'Exiliadas' teje el relato de las mujeres chilenas: "El exilio es una violación de los derechos humanos"
- Carolina Espinoza recoge los testimonios de 67 mujeres que huyeron de la dictadura chilena
- El libro Exiliadas se presenta este 18 de diciembre, Día Mundial de las Migraciones
"Me violaron varias veces, entre torturadores y luego con perros. Fui la primera mujer que denunció este tipo de violaciones que sufrimos muchas compañeras, aunque a esto se opusieron incluso los gobiernos de la Concertación, tratando de alargar los pactos de silencio y proteger en este sentido a los torturadores. Me entristezco de pensar en que a la última persona a quien confesé mi tortura fue a mi hija, al principio no tuve valor para hacerlo". Olinda Mena, exiliada chilena en Suecia.
Ante el horror de las torturas que intentan quebrar el alma y el cuerpo, las mujeres que sobrevivieron a la dictadura chilena cuentan ahora su versión de la historia.
El relato político del exilio ha sido monopolizado por la visión épica masculina. La investigadora hispanochilena Carolina Espinoza da voz a 67 mujeres que vivieron la experiencia traumática de abandonar Chile con lo puesto. Este 18 de diciembre, Día Mundial de las Migraciones, presenta su libro Exiliadas, publicado en España por La Parcería Edita en la Colección Haciendo Memoria y prologado por Esther López Barceló.
El golpe militar de Pinochet el 11 de septiembre de 1973 acabó con el gobierno de Salvador Allende en Chile. Más de 50 años después, las heridas siguen abiertas y muchas violaciones de los derechos humanos no han sido encausadas. Unas 400.000 personas tuvieron que exiliarse durante la dictadura porque temían por sus vidas y las de sus familias. Otras 3.000 fueron ejecutadas o siguen "desaparecidas".
Exilio en femenino
En una entrevista a RTVE.es, la profesora de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense detalla el proceso de elaboración de Exiliadas, más de cinco años de trabajo entre 2018 y 2023, con una pandemia de por medio. Espinoza tuvo que viajar a Argentina, Canadá, México, Suecia, Noruega, Francia o Reino Unido para recoger el testimonio de estas mujeres chilenas.
Pregunta: ¿Qué diferencia la vivencia del exilio de las mujeres chilenas con respecto a sus compañeros?
Respuesta: La construcción del relato del exilio. La narración del exilio de los hombres, con el carné de militancia política, se hace desde la heroicidad o desde el discurso político partidista que su formación imponía. Cuando se habla sobre la figura de la maleta sin deshacer detrás de la puerta, era un referente de los hombres. Las mujeres no podían darse ese lujo porque tenían que trabajar, escolarizar a los hijos y sobre todo, tenían que aprender un nuevo idioma, en los casos en que no coincidía la lengua. Por lo tanto, las que fueron más pragmáticas en esa construcción del exilio, sin saber cuándo se podía volver, son las mujeres. Esa es la diferencia radical.
P: ¿El exilio es una violación de los derechos humanos?
R: Absolutamente. Esta tesis la he sostenido desde que investigo el exilio desde hace 20 años y me acerqué y hablé con muchos juristas sobre por qué el exilio no se incorpora como violación a los derechos humanos en el derecho internacional. Obviamente, no es del calibre de una persona ejecutada o torturada, pero el hecho de que te expulsen del país y no puedas volver o que se desintegre tu familia por una disposición jurídica, cambia tu vida. El argumentario no me ha ido muy bien, pero soy muy positiva. Una carta fundamental o alguna comisión de la verdad o reparatoria de las dictaduras no solo de Chile, sino del Cono Sur, deberían incluirlo dentro de sus procesos de recuperación de memoria.
P: ¿Qué caracteriza la escritura de las exiliadas chilenas?
R: La escritura como terapia. Ellas la han descubierto en el proceso exiliar. No han sido escritoras consolidadas. Les ha servido para contar su experiencia desde diferentes géneros: poesía, novela, autobiografía o investigación periodística. Se han mantenido siempre en segundo plano, porque no son las protagonistas ni siquiera de los relatos autobiográficos. Les cuesta ponerse en primer lugar, pero hay un corpus de escritura del exilio -no de la intelectualidad- de estas mujeres que ha sido muy práctico para echar afuera todas esas memorias y dejar un legado. A estas alturas, cuando ya rondan 60, 70 años u 80, hay un deseo profundo de dejar un testimonio sobre sus vivencias.
P: En los centros de detención, en medio del horror, las mujeres cosían arpilleras. ¿Cómo se convirtió esa labor cotidiana en un gesto de protesta?
R: Tenía un fin catártico. En un campo de concentración, quieres dejar huella de lo que fue el horror. Después de un proceso traumático, de silencio, esas memorias del dolor salen a la luz de diferentes maneras. Una de ellas fue el bordado y muchas que cosieron en cautividad lo hicieron por una razón muy pragmática, que era vender esos textiles y ganar fondos. Los dineros para la resistencia no son abstractos. Ante la desaparición de un cabeza de familia, el único que traía el sustento, esas mujeres, después de esa experiencia terrible, sacaban algo de dinero a través de estos productos culturales. Esas arpilleras históricas se construyen en los campos de concentración o en las asociaciones de mujeres que buscan a sus familiares en plena dictadura entre los años 70 y los 80, en Chile.
P: ¿Cómo están hechas esas arpilleras?
R: Las primeras arpilleras históricas las hacen con restos de la ropa de las personas que han desaparecido. Buscan a sus seres queridos y pertenecen a las agrupaciones de familiares de detenidos desaparecidos. Tienen dos finalidades, no solamente la material de encontrar un recurso económico, también tiene un valor terapéutico a la hora de juntarse entre muchas mujeres que están padeciendo una búsqueda sin ninguna orientación.
P: La dictadura tildaba las arpilleras de "material subversivo, tapetes difamatorios o artesanía sediciosa". ¿Por qué eran consideradas tan peligrosas?
R: Esas arpilleras eran una foto, un retrato. Retrataban experiencias de tortura, de la detención, a través de una escena cosida en una arpillera. La dictadura en muchos casos las requisa en las aduanas por ese valor testimonial. Las compraban personas del exterior que querían apoyar la causa chilena. No eran una cosa inocente, un bordado que no decía nada. Era una fotografía que testimoniaba que existían personas que desaparecían, que existían detenciones ilegales, que existía tortura y sobre todo que existía una amplia gama de violaciones a los derechos humanos dentro de una dictadura que duró 17 años.
P: ¿Qué importancia tiene tejer juntas para sanar las heridas y conservar la memoria?
R: Las mujeres siempre hemos bordado, tejido o cosido juntas porque son espacios íntimos, que históricamente han sido relegados al campo de la mujer. Lo tienes en el mundo árabe y al inicio de la civilización grecolatina. Esto lo cuenta muy bien Irene Vallejo en El infinito en un junco: "Por mucho que se empeñe Telémaco en gobernar las palabras e imponer el silencio, tarde o temprano nacen versiones del mito desde el punto de vista de Penélope y las demás mujeres, las tejedoras de historias".
La reconstrucción de la memoria está llena de marcas lingüísticas relacionadas con el tejido, como urdir una trama. Las mujeres se juntan para contar lo que sea. No tiene por qué ser una denuncia política, pero es un espacio íntimo donde afloran unas memorias que quizá en un espacio híbrido, más público o compartido con hombres, no saldrían. Con la nueva lógica del siglo XXI, sería un espacio seguro. Y esto siempre lo hemos cuidado porque, insisto, las mujeres no contamos el pasado traumático de la misma manera que los hombres.
P: ¿Cuál es el papel de la siguiente generación, de las hijas o de las nietas de las exiliadas?
R: Algo muy curioso porque según los teóricos de la migración, la segunda generación quiere olvidar, pero la tercera y las posteriores quieren recordar. El migrante no tiene tiempo para reflexionar, quiere acercarse a la sociedad de acogida. Sus hijos, más o menos lo mismo, quieren ser percibidos como una persona que nació dentro del país como cualquier otro connacional y toman distancia. La tercera generación ya quiere recordar, escudriñar el pasado de sus abuelas, esto es lo que yo he podido percibir.
También me he encontrado con entrevistadas de la segunda generación que han querido recordar, pero lo han hecho tardíamente, en la edad madura. Ha sido un proceso, un viaje muy bonito, porque ha sido también un encuentro con ese país lejano que pertenece a sus madres, con el que de alguna manera se han reconciliado.
P: Desde 1988, los exiliados podían regresar a Chile. ¿Por qué deciden no volver?
R: En principio, es el hombre el que quiere volver. En Chile, hay listas negras que te prohibían regresar. Ese decreto ley de la dictadura se deroga el 30 de septiembre del 1988, porque Pinochet se presenta ante las urnas el 5 de octubre del 88. Se deja la guerrera, se viste como un civil, porque quiere, a través del plebiscito, prolongarse en el poder durante ocho años más. No resultó (triunfó el "no" y Pinochet tuvo que abandonar el poder). Las exiliadas afrontaron una discusión muy terrible, incluso para las pocas familias que se mantuvieron unidas durante los 17 años de dictadura.
No se regresa por que los hijos adolescentes no quieren, no tienen ninguna conexión con Chile. Claudio Bolzman, uno de los primeros teóricos del exilio, dice que los hijos perciben Chile de una forma bastante esquizofrénica. Lo más bonito son los paisajes que añoran sus padres y lo más terrible es la tortura infligida. Un peso importante de ese no retorno se debe a la descendencia, luego las mujeres se dicen "he empezado de nuevo en el exilio, no voy a volver a empezar de nuevo con el retorno. Yo me quedo aquí y saco adelante mi carrera, mi familia y la universidad".
P: ¿Qué coste personal supuso para las exiliadas empezar de cero en un país nuevo?
R: Pues yo creo que muchos porque cualquier situación de emigración, de desplazamiento forzado o incluso las que son voluntarias, implica partir de cero, sobre todo si vienes de una situación donde habías conseguido un trabajo, estudios, etc. En los años 70, la situación era distinta. Las mujeres se casaban muy jóvenes en Chile. El exilio lo que hizo fue truncar sus carreras, tanto profesionales como estudiantiles.
Eso significa que 15 años después no quieren dejar todo ese sacrificio para volver a empezar en un país que ya poco tiene que ver con lo que dejaron, porque ya había sido implantada una doctrina neoliberal por antonomasia. La política del shock que solo se impone con las medidas de impacto de la dictadura y que, lamentablemente, sus consecuencias siguen hasta el día de hoy.
P: ¿Qué papel político juegan las exiliadas chilenas?
R: Un papel clave de resistencia, en el sentido de que todo es político y no político partidista. De todas las exiliadas, las que militan en un partido son una proporción muy pequeña. Se puede hacer política desde el asociacionismo, formal o informal, desde el bordar o el escribir, porque ha implicado una resistencia y tenemos las herramientas para identificar todas estas prácticas como una resistencia política. Y no hace falta que sean revolucionarias, porque ya han hecho esa revolución a través de la resistencia colectiva. Yo quería hacer mucho hincapié en recuperar esa memoria de las mujeres que no volvieron, porque es el relato que se ha quedado invisibilizado.
Una exposición fotográfica
Antes de ser un libro, Exiliadas, fue una exposición con retratos de las mujeres entrevistadas, realizados por el fotógrafo Ignacio Izquierdo, y documentos audiovisuales con sus testimonios. Se exhibió en marzo de 2020 en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos de Santiago de Chile y luego viajó a las facultades de Ciencias Políticas de la UNED y la Universidad Complutense. La muestra se puede ver en el Instituto Cervantes de Burdeos, en la casa donde vivió otro ilustre exiliado, Francisco de Goya, hasta este 18 de diciembre.
Las palabras de Silvia Leiva, exiliada chilena en Estocolmo, resumen el dolor y el valor de estas mujeres cuya memoria les empuja a seguir luchando por la justicia y contra el olvido:
"Soy una superviviente, pero la dictadura no ha vencido, en tanto cuanto yo misma y a mis hijos y nietos, les he traspasado la obligación de luchar. Tengo ocho operaciones producto de las torturas que recibí y nadie me va a quitar el horror que sentí cuando mis torturadores me violaron en una camilla en presencia de mi padre".