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Suresnes: 50 años del Congreso que cambió la historia del PSOE y encarriló su llegada al poder

  • Hace medio siglo, los socialistas eligieron a Felipe González como líder tras 30 años con la dirección en el exilio
  • De aquel Congreso surgió un partido renovado que logró liderar la izquierda y, ocho años después, llegar a La Moncloa

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50 años del Congreso socialista de Suresnes

Hace 50 años, en octubre de 1974, el PSOE era un partido con poco más de 3.000 militantes y un escaso protagonismo entre los grupos de oposición que se preparaban para el final del franquismo. Sin embargo, en aquellas fechas, en Suresnes —un municipio francés situado en las afueras de París—, los socialistas españoles llevaron a cabo un relevo generacional y pusieron las bases de un nuevo PSOE, esencial para entender la Transición y la democracia en nuestro país.

En aquel Congreso —el número 26 en la historia del PSOE y el 13 en el exilio— celebrado entre los días 11 y 13 de octubre de 1974 el el teatro Jean Vilar de la localidad francesa, se consumó el traslado de la dirección del partido a España, con una Ejecutiva comandada por Felipe GonzálezIsidoro en la clandestinidad— quien, ocho años después, logró imponerse en unas elecciones generales por una incontestable mayoría absoluta.

50 años del congreso socialista de Suresnes

rançois Mitterrand, secretario del PSF interviene durante el XXVI Congreso del PSOE, celebrado en Suresnes EFE

Dirección en el exilio

Tras la Guerra Civil y hasta principios de la década de los setenta del siglo XX, el PSOE fue un partido con apenas afiliados, dirigido desde Toulouse (Francia) por militantes exiliados y con Rodolfo Llopis como secretario general desde 1944. Debido a su protagonismo en la Segunda República y en los gobiernos de la guerra, los socialistas fueron masacrados por el franquismo, lo que obligó al partido a reconstruirse en el extranjero, fundamentalmente en Francia.

Esta situación hizo que el Partido Comunista centralizara el protagonismo en los movimientos de oposición al franquismo en el interior del país, sobre todo desde finales de los años 50, con apenas aportación de los socialistas. "La organización que acaparaba toda la atención al final del franquismo era el PCE, sin duda; el problema que tuvo es que no supo hacer un relevo generacional", asegura a RTVE.es Aurelio Martín Nájera, director emérito del Archivo de la Fundación Pablo Iglesias y autor del libro Suresnes. 1974, que acaba de publicar dicha fundación.

Este relevo generacional en el socialismo se fue gestando en el interior del país a lo largo de los años 60 por varios grupos de jóvenes que ya no habían luchado en la Guerra Civil y que consideraban necesario contar con una dirección en el interior para poder tener un papel protagonista en el momento en el que se produjera un cambio de régimen, que ya se presentía cercano. Sin embargo, Rodolfo Llopis se resistía a esa posibilidad, ya que consideraba que la dirección del PSOE debía permanecer en la clandestinidad por razones de seguridad. "En los años previos al Congreso de Suresnes se puede decir que la situación del partido era por lo menos delicada. El exilio se agotaba por el lógico goteo del tiempo; y la aportación de la segunda generación, así como la de las agrupaciones creadas entre la emigración económica en varios países, no podían compensar la baja de la afiliación", señala a RTVE.es José Martínez Cobo, en aquel momento secretario general de la agrupación socialista de Toulouse, quien presidió la mesa en Suresnes.

Asistentes al XXVI Congreso del PSOE en Suresnes

Asistentes al XXVI Congreso del PSOE en Suresnes Fundación Pablo Iglesias

Emergen los 'sevillanos'

En España, en aquellos momentos, solo había algunos núcleos socialistas aislados: el más importante, el del País Vasco, sobre todo en Guipúzcoa, liderado por Nicolás Redondo; pero también otros en Asturias, Madrid y un pequeño grupo en Sevilla que, a la postre, resultaría decisivo. "Era un grupo de diez o doce personas, pero eran los que tenían las ideas más claras. Eran rojos roísimos, muy radicales, pero no eran comunistas. En realidad, ellos mismos han reconocido que no estuvieron completamente seguros de haber acertado al elegir las siglas del PSOE como recipiente de su proyecto hasta después del Congreso de Suresnes", señala en una entrevista a RTVE.es el consultor y analista político Ignacio Varela, autor del libro Por el cambio. 1972-1982: Cómo Felipe González refundó el PSOE y lo llevó al poder.

Entre ese grupo de los 'sevillanos' —en el que figuraban, entre otros, Alfonso Guerra, Manuel Chaves, Guillermo Galeote, Rafael Escuredo, Ana María Ruiz-Tagle o Luis Yáñez— pronto comenzó a destacar un abogado laboralista, llamado Felipe González, sobre todo tras su intervención en el Comité Nacional de Bayona de 1969. "No le conocía nadie, empezó a hablar y se quedaron todos alucinados. Se cuenta que Nicolás Redondo le dijo a Enrique Múgica: 'Oye, vete detrás de él, que a este no lo podemos perder'. Y ahí se estableció la conexión entre los vascos y los sevillanos", afirma Ignacio Varela, quien durante 35 años participó en el diseño de estrategias políticas y campañas electorales del PSOE.

Tras un enfrentamiento con Llopis en el congreso de 1970, González se convirtió en una de las caras visibles entre aquellos que exigían el traslado de la dirección al interior del país, frente a la resistencia enconada del secretario general, quien consideraba que era necesario mantenerla en el exilio, lejos del alcance de la policía franquista. Aunque Rodolfo Llopis logró renovar su cargo, González consiguió un respaldo mayoritario de su moción, que incluía el traslado a Sevilla de la redacción de El Socialista y la obligación de que hubiera un representante del interior en las reuniones internaciones.

Se consuma la escisión

En una entrevista en La Noche en 24 Horas de TVE, con motivo del 50 aniversario de Suresnes, Felipe González asegura que "lo que había en el exilio era una distorsión de la realidad, yo creo que no intencionada, y una desconfianza de que en el interior de una dictadura pudiera surgir una respuesta a esa dictadura que fuera confiable. Por tanto, no se fiaban de la gente del interior". González añade que "nosotros estábamos en la realidad de la España que era la real, no sin conflicto interno, y el exilio estaba en el exilio, salvo gente muy lúcida".

José Martínez Cobo, sin embargo, sostiene que la renovación "fue una iniciativa del exilio", confirmada por los militantes que estaban en España. "Los dirigentes de la clandestinidad sabían que podían contar con la mayoría de los delegados del exilio y decidieron dar el paso definitivo para conseguir que la dirección pasara a España".

En 1971, el Congreso de UGT —cuyos dirigentes eran los mismos que los del PSOE—, eligió una Ejecutiva colegiada con Nicolás Redondo con el título de secretario político y en la que desaparecieron los partidarios de Llopis, que ya tenía las horas contadas como líder del partido. "Los renovadores habíamos conseguido ser mayoritarios en las principales agrupaciones del exilio y en el congreso exigimos que votasen, por primera vez, los delegados de la clandestinidad. La gestión de la Ejecutiva fue rechazada, con los votos mayoritarios del exilio y la mayoría de la ejecutiva pasó a España", recuerda Martínez Cobo.

Cartel anunciador del Congreso de Suresnes

Cartel anunciador del Congreso de Suresnes

En 1972 tocaba de nuevo congreso del PSOE —se celebraban cada dos años— y Rodolfo Llopis "sabía que se iba a repetir lo ocurrido en el de la UGT, por eso se resistió a convocarlo", añade Martínez Cobo. Pese a la oposición del todavía secretario general, el XXV Congreso tuvo lugar en Toulouse en agosto de 1972 y en él se consumó la escisión entre los seguidores de Llopis —que se sintieron insultados por un artículo de Alfonso Guerra en El Socialista— y los renovadores, quienes conformaron una Ejecutiva colegiada en la que, como en el caso de la UGT, Nicolás Redondo era el primus inter pares, pero en el que ya figuraban nombres como Enrique Múgica, Guillermo Galeote, Alfonso Guerra o el propio Felipe González.

"Ahí quien inclina la balanza es Ramón Rubial, que había estado 18 años en la cárcel y que era la persona más respetada del interior. Intentó convencer a Llopis hasta el último momento pero Llopis no quiso y Rubial apoyó el proceso de renovación y el paso al interior de la organización", argumenta Aurelio Martín Nájera.

El secretario general no acudió al Congreso de agosto de 1972 y no reconoció el resultado, convocando en diciembre su propio congreso y consumando la escisión interna. Pero Llopis, que había acaparado la representación del PSOE en los órganos internacionales, no pudo evitar que la Internacional Socialista reconociera a los renovadores como sus únicos interlocutores válidos, lo que supuso el espaldarazo definitivo.

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Los siete de Jaizkibel

Sin embargo, la fórmula de la Ejecutiva colegiada no funcionó como estaba previsto e incluso González y Guerra llegaron a dimitir de sus cargos. En un momento en el que el PCE tomaba ventaja en su posicionamiento para el postfranquismo con la puesta en marcha de la Junta Democrática de España, de la que era cabeza visible, el PSOE necesitaba fijar su posición. Por este motivo, en septiembre de 1974 se reunieron en el parador de Jaizkibel (Fuenterrabía) un grupo de siete dirigentes para presentar un programa alternativo a la Junta: Nicolás Redondo, Enrique Múgica, Eduardo López Albizu —padre del diputado socialista Patxi López—, Pablo Castellano, Guillermo Galeote, Alfonso Guerra y Felipe González.

De Jaizkíbel surgió la llamada 'Declaración de Septiembre', que analizaba la realidad de una España en la que la muerte de Franco se presentaba como un suceso inminente, y que fijaba estrategias de cara al próximo Congreso socialista, previsto para los días 11, 12 y 13 de agosto en Suresnes y que, a la postre, sería el último del PSOE fuera de España.

A Suresnes llegaron unos 300 delegados que representaban a 3.597 afiliados, de los que poco más de un millar permanecía en el exilio. Había una diferencia de edad evidente entre ambos grupos, ya que mientras la media de los representantes del interior era de 36 años, la de los delegados del exterior era de 51.

El XXVI Congreso —que se celebró bajo el lema 'Por la libertad, por el socialismo'— contó con destacados invitados internacionales, como el líder socialista francés, François Mitterrand; el presidente de la Internacional socialista, Bruno Pittermann; y el chileno Carlos Altamirano.

Congreso del PSOE en Suresnes en 1974

Militantes socialistas cantan la 'Internacional' durante el Congreso del PSOE en Suresnes Fundación Pablo Iglesias

El 'no' de Nicolás Redondo

Entre los delegados estaba Aurelio Martín Nájera que, con 19 años, era el más joven de los asistentes a Suresnes, representando a la agrupación de Madrid. El director emérito del Archivo de la Fundación Pablo Iglesias recuerda que el asunto fundamental en aquel momento era la elección del secretario general —primer secretario se le denominaba, por influencia francesa—: "Lo lógico era Nicolás Redondo, que era la persona de más peso del interior, pero él no se veía en ese cargo".

En una entrevista para Informe Semanal en 1984, con motivo del décimo aniversario de Suresnes, Nicolás Redondo —que falleció en 2023— afirmaba: "Yo me di cuenta de mis propias limitaciones como posible secretario general del PSOE y dije 'yo no soy la persona más indicada para ejercer este cargo'".

Ignacio Varela sostiene que la persona que fuera elegida en Suresnes "iba a ser el primer líder del PSOE del postfranquismo y, con toda probabilidad, el primer candidato socialista en las primeras elecciones democráticas que hubiera. Y Nicolás Redondo era un hombre tenía una cultura sindicalista y controlaba muy bien el aparato político y sindical, pero era muy consciente de sus limitaciones".

También José Martínez Cobo apunta que Pablo Castellano y Enrique Múgica "ambicionaban el cargo de secretario general, pero no Felipe González, cuya designación se debió, antes que todo, a la voluntad de Nicolás Redondo, que era el candidato previsto, pero que rechazó esa designación y propuso a González".

Informe Semanal (1984): Suresnes, 10 años después

Sin embargo, el expresidente asegura que, a su llegada Suresnes —donde arribó en coche un día tarde, enfermo y tras pasar por el norte de Portugal para ayudar a cruzar la frontera a una persona perseguida por la Policía franquista— "no tenía ninguna conciencia" de que podía ser el próximo secretario general. "El día que llegamos yo ni pensaba en eso, ni se me pasaba por la cabeza", añade.

Pero Redondo sí tenía claro que Felipe González reunía las condiciones necesarias para liderar al nuevo PSOE y puso en marcha su estrategia, pidiendo al abogado sevillano que defendiera ante el Congreso el informe de la Ejecutiva saliente, a pesar de que había dimitido de la misma meses antes.

"Reflexioné sobre quién me parecía la persona más adecuada, la que podía sacar este partido adelante, que tenía unos conocimientos, una formación y un cierto carisma en el partido; y vi que esas condiciones las reunía Felipe González", declaraba Redondo en 1984.

"Vamos, no jodas", respondió el sevillano al conocer la propuesta del líder sindical, aunque terminó aceptando. "Creo que se dio cuenta de esa necesidad y por responsabilidad aceptó esa candidatura, que luego fue reafirmada por una gran mayoría en el Congreso de Suresnes", añadía el líder de UGT.

Liderazgo para González

El aval de Redondo y de Ramón Rubial, la persona con mayor autoridad en el partido, despejó el camino de González hacia el liderazgo, pero la verdadera batalla en Suresnes se libró entre bastidores, con duras negociaciones para conformar una Ejecutiva en la que estuvieran representados las distintas agrupaciones.

La lista quedó conformada con la presencia de cuatro vascos (Nicolás Redondo, Enrique Múgica, Eduardo López Albizu y José María 'Txiki' Benegas); tres andaluces (Felipe González, Alfonso Guerra y Guillermo Galeote); dos madrileños (Pablo Castellano y Francisco Bustelo), un asturiano (Agustín González) y un representante del exilio (Juan Iglesias), sin que hubiera candidatura alternativa.

El final de Suresnes fue "un poco bochornoso", recuerda Martínez Cobo: "Pablo Castellano y Francisco Bustelo me presentaron la dimisión cuando finalizaba el congreso. Las rechacé y además tuve que dar orden de cortar el micrófono de Juan Iglesias, que tenía idéntico propósito". Castellano y Bustelo terminaron saliendo de la Ejecutiva meses después y encabezaron la oposición interna dentro del PSOE que luego desembocaría en lo que se llamó Izquierda Socialista.

Además de una dirección renovada, en aquel teatro de las afueras de París también se aprobaron resoluciones como la libertad de los presos políticos y sindicales, la convocatoria de elecciones libres, o el reconocimiento del derecho a la libre autodeterminación de las nacionalidades, cuestiones que los socialistas consideraban fundamentales para el restablecimiento de la democracia en España.

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Aunque en España apenas se tuvo noticia de lo que allí sucedió, de Suresnes salió un PSOE mucho más fuerte que, en pocos meses, alcanzó su objetivo inicial de liderar la izquierda para, años después, llegar a ser el primer partido del país. "Estimábamos que los nuevos dirigentes eran de extraordinaria calidad y porvenir, pero desde luego no imaginábamos llegar tan pronto al poder ni tener el resultado que tuvimos en las primeras elecciones", afirma Martínez Cobo

"El mérito que tuvo ese grupo de gente encabezada por González es que comprendieron perfectamente el cambio que había experimentado la sociedad española y adaptaron y diseñaron una estrategia política para la salida del franquismo y para la democracia que se correspondía con la mentalidad que tenía la sociedad española", señala Ignacio Varela, que poco tiempo después de Suresnes se incorporó al equipo de colaboradores del líder socialista.

Varela cree que aquel XXVI Congreso no solo supuso un cambio de ciclo en el PSOE, sino que hubo una refundación del partido: "Yo tengo la teoría de que no existe un partido con 150 años de historia, sino una sigla con 150 años de historia que ha ido dando nombre a partidos distintos", razona.

También Martín Nájera cree que en 1974 se abrió "un período que duró hasta 2014, con la llegada de Pedro Sánchez; durante esos 40 años hubo una especie de continuidad en el aparato del partido, que luego cambia".

En los años posteriores a Suresnes quedó claro que el PSOE era la fuerza de referencia en la izquierda y una sólida alternativa de poder, una circunstancia que se vio refrendada en 1979, cuando González forzó al partido a renunciar al marxismo. Aunque aquello fue causa de un enorme cisma interno, el líder socialista salió victorioso y tres años después logró abrir las puertas del Palacio de la Moncloa con una histórica mayoría absoluta de 202 diputados.