El reto de emigrar y mantener los lazos familiares pese a la distancia: "Si pudiera combinar ambos mundos, lo haría"
- Investigadores y migrantes analizan las experiencias de las familias con vínculos entre diferentes países
- Migrar se convierte en abanico de sentimientos ambivalentes para quienes deciden emprender este viaje
Griselda conoce de primera mano lo que supone seguir cuidando de seres queridos y mantener la comunicación a pesar de las fronteras geográficas. Esta hondureña, que ahora reside en Santa Rosa de Copán, pero que ha emigrado a Madrid en diferentes periodos durante la última década, confiesa que cada vez que ha tomado la decisión de irse "ha sido bien difícil".
La de Griselda es una familia transnacional, aquella "cuyos miembros están distribuidos en diferentes países y, a pesar de la distancia y la separación geográfica, siguen siendo familias funcionales y mantienen, como las tradicionales, enlaces de cuidado y atención recíprocos", explica el psicólogo, profesor e investigador de la Universidad Loyola Andalucía Marco Gemignani.
Luci (nombre ficticio) y residente en España, también es natural de este país centroamericano. "Si yo pudiera combinar ambos mundos, lo haría", asegura.
Este modelo familiar es cada vez más frecuente, explica Gemignani, por el crecimiento registrado a nivel mundial del número de migrantes, que el Banco Mundial cifra en 184 millones en el año 2023 y la tendencia a hacer cada vez más restrictivas las políticas migratorias, que "impiden y seguirán obstaculizando las reunificaciones familiares".
Insomnio y ansiedad por vivir entre diferentes husos horarios
Luci insiste en que su experiencia es "más privilegiada" que la de la mayoría de sus compatriotas. Esta ingeniera hondureña está contratada como ayudante de investigación y realiza su tesis doctoral en una universidad andaluza después de que un profesor, que visitó su país en 2019 para impartir un curso, le ofreciera formarse en España al "verle potencial".
"Yo llevaba un tiempo pensando en seguir estudiando, pero era demasiado caro", relata. No se lo pensó y aceptó la oferta de venirse a España "en el momento". El plan, sin embargo, tuvo que atrasarse por la pandemia de COVID-19. "Hubo un momento en el que me hice a la idea de que al final no pasaría... sabemos lo difícil que es salir del país, y más becada", explica.
Se sintió muy arropada desde el primer momento, pero tuvo dificultades para adaptarse a la universidad española: "La calidad de la educación que recibí no es la misma". "En muchas ocasiones pienso que se van a dar cuenta de que no soy suficientemente buena y me van a decir 'hala, a Honduras'", confiesa.
La familia de Luci vive en Honduras y su pareja en El Salvador, y, aunque ha podido volver en una ocasión a visitarles, aún no ha logrado ir a El Salvador desde que emigró, así que mantiene estas relaciones con sus seres queridos a distancia.
"Con mi novio esta situación me ha causado muchos problemas porque no encontramos tiempo y es muy difícil que coincidamos. He tenido muchos problemas de insomnio y ansiedad. Eran las 3 de la madrugada en España y yo seguía despierta esperando a que pudieran hablar conmigo".
Griselda coincide en que, cuando vivía en Madrid, la comunicación con su familia "era muy difícil". "Hacíamos videollamadas y ellos me mandaban cartitas para que les tuviera presentes", rememora.
"Quería darles un futuro mejor a mis hijos"
Tomar la decisión de emigrar a España para cuidar de personas mayores "fue todo un proceso", relata Griselda. "Cuando estás en un país donde hay carencias y tienes allí hijos que dependen de ti... es una decisión que te rompe el corazón, pero al final lo pensamos y, aunque mis hijos no querían que me marchara, lo hablamos y me fui".
La primera vez que esta hondureña cogió un avión rumbo a Madrid fue en 2011 y más tarde volvió a hacerlo en 2016, 2018 y 2021.
"Estando en Madrid tuve experiencias muy difíciles, las personas a las que cuidé me trataron mal, fueron crueles. Pero todo lo soporté porque quería darles un futuro mejor a mis hijos y hacerles una casa, que en ese momento no teníamos", rememora Griselda, que matiza que sí conoce a gente a la que le ha ido bien.
"En una de las casas donde estuve interna, la familia no quería ni siquiera que comiera de su comida. Por suerte, me hice amiga de una vecina hondureña que vivía en el quinto piso, a la que sí le dejaban cocinar, entonces pagábamos los ingredientes a medias y ella me bajaba el almuerzo y yo lo tenía que meter en casa a escondidas porque en esa casa no podía meter ni una Coca-Cola", cuenta.
"Siempre estuve trabajando de interna, 24/7, nunca tuve fines de semana", dice. En una de las casas donde estuvo, "cuando la madre murió, ni las gracias me dieron... De hecho, la hija me había despedido meses antes por teléfono, así que estuve buscando trabajo, pero como no encontró a nadie más, me volvió a contratar".
Migrar, un abanico de sentimientos ambivalentes
Las vivencias que relata Griselda son muy frecuentes entre las inmigrantes en España, según explica la socióloga Yolanda Hernández Albújar, que trabaja en un proyecto sobre familias transnacionales hondureñas financiado por la Agencia Andaluza de Cooperación Internacional para el Desarrollo.
"Muchas de las mujeres que vienen a España llegan para cuidar a personas mayores, niños, internas en casas, y otra gran proporción acaba en redes de prostitución y trata", asegura. "Este tipo de tareas se relegan a la esfera privada, que no están reguladas por el Estado, lo que hace que las mujeres queden totalmente desprotegidas y tengan que cumplir con los horarios y sueldos que les dicten quienes les han contratado", advierte Hernández.
"Además, se quedan en un ambiente donde es difícil que puedan crear redes de apoyo que les ayuden a salir", añade, "mientras que el migrante hombre trabaja normalmente en la vía pública, donde es visible y está expuesto a sindicatos y asociaciones, por ejemplo".
Y a esto hay que sumar que la logística para ellas a la hora de migrar "es más complicada" por muchos factores, como el difícil acceso a la educación en zonas rurales, la violencia de género, la violencia familiar o la violencia contra las mujeres en las calles. "Se marcha la única figura de referencia que tienen sus hijos, ya que, según encontramos también en nuestra investigación, en muchos casos los hombres no están presentes aun viviendo juntos, y si están presentes, de todas formas no se encargan solos de los hijos, sino que suelen apoyarse en la ayuda de otras mujeres", explica Hernández.
Gemignani habla de un "abanico de emociones muy complejo" ligado a la experiencia migratoria. Mientras que entre los padres y madres que emigran son frecuentes los sentimientos de orgullo y de "estar haciendo algo muy importante para la familia en el país de origen", esta "idea de sacrificio también choca con un sentimiento de culpabilidad" por haber dejado atrás a sus hijos o padres, que, según explica, es más frecuente entre las mujeres migrantes.
Esta ambivalencia se extiende también a los menores que permanecen en Honduras y no pueden acompañar a sus progenitores en el viaje, y a quienes se quedan a cargo de ellos.
Los que se quedan en Honduras dicen sentir orgullo por lo que consiguen quienes están fuera, relata el psicólogo, pero esto no evita que los niños, cuando echan de menos a sus padres, necesitan "entender que no son víctimas ni culpables de su marcha, sino que se han ido para contribuir al proyecto familiar". Y, por otro lado, "los cuidadores echan en falta ser consultados antes del viaje" y quieren sentir que se les reconoce la importante responsabilidad de la que quedan a cargo, analiza el experto.
"La migración es un proceso en el que participamos todos"
El reto que enfrentamos, dice Gemignani, es el de "cambiar la percepción social acerca de estas familias transnacionales, como hubo que hacer con las familias de padres separados a las que hasta hace 30 años se les señalaba como familias disfuncionales y se entendía que para los niños era un drama terrible".
También desde las sociedades, tanto de origen como de acogida, "tenemos que pensar en qué apoyo podemos darle a estas familias. Los servicios sociales y educativos podrían hacer más y por eso nuestro proyecto quiere generar un cambio en torno a la sensibilidad pública sobre esta realidad", expone el experto.
Las migraciones, explica Hernández, son "procesos sociales en los que participamos todos". Este proceso "se inicia antes de que se dé el viaje migratorio y se alarga tras la llegada de la persona a la sociedad de acogida", por lo que "no tiene sentido centrarse únicamente en el inmigrante". "¿De qué sirve que se hagan programas de inserción laboral para los inmigrantes si quienes les tienen que contratar no les quieren contratar o les ofrecen condiciones mucho más precarias que las que les ofrecerían a un español?", se pregunta la socióloga.
Griselda y Luci reconocen que esta realidad es a menudo solo perceptible una vez en España. "Cuando llegas te das cuenta de la realidad, pero a mí nadie me avisó de las dificultades que conllevaba. A los que me dicen que están decidiendo marcharse les hago ver que no es como lo pintan", admite Griselda. Ella visualiza su futuro en Honduras, mientras que Luci quiere intentar quedarse en España.