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Rubens, marca de lujo: el Prado se sumerge en el taller del maestro y sus ayudantes

  • El museo inaugura una exposición que recrea el taller de Amberes del pintor barroco
  • "Era como una marca de coches que tenía modelos de distintos precios, pero todos ellos caros"

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"Filopómenes descubierto" (Pedro Pablo Rubens y Frans Snyders)1609-10. Museo Nacional del Prado
"Filopómenes descubierto" (Pedro Pablo Rubens y Frans Snyders)1609-10. Museo Nacional del Prado

De Pedro Pablo Rubens (1577-1640) se conservan 1.500 cuadros (100 de ellos en el Museo del Pedro), pero esa cifra es solo una parte de la ‘marca Rubens’: en el taller del maestro barroco del siglo XVI llegaron a trabajar hasta 25 ayudantes simultáneamente que pintaban sin parar obras ‘a la Rubens’, una distinción bien valorada en el mercado artístico de la época, más allá de que la autoría no fuese la del propio Rubens.

Junto a la galería principal de su colección permanente, el museo ha colocado la muestra temporal 'El taller de Rubens' que podrá verse entre el 15 de octubre y el 16 de febrero. El visitante que se adentre lo primero que percibe es el olor de la trementina, el bálsamo resinoso que estaba presente en aquellos antiguos talleres.

“Era un taller relativamente grande, con mucha gente con labores muy especializadas”, explica Alejando Vergara, comisario de la muestra. “Emanaba mucho volumen de pintura para el sector de lujo de la sociedad europea. Era como una marca de coches que tenía modelos de distintos precios, pero todos ellos caros. Y de ahí surgían algunos de los grandes cuadros del Mueso de Prado.

En una carta, el propio Rubens explica así las distintas ‘gamas’ de su taller: Si yo hubiese pintado el cuadro sin ayuda, hubiese costado el doble. “No está escondiendo nada, está sencillamente explicando a alguien cómo funciona el mercado y se producen los cuadros”, apostilla Vergara.

Imagen de la exposición 'El taller de Rubens'

Imagen de la exposición 'El taller de Rubens'

No es fácil recrear cómo eran aquellos talleres herederos de los obradores de la Edad Media. Cuando un pintor recreaba los mismos lo hacía buscando un ideal, cómo querían ser percibidos, casi como nobles, más que una imagen realista. “Aun así, en sus cuadros vemos objetos como conchas de ostras o vieiras que utilizaban para guardar la pintura. Sabemos también que Rubens era uno de los grandes coleccionistas de escultura antigua que había en el norte de Europa”, dice señalando varias de las esculturas de la colección del Prado que adornan el taller.

En la ‘factoría’ del taller de Rubens

La técnica del siglo XVI es la misma que la del siglo anterior y el posterior. “Era una pintura por capas que se iban solapando. Pintaban una capa entera del cuadro y, sobre ella, otra. Entre capa y capa pasaban varias semanas de secado”, detalla el comisario.

El método de trabajo tenía dos consecuencias logísticas: el maestro podía hacer una capa y los ayudantes otras y, por otro lado, cualquier ayudante podía trabajar en varios cuadros aprovechando los tiempos muertos del secado.

¿Cómo se distingue una copia del taller de un original? “De dos maneras. Uno, porque no llega a los estándares que son los que definen al autor. Y otra, porque aun siendo muy bueno, tiene características algo diferentes”.

Es el caso de las dos versiones de un retrato de Ana de Austria expuestos. El original lo pintó Rubens hacia 1622 y el otro, una copia del taller. “Son dos cuadros muy buenos, pero con algunas características diferentes. En el original, Rubens titubea: decide mientras pinta las capas. En el taller, el autor ya sabe qué va a pintar y no tiene que plantearse sobre la marcha cómo va a pintar el cuello o el dedo”, analiza Vergara.

Ana de Austria, reina de Francia (Pedro Pablo Rubens, h. 1622) y Ana de Austria, reina de Francia (Taller de Pedro Pablo Rubens, 1622-25)

Ana de Austria, reina de Francia (Pedro Pablo Rubens, h. 1622) y Ana de Austria, reina de Francia (Taller de Pedro Pablo Rubens, 1622-25)

En el espacio central de la sala, recreación escénica del taller, se pueden ver objetos como el sombrero que Rubens llevaba en un autorretrato de 1623, una hornacina muy parecida a la que su casa de Amberes, su espada, o tientos que simulan los que aparecían en los autorretratos de los pintores y que utilizaban para mantener el pulso.

Pero todo desemboca en Rubens. “La idea es que hay mucha diferencia entre el gran arte y lo demás, aunque los dos se hagan en el mismo taller. Es esa paradoja”. Y pone como ejemplo Mercurio y Argos, (Pedro Pablo Rubens y taller, 1636-1639), donde transmite la tristeza de Io, convertida en vaca, al no ser reconocida por Argos. “Es la mayor virtud de Rubens: la manera de transmitirnos dolor, es decir, su empatía”.

'Mercurio y Argos' Pedro Pablo Rubens y taller (1636-39) Museo del Prado.

'Mercurio y Argos' Pedro Pablo Rubens y taller (1636-39) Museo del Prado.