La radio sirve porque transmite una sola voz aislada del resto del ruido del mundo
- Cuando todo parece disponible a la vez, hace falta alguien que nos cuente una sola cosa
- En el centenario de la radio en España, las emisoras locales y territoriales de RNE salen a la calle
El fragor dentro de una manifestación en París; el suspiro de un vecino desahuciado por las inundaciones en Calais; el mugido de los toros de lidia en la Camarga; la brisa en la casa donde murió Picasso; las brazadas de los triatletas olímpicos en el agua del Sena. Un solo sonido. Solo uno. En tu oído.
Cien años después de su llegada a España, la radio no es lo que era. Hay que imaginarse el impacto que supondría meter en una casa española de 1924 un aparato que te ofrecía escuchar lo que alguien decía en ese instante en Moscú, Londres, París y esas otras capitales impresas audazmente en el dial. Hay que imaginárselo porque esa promesa nos parece ahora de lo más trivial. Cualquier móvil hace lo mismo y mucho más: retransmisiones de imagen y sonido, vídeos, conversaciones sin fin desde cualquier sitio, a toda hora. Todo, todo el rato. ¿Para qué sirve entonces un siglo después algo tan elemental como la radio? ¿Tan rudimentario como un corresponsal radiofónico? La respuesta está en la pregunta. Sirven porque son sencillos. Porque pueden transmitir un solo sonido, una sola voz aislada del resto del ruido del mundo.
Una sola historia que merezca la pena escuchar. Seleccionada por alguien que no trabaje solo para acaparar tu atención o tu opinión, sino para contarte de forma inteligible algo que merezca la pena saberse. De la forma más íntima posible: al oído.
Cuando todo parece disponible a la vez, hace falta alguien que nos cuente una sola cosa. Eso incluye la información convencional. En la jerga profesional: el carril. Desde que soy corresponsal en Francia he hecho centenares de crónicas sobre lo más relevante en política, economía, cultura o deporte en Francia. Intentando adaptarlas al oyente español que me paga. Creo que es una tarea útil, pero no esencial. Hay otras formas de conseguir lo mismo.
Hay voces que explican el mundo porque son mínimas
Pero en este tiempo también he grabado y transmitido los recuerdos temblorosos de una crítica de arte centenaria sobre Picasso en Montmartre; la angustia de un ganadero de Nimes por la crisis de la tauromaquia en Francia; el desconcierto de los inmigrantes desalojados antes de los Juegos Olímpicos de París; el entusiasmo de un carpintero en el tejado de Notre Dame.
Voces de historias mínimas que en ese momento, creo, servían para explicar el mundo. Que explicaban el mundo porque eran mínimas. Las de los descendientes de los españoles forzados por los nazis para construir el Muro Atlántico. Un relato ignorado, como era natural, durante los fastos por el 80º aniversario del Desembarco de Normandía. Testimonios de personas criadas en Rennes, en Saint Malo, en Jersey. En un español titubeante, a veces difícil de entender. Pero que sabían pronunciar, con el acento aprendido de niños, los nombres de los pueblo de sus padres: El Marchal de Lubrín, Cijuela, Maliaño de Camargo.
Para escuchar esos nombres en bocas por esas personas, como si te lo dijeran a ti. Para eso sirve, cien años después, un corresponsal de radio.