La vida sigue en Belorado, un pueblo cansado de las monjas cismáticas
- "Nos tiramos un mes esquivando periodistas", explica el concejal de repoblación del municipio burgalés
- La construcción de la autovía A-12 y la despoblación son los problemas que más preocupan a los vecinos
Hace frío en Belorado, en la Riojilla Burgalesa. Un pueblo a mitad de camino entre Burgos y Logroño atravesado por la N-120. El tráfico de camiones es notable, sobre todo porque en mitad del municipio hay un semáforo que cuando se pone en rojo les obliga a parar y a volver a arrancar forzando la potencia de sus motores. El sonido contrasta con el silencio de la mañana de diario en una localidad con 1.834 habitantes, según el censo actualizado a 31 de octubre. Se cumplen seis meses del cisma de las monjas clarisas. No hay ni rastro de cámaras de televisión.
Los capellanes de las religiosas contemplativas —hasta que dejaron de pertenecer a la Iglesia católica— esperan en la plaza de San Francisco. Hemos quedado para tomar un café y conversar sin fotos, sin grabadoras y con el compromiso de no revelar el contenido de nuestra charla. Toda la información sobre las monjas de La Bretonera se canaliza a través de la delegación diocesana de medios de comunicación del Arzobispado de Burgos. Están tristes y preocupados pero, sobre todo, siguen sin entender el porqué y el cómo de esta situación que nadie vio venir.
Ángel y Norberto me indican dónde está el monasterio. El pueblo es más pequeño de lo que parece cuando uno va de Burgos a Logroño —o de Logroño a Burgos— y tiene que parar en el semáforo a rebufo de los camiones. Apenas son cinco minutos caminando. El cenobio está dentro del pueblo pero en un costado, cerca del río Tirón. Se oyen ladridos de perro tras el muro de piedra de casi tres metros que lo rodea.
La verja de la entrada principal que hemos visto en tantas fotos y conexiones en directo está cerrada. Alguien ha dejado en el suelo comida para los gatos que ronronean y pasan acariciándose contra mis piernas mientras hago las mismas fotos que hemos ido publicando durante este medio año de cisma. Estamos a 8 ºC pero cuando sopla el viento da la sensación de que bien podría nevar. Los ladridos llegan amortiguados.
En un folio apaisado pegado al poyete de la verja principal, debajo del cartel de prohibido el paso, las monjas han puesto un número de teléfono para los que quieran ser atendidos. Es el mismo al que llevo llamando seis meses. Siempre atienden. Siempre dicen que sí. Siempre es que no.
"Buenos días, hermana. Ayer hablé con ustedes y con su nuevo jefe de prensa para comunicarles que vendría". Y de nuevo la amabilidad dulce al otro lado del teléfono. Que lo sienten, que no pueden hablar, que eso lo lleva el periodista al que han contratado, que él no les ha dicho nada de una entrevista, que los medios lo manipulan todo... el mismo rosario de disculpas, excusas y negativas que llevo escuchando desde el 13 de mayo.
Sigo rodeando los muros del monasterio. Si antes llegué hasta la verja de hierro oxidado que rodea la parte trasera, la más cercana al río Tirón, donde empiezan las tierras de labor y crece la hierba de las fincas en barbecho, ahora camino por la calle del pueblo con el muro de piedra correspondiente a la fachada principal a mi derecha.
Enfrente, casi al llegar a la esquina, hay un residencia de ancianos. Y al doblar el muro de piedra y casi adosados a él, una promoción con tres o cuatro chalets. Los perros están justo al otro lado y el sonido de los ladridos es ensordecedor. Parece que se han vuelto locos. Al fondo, por la parte del río, aparece un pastor con sus ovejas y media docena de perros que también ladran a los del criadero ilegal de las monjas cismáticas. Insoportable. Como el frío de un martes de noviembre en la meseta rural.
Vuelvo a la puerta principal y vuelvo a llamar. Quiero comprar algún producto de los que elaboraban en su obrador, algo del chocolate que las hizo saltar a la fama tras la recomendación de varios chefs vascos con estrellas Michelín y su presencia en mediáticas ferias gastronómicas.
Me dan permiso tras consultarlo con no se sabe muy bien quién. La exabadesa sor Isabel de la Trinidad no podía prorrogar su mandato y tras el cisma nadie sabe quién es la superiora ni cómo se organizan en esa comunidad donde resisten atrincheradas las ocho monjas cismáticas junto a cinco ancianas enfermas no excomulgadas. Trece en total, según el Arzobispado de Burgos.
Sor Belén me recibe risueña para ofrecerme algunos de los escasos productos que tienen a la vista en las estanterías del torno. Le pregunto si siguen teniendo el obrador en funcionamiento. Me sonríe en silencio. Le explico que quiero hablar con la responsable y si sigue siendo sor Isabel. Más amabilidad y evasivas. Quiero pagar con tarjeta pero no se puede. Lo intento por bizum en otro número de teléfono y tampoco. Al final tiene que ser en metálico, sin factura y sin tiquet.
"Tenían que haberse ido, no lo veo normal. ¿Por qué se ponen rebeldes?", se pregunta Dircia, una vecina que lleva 16 años en Belorado y que coincide con el sentir de los beliferanos con los que me he ido cruzando. "No conozco a nadie que las apoye en el pueblo", sentencia tras echarles en cara "la forma como han llevado todo y las cosas raras que han hecho".
Entro en el ayuntamiento donde se escuchan los gritos de los niños que juegan en la guardería municipal que funciona en el primer piso. "No sabemos nada de las monjas. Ya pasó el boom", zanjan cualquier posibilidad de conversación. En la Plaza Mayor no hay nadie. El sol parece que quiere asomar.
Sigue el trasiego de camiones y los chavales del instituto salen de clase para ir a comer. Son 130 alumnos procedentes de una veintena de pequeños pueblos de toda la comarca. "A mí como si... bueno, mejor me callo, pero que me da absolutamente igual", suelta entre enfadado y aburrido un camarero "del pueblo de toda la vida" en el restaurante donde aprovecho para comer.
La conexión con Lerma
El monasterio de Belorado hace dos décadas estaba a punto de cerrar. La comunidad de clarisas era muy pequeña y todas estaban muy mayores. Entonces comenzó la explosión vocacional en el de Lerma, también en Burgos, a una hora de coche. En torno al carisma de sor Verónica Berzosa son tantas las peticiones de jóvenes con estudios universitarios para vivir la vida contemplativa que, con el visto bueno de Roma, funda una nueva congregación llamada Iesu Communio y abren un segundo monasterio en La Aguilera.
Pero no todas las monjas están de acuerdo y cinco de ellas, entre las que está sor Isabel de la Trinidad, vinieron a Belorado. En ese momento el pueblo respiró. Parecía que salvaban el convento porque aquí también llegaron algunas vocaciones jóvenes. Comenzaron a diversificar sus fuentes de ingresos: criadero de perros con pedigrí y chocolate gourmet en el obrador de Belorado, casa rural para alquilar en Derio... pero las deudas no dejaban de crecer y los negocios no acababan de funcionar.
Llamo al monasterio de La Aguilera para ver si sor Verónica Berzosa me puede recibir con la esperanza de que pueda ayudarnos a entender el cisma de Belorado. Ella vivió en la misma comunidad de clarisas con las monjas que han decidido romper con la Iglesia católica. Hablo con sor Benedicta. "No le puedo decir porque yo no llevo eso", me dice amablemente al otro lado del teléfono. "No, tampoco le puedo decir quién lo lleva porque no lo sé", termina su faena de aliño para dar una larga cambiada al periodista de turno.
Belorado está empapelado con pancartas, carteles y pasquines amarillos en los que se lee "Autovía A-12 ¡YA!". Entro a preguntar en un bar. Bueno, y también porque cada vez hace más frío. Lo de la autovía da para varios reportajes. Sigo preguntando por las monjas.
“La gente pasa de las monjas, aquí no se habla de ellas“
Hay ambiente. Resulta que lo ha reabierto hace poco un matrimonio de los que han venido a vivir al pueblo "porque estábamos hartos de Barcelona", asegura el leonés Javier González. Él y su mujer, Daniela Bascuñán, me cuentan que Belorado fue el primer municipio en tener un concejal de repoblación. "La gente pasa de las monjas, aquí no se habla de ellas, pero si quieres saber todo, lo mejor es que hables con José María, que las conoce muy bien, y es el que nos ayudó a venir aquí", explica la chilena Daniela desde el otro lado de la barra del bar café Kais.
Mientras llega José María García, a la sazón concejal de repoblación y antiguo seminarista en Derio, pego la hebra con la otra chilena de Belorado, con Alma Meirelles. "Llegué aquí hace tres años con un grupo de repoblación y conocía a las monjas por el chocolate, pero ellas no han participado nunca en el pueblo. Yo me entero de lo que pasa por la prensa, sobre todo porque sigo en redes a Luis Santamaría, el de las sectas", confiesa Alma.
“La gente que más las ha ayudado no quiere hablar de ellas, se sienten traicionados“
"Nos tiramos un mes esquivando periodistas", resume José María García el acoso mediático que sufrieron los beliferanos. "No es muy lógico que siendo monjas de clausura vayan a tantos sitios y reciban a todo el mundo", argumenta este concejal que conoce muy bien el funcionamiento de la Iglesia Católica de la que forma parte. "La gente que más las ha ayudado no quiere hablar de ellas, se sienten traicionados", argumenta García.
"Dudo del estado de la salud mental de las líderes del grupo —apunta Alma muy seria con su acento chileno— y me apena por las que han sido arrastradas", a lo que José María añade: "La Iglesia no tiene prisa y, si se retractan, las vuelven a acoger, pero es una pena que ocurra esto".
De vuelta a Madrid, el periodista contratado por las monjas cismáticas reconoce, al otro lado del teléfono, que le pagan "algo simbólico" y que le mande las preguntas que quiero que me contesten por escrito, por whatsapp. Le hago saber que es la quinta ocasión en la que voy a enviar un cuestionario a las monjas cismáticas y que siempre me dicen que sí y luego es que no. Le envío diez preguntas para Laura García de Viedma, que es como se llama la exabadesa Isabel de la Trinidad.
Las tres primeras siempre son las mismas: ¿Por qué no le comunicaron al responsable diocesano de vida religiosa su deseo de abandonar la Iglesia católica? ¿Por qué no le comunicaron a los capellanes que las atendían todos los días su deseo de abandonar la Iglesia católica? ¿Por qué no le comunicaron a los colaboradores y feligreses que acudían a diario al monasterio su deseo de abandonar la Iglesia católica?
Seguimos sin respuesta. Los camiones siguen parando en el semáforo de Belorado. Con el invierno a la vuelta de la esquina se hace atronador el silencio de las monjas. Sólo quedan los ladridos.