Cocinando sueños de futuro: la lucha de tres mujeres inmigrantes por una vida en España
- De los 6,5 millones de residentes extranjeros que hay en España, el 52% son mujeres,
- La Fundación Golfín ofrece atención social inmediata, apoyo psicológico y asesoramiento legal a futuras madres
Davimar, Rosa y Lucía tienen varias cosas en común, entre ellas la pasión por la cocina y por sus hijos. Las tres llegaron a España con el sueño de poder trabajar y aspirar a una vida mejor. Sin embargo, se encontraron con una situación mucho más difícil de lo que imaginaban. Sin una red de apoyo, sin documentación y, posteriormente, embarazas, vieron como la oportunidad de mejorar sus vidas cada vez se presentaba más compleja. Sin apenas recursos, estas mujeres buscaron ayuda en la Fundación Golfín, que ofrece respaldo a las necesidades de futuras madres. Cubren las necesidades básicas de las jóvenes, les ofrecen atención social inmediata, apoyo psicológico y asesoramiento legal.
Con origen en la diócesis madrileña de Getafe, la fundación comenzó su andadura en 2009, desarrollando el proyecto Hogar de Vida, tres años más tarde inauguraron su primer piso en la localidad madrileña Boadilla, donde acogían a unas pocas jóvenes madres sin recursos. Este septiembre han cumplido dos años con la nueva residencia. "Teníamos una larga lista de espera y solo podíamos atender a unas pocas. Tomar la decisión de decir "no" era muy duro, por lo que optamos por comprar una residencia", comenta la directora, Sofía Juste. Actualmente, viven 15 mujeres con sus hijos, la mayoría inmigrantes, y han nacido nueve bebés en lo que va de año. Allí pueden vivir hasta que el bebé cumpla el año. "Luego seguimos acompañándolas y asesorándolas en todo lo que necesiten".
Un mismo sueño: prosperar en España
En España, la inmigración femenina ha aumentado significativamente en los últimos años. A principios de 2024, se estimaba que el número total de residentes extranjeros en el país alcanzaba aproximadamente 6,5 millones, de los cuales un 52% son mujeres, según el Instituto Nacional de Estadística (INE). Miles de ellas con la misma aspiración: prosperar en España. En el caso de esta Fundación, la mayoría, proceden de países latinoamericanos como Colombia, Honduras y Perú. Sus situaciones son muy diversas, aunque muchas llegan sin apenas redes de apoyo, dejando a su familia en los países de origen, y sin apenas recursos.
Este es el caso de Lucía que acaba de llegar a la residencia y a la que aún le cuesta hablar sobre su historia. Sus ojos reflejan la tristeza de una vida dura marcada desde su propia infancia. Se le quiebra la voz cada vez que rememora el pasado: "Tuve que encargarme de mis hermanos y madurar rápido para poder sacarles hacia delante", cuenta a RTVE.es.
Esta joven, que tiene ahora 26 años, llegó de Honduras hace unos meses con la perspectiva de conseguir un trabajo. "En mi país empecé muy joven a trabajar [...] Me saqué un curso de estilista profesional y de fisioterapia e, incluso, llegué a la universidad". Pero cuenta que se sentía estancada en su hogar. Cogió lo poco que tenía y se vino a España. Allí se quedó su hija, de cinco años, con la que sigue manteniendo el contacto diario y a la que le gustaría poder traerse en el futuro para emprender una nueva vida, junto a las dos gemelas que está esperando.
Sin embargo, la situación aquí no era mucho mejor. "Me sentía muy deprimida, no comía ni quería salir. Antes de llegar a la residencia, no tenía un lugar donde vivir, e incluso pasé noches en el aeropuerto". Lucía fue al Hospital Puerta del Hierro con síntomas de aborto y allí explicó lo que le ocurría. Los servicios sociales rápidamente empezaron a gestionar su caso. "Tenía miedo de que me preguntaran sobre mi pasado, no sabía qué responder, porque también llevaba una gran carga emocional".
"No te queda otra que trabajar en negro"
A pesar de los esfuerzos, muchas mujeres inmigrantes enfrentan desafíos importantes en el mercado laboral y, a menudo se encuentran en sectores informales y con escasas oportunidades de regularización. Rosa, de 29 años, trabajaba sin papeles para una empresa de paquetería. Todo iba bien hasta que se quedó embarazada. "Mi jefe y la mujer que me rentaba el piso me echaron. Tenían miedo de que les complicara la vida con esta situación", relata a RTVE.es.
Conseguir la documentación representa un paso crucial hacia su integración, acceso a derechos fundamentales y oportunidades laborales. Desde la Fundación cuentan que muchas veces depende del país de origen que el trámite se consiga superar antes o después. "Nosotros tenemos un convenio con una asociación que les ayuda al tema de los trámites. Intentamos que, por lo menos, se lleven los pasos hechos", explica a RTVE.es la trabajadora social de la residencia, Aurora Vallejo.
Al principio, muchas trabajan en la economía sumergida, como en el servicio doméstico o el cuidado de personas. Tras obtener su permiso de trabajo y residencia, comienzan un programa de orientación laboral, con el apoyo de entidades como la Fundación Integra, que les facilita formación y reinserción. Según Sofía Juste, la mayoría logra empleos estables y buscan en hostelería, belleza, limpieza, administración, o incluso quieren emprender su propio negocio. El objetivo es que ahorren lo que ganan mientras vivan allí.
“Mi jefe y la mujer que me rentaba el piso me echaron“
Rosa llegó a la Fundación Golfín a través de otra entidad. "Al principio estaba muy insegura, pero pronto lo sentí como mi casa", rememora. Está esperando la renovación del NIE para poder hacer el curso de carretillera. "Quiero hacer cosas que sean útiles y ahora parece que están cogiendo a mucha gente en los almacenes". Aunque su sueño es ser cocinera profesional.
El día a día en la residencia
El día a día en la residencia está lleno de actividades. Las jóvenes que allí conviven se encargan de realizar las tareas en turnos. Rosa comenta que, siempre que puede, ayuda a alguna compañera con la cocina. "Me encanta la comida española. Mis platos favoritos para preparar son la tortilla de patata, el cocido madrileño y la paella de pollo", añade. Jugar a las cartas es otro de sus pasatiempos favoritos. "Solemos reunirnos en el salón a jugar al Uno. De esta forma, nos llegamos a conocer más entre nosotras".
Además de contar con el apoyo permanente de una psicóloga y una trabajadora social, la Fundación ofrece talleres como arteterapia o gestión de las emociones. "El otro día nos pidieron dibujar dentro de una mano. Creo que ayuda a centrarnos en lo bueno que nos está pasando y no tanto en lo malo del pasado". Este tipo de talleres también podría ser útiles para Lucía que menciona que siempre le ha gustado hacer retratos. "Incluso ganaba concursos. Me gustaba porque no hablaba mucho, así que me expresaba a través del dibujo".
Cantar es otra de sus aficiones. La hondureña recuerda que, durante un tiempo en que no tenía trabajo y necesitaba dinero para su hija, solía cantar en un bar. "Logré que todos se unieran a cantar conmigo, y cada vez más personas venían al local". Ahora, sin embargo, le da vergüenza hacerlo, aunque poco a poco está recuperando su confianza.
Rosa y Lucía también destacan el taller de costura, donde se apoyan mutuamente y comparten sus historias. Las residentes participan en talleres de manualidades, lectura, cocina y costura, además de charlas sobre lactancia, cuidados del bebé, embarazo, parto, postparto, ahorro y emprendimiento. "Estos talleres fomentan la cohesión y enseñan a convivir. También les ayuda a valorarse más", señala la psicóloga del centro, Inmaculada Casado. Todas las manualidades se venden luego en mercadillos solidarios.
La organización también cuenta con diez voluntarios y tres monjas que ayudan en las tareas y el cuidado de los bebés que van naciendo en la residencia. Cuentan con un servicio de guardería para aquellas madres que trabajan.
"Me ha costado mucho conseguirlo"
Davimar dejó la residencia hace apenas cinco meses y vive con otras tres compañeras de la residencia en un piso. "Me ha costado mucho conseguirlo, pero ahora me siento más fuerte que antes y capaz de conseguir lo que me proponga", relata a RTVE.es. Sin embargo, no ha sido un camino fácil para esta ingeniera civil, que decidió dejar Venezuela hace dos años para emigrar sola a España. "Yo buscaba día y noche trabajo en lo que había estudiado, sin encontrar nada. Era horrible. A veces no teníamos ni para comer y quería ayudar a mi familia".
Davimar lleva trabajando cinco meses en una heladería a tiempo parcial y recientemente ha sido ascendida a jefa de tienda. Aunque puede hacer frente a los gastos básicos, no puede darse muchos lujos. "Tengo lo básico para poder pagar la guardería de mi hijo y los gastos de la casa". Un informe de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza (EAPN) indica que alrededor de 9,7 millones de personas en España viven con ingresos inferiores a 916 euros mensuales por unidad de consumo. La pobreza se agrava por el aumento de los precios de la vivienda y los servicios básicos. Además, la feminización de la pobreza es preocupante, con 5,1 millones de mujeres en esta situación. Esta venezolana señala que gracias a sus compañeras puede conciliar el trabajo y su vida personal.
“Tengo lo básico para poder pagar la guardería de mi hijo y los gastos de la casa“
Buscar un piso asequible no fue tampoco una tarea fácil para ella. "Pasé días y noches buscando con una amiga hasta que encontramos una inmobiliaria que nos ayudó. Tuve casi que suplicar que me ayudaran", recuerda. Su sueño es conseguir su propio piso y convertirse en cocinera profesional.
Desde la Fundación destacan que muchas residentes, al salir, no logran encontrar un piso y se ven obligadas a dejar sus trabajos y abandonar la capital. Quieren construir viviendas cercanas que puedan ayudar a quienes aún no cuentan con los recursos suficientes y necesitan liberar su plaza. "El objetivo es que continúen ahorrando para poder independizarse con una mejor calidad de vida", explica la directora de la Fundación. Hasta ahora, han adquirido el terreno y esperan reunir los fondos necesarios para llevar a cabo la construcción.
Un vínculo para toda la vida
Aunque en etapas diferentes, Rosa, Lucía y Davimar observan con esperanza el futuro que les aguarda. Sin embargo, no quieren olvidarse de sus compañeras, los voluntarios y las personas que han conocido por el camino. Una vez que salen de la residencia, la mayoría trata de no perder el contacto. Reconocen que vivir juntas, saber sus historias de vida, compartir responsabilidades y cuidar, incluso, de los hijos de otras crea un vínculo profundo.
"Yo nunca he estado acostumbrada a desayunar en familia, pero aquí lo hacemos mucho, todas juntas", confiesa Rosa. Asegura que continuará con esta tradición una vez que se independice. También se llevará consigo muchas enseñanzas. "He aprendido a querer y a extrañar a las personas. También he crecido mucho como ser humano, aprendiendo a expresar y a reconocer lo que puedo aportar".
Lucía, por su parte, subraya que nunca ha tenido una familia y ahora se siente parte de una. "Mis padres se separaron y me fui a vivir con mi abuela, que no es que fuera una persona muy amorosa", recuerda. Davimar, aunque sueña con tener su propia casa, siempre va a agradecer el apoyo de sus compañeras y amigas. Esta venezolana visita la residencia siempre que puede. "Me siento como en casa".
También quieren hacer una llamada a la acción para todas aquellas mujeres que, como ellas, estén en situación de vulnerabilidad. "Jamás te calles, porque así nunca vas a conseguir ayuda. Si yo no lo hubiera hecho, no estaría aquí, incluso viva", añade Lucía. Ahora ponen el foco en sus hijos, a quienes quieren enseñarles lo que ellas aprendieron. "Autonomía", recalca Rosa. Esperan darles la vida que ellas no pudieron tener desde el principio.