La frontera norte: cárteles y burocracia en la última etapa
A pocos kilómetros de Estados Unidos, los migrantes sufren una oleada de secuestros en el norte de México. Los cárteles exigen el pago de 2.000 dólares por persona a las puertas de la frontera. La entrada legal a través del sistema CBP One es la última etapa de una ruta llena de obstáculos.
La ruta migratoria americana es larguísima, pero la última etapa es quizás una de las más duras. Estados Unidos y México comparten una frontera de 3.200 kilómetros formada por muros, vallas, desierto e incluso un río. Es uno de los lugares más mencionados en los debates políticos estadounidenses y también es, para miles de personas, la meta de un camino durísimo.
Antes de llegar aquí han tenido que vivir de todo y la gran mayoría alcanza este punto con una cita para cruzar al otro lado. Cuando se solicita la entrada en Estados Unidos, el sistema CBP One asigna un puerto de acceso con un día y una hora. Uno de los ocho puentes internacionales une la ciudad mexicana de Reynosa con la estadounidense de Hidalgo, por lo que decenas de migrantes llegan cada día a esta localidad que, sin embargo, está controlada por el cártel del Golfo.
Este grupo criminal maneja autobuses y taxis y está siempre atento a la llegada de los migrantes. "Llegué en un bus dos horas antes de mi cita y me secuestraron", explica a RNE un joven que se presenta como 'El Negro' y que todavía tiene el miedo en el cuerpo.
"Nos llevaron a una casa y nos ataron de las manos. Un golpe para allá, otro para acá. Estuve cuatro días secuestrado hasta que mi hermana pagó. Piden 2.000 dólares por persona. Decían que cuando pagaran, me iban a soltar, pero me dejaron otros dos días encerrado y perdí mi cita", relata. Porque tener cita en esta ciudad te hace una presa todavía más fácil en una ciudad convulsa.
"Los eventos de violencia se han disparado en las últimas semanas y los delitos de violencia sexual se han triplicado", reconoce Irene Cantú, profesional de Médicos sin Fronteras.
"Un sueño americano se convirtió en un sueño de muerte"
'El Negro' es uno más de los migrantes que se refugian en el Albergue Nuestra señora de Guadalupe, en Reynosa. Es uno de los pocos lugares de la ciudad donde están a salvo, entre hondureños que juegan a las cartas y mujeres que bordan prendas con el rojo blanco y verde de la bandera mexicana para ganarse unos pocos pesos.
Apartada, hay una mujer distinta. No se comunica con el resto. Pide que le llamemos Anita. Ha llegado hasta aquí sola en un periplo que arrancó en Tanzania. "Salí de mi país porque allí no podía ganarme la vida y me sentía perseguida por mi religión", narra con un teléfono en la mano que agarra con fuerza.
"Aquí en México he pasado de todo. Me detuvieron en Oaxaca, y luego conseguí llegar a Sonora y me volvieron a trasladar al sur. La policía me ha robado y quitado todo. Pero me negué a darles el móvil porque aquí he recibido mi cita CBP One", dice mientras enseña ese email que le da esperanzas, y añade que México es un país al que no volverá jamás.
Porque las familias que hay en el albergue no paran de explicar el brutal secuestro que han vivido al llegar a Reynosa. Kary explica que un hombre armado subió a su autobús y les ordenó bajarse. De ahí, a una casa abandonada donde golpearon brutalmente a su marido. "Le pusieron una inyección que le provocó una taquicardia y casi se muere", rememora. "Yo no quiero salir a la calle porque ya no sé si voy a sobrevivir a México. Este sueño americano se convirtió en un sueño de muerte", afirma.
La puerta hacia un futuro incierto
Siguiendo el río Bravo hacia su desembocadura en el golfo de México está la ciudad de Matamoros. Aquí la presión del cártel no es tan fuerte y los migrantes disponen algo más de seguridad.
Maykol llegó aquí tras perder su cita por un secuestro en Reynosa. "Me pegaron, me dispararon con armas que no tenían balas, me quemaron los dedos con un cigarro y me hicieron un moratón con el cañón de una pistola", explica. "Ya ahí no me quedó más remedio que dar el número de mi mamá, que acabó pagando para que me soltaran", explica mientras aguarda una nueva cita de entrada a Estados Unidos.
Matamoros es una ciudad algo más tranquila y, junto a ese río que hace de frontera, existe un campamento destartalado con vistas a la primera potencia mundial. La vegetación, el cauce y una alambrada con concertinas, torretas y cámaras de seguridad, hacen intocable lo que está al alcance de la mano.
David, un venezolano que lleva meses acampado, explica que no se le pasa por la cabeza intentarlo por las bravas. "Entrar ilegalmente por aquí es peligroso para uno mismo. Yo lo que quiero es entrar siguiendo la ley para poder vivir y trabajar tranquilamente allí. Así que esperaré lo que haga falta a la cita", cuenta a RTVE. Mientras, juega con el móvil para matar el tiempo.
Apenas a unos metros del campamento, la Marina mexicana tiene su cuartel y un poco más allá está el puente internacional que lleva a la ciudad estadounidense de Brownsville. A primera hora de la mañana y a pesar de un calor húmedo insoportable, ya hay decenas de personas haciendo cola. Son familias enteras que aguardan su turno mientras, a su lado, mexicanos con visado y estadounidenses cruzan sin problema.
En apenas unas horas, empezarán a llamar a las personas que tengan cita y entonces, iniciarán una nueva vida en Estados Unidos. "Yo he hecho todo este viaje sola y a pesar de vivir muchos peligros, he llegado a mi objetivo", dice una mujer de 60 años que justifica este periplo en la necesidad de vivir tranquila.
Una pareja de hermanos, con cuatro menores, preguntan al periodista qué hace ahí. "Simplemente, nos cansamos de vivir mal en Venezuela. Solo queremos un futuro normal para estos chamos [niños] y que puedan estudiar y crecer sin medio al hambre o a la violencia", dicen apenas a unos metros de la puerta que cruzarán en breve. Es el fin de un camino largo y tortuoso, y al mismo tiempo el inicio de una nueva etapa también difícil. Porque asentarse en el norte y cumplir los sueños será otra historia.