Leonardo Padura se quedará en La Habana "hasta que se seque el Malecón"
- El escritor cubano está de gira en España para presentar su último libro: Ir a la Habana
- Un ensayo con fragmentos de novela y crónicas periodísticas que retratan la ciudad
Habanero de Mantilla, Padura del valle de Ayala, Leonardo Padura en su último libro Ir a La Habana, editado por Tusquets, vuelve a recorrer las calles de la ciudad.
Escritor incansable, confiesa que está escribiendo una nueva novela y luego tiene pensada otra en la que volverá el personaje de Mario Conde, un expolicía desencantado, que encarna la vivencia generacional de muchos cubanos.
Padura denuncia la decadencia urbanística de La Habana y el deterioro de las condiciones de vida de los jubilados cubanos, cuya pensión no llega para comer ni un huevo al día. La supervivencia en Cuba es una cuestión de FE, es decir, de tener un Familiar en el Extranjero, que envíe dinero.
En una fría tarde de noviembre, en un discreto hotel de Madrid, RTVE.es entrevista al galardonado con el Premio Princesa de Asturias de las Letras de 2015:
RTVE.es: En Ir a La Habana hace un retrato personalísimo de la capital cubana. ¿Su infancia son recuerdos de un solar de Mantilla?
Leonardo Padura: Mi infancia son recuerdos de un patio de Mantilla y de una mata de mango que no me gustaba. Me gustaban los mangos que me robaba del vecino. Y en ese barrio, en la casa que construyeron mis padres en el año 54, para que yo naciera en el año 55, ahí he vivido toda mi vida. Mi niñez se produjo en ese barrio, en esas calles, con esos amigos que algunos ya no están porque no están, otros no están porque se fueron. Es un archivo de recuerdos muy especiales, esos recuerdos de la infancia son únicos, son los recuerdos de los descubrimientos.
P: ¿A qué descubrimientos se refiere?
R: El otro día estaba pensando en estas cosas precisamente por el libro y me estaba acordando de la primera vez que yo le di un beso en la mejilla a una muchacha, que pretendía que era mi novia. Estábamos en cuarto grado, yo tendría nueve años. Y me acordé porque he utilizado su nombre para un personaje de la novela con la que estoy ahora. Son cosas que están ahí en la memoria, a veces un poco empolvada, pero que uno va sacando y te alimenta mucho estar cerca de ese lugar. Además permite que sea de una forma más vívida, no nebulosa, como pasa a veces con ciertos recuerdos de lugares de paso. Es que están ahí. Eso fue en la esquina de mi casa, al doblar en esa misma calle, esa polvorienta, pedregosa, fea. Pero bueno, ahí fue ese primer beso a una pretendida novia.
P: Ha mencionado que está escribiendo una nueva novela. ¿Piensa recuperar el personaje de Mario Conde?
R: No, en esta novela no le toca. Conde ahora está de descanso. Ya tengo una idea para una historia con él en torno al fenómeno tan terrible de la emigración masiva que hay en Cuba en estos momentos. Una migración muy caótica, desorganizada, muy dramática, porque son familias enteras, a veces con niños y se van en condiciones muy complicadas.
La novela tiene que ver con el destino de mi generación. Ese final de una vida en la que al llegar a la jubilación ganan un retiro de 1.800 pesos. En un país, donde un cartón de 30 huevos vale 3.000. No tienen ni para un huevo al día, te podrás imaginar el nivel de pobreza y de indefensión en que queda esa gente. Y sobre eso estoy escribiendo.
P: Considera que ya ha escrito su gran novela, ¿o cree que está por escribir?
R: Pues para mi gran novela, trataría de ver si puedo alquilar un pisito por Segur de Calafell o algún lugar así. Y frente al Mediterráneo, caminar por el paseo marítimo y comer calamar y pescaíto frito (bromea con guasa). Yo creo que el escritor tiene que retarse constantemente. Lo que te puedo asegurar es que cada novela que he escrito es la mejor novela que he sido capaz de escribir en ese momento. Y si no es mejor, ha sido por falta de talento y no por falta de esfuerzo. Y me reto en cada proyecto.
Esta novela que estoy escribiendo es una especie de puzle, vas viendo un lado de la realidad y después otro personaje te muestra el otro, de una manera que no lo había hecho hasta ahora. Y con un tercer personaje, el observador de todo lo que va ocurriendo. Tiene una estructura diferente y siempre estoy buscando alternativas. Mario Conde me da una perspectiva muy peculiar, y por eso lo alterno con este tipo de trabajo.
P: ¿Qué recomienda a alguien que quiera conocer la capital de Cuba, ir a La Habana o leer su ensayo?
R: La experiencia personal es insustituible. A mí me pasó cuando estaba escribiendo El hombre que amaba a los perros. Yo tenía mucha información sobre Moscú, pero no había estado nunca. Y cuando fui tuve que reescribir todos los capítulos porque comprobé en la práctica las proporciones, los lugares y cómo se accedía a determinados sitios.
Cuando escribí Herejes, tuve que ir a Ámsterdam para ver qué se veía desde las ventanas del estudio de Rembrandt, porque yo ponía cosas que no se veían, que nunca se vieron. Mi libro puede dar una idea de lo que es La Habana, pero muy sesgada porque está matizada por mi sensibilidad, mi experiencia, mi manera de ver el mundo y de entender la ciudad, pero hay otras muchas maneras posibles.
P: En uno de sus libros denuncia que las autoridades cubanas están intentando popularizar el fútbol y relegar el béisbol. ¿Cómo está el deporte nacional?
R: No lo sé si lo están intentando, lo cierto es que se transmite mucho fútbol de primer nivel. En Cuba se ven los Mundiales, la Champions, la Liga española, partidos de la Bundesliga, de la Premier y vemos béisbol cubano que está en decadencia, a veces equipos que ni siquiera conocemos. El problema es más complicado porque el sistema de las grandes Ligas no autoriza a Cuba para que transmita esos partidos y aquí hay dos culpables. El resultado es que hay una enorme cantidad de niños en Cuba que prefieren jugar fútbol.
Yo siempre digo que todavía estoy por conocer a un futbolista cubano que esté en algún hall de la fama, que se haya hecho millonario o que haya sido el mito de una generación. Sin embargo, la historia del béisbol cubano está llena de esos personajes, desde el siglo XIX hasta hoy mismo.
El béisbol es una parte esencial, ni siquiera de la cultura ni de la identidad, yo digo que es parte esencial de la espiritualidad cubana. Es algo que tenemos tan dentro que hablamos en sus términos. A ese "lo cogieron fuera de base" o ese "estaba haciendo corrillo de bateo". En fin, es una interiorización profunda, de una práctica que es un espectáculo y una manera de entender el mundo. El béisbol tiene una filosofía y esa filosofía la hemos asumido.
P: Ernesto, un compatriota suyo, jugador de béisbol aquí en España, le conoce solo como comentarista deportivo. ¿Qué sensación le produce esto?
R: Tengo escrito un libro con mi colega del periódico en el que trabajé hace 40 años e hicimos una serie de entrevistas a jugadores de béisbol que ya están jubilados, pero que fueron míticos. Él es un hombre de mi generación también y hicimos una lista, entrevistamos a 17 jugadores retirados y después he publicado varias crónicas, artículos más profundos sobre la historia del béisbol en Cuba, su significación. Por eso me he referido a todas estas definiciones porque las he manejado mucho en esos textos.
P: Lo curioso es que no tenía ni idea de que usted era escritor, su única referencia era Leonardo Padura, comentarista de béisbol...
R: De ese libro se hizo una edición de 30.000 ejemplares, todavía se hacían grandes tiradas, y creo que esto es un récord. En una noche se vendieron 20.000, se llevaron en un camión al estadio el día de una definición de campeonato. En el Stadium había 35.000, 40.000 personas, y 20.000 compraron el libro, que costaba 40 centavos.
Hoy la situación es completamente distinta. Desde los años 90, se publican muy pocos libros, en tirada muy pequeña y con precios poco asequibles. A veces, se me ha acercado alguien y me dice "vine a oír la presentación, pero no puedo comprar el libro porque el precio que tiene yo no puedo pagarlo".
P: ¿Cómo funcionan las bibliotecas públicas en Cuba?
R: Hay muchas que han desaparecido, hay otras que están languideciendo y eso afecta a todo el sistema de bibliotecas de Cuba, incluso a la Biblioteca Nacional. Y para adquirir fondos hace falta dinero y esas bibliotecas no lo tienen. Además, hace ya 20 años hay un proceso de digitalización de fondos que ha sido muy tardío, muy lento y que no sé hasta dónde ha llegado. Cuando escribí mi libro La neblina del ayer, sobre la gran bibliografía cubana del siglo XIX, pude tocar con mis manos ejemplares del fondo de libros raros y curiosos, primeras ediciones del siglo XIX y, de verdad, que ahí hay una riqueza bibliográfica impresionante.
El gran problema del libro de papel es que tiene un tiempo de vida, sobre todo si la impresión no está hecha con el mejor de los papeles posibles. En mi biblioteca particular, he sacado libros y ni siquiera los puedo regalar porque el papel se ha oscurecido tanto que ya casi son ilegibles. Eran Ediciones Huracán de estas de 40 centavos que te permitían leer a clásicos como Balzac, Zola, Pérez Galdós, o la poesía de Bécquer.
P: En la transformación urbana de La Habana, una cosa que le molesta es la música que se oye a todo volumen. ¿Aceptaría escribir letras para canciones de reguetón?
R: No me siento capaz de hacerlo. Mi mujer me dice que sí, porque a veces me pongo a bromear y le invento canciones. Lo que pasa es que me salen muchas con malas palabras y entonces va a ser peor el remedio que la enfermedad. Lo más importante en un escritor es descubrir cuáles son sus capacidades y cuáles son sus debilidades. Por ejemplo, no me atrevería a escribir poesía.
No me siento capaz de escribir teatro porque tiene que ser todo sobre un escenario, moverme en un espacio que además implica un tiempo. Sin embargo, puedo escribir guiones de cine porque las elipsis, los tránsitos son más fáciles de hacer. Por eso, escribo novelas, porque creo que puedo tener una respiración más sosegada, con un tempo más lento o más rápido. Y en cuanto a la versificación, pues no es mi fuerte.
P: ¿Cree que la victoria de Trump puede afectar en algo la vida cotidiana de los cubanos?
R: Creo que puede afectar la vida cotidiana de los norteamericanos y puede poner a Europa en situaciones muy complicadas. El gobierno anterior de Trump cortó todo lo que había hecho la administración Obama, sobre todo en su segundo mandato, cuando se restablecieron relaciones y hubo toda una serie de posibilidades: intercambios académicos, culturales, deportivos, religiosos, sociales, culinarios. La gente inventaba cosas para ir a Cuba y los cubanos para ir a los Estados Unidos. Todo se acabó. Hubo un momento, en plena pandemia, que fue imposible recibir remesas. Si haces eso con El Salvador, México, o Guatemala entran en crisis. Te podrás imaginar lo que significó para Cuba.
Seguramente Trump puede hacer la situación más difícil. Las administraciones norteamericanas y los lobbies de poder piensan que afectan directamente al gobierno y lo que afectan es a los cubanos. El gobierno cubano ha resistido todos estos años de bloqueo y los va a seguir resistiendo. Los que no podemos somos nosotros, los ciudadanos cubanos. Esos jubilados de los que hablaba, que reciben 50 dólares que le manda el primo desde EE.UU. y con eso se arreglan dos meses. Es una situación realmente muy difícil, pero a la vez es muy poco lógica.
P: La película de Saura Elisa, vida mía, fue la primera que vio con su mujer y 27 años después, el director la convirtió en una novela. ¿La ha leído?
R: No, me enteré el otro día de que existía. Yo soy un gran fan de Carlos Saura, sobre todo de aquel cine que hizo durante el franquismo. Era muy críptico y lo veíamos en Cuba y nos poníamos a tratar de saber qué cosa eran aquellos dos pescados que aparecían allí, y cosas raras. Fue la época en que trabajó con Geraldine Chaplin, y para mí fue un cineasta muy importante. Y bueno, esa película es especial porque fuimos a verla la primera vez que salimos juntos la que sería mi esposa y yo.
P: La capital cubana pasó de 138 salas de cine en 1955 a sólo una decena hoy en día. ¿Cuál ha sido la última película que ha visto en una sala de La Habana?
R: Tal vez fue, cuando finalmente se programó, Regreso a Ítaca en Cuba. Yo soy el guionista y estaba dirigida por Laurent Cantet. Estaba programada para verse en el Festival de Cine del año 2015 y fue censurada su exhibición. Y después, en un festival de cine francés, en 2016, logramos que se hicieran dos pases y recuerdo que fuimos a verla, posiblemente haya sido esa la última vez.
P: ¿El descontento de la juventud cubana podría traducirse en un estallido social o los descontentos acaban por emigrar?
R: No. Los descontentos acaban por emigrar. El problema es que la última vez que hubo una manifestación notable, el 11 de julio del año 2021, a mucha de la gente, que salió a la calle a protestar y rompió un vidrio o tumbó algo, la han condenado diez años. No hubo tanta represión policial como represión judicial. Los policías le dieron el palo en la cabeza que le dan a todo el mundo en cualquier manifestación, en cualquier parte del mundo. Vas al hospital, te curan y a lo mejor pagas una multa de 200 euros. Pero no es lo mismo pagar una multa que pagar con diez años de cárcel. Y hay un viejo refrán español que dice que "la letra entra con sangre", también se puede aplicar en este caso.
P: ¿Cuál es su rincón favorito de La Habana?
R: Mi lugar favorito de La Habana es el Malecón, porque el Malecón es lo que lo que define esa ciudad. Una ciudad que ha vivido y ha crecido gracias a lo que le ha llegado por el mar y a lo que ha salido por el mar. El Malecón es como el principio y el fin de la ciudad y del país. Es el lugar en el que terminan los sueños y empiezan las esperanzas, las divagaciones y también muchas frustraciones. Eso sí, el rincón favorito sigue siendo mi casa.
P: En Ir a La Habana menciona que el deterioro de la ciudad le produce una sensación de ajenidad. ¿Con la edad se aceptan peor los cambios?
R: Sí, por supuesto. Uno de mis grandes temores es volverme un viejo conservador. Hay una máxima universal: "los que hacen la revolución son los jóvenes". Y eso es verdad, son capaces de cambiar el mundo. Y los viejos, vamos siendo cada vez menos atrevidos. La Habana ha cambiado como cambia cualquier ciudad. Yo empecé a venir aquí a España en el año 88. El Gijón al que yo llegué en la primera Semana Negra me parecía oscuro, tétrico. Ahora la ciudad es una flor. Ha pasado también con muchas partes de Madrid.
Vázquez Montalbán decía que había una ciudad preolímpica que era su Barcelona y que la Barcelona olímpica ya no le pertenecía. Y el otro día, caminando por el barrio Gótico, me dijo una persona de allí: "Ya no me gusta caminar por el barrio Gótico porque ahora huele a ketchup". Un olor define muchas cosas y a mí me pasa un poco lo mismo, siento que esa Habana ya no va siendo mi Habana, por ella y por mí.
P: Contra viento y marea ha decidido vivir en La Habana, pero ¿quiere morir en La Habana?
R: Tengo una relación complicada con la muerte. Nunca visito los cementerios, creo que cuando alguien muere físicamente, murió. Y eso que va a ese lugar, a la tierra o eso que se incinera ya no es la persona que fue. Además soy ateo y agnóstico, pues nada, cuando muera me da lo mismo donde me pongan. Juan Carlos Tabío, el cineasta cubano, que éramos muy amigos, decía: "yo le he dicho a mi mujer que me incineren y que después venga y tire la ceniza en el inodoro porque por ahí voy a llegar a muchas partes".
P: ¿Ha pensado alguna vez en su epitafio?
R: Eh, no, todavía no. Espero que demore un poquitico.
P: ¿Qué se lleva en su maleta de vuelta a Cuba?
R: Mucha comida. Ahora mismo terminamos de cerrar dos maletas. Mi esposa fue a Mercadona y regresó con la maleta. Yo fui al dentista, me estaba haciendo una férula, regresé y le dije: "Espérame en la puerta del Mercadona, que vamos otra vez". La situación en Cuba es muy complicada. Hace cuatro días, cuando hablé con mi madre después del segundo huracán, se quedaron tres días sin electricidad, me dijo: "Son las 12 del día y todavía no ha llegado el pan a la panadería porque no había electricidad". Así que le digo: "y el último pan que te lleve". Me contesta: "Eso ya se acabó con el apagón anterior", porque le llevo pan a mi madre de 96 años.
P: Al referirse a la decadencia urbana de La Habana y también a la crisis de valores de sus habitantes usa el adjetivo "indetenible". ¿Tan mal está la cosa?
R: Sí. Hay una crisis económica que empezó a ser muy grave en el año 1991, y lo más que ha logrado es llegar a determinadas mesetas, pero nunca se ha superado. Igual que nosotros necesitamos alimento, las ciudades necesitan dinero. Las construcciones, los espacios públicos, los edificios exigen un mantenimiento y eso no ha ocurrido durante mucho tiempo y no se sabe cuándo volverá a ocurrir.
Afortunadamente, la parte más histórica, lo que se conoce como La Habana Vieja, recibió algunos beneficios y varios edificios se salvaron, pero eso es un 8% o 10% del espacio físico de la ciudad y el resto está viviendo a su suerte. Un particular gana 40 euros al mes, y un galón de pintura vale 20. Le hacen falta diez galones de pintura para pintar su casa, no lo puede hacer y no lo ha hecho en años.
P: ¿Qué transformación de la ciudad le resultaría intolerable y le empujaría a marcharse?
R: No lo he pensado porque a veces uno se pone un poco fundamentalista con determinadas cosas y después resulta que es más comprensivo o incluso tiene una cierta displicencia. Había una canción que se hizo muy famosa hace algunos años que decía algo así. El estribillo decía "hasta que se seque el Malecón". Yo creo que me mantendré ahí hasta que se seque el Malecón.
P: ¿Qué es lo último que ha encontrado escuálido y conmovedor?
R: Ha sido muy conmovedor el vínculo que ha logrado este libro interesante, ensayo con fragmentos de novela y crónicas, con los lectores aquí en España. La primera vez que vine acá, fue en el año 97, y tuve el mejor presentador posible de una novela policíaca en Barcelona, Manuel Vázquez Montalbán. Lo hicimos en una librería y fueron 16 personas, 14 fueron a ver a Manolo y dos, a mí. Ahora en Barcelona la gente no cabe, y eso pasó en Toledo, en Coruña y en Mallorca.
Esa relación con los lectores españoles me conmueve muchísimo. Tengo una enorme deuda de gratitud, no solamente con la España que me dio la lengua, que es algo tan importante, sino con las instituciones españolas, el Cervantes, la editorial Tusquets, etc. Esa editorial me ha dado seguridad, independencia y tranquilidad económica, fundamental para este oficio.
Esta mañana en una farmacia me gasté 120 euros comprando medicamentos para llevar para Cuba, vitaminas para mi madre, un jarabe, una pomada que se echa en el hombro mi suegro. En otra época, no hubiera podido ser. Entonces, me tiene que conmover mucho y hay lugares donde esa esa relación tiene un añadido especial como Asturias y Galicia. Tal vez, porque soy cubano y porque los asturianos y los gallegos son casi cubanos que viven aquí en España.
P: Pero el origen de su familia está en el País Vasco. ¿Alguna vez ha rastreado sus antepasados?
R: Sí, estoy preparando una crónica para El País sobre mi visita al valle de Ayala, en Álava, muy cerca de Vitoria, de donde partió mi familia y donde tuve una rápida comprensión de por qué esos Padura salieron de allí y se fueron a Cuba. Porque es un lugar entre montañas, verde, precioso, donde llueve todos los días, hace frío todos los días y tienes el cielo sobre la cabeza. Y me imagino que aquel Padura dijo: "¡Coño!, si hay una isla en el Caribe donde hay playa y sol. Me voy de aquí corriendo".