Caso Errejón, cuando el ruido aleja las soluciones: ni víctimas perfectas ni caza de brujas
- Desde que estalló la noticia, se ha cuestionado de mil maneras por qué las mujeres no denuncian ante la policía
- "Nunca se recordará lo suficiente que nadie puede juzgar la reacción de una víctima"
El 'caso Errejón' está presentando todos los ingredientes para armar una fiesta mediática apoteósica y ser tema de conversación e incluso discusión encendida durante semanas. La consecuencia de la apoteosis informativa y el escándalo de redes sociales y barra de bar es que los problemas de fondo quedan ahogados en un maremágnum de intereses, insultos y morbo.
La víctima perfecta
Desde que estalló la noticia, se ha cuestionado de mil maneras por qué las mujeres no denuncian ante la policía, por qué cuentan los casos de forma anónima en esos “espacios seguros” como la cuenta de Instagram de Cristina Fallarás. Pero, al mismo tiempo, a Elisa Mouliaá que sí ha denunciado, la han atacado de forma sistemática y salvaje, cuestionando su relato, la gravedad de los hechos, su reacción, incluso su vida personal y su idoneidad como madre. Las insistentes llamadas: “Mujer, lo que tienes que hacer es denunciar”, corren paralelas a la realidad de que como denuncies te van a dar hasta en el carnet de identidad.
Y, claro, como en cualquier espectáculo, hay gentes espontáneas que intentan sacar ganancia del río revuelto. Se avisa con gran preocupación de las posibles denuncias falsas, del peligro de lo anónimo, de las venganzas, de la indefensión en que quedan los acusados. Los relatos anónimos son útiles para varias cosas. Sirven como primer paso para que una víctima se anime a hablar, un relato en el que otras puedan reconocer la propia agresión y dejar de sentirse solas o excepciones. También sirven como aviso para navegantes para cuestionar e investigar. El famoso hilo de Twitter de 2023 podría haber servido para esto. Debería haber servido para esto.
Nunca se recordará lo suficiente que nadie puede juzgar la reacción de una víctima. ¿Cuántas veces nos hemos preguntado cómo reaccionaríamos si un ladrón nos amenaza con una navaja? ¿Le daríamos la cartera? ¿Gritaríamos pidiendo auxilio? ¿Le enfrentaríamos? Nadie sabe cómo va a reaccionar en una situación límite, del bloqueo a la acción temeraria. Dar lecciones es muy peligroso y deja de lado lo fundamental: la culpa es del ladrón. Igual que no existe un perfil concreto de agresor, tampoco existe la víctima perfecta, la que haría en todo momento lo que cada cual considera útil y razonable.
Con la política hemos dado…
Al mismo tiempo, Errejón parece haberse convertido en el enemigo público número uno y causante seguro de una debacle de la izquierda en general, de partidos concretos en particular y del gobierno de coalición en definitiva. Está claro que Íñigo Errejón no es un acusado cualquiera de machismo y violencia. Es un representante político y que además ha hecho gala de un discurso feminista sólido en formaciones que tienen el feminismo como bandera. Encarnaría en este caso la hipocresía en mayúsculas. No obstante, no hay que olvidar que ha reconocido algunos hechos, pero que su presunción de inocencia sigue en pie para otros.
Cuando es un político el acusado de una agresión sexual entran otras variables en juego que no encontramos si se trata de un artista, un empresario o un futbolista. Al carácter modélico que también podría exigirse a alguno de estos personajes, se une que la gente ha depositado su confianza democrática en esa persona. Se vota a unas ideas encarnadas en una persona. Por eso es tanta la responsabilidad de las organizaciones para detectar y –en su caso- perseguir la impostura y la hipocresía entre sus miembros y cargos electos. Y esa vigilancia vale para la violencia machista o la corrupción económica, por ejemplo.
¿Queremos o no solucionar el problema?
Esto no tendría que tener color político. Pero en un ambiente tan crispado como el español, toda cosa se utiliza como arma arrojadiza contra el “enemigo”, aunque el propio bando tenga muchos motivos para hacer autocrítica. O, incluso, contra el rival interno, o el antiguo rival, o contra el de al lado, para que no salpique. Y mientras, todos teóricamente muestran su apoyo a las víctimas.
También hay voces que exculpan o que hablan de exageración, como se ha escuchado en casos anteriores. Parece que nuestra reacción obedece a la simpatía que nos genere el acusado, si es “de los nuestros” o no. Estos días se están escuchando muchas descalificaciones, insultos cruzados, sospechas, especulaciones. Los mismos que hablan de “secretos a voces” tampoco hicieron nada en su día.
En realidad, lo que no se escucha son soluciones, ideas para luchar contra la cultura de la violación en la política y en la sociedad entera. Ni para acabar con los linchamientos en redes. No se plantean ideas para detectar los comportamientos ilícitos o reprobables. Ni para que las agresiones sexuales puedan denunciarse. Porque se denuncia menos de un 10% de las que suceden, pero nadie se pregunta dónde está el problema.
Los árboles siguen sin dejarnos ver el bosque. Y el bosque de la violencia sexual es milenario e intrincado. Sólo con auténtica voluntad y mucha autocrítica podremos atravesarlo.