliques dorados y sillones majestuosos. Un espacio del que le costará alejarse a López Obrador. Tanto le gustaba que le pedía a su peluquero personal que le cortara el cabello en pleno despacho, junto al sillón y la bandera. Pero ese despacho también imprime carácter y es de imaginar que cuando lo ocupe Sheinbaum le surgirá una seguridad que hasta ahora no ha demostrado. Sus decisiones serán suyas, y de nadie más. Y de la responsabilidad de sus decisiones se hará cargo ella, y nadie más.

Decisiones complejas en seguridad, economía y energía

Y las decisiones que tiene por delante son muchas y complejas. La primera: la seguridad. En México hay 30.000 asesinatos al año. Parte del territorio está controlado por el narco y el crimen organizado. Hay 100.000 desaparecidos. La inseguridad y la violencia se están cronificando y es injusto que los mexicanos no hayan tenido otra alternativa que normalizar lo anormal. El hombre elegido por Sheinbaum para esta tarea es Omar García Harfuch, su jefe de Seguridad cuando fue jefa de Gobierno de Ciudad de México y que tan buenos resultados le concedió.

El crecimiento económico va ligado a la seguridad (también jurídica), pero en México esa máxima no siempre se cumple. México crece. Y es cierto que parte de ese crecimiento se ha dedicado a reducir la ingente brecha de desigualdad. Pero el PIB crece, en gran medida, por la inversión extranjera, por las remesas que envían los que han tenido que salir del país y porque México se ha endeudado para desarrollar infraestructuras de cuestionable utilidad (el Tren Maya es el mejor ejemplo) e incalculable gasto, sobre todo porque muchas obras las ha ejecutado el Ejército amparado en el secretismo de la seguridad nacional.

Sheinbaum tendrá que encontrar la fórmula para aumentar la recaudación fiscal y fortalecer las arcas públicas. Y para eso deberá renunciar a presumir del concepto de pleno empleo y lograr que tengan contrato y paguen impuestos trabajadores de la economía sumergida, aquí informal (el 55% según el Gobierno en 2022).

En términos energéticos, México es como el puño que entre los dedos deja caer los granos de arena. Luce el sol casi todo el año en gran parte del territorio; llueve con intensidad entre junio y septiembre y tiene más petróleo del que puede consumir… Pero apenas tiene huertos solares; el agua de lluvia se pierde por barrancos o sumideros de ciudades excesivamente cementadas y casi no tiene refinarías.

Urge una transformación energética y, en esto sí, Claudia Sheinbaum tiene muy claro lo que debe hacer. Es su especialidad. No está tan claro que vaya a intervenir la empresa pública Petróleos Mexicanos (Pemex) con el bisturí adecuado. Es, seguramente, la empresa peor gestionada de México, la que simboliza la bonanza de una época (los años 70 y posteriores) que ya es historia y la que denota una enorme falta de visión y de ambición. ¿Cuántas grandes multinacionales energéticas han despreciado la idea de ampliar su negocio con energías alternativas, renovables o limpias? Solo se me ocurre Pemex.

Retos en política exterior

Último gran reto: la política exterior. López Obrador se refugia en La chingada, el nombre de la finca en la que ha prometido desconectar el teléfono, dejando atrás un complejo mapa de relaciones internacionales.

Semanas antes de su retiro decidió declarar en pausa -un concepto difuso para aparentar enfado con quien sabes que no puedes estar enfadado del todo- a los embajadores de Estados Unidos y Canadá (primer y tercer inversores extranjeros). Ni el presidente estadounidense, Joe Biden, ni el canadiense, Justin Trudeau, asistirán a la toma de protesta de Sheinbaum.

Tampoco asistirá ningún representante español (segundo inversor extranjero). Y tampoco ha marcado una línea definida en el asunto venezolano y las relaciones son pésimas con Perú y Ecuador después del asalto a la embajada en Lima.

Demasiados frentes para un país que aspira a que sus socios voten a una mexicana como la primera mujer secretaria general de la ONU.