Taxistas, versos, escritores y hermanos fossores pueblan los artículos de Juan Antonio Tirado
- El taxista que no leía a Luis Rosales es el último libro del veterano reportero de Informe Semanal
- Isidora Ediciones recopila las columnas publicadas por Tirado en el diario digital El obrero
El columnista que quería ser Umbral es un veterano reportero ya retirado de Informe Semanal. Juan Antonio Tirado escribe como habla, con gracia andaluza por su origen malagueño, pero sin acento por exigencias del guion. Articulista inveterado, escribía una columna semanal en el periódico digital El obrero. Ahora Isidora Ediciones publica una selección de esas columnas bajo el título El taxista que no leía a Luis Rosales (y otros artículos).
Hombre discreto, lector entusiasta y gran conversador, Tirado no es nuevo en las lides literarias. Es autor de otros tres libros: Lo tuyo no tiene nombre, Las noticias en el espejo y Siete caras de la Transición. Caminante impenitente, más amigo de las librerías que de las bibliotecas, su condición de jubilado le está llevando últimamente más al préstamo público, que le permite satisfacer su inagotable curiosidad.
Como se puede adivinar por el título, toda una declaración de intenciones, a Tirado le gusta hablar con los taxistas de lo divino y de lo humano. Enamorado de la radio, en el libro deja traslucir su panteón literario, su sentido del humor y su innegable bonhomía. Está estructurado en dos partes: "Todo está en los libros" y "Nada está en los libros", lo que demuestra su gusto por la paradoja y los aforismos.
La mejores anécdotas de Tirado
En una entrevista con RTVE.es, Tirado desgrana las mejores anécdotas que pueblan su libro, desde la clarividencia de Jorge Luis Borges a las lecturas del taxista del título.
Pregunta: Los ciegos tienen fama en la literatura de ser videntes o ver el futuro porque no ven lo presente. El escritor argentino, Jorge Luis Borges, tuvo una premonición de su propia muerte. ¿Cómo fue?
Respuesta: Yo estaba en el año 85 en la Feria del Libro de Madrid y estaba firmando Borges su último libro Los conjurados. Había una cola inmensa, entonces yo tenía el libro, pero digo "yo no me voy a poner en la cola" y me puse a su lado. Tuve la curiosidad de ver como él iba a medida que firmaba un libro, decía el número que era uno, dos, tres, etc...y hacía un comentario en relación con algún fenómeno histórico. Cuando llegó al número 86 dijo "posiblemente el año de mi muerte". Y efectivamente murió un año después, en junio del 86. Un año antes, tuvo esa especie de premonición y yo tuve la posibilidad de verlo a él en el Retiro, en una tarde de junio inolvidable. Él tiene un poema en el que dice que todas las tardes son la misma repetida. Y bueno, pues esa fue mi tarde con Borges.
"Las tardes que serán y las que han sido
son una sola, inconcebiblemente.
Son un claro cristal, solo y doliente,
inaccesible al tiempo y a su olvido". Jorge Luis Borges, Los conjurados.
P: El actor Fernando Fernán Gómez tenía fama de ser huraño, hosco, con mucho carácter. Sin embargo, fue un ángel custodio para el dramaturgo Jardiel Poncela...
R: Sí, esa fama bastante inmerecida por otra parte. Él ganó mucho dinero ya desde muy pronto en el cine. En el año 48, crea el Premio Café Gijón, paga la primera edición con su dinero para darle el premio a un tertuliano del Café Gijón. Eusebio García Luengo, que era un escritor muy vago, que no quería hacer nunca nada, que estaba todo el día en la tertulia, era vago hasta para tomarse el café. Bueno, pues él crea ese premio y se lo dan.
En la anécdota que cuentas, Fernán Gómez era un enamorado de Jardiel Poncela, que además le dio su primera oportunidad en el teatro en el año 42. En Los ladrones somos gente honrada hay un personaje que es el pelirrojo y lo interpreta Fernán Gómez. Jardiel murió muy joven, con 51 años y estaba arruinado porque no cuidaba sus finanzas ni su vida en general. Los últimos años los pasa realmente apurado económicamente, no le da para vivir. Entonces, todos los meses, Fernán Gómez le envía un sobre a Jardiel, se lo deja en la portería sin nombre, con una cantidad que para la época estaba muy bien, unas 500 pesetas. Jardiel Poncela se murió sin saber quién era su benefactor.
El día antes de morir fue un barbero a su casa a afeitarlo y cuando terminó le dio 30 duros que era una cantidad verdaderamente deslumbrante para la época. Y le dijo: "No se preocupe, usted acaba de afeitar a un muerto". Efectivamente, se murió al día siguiente.
P: Todo el mundo sabe que Javier Marías tenía el corazón tan blanco y era del Real Madrid, mientras que su pasión es el Atlético de Madrid. ¿Cómo se conjuga la admiración literaria con la rivalidad deportiva?
R: Me costó llegar a Javier Marías precisamente por eso, entre otras cosas. Recuerdo que en un cumpleaños me regalaron un libro suyo Salvajes y sentimentales, de artículos sobre fútbol y decía cosas horrorosas sobre el Atlético de Madrid y sus seguidores a los que llamaba los indios. Era muy radical. Ese día cogí el libro y lo tiré por la por la ventana (como hacía Umbral). Me costó llegar a Javier Marías, hasta que efectivamente vi que era un novelista extraordinario.
Era hijo de Julián Marías, que tenía relación con todos los grandes literatos de la época. Javier tenía siete u ocho años, un día después de misa, llegan a casa de Azorín, que era muy descuidado y tenía la cama sin hacer. Y eso le dio una imagen fatal a Javier Marías y dijo: "Qué horror, no quiero ser escritor". Y sin embargo, con 18 años publicó su primera novela y fue escritor. En el artículo señalo, que es curioso, pero Javier Marías y Azorín ya duermen en la misma cama, la de la inmortalidad.
P: Hablando de la muerte, en una columna habla sobre los hermanos fossores, una orden que se dedica a cuidar de los cementerios...
R: En el año 2000, hice un reportaje para Informe semanal sobre la muerte y buscando documentación, vi que existía esa orden. Me resultó curiosísima. Y fuimos a Guadix a grabar. Ahora mismo hay tres en Logroño y tres en Guadix, en Cádiz creo que había también, pero ya no hay. Los miembros de los fossores viven en los cementerios, tienen la función de cuidarlos.
Hacen todo el trabajo, los enterramientos, tienen súper limpios los camposantos y lo hacen con una vocación religiosa que es estar todas las horas del día sabedores de que la muerte es lo que nos espera. Ellos viven su vocación de la muerte como algo fundamental y en ningún sitio mejor para para vivirla que allí. Cuando nos dieron el reportaje, lo hicieron un poco con la expectativa de ver si se creaban nuevas vocaciones, pero me temo yo que si ya hay crisis de vocaciones religiosas, de fossores debe haber bastantes menos.
P: Julio Camba era un gran articulista, pero escribía sin cuidado de lo que pudiesen pensar los lectores hasta que pasó algo...
R: Camba cuenta en un artículo con mucha gracia, que él siempre escribía descuidadamente, sin preocuparse. Hasta que un día le llegó una carta de un lector de Guadalajara y le dice: "Señor Camba, me encantan sus artículos. Me hace vivir auténticas emociones. Es usted estupendo, me divierte mucho". Y entonces Camba, que había vivido despreocupado, a partir de entonces, cada vez que escribía un artículo se preguntaba: "¿Le gustará este, al de Guadalajara?".
Camba es un surtidor de anécdotas, que renunciaba a toda gloria, toda fama, ni le interesaba la posteridad. Es un escritor que muere en el año 60 y sigue siendo el columnista muerto más vivo, quizá por eso mismo, porque no le interesaba la actualidad para nada. Los últimos años se los tiró viviendo invitado en el hotel Palace, y su recorrido era ir a Lhardy a comer, ida y vuelta. Cuando lo propusieron para ser académico dijo: "Yo para que quiero un sillón, yo lo que necesito es un piso". En realidad, Camba lo que quería es que lo dejaran en paz, porque era sobre todo un gran misántropo.
P: Es conocido su amor por la radio y también desgrana alguna anécdota sobre Jesús Quintero, todo un personaje en las ondas y en la vida...
R: Jesús Quintero convulsiona la radio, la radio nocturna. Cuando pasa Quintero deja todo carbonizado, deja todo impracticable porque es muy difícil hacer radio ya en el estilo que lo hacían porque sonaría siempre cursi, una radio menor. Quintero empezó en Radio Nacional muy joven, era un locutor con una voz magnífica. Hizo un programa, que se llamaba El hombre de la roulotte. Iba paseando por España los fines de semana, recogiendo sonidos en las calles, en los pueblos, y estuvo también en otro Tres a las tres en RNE, antes de hacer El loco de la colina.
El director de RNE era entonces Eduardo Sotillos, amigo personal del radiofonista. En un momento determinado, llega Jesús Quintero una tarde y le dice "Eduardo, me tengo que ir a Huelva porque ha muerto una tía mía y necesito dos días para ir al entierro". Le da permiso, pero por esas casualidades, Sotillos va ese día al aeropuerto de Barajas y cuando se encuentra allí a Jesús Quintero, con una señora estupenda camino de Ibiza, lo ve, lo saluda y le dice: "Jesús, como director, no te he visto y, como amigo, estás loco". Cuando volvió, le dijo: "Jesús, es la última tía que se te muere en Huelva o en cualquier sitio".
P: Por último, el libro se titula El taxista que no leía a Luis Rosales, pero la pregunta es: ¿qué leía ese profesional del volante?
R: Los taxistas tienen mala fama, inmerecida y merecida, como todo el mundo. Pero yo he conocido a muchos taxistas que leen y otros que escuchan música clásica. Este en concreto era un taxista que me llevó de Radio Nacional al tanatorio de Puerta de Hierro, donde estaba Luis Rosales, que acababa de morir. Entonces cojo el taxi y me dice el conductor: "Qué, ¿va a lo del poeta?". Y añade: "Ya era hora de que todos los periódicos de Madrid un día vinieran con la noticia de un poeta".
Se confiesa muy lector, pero que a Luis Rosales no lo había leído porque no le gustaban los poetas en español, que para la poesía la mejor lengua era el alemán o el ruso. Le gustaba la poesía traducida, porque el español estaba sobre todo hecho para las tabernas y para el cante y para la fiesta. Estaba leyendo a Marguerite Yourcenar (Memorias de Adriano) y, cuando se lo terminase, pensaba leer a Rilke y a Proust, entonces me pareció verdaderamente increíble. Aquel taxista no leía a Rosales, pero sí que tenía un surtido de lecturas muy importantes.