¿De qué lado caerá la moneda en las elecciones de EE.UU.? Del shock de 2016 al alivio de 2020
- Las opciones son abiertas y opuestas: una victoria clara de uno de los candidatos o un recuento largo, de días
- La capital federal de EE.UU. vive unos días previos a las elecciones más tranquilos que en 2020
- Elecciones EE.UU. 2024, en directo la última hora
He cubierto varias elecciones a presidente de los Estados Unidos, pero tres son los precedentes que considero pertinentes en vísperas de la elección entre la vicepresidenta Kamala Harris, del Partido Demócrata, y el expresidente Donald Trump, del Partido Republicano. Esas tres elecciones son la de Barack Obama en 2008, la de Donald Trump en 2016 y la de Joe Biden en 2020.
2008: Fin de ciclo, crisis y euforia
Kamala Harris no es Barack Obama. Aquí podría terminar este párrafo, pero voy a argumentarlo un poco. Tal vez estamos en vísperas de que en los Estados Unidos elijan por primera vez a una mujer como presidente del país, una mujer, además, no blanca. Pero, aunque eso es evidente, o tal vez precisamente por ello, ni ella ni su campaña han querido poner el énfasis en ese aspecto. Tal vez la elección del primer presidente afroamericano se vivió tan intensamente, tan emocionalmente, que cualquier otra elección histórica queda eclipsada por aquella.
Por una parte, Kamala Harris como candidata no genera la euforia, la atracción que despertó aquel senador de Chicago entre 2004, cuando logra un escaño en el Senado federal, y su elección ¡apenas! cuatro años después. Harris no tiene la voz ni la oratoria de Obama. Sí tiene algo de su porte y apariencia cool, pero no es Barack Obama. Tampoco ha participado en la épica fratricida de unas primarias con todo el dramatismo, en el sentido teatral, que conllevan. Es más, cuando hace cinco años, en 2019, se presentó a unas primarias no llegó ni a la primera votación en Iowa. Su intento fracasó antes de que empezaran las primarias en 2020.
¿El electroshock de 2016 o el alivio agónico de 2020?
Cubrí la noche electoral de 2016, la que enfrentó a Hillary Clinton y Donald Trump. Las encuestas y una resistencia mental a que un candidato como Donald Trump pudiera convertirse en presidente de los EE.UU. daban a Clinton ganadora y, sin embargo, ya saben qué pasó. Hillary ganó el voto popular y no por poco, recibió tres millones de votos más que Trump, pero de acuerdo con el sistema electoral presidencial ganó el candidato inverosímil hasta entonces. Para que esa victoria se diera, tenía que darse la muy improbable, creían, circunstancia de que todos los swing states, los estados bisagra, se inclinaran a favor de Donald Trump. Y ocurrió. Entre los simpatizantes de Hillary Clinton aquella derrota fue más que una decepción, que un chasco, incluso más que una humillación, fue, lo escribí ya en otro artículo, un auténtico trauma del que aún no se han recuperado. Un verdadero electroshock. Y temen que se repita este martes 5 de noviembre.
Si vuelve a darse la circunstancia, que uno de los dos candidatos gane todos esos estados que decantan la elección, y el otro no lo discute, puede que la noche electoral sea corta. La victoria de Donald Trump se anunció a las 2:29 de la madrugada, hora de la costa este. Pero si esos estados se reparten y ninguno de los dos candidatos tiene la mañana del miércoles 6 de noviembre los célebres 270 votos del colegio electoral, entonces puede tratarse de una noche que dure días, como fue el caso de las últimas en las que a Joe Biden no se le adjudicó esa mayoría hasta el sábado casi al mediodía. Tres días y medio después de cerrar los colegios electorales. Por no mencionar el caso más extraordinario y bastante reciente, la elección entre Al Gore y George W. Bush en el año 2000 que no se zanjó hasta que así lo decidió el Tribunal Supremo de los Estados Unidos el 12 de diciembre. Un mes después de la votación.
Como si de un partido de tenis se tratara, la pelota electoral está botando encima de la red y puede caer de cualquiera de los dos lados. Desde la perspectiva de los demócratas, ese centro izquierda, más centro que izquierda comparado con los parámetros europeos, que domina Washington, la capital, se ve como una disyuntiva entre el electroshock traumatizante de 2016 o el alivio de 2020.
Washington DC, la capital. Ese lugar extraño habitado por alienígenas
-"¡¿De Washington?! ¡¿De Washington D.C.?! -Sí, de Washington DC
-¡Hey, chicos, aquí hay una gente de Washington...DC! Real people! (Gente "real", normal)
Esa fue la reacción en una tienda de la costa californiana cuando enseñé mi carné de conducir, a falta de otro documento de identidad estadounidense. Que en Washington DC (Distrito de Columbia), para diferenciarlo del estado de Washington, viviese "gente real", normal, era una novedad, un descubrimiento para aquellos californianos. Fuimos, por unos minutos, la atracción de la tienda. Washington, la capital federal del país, es para el común de los ciudadanos de los Estados Unidos un ente alejado física y psicológicamente, una entidad casi abstracta donde solo se mueven políticos y burócratas que no están en contacto con la realidad de la vida cotidiana. Y no les falta razón.
Washington D.C. es el último lugar al que ir si uno quiere pulsar los ánimos de los estadounidenses, sólo sirve para pulsar, en todo caso, el ánimo de los intelectuales y progresistas de clase media y media alta. Y eso se traduce en las urnas. Datos: en el 2000, el vicepresidente Al Gore ganó con un 85,2% de votos, George W. Bush sacó un 8,9%. En 2008 Washington DC, una ciudad históricamente negra, Barack Obama arrasó con un 92,9% de los votos, John McCain obtuvo un 6,5%. Con Donald Trump como opción republicana Hillary Clinton ganó en 2016 con con un 92,8% de los votos. Donald Trump, el ganador, consiguió en la capital apenas un 4,1%. Hace cuatro años, Joe Biden ganó con 93% de los votos, Trump consiguió un 5,2%, a pesar de ser el presidente y, por lo tanto, deducir que había más empleados políticos de su cuerda en la ciudad.
Ese sesgo ideológico es una de las muchas excentricidades de esta ciudad. Otra es que es simplemente una ciudad, no pertenece a ningún estado, razón por la cual tiene voz en el Congreso federal, pero no voto. ¡Toma! La capital política del mundo occidental es apenas lo que en España o Francia se denomina una ciudad de provincias en cuanto a su dimensión y su número de habitantes, no llega a 700.000, entre Zaragoza y Sevilla. De hecho, la mayoría de la población que vive y trabaja en Washington no cabe en la ciudad y reside en los estados vecinos, en Maryland, que empieza literalmente en la acera de enfrente de una calle cualquiera, o en Virginia, que está al otro lado del río. Yo misma en mis años de corresponsal viví en un bloque de apartamentos que está en el condado de Chevy Chase en Maryland, pero que a todos los efectos cotidianos es Washington.
En las últimas elecciones (noviembre de 2020) la tensión en Washington los días previos a la jornada electoral fue más que evidente, la capital parecía Florida ante el anuncio de un huracán de categoría 5. Todos los bajos acristalados, tapiados con tablones de madera; casi todos los locales comerciales, cerrados desde la víspera; para comer o comprar algo de comer había que adivinar qué tablón era, de hecho, una puerta de un local abierto al público. Daba miedo.
En noviembre de 2020 aún no se había producido el asalto al Capitolio, pero los ánimos estaban muy encendidos, estábamos en plena ira antirracista, en el punto álgido del movimiento Black Lives Matter (las vidas negras importan) que surgió tras el asesinato de George Floyd, un ciudadano negro desarmado que murió por la paliza de policías. Había sido en mayo de ese 2020 y bajo la presidencia de Donald Trump. Si Trump resultaba reelegido, se temían disturbios en la capital, donde está el gobierno, y que es una ciudad del perfil ideológico y racial que comenté antes. Progresista y negra. Hoy la ciudad está bastante vacía y las medidas de seguridad se notan sólo en torno a la Casa Blanca. Medidas mucho menores que hace cuatro años, pero mayores que antes de que Donald Trump entrara en política.
Y yo como periodista, ¿narraré una victoria histórica como en 2008 o la del candidato más distópico y antisistema como en 2016?
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