Errejón y la cultura de la violación
- ¿Otra vez estamos hablando de un secreto a voces? ¿Por qué las denuncias anónimas?
- Carolina Pecharromán, editora de Igualdad de SS.II. de TVE, analiza las claves del caso Errejón
Las acusaciones contra Íñigo Errejón han sorprendido a mucha gente, principalmente porque señalan a un hombre que ha hecho gala de ser feminista y de defender los derechos y la dignidad de las mujeres. Un feminismo militante que es seña de identidad de Sumar, organización política a la que pertenece Errejón, que abrió este mismo martes una investigación que ha culminado con la dimisión del político.
En España no ha habido un #MeToo de denuncias de situaciones de acoso o agresiones sexuales en ámbitos públicos, pese a algunos conatos tras casos sonados en el deporte o el mundo de la cultura y el cine. Sí hubo —y hay— un #Cuéntalo impulsado por la periodista Cristina Fallarás, que ha albergado durante años las experiencias de centenares de víctimas anónimas. Y precisamente, la cuenta de Instagram de Fallarás ha sido ese espacio seguro que acogió el martes la acusación que ha desencadenado este escándalo.
Este es un caso que plantea preguntas urgentes.
¿Otra vez estamos hablando de un secreto a voces?
Tras las denuncias anónimas de comportamientos denigrantes, maltrato psicológico o acoso, que se sucedían desde el martes y tras la dimisión de Errejón, el jueves por la tarde, una mujer ha dado un paso más allá y ha puesto una denuncia ante la policía por un delito sexual. Esa denuncia contra Íñigo Errejón de Elisa Mouliaá ha desencadenado un coro de voces que afirman que esto ya se sabía, que ya hubo comportamientos reprobables, que todo el mundo sospechaba… Y todo el mundo se pregunta: ¿Por qué no se hizo nada antes? ¿Cómo puede esto suceder en una organización de izquierdas que se dice feminista?
Para empezar, lo que estamos viendo puede suceder en cualquier tipo de organización, sea política, empresarial, académica, sindical, de izquierdas, de derechas o sin afiliación concreta. Y esto es así porque obedece a la esencia misma de la sociedad en la que vivimos. No se libra nadie. Y es que desde hace siglos y siglos, se ha visto como “normal” el comportamiento de conquista y dominio por parte de los varones y la respuesta de sumisión por parte de las mujeres. Esto se ha transmitido en el cine, la publicidad, la literatura, etc. etc. etc. Es la llamada “cultura de la violación”, aunque suene fuerte. Es un fenómeno descrito mil veces. No hay ya excusa para que como organizaciones o como personas individuales miremos a otro lado.
Actuamos sin darnos siquiera cuenta, aplicando un doble rasero que disculpa actuaciones machistas de los hombres como “bromas”, “momentos de ofuscación”, galanteo inocente o incluso respuesta ante una provocación sexual por parte de la víctima. Y si las mujeres protestan, se las acusa de “exageradas”, de carecer de sentido del humor, de “puritanas” o lo que es peor, se pone sobre ellas la sombra de la sospecha: seguramente ellas acusan por despecho o porque quieren causar mal a ese hombre o porque buscan dinero o algún tipo de beneficio. Esa tolerancia social es la base de la cultura de la violación y es lo que hace que quienes conocen esos comportamientos les quiten importancia o crean que el mal sería mayor si se investigan o se dan a conocer.
¿Por qué las denuncias anónimas?
Decíamos que los testimonios que recoge Cristina Fallarás son anónimos. Es lo más habitual, precisamente por esa tolerancia generalizada que termina casi siempre exculpando al acusado y señalando a la víctima como sospechosa. Ellas lo saben y tienen miedo. Miedo a la condena social, a recibir mensajes de odio en redes sociales, a que se las acuse de mentir y se inspeccione hasta la náusea su comportamiento: ¿Por qué se fue con él? ¿Por qué bebió alcohol? ¿Por qué no se defendió lo suficiente? ¿Por qué no denunció?
Es la tormenta perfecta. Todo lo que te rodea te dice que si denuncias vas a pasar por un infierno. Pero si no te atreves a exponer de esa manera tu intimidad y pasa el tiempo, te acusarán por no haber denunciado los mismos que te insultarían si lo hubieras hecho. Este proceso se agrava cuando los agresores o acosadores son hombres públicos, famosos, con poder… y muchos aliados.
Tolerancia cero
Decíamos que ninguna organización está libre de que alguno de sus integrantes tenga estos comportamientos. Precisamente por eso los Planes de Igualdad obligatorios en empresas y organizaciones tienen que incluir un protocolo contra el acoso sexual serio e imparcial. El machismo es universal, es transversal, que tire la primera piedra quien esté libre de machismo. Lo que sí deben hacer las organizaciones es tener tolerancia cero hacia ellos. Y no sólo decirlo, sino demostrar con actos que no tiene cabida ya la impunidad con la que actuaban “babosos” y agresores hasta ahora, en la seguridad precisamente de que sus víctimas iban a permanecer en el silencio o, por lo menos, en el anonimato.
Estamos asistiendo ya a una instrumentalización del caso por parte de sectores políticos e ideológicos. Resulta curioso que quienes niegan la violencia de género o salen en tromba a acosar en redes a las mujeres feministas, o las que denuncian acoso sexual en distintos sectores, ahora cuando el denunciado es un rival político vean clarísimo el caso.
También resulta incluso inquietante que haya tanta gente sorprendida por que alguien como Íñigo Errejón sea acusado de delitos sexuales, porque no corresponde con la idea prefijada que tienen del acosador o el agresor sexual. No nos cansaremos de repetirlo. No todos los hombres son agresores, por supuesto. Pero tampoco existe un “tipo” de hombre agresor por nivel cultural, aspecto físico, o carácter más o menos simpático. Lo único que tienen en común es que son machistas y han aprendido a sentir que las mujeres están a su disposición y ellos tienen el derecho a dominarlas. Y eso, desgraciadamente, sigue siendo muy común en todas partes.
Recordemos el lema de Alexia Putellas: #SeAcabó