Ana María Matute, en el Instituto Cervantes: "La vida es perder cosas"
- La exposición Ana María Matute. Quien no inventa no vive puede verse en Madrid hasta el 19 de enero
- Se muestran textos inéditos, manuscritos, cartas, fotografías, dibujos y pinturas de la escritora
Ana María Matute nació y murió en Barcelona (1925-2014), pero su infancia son recuerdos de los bosques de La Rioja donde pasaba los veranos con sus abuelos. Mansilla de la Sierra, un paisaje de cuento que puebla sus novelas y despertó su fantasía desde que empezó a escribir con cinco años de edad. El Instituto Cervantes le dedica la exposición Ana María Matute. Quien no inventa no vive, un lema que llevó siempre a gala.
Los amantes del universo de Matute podrán curiosear sus primeras obras escritas a mano en cuadernos o ejemplares relegados a un cajón por la censura. Uno de los originales más valiosos es la libreta escolar en la que escribió a mano Pequeño teatro, obra que llevó a los 19 años a la editorial Destino y supuso el inicio de su carrera literaria. La joven presentó el manuscrito en una libreta y le pidieron que volviera con las páginas mecanografiadas, ese libro terminaría ganando el Premio Planeta en 1954.
La muestra exhibe un cuento inédito de la colección de relatos Los niños tontos (1956), El ahogadito, que la censura no aprobó y se puede leer en la sala. La comisaria de la exposición, María Paz Ortuño, explica que estos microrrelatos, entre la prosa poética o los poemas narrativos, eran para Matute los cuentos de la espera: "Cuando estaba esperando en el médico, o en el bar a que llegara Ramón Eugenio a pagarme el café, con mi dinero, claro, o en casa…, me decía: voy a escribir un niño tonto”», y de ahí salieron El niño al que se le murió el amigo, El niño que no sabía jugar y tantos otros.
Pintora y dibujante
La invención de historias como valor supremo y su forma de estar en el mundo no solo se plasmaban en la literatura. La creatividad de Matute también encontraba un camino en el dibujo y la pintura. La académica de la lengua pensó incluso en ser pintora de manera profesional, su Autorretrato hecho a los 14 años muestra su temprana pasión por los pinceles.
La sala principal también alberga los retratos imaginados de algunos de sus personajes (y que no se llegaron a publicar junto a las libros como era su voluntad). Los cuadros más singulares son las que realizó para su gran novela Olvidado Rey Gudú (ver arriba).
Los personajes de Ana María Matute no tienen madre o si la tienen es alguien distante, un reflejo de su propia biografía. Contaba a Ortuño que su madre solo le había dado dos besos en su vida, pero siempre respetó su vocación y guardó cuidadosamente todos sus originales. Además, era la única persona en cuya presencia podía escribir: "Antes de casarme, mientras mi madre hacía punto, me leía lo que yo había escrito, me dictaba, y yo volvía a copiarlo para corregir. No copiaba exactamente lo que me decía, sino que, conforme la oía, yo lo iba transformando y escribiendo la nueva versión".
Restos de un naufragio
Encasillada por el franquismo en el reducto de la literatura infantil, Matute escribía "sobre niños", no "para niños", y tuvo sus encontronazos con la censura. Su libro Luciérnagas vio la luz expurgado y luego estuvo varios años sin volver a publicarse, hasta que pudo salir la edición completa. Ortuño indica que Matute llegó a mandar una carta "muy valiente" al por entonces ministro de la Gobernación para quejarse por la censura.
La comisaria de la exposición confiesa que aprendió de Matute que "la vida es perder cosas", una autora a la que le gustaban "las cosas inútiles" y acumulaba en su habitación privada, en la que no permitía que entrara nadie, lápices de colores diminutos de tanto sacarles punta, trozos de servilletas, botecitos, los restos del naufragio de un vida intensa a veces azotada por las olas negras de la depresión.
"A menudo, los libros son más misteriosos para el autor que para sus lectores".
En las décadas de los cincuenta y sesenta Ana María Matute alcanzó la fama literaria y sus obras han sido traducidas a 23 idiomas. Un muro de la exposición despliega las portadas de ediciones en otras lenguas.
Demonios familiares
La última novela de Ana María Matute es Demonios familiares, una historia que dejó inconclusa, pero cuyo probable final se ofrece a los lectores que tienen que rellenar los huecos desde que la acción se interrumpe hasta el desenlace esbozado.
En el folio que quedó en la máquina de escribir de la autora, los visitantes pueden leer este párrafo: "Aquel día, cuando lo vio a caballo en lo alto de la tapia, Berni se enteró de que el chico de al lado se llamaba Yago y de algunas cosas más. Por ejemplo que no era hijo ni del Coronel ni de Madre ni de Mada. Era misterioso hasta en eso. Como si hubiera aparecido un buen día debajo de una de las coles del huerto, que con tanto mimo trataba Mada".
Diez años después de su muerte, esta exposición ofrece un exhaustivo recorrido por la vida y obra de Ana María Matute y sirve como antesala de los actos que conmemorarán el centenario de su nacimiento a lo largo de 2025.
Secretos de escritora
Aún quedan secretos de la escritora por desvelar, el legado que guarda la Caja de las Letras del Instituto Cervantes no saldrá de la cámara acorazada hasta 2029. En el momento de depositarlo, la creadora afirmó: "La literatura es mi vida". La vida de una niña con imaginación, que se refugió en sus sueños y nunca se separó de su fiel compañero, el muñeco Gorogó, que saluda desde una foto.
La exposición Ana María Matute. Quien no inventa no vive permite perderse en el mundo imaginario de la autora hasta el 19 de enero. Solo hay que dejarse llevar por su voz y sus palabras, con las que cerró su discurso de aceptación del Premio Cervantes en 2010.
"Si en algún momento tropiezan con una historia, o con algunas de las criaturas que transmiten mis libros, por favor créanselas. Créanselas porque me las he inventado".