Valencia, un mes luchando contra el barro: "Ya no tenemos fuerza ni para protestar"
- Las localidades más afectadas intentan resurgir tras la DANA, pero las heridas son muy profundas
- Con el paso de las semanas, el ánimo comienza a flaquear, y se ha extendido una impresión de estancamiento
Los habitantes de l´Horta Sud valenciana siguen luchando con uñas y dientes para salir del infierno en el que están sumidos desde hace un mes, cuando el pasado 29 de octubre el Barranco del Poyo se cargó de agua como nunca antes lo había hecho y dejó un reguero de muerte y destrucción a su alrededor.
Desde el primer instante, estas personas no han hecho otra cosa que pelear contra el barro, pero con el paso de las semanas, los ánimos comienzan a flaquear. El estado de conmoción inicial se convirtió primero en dolor, luego en indignación, y ahora en cansancio, mientras se ha generalizado una impresión compartida de estancamiento. "Estamos igual de mal, avanzamos muy poco" es la frase que resuena una y otra vez, como una letanía triste que salta de boca en boca.
"Ya no tenemos fuerza ni para protestar", expresa Jesús, un vecino de Paiporta que regresa del Ayuntamiento, donde ha presentado una queja porque el alcantarillado de su calle está bloqueado, y las aguas fecales rezuman por los bajos de su edificio, provocando un olor "que no se puede ni estar", lo que ha propiciado que aparezcan ratas. "Es que en un mes no han pasado ni a revisarlo", critica.
Donde más se ha avanzado es en la limpieza de las calles. El manto de lodo que lo cubría todo ha sido reducido a una costra rojiza de polvo que confiere a la atmósfera un aspecto apagado, y que por mucho que se barra vuelve a formarse una y otra vez, inmune a la fuerza de las hidrolimpiadoras. "Al menos, ya se puede caminar", aseguran los vecinos, aunque aún quedan concentraciones de barro en muchos puntos y las botas de goma continúan siendo un elemento indispensable en su vestimenta.
Un mes después de la tragedia, la principal batalla se libra bajo el suelo. La afluencia de voluntarios ha descendido considerablemente, pero cientos de operarios de empresas privadas y administración pública, llegados de todos los puntos de España, trabajan de forma conjunta para aliviar una red de alcantarillado completamente saturada. Utilizan sondas de alta presión para despejar la canalización subterránea, ya que el mayor temor es que "se forme un depósito muy parecido al cemento, que obligaría a levantar la calle".
El lodo se succiona a través de las bocas de las alcantarillas mediante mangueras y se almacena en grandes cisternas, que cuando se llenan son vaciadas en el Barranco del Poyo, la columna vertebral de la catástrofe y el lugar que vomitó toda aquella pasta densa y sucia.
Aparcamientos subterráneos
La limpieza de los aparcamientos subterráneos también se ha dejado para el final, y muchos de ellos siguen anegados, con miles de coches atrapados en su interior. Desde la calle, por las puertas abiertas de los garajes asoma siempre una rampa que se pierde en la oscuridad, en ese espacio detenido en el tiempo donde la lengua destructora de barro permanece intacta, igual que el primer día.
Aquí el miedo son los gases que pueden emanar de los elementos en descomposición, y por eso los primeros que entran son los bomberos, con equipos de protección respiratoria y medidores de oxígeno. Cuando se ha comprobado que no existe riesgo, minicargadoras iluminadas con potentes faros se adentran en la madriguera del monstruo, subiendo y bajando sin descanso para doblegarlo con las dentelladas de sus pequeñas palas.
Los bomberos también trabajan en el vaciado de lodo de los huecos de los ascensores, para que vuelvan a estar operativos. Muchas personas ancianas, o con movilidad reducida, siguen sin poder salir a la calle porque no tienen manera de bajar, o hacerlo es tan complicado que optan por permanecer en sus domicilios. Allí reciben regularmente la visita de médicos y personal sanitario; y también de familiares, vecinos y voluntarios que les traen los medicamentos y los alimentos que necesitan.
"Trabajo en 12 edificios, y en ninguno de ellos funciona el ascensor", describe Ángela, una limpiadora de Albal que durante este mes no ha hecho otra cosa que "matarse a trabajar". "De ánimo, estamos fatal, porque es muy triste ver tu pueblo así, con tanto polvo y tanta tristeza... Pero aparte trabajamos como animales y no se nota nada. Es muy pesado", asegura mientras borra con una bayeta la huella de una mano que ha quedado impresa en el mármol del portal como una pintura prehistórica.
"La sensación es que vamos a tardar muchísimo en llegar a la normalidad", manifiesta Dolores, una vecina de Catarroja. "Ahora vemos una tienda abierta, y nos da un respiro. Cualquier pequeño detalle significa mucho para nosotros", explica, y pone como ejemplo el supermercado que acaba de reabrir en su municipio: "Hasta ahora estábamos a expensas de que nos diesen de comer, y de depender de los productos que nos han donado de toda España. y de lo que estamos muy agradecidos".
Montañas de coches y de escombros
Para que estas localidades pudiesen ser habitables lo antes posible, se optó por retirar inmediatamente los miles de coches que quedaron varados en mitad de ninguna parte, destrozados por la fuerza de la riada. Aunque de alguna manera ha sido como ocultar la suciedad debajo de la alfombra, porque ahora están apilados en las afueras, como inmensos cementerios de chatarra, a la espera de que puedan acabar en un desguace.
El testimonio roto de miles de vidas, representado por todos los enseres y objetos personales destruidos por el agua, también ha sido apartado de las calles, y se acumula en grandes solares, formando montañas sobre las que trepan las excavadoras. La intención es que, poco a poco, estos escombros también puedan ser llevados a centros de tratamiento de residuos.
Las localidades de l´Horta Sud valenciana comienzan a recuperar tímidamente la normalidad, pero solo en apariencia, porque las heridas de la riada son tan profundas que aún tardarán mucho tiempo en cicatrizar. "Estamos intentando retomar la vida normal, pero es muy difícil", revela Amparo, una vecina de Alfafar que se dispone a cruzar la vía del tren, junto con su hija Belén, para llegar a Benetússer.
"Nosotros estamos esperando a que vengan los peritos, que aún no han pasado por nuestra casa. Seguimos viviendo allí porque tenemos las habitaciones en la planta de arriba, pero abajo no hay nada, y cocinamos con un hornillo, además de una lavadora y una nevera usadas que nos han dejado. Vivimos con mucha humedad, pero por lo menos estás en tu casa y no tienes que ir a la de nadie", afirma.
Durante este mes, Amparo únicamente ha salido de Alfafar y Benetússer para acudir al Carrefour de El Saler "a comprar ropa de abrigo que hacía falta", aunque "luego volvimos y nos pareció que esto era otro mundo, que entrábamos en una ciudad en guerra", así que no ha vuelto a salir "para evitar esa impresión, porque además de ánimo tampoco te apetece ir a ningún sitio...".
Falta de profesionales especializados
Después de la devastación, llega el momento de reconstruir, pero los afectados por la DANA se enfrentan a un nuevo problema: la falta de profesionales especializados, como albañiles, electricistas, fontaneros, carpinteros... "Estamos pidiendo presupuestos y nos están dando muchísimo tiempo", se lamenta Juan, que ha perdido su negocio en Catarroja, un obrador llamado Horno Giner; aunque confía en poder volver a reabrirlo en poco más de un mes. "Lo que tienen que hacer es traer albañiles de otros sitios, empresas de fuera, para reconstruir Valencia. ¿Sabes las empresas que se han perdido? De construcción, de fontanería, de carpintería metálica… Y las que han quedado no dan abasto", asegura, y agrega que "ánimo tenemos para empezar otra vez, lo que faltan son recursos".
Miguel es un vecino de Sedaví que tiene un negocio de venta de productos de hogar que ha quedado "completamente destrozado". "Ahora estamos limpiando y tenemos la expectativa de que vamos a reiniciar en 3 o 4 meses, aunque seguramente no al mismo volumen, sino algo más pequeño, porque eran 400 metros cuadrados", cuenta.
"Yo particularmente estoy muy cansado", declara, y cree que "en general, todo el mundo está durmiendo poco, incluso al que no le ha afectado directamente". "La gente está agotada después de un mes, es lo que produce el no descansar bien", dice.
En la mayor parte de estos municipios, los locales comerciales, que ocupan habitualmente la planta baja de los edificios, han quedado arrasados. Muchos ya no se plantean ni volver a abrir. Aunque otros negocios, los que requieren menos inversión, ya están funcionando de nuevo, como es el caso de algunas peluquerías. También los despachos de lotería, ante los que se forman largas colas de personas. Los loteros cuentan que les están quitando de las manos los décimos de Navidad, y que los que más están demandando son los finalizados en 29, el día de la DANA. El mito de que el azar sonríe a las zonas azotadas por la tragedia sigue profundamente arraigado en la sociedad española.
Fuerte olor a humedad
Camine por donde se camine, los bajos desprenden un fuerte olor a humedad, que se ha quedado impregnado a las paredes como el aliento maldito de la inundación. En la mayor parte de las casas ya se ha sacado todo el barro y los enseres inservibles, e incluso el suelo aparece reluciente después de haber sido fregado, pero aún hay que esperar varias semanas, con todas las ventanas abiertas, para que las paredes se oreen antes de volver a pintarlas.
"Psicológicamente, estamos muy abatidos", asegura Emilio, un vecino de Benetússer. "Vayas donde vayas está todo igual, si es que no sales de la miseria, no ves nada más que desastre", se lamenta.
"Dormir, duermo muy poco, porque le das vueltas. Has perdido cosas y no estás bien", prosigue, y cuenta que durante este mes sí que han salido de su localidad, porque su hijo vive en Silla y "de vez en cuando nos vamos para allá, para huir un poco de todo esto". "Pero bueno, al final vives aquí y tienes que estar aquí. Es lo que hay", expresa con resignación.
"Hemos experimentado una cierta mejoría, porque al menos ya se puede transitar por la calle y la gente empieza a bajar de sus casas", expresa por su parte Carla, una joven de Massanassa, aunque reconoce que "hemos avanzado muy poco, lo justo, y seguimos con nuestra vida como podemos".
"La gente está muy triste. En poco tiempo llegan las fiestas de Navidad y nadie tiene ganas de celebrar nada porque no está el ánimo para celebraciones. Lo único que podemos festejar es que estamos vivos, y que podemos juntarnos con nuestra familia, que por suerte en nuestro caso no hemos perdido a nadie. Además, tenemos niños y hay que hacerlo también por ellos", continúa.
En Picanya, la destrucción ha sido menor, y de todas las localidades de la denominada "zona cero de la DANA" es la que aparenta una mayor normalidad, aunque también se ha llevado su parte de destrucción, especialmente en las zonas más cercanas al Barranco del Poyo, que divide a la localidad. De las cinco pasarelas que conectaban ambos lados, solo una ha quedado en pie, por lo que se ha instalado un puente provisional para garantizar la movilidad dentro del municipio.
"Estamos fastidiados, pero tampoco nos podemos quejar mucho para lo que hay al lado, en sitios como Paiporta o Benetússer", declara Primitivo, un vecino de Picanya, quien comenta que se trata de una situación que "te pilla tan de sopetón, que al principio no sabes ni lo que está pasando, pero después con el paso de los días te va saliendo, y anímicamente pesa mucho".
Sin embargo, también reconoce que "como ha sido un problema para todos, lo estamos afrontando en común, nos damos ánimos unos a otros y nos ayudamos". Cuando habla, no puede evitar que se le salten las lágrimas.
Un mes después de la tragedia, los habitantes de l´Horta Sud valenciana continúan luchando con uñas y dientes para renacer del fango, aunque los días pesan y las fuerzas comienzan a flaquear. La gruesa capa que cubría las calles ha sido reducida a una delgada costra de polvo, y el fango ya ha sido retirado del interior de las casas, pero de alguna manera muchas de estas personas siguen atrapadas en aquella tarde aciaga del 29 de octubre, cuando el tiempo se detuvo para ellas y las dejó sumidas en un infierno de destrucción que aún tardarán en dejar atrás.