El día a día de un voluntario de la DANA: “Llegas a casa, te duchas y piensas, soy una privilegiada”
- Desde toda España, decenas de voluntarios siguen llegando para ayudar a los afectados de la riada en Valencia
Los vehículos de las Fuerzas Armadas anuncian una escena postapocalíptica en todos los municipios que quedan al este de la CV-400. Es una de las carreteras de acceso desde la ciudad de Valencia a las localidades de la zona 0 de la DANA que devastó gran parte de la Huerta Sur el pasado 29 de octubre.
Militares y policías señalizan el paso con luces fluorescentes y ocupan la calzada en cuyas cunetas todavía se dejan ver decenas de vehículos destrozados tras el paso del agua que todavía no han sido retirados.
Sobre las consecutivas rotondas a lo largo de la vía, cada una de ellas con salida a un municipio distinto, hay otros tantos coches aparcados principalmente porque no hay lugar donde estacionar dentro de los municipios.
El color de la tierra cubre desde hace semanas su carrocería y los hace prácticamente indistinguibles de aquellos que ya no funcionan. Por ello, es frecuente ver a través de sus ventanillas improvisadas advertencias escritas a papel donde sus dueños ruegan a los equipos de emergencia “no emportar-se el cotxe” (no llevarse el coche).
La mezcla entre tierra y polvo que se levanta sobre el asfalto al paso de los vehículos deja en el aire una neblina marrón que se extiende por toda la carretera. Pero en la imagen hay un elemento que llama la atención. En este desolador escenario sorprende también los voluntarios que desfilan por el arcén. Se cuentan por decenas y todos ellos forman una interminable columna que camina a paso de procesión de forma paralela a los vehículos.
Su presencia se ha normalizado por completo, así como su particular e idéntica indumentaria: un traje EPI salpicado de arriba abajo por el lodo, unas botas de color indescifrable por la tierra, además de la mascarilla y material de limpieza cubierto de barro. Sus caras cansadas describen un sentir general con el que todos coinciden: "Hasta que no estás aquí y lo ves, no puedes imaginártelo".
De todas partes de España, dirección Horta Sud
Massanassa es una de esas localidades más golpeadas por la DANA. Alrededor de las 19:00 horas, un agente de policía desvía los vehículos a la entrada del pueblo para impedirles el acceso, y los vecinos estacionan donde pueden. Una vez desciendes del coche, son imprescindibles las botas y una mascarilla, fundamentales en un pueblo convertido en lodazal y atestado de deshechos.
Un grupo de personas gestiona la donación de material de limpieza, que se amontona a lo largo de una calle por la que semanas antes paseaban con normalidad los vecinos del municipio.
“Un parell de mascaretes, per favor” (Un par de mascarillas, por favor), solicita una mujer. “Clar, aquí teniu” (Claro, aquí tenéis), responde en un precario pero trabajado valenciano uno de los voluntarios, un chico de Sevilla. Llegan desde todos los rincones del país, la mayoría son jóvenes, como es el caso de Inés Casamitjana y Eva García, de Huelva y de Bilbao: "Nos hemos cogido un día de vacaciones en el trabajo para venir y ayudar", cuentan.
Otro ejemplo es el de Efraín Ballesteros, que acude desde Madrid con su grupo de amigos: "Con una pala y una Karcher hemos limpiado un par de garajes en la zona cerca de la plaza y también un portal".
"Nos dicen que de no ser por nosotros estarían muertos"
“En la mayoría de casas nos dicen que si no llega a ser por nosotros estarían muertos de sed, hambre o por estar rodados de mierda”. Sara Mateu ha venido ya en varias ocasiones para ofrecer su ayuda. Vive en Jesús, barrio al sur de la ciudad de Valencia, y para llegar a los municipios afectados se ha unido al resto de voluntarios que cruzan el bautizado como "Puente de la Solidaridad", que cruza el nuevo cauce del río Turia y une la capital con el Área Metropolitana Sur.
Voluntarios como Carmela March, que también vivió en primera persona aquellos primeros días cargados de "incertidumbre". "La gente empezaba a acudir y pensabas, obviamente yo también tengo que ir", nos cuenta. "El barro te llegaba hasta las rodillas y las calles... honestamente, daban mucha pena".
Calles como por ejemplo la de Joanot Martorell en Massanassa, fiel retrato de una tragedia que esconde infinitas historias anegadas entre los recuerdos. A dos metros sobre el suelo, impresa en las fachadas, se traza una línea del color de la tierra que marca la altura hasta la que llegó la riada.
Es la diferencia entre lo vivo y lo muerto, dos realidades enfrentadas entre quienes quedaron sobre el agua y bajo ella, acompañadas por centenares de palas, escobas y haraganes sucios hacinados sobre las paredes de las casas de huerta de principios de siglo XX.
"Si no es por los voluntarios, esto es un desastre"
Cada calle tiene su propio relato. "¡Aquí hace falta gente!", gritan desde el interior de una ferretería. Dentro, decenas de voluntarios arrastran el lodo hacia la acera con los haraganes y disparan agua a presión contra las paredes con una Karcher, máquina que se ha convertido en un habitual en cada rincón del municipio, al igual que palabras como "achicar", tan repetidas una y otra vez en la calle.
Quien pide ayuda es Carol de Trinidad, una joven tinerfeña que ha organizado a través de las redes sociales a un grupo de voluntarios. Es ella quien lleva la voz entre la desorganizada escuadrilla bajo la atónita mirada de Juanjo Valero, dueño de este local, quien apunta pérdidas "incalculables". "Si no es por los voluntarios, esto es un desastre", lamenta.
Tras las el paso de la DANA, Carol se enroló en Tenerife en una de las muchas iniciativas de recogida de alimentos y ropa. Con la experiencia del volcán de La Palma a sus espaldas, comprendió que el momento de las donaciones había terminado: "Lo que necesitan son manos para sacar ese barro, les tienen abandonados", pensó entonces.
Después de toda la mañana removiendo la tierra, a las 14:00 horas un grito de salvación suena en la lejanía: "Els comuniquem que poden menjar de calent a la Plaça País Valencià"(Les comunicamos que pueden comer de caliente en la Plaza País Valencià). A continuación, una cola interminable abarrota la anegada plaza y se reparte comida caliente a los voluntarios, otra de las muchas imágenes que retratan la jornada.
La "desorganización" como su principal "impedimento"
“Los voluntarios éramos los únicos que estábamos ayudando, había muchísimos y no sabíamos realmente dónde podíamos ser eficaces”, relata por su parte Sara Mateu. Es una sensación general y compartida entre muchos de ellos. Una "desorganización" que se traduce en una "barrera" para las personas que quiere ir a ayudar.
"Su labor es imprescindible, pero no les veo hacer ciertas cosas que al final tenemos que salvar la gente de a pie", lamenta Carol de Trinidad, que señala directamente a la administración por no brindar facilidades en este sentido.
El garaje donde el joven madrileño Efraín Ballesteros lleva toda la mañana paleando es un buen reflejo de esa falta de organización. El método es la siguiente: alrededor de 50 voluntarios hacinados en condiciones infrahumanas en un sótano anegado, bajo un ambiente irrespirable e iluminado únicamente por un agujero abierto por el agua que ha llegado hasta el techo, tal y como señala la recurrente marca.
Tres vehículos reposan a un lateral del garaje, completamente arrasados y a la espera de que los equipos de emergencia los retiren. Un trabajo que no pueden hacer los voluntarios, quienes se limitan a llenar interminables capazos paleando el lodazal que hay por el suelo.
"¿Pero qué haces sin mascarilla?, ahí bajo hay metano, vela un poco por tu seguridad". Es lo que pide un agente de la Policía Nacional a uno de los jóvenes que tras subir un cubo lleno de lodo hacia el exterior se dispone a bajar a por otro para repetir la acción una y otra vez.
Algunos voluntarios se preguntan por el significado de un símbolo presente en muchas de las fachadas del pueblo: una cruz y un '2', esta vez dibujada en la pared exterior del garaje. Indica que el interior ha sido revisado en varias ocasiones y que no hay cadáveres.
"Soy una privilegiada"
“Cuando se nos hace de noche, los vecinos nos echan la bronca”, relata Sara Mateu. Al terminar el día, los trabajos de limpieza se vuelven prácticamente inviables para ellos. La falta de luz deja las calles huérfanas y los voluntarios regresan a casa por el mismo camino que han emprendido para venir.
Dónde pasar la noche es un mal menor que no quiebra a quienes acuden desde lejos. En Massanassa, algunos han dormido junto a otros voluntarios en el pabellón deportivo municipal. Otros, como aquellos que han contactado con Carol para venir, son acogidos en casas de vecinos que se han mostrado solidarios con ellos. “La gente que va a ayudar no solamente tiene que limpiar, tiene que escuchar, tiene que abrazar, tiene que llorar. Hay gente que lo ha perdido todo", opina Sara Mateu.
Pero los más afortunados vuelven a Valencia, a sus casas. "Tenemos la suerte de que llegamos a casa, tenemos ducha, tenemos cama, tenemos ropa para cambiarnos, tenemos cena caliente, y piensas, soy una privilegiada".
Todavía queda mucho para que municipios como Massanassa vuelvan a la normalidad. Los voluntarios que han ido son conscientes del trabajo que queda por hacer y animan a otros a seguir acudiendo: “Los que hemos estado sabemos que hacen falta, yo tengo contactos con afectados de allí ahora mismo", cuenta Carol días después de haber estado en el municipio.
“Se nota que ha mejorado, pero, ¿ómo se puede decir que ya no necesitan ayuda? En cuanto tengamos días libres volveremos”, agrega al respecto Sara Mateu.
A modo de simbólico homenaje, los vecinos de Paiporta renombraron el pasado lunes una calle en favor de los voluntarios de la DANA. Una pequeña muestra del sentir general de todo un pueblo que se sintió abandonado en momentos muy críticos y que expresa infinita gratitud hacia quienes acudieron en su auxilio con tan solo la fuerza de su voluntad.