'Baby Despensa': leche, potitos y pañales para madres vulnerables en el corazón del barrio madrileño de Vallecas
- El primer banco de alimentos para bebés surte de suministros básicos a madres en situación de pobreza
- La Fundación Meridional acaba de replicar su proyecto en Barcelona y pronto lo hará en Valencia
La plaza del Pozo del Tío Raimundo, en el corazón del madrileño barrio de Vallecas, está vacía. Son las diez de la mañana de un miércoles de diciembre. Mientras la farmacia de la esquina sube la persiana metálica, un ciego con bastón blanco se acerca al puesto donde esperan dos clientes habituales que bromean desde el otro lado de la calle: “¡Ya era hora! ¡La cola que tienes aquí montada!”. Pasa el autobús 102 en dirección a Atocha sorteando un camión de la basura que se ha escapado de la madrugada. En el número 3 de la plaza esperan algunas mujeres con carros de bebé y carros de la compra bajo un rótulo en el que se lee Fundación Meridional.
Todos los miércoles por la mañana, durante tres horas, 70 madres con hijos de 0 a 3 años, reciben un lote con tres productos para toda la semana: leche, pañales y potitos. Son mujeres que están pasando una época complicada. Han llegado hasta aquí orientadas por trabajadores sociales del ayuntamiento, de centros de salud, hospitales o porque alguna conocida les ha comentado lo mucho y bueno que han hecho por ella en la ‘Baby Despensa’, el primer banco de alimentos para bebés.
La aplicación del teléfono dice que estamos a cuatro grados. El sol engaña, pero a la sombra la temperatura en los pies confirma la previsión meteorológica. Al entrar al local te recibe un chorro de aire caliente procedente del split que hay frente a la puerta. Se agradece. La directora de la Fundación Meridional, Silvia Saura, y el responsable del proyecto en Vallecas, David Cortijo, preparan lotes de juguetes para ayudar a Papa Noel y los Reyes Magos en su inminente reparto.
Maryole, la madre primeriza
Las madres van entrando. Mientras David mira en sus papeles y hace entrega de la leche, los pañales y los potitos semanales, me encuentro con Maryole Torres, una venezolana de Mérida que llegó a España junto a su esposo hace casi dos años. Aquí nació Juan Pablo, un hijo deseado durante muchos años y que ya no esperaban.
“Yo misma tengo una discapacidad en la pierna, pero tardarán dos años en que me la reconozcan“
Maryole es licenciada en Psicología y está especializada en personas con discapacidad. “Yo misma tengo una discapacidad en la pierna, pero me han dicho que tardarán dos años en que me la reconozcan en España”, apunta la psicóloga. “Lo que sí me han reconocido son los estudios universitarios aunque no me han homologado el título”, cuenta con resignación al tiempo que confiesa estar buscando trabajo “en lo que salga”. “Por ahora a medio turno” porque aunque su “Juanpablito” ha comenzado en “la guarde” quiere seguir pasando el mayor tiempo posible con él.
Desde hace tres meses viene todos los miércoles a por leche, pañales y potitos. “Lo había leído en internet, pero no hice caso. Luego una chica me dio leche infantil que le había sobrado y me dijo que viniera”, recuerda Maryole agradecida tras contar que primero fue a la oficina central de la fundación, en la calle María de Molina, en Chamartín. “Luego hablé con David aquí (en Vallecas) y en dos semanas me incluyeron”.
“Mi esposo se acaba de quedar en el paro“
Cuenta que tanto ella como su marido tienen permiso temporal de residencia por un año, y que ahora se les ha complicado aún más la cosa. “Mi esposo se acaba de quedar en el paro”, dice Maryole con su acento de arepa, guarapo de piña y vino de mora.
Poco a poco va desgranando una historia de explotación laboral una y mil veces repetida con los más débiles. Su marido trabajaba en una tienda de alimentación y pensaba que tenía un contrato de 40 horas, aunque muchos días trabajaba hasta 14 en lugar de las ocho que le correspondían. Al solicitar el contrato “para arreglar los papeles” comprobó que solo le habían dado de alta por 20 horas. “Reclamó y le echaron”, concluye antes de dejarse hacer una foto. “Salgo con ojeras de madre primeriza”, ríe cuando vemos juntos el resultado del retrato.
“La Morena”, una abuela de 35 años
Se llama Josefa Amaya, “pero todos me conocen como ‘La Morena’”, se presenta esta joven abuela de etnia gitana que carga a su nieto de diez meses en brazos. “Se piensa que viene al médico y no le gusta”, justifica el enfado del pequeño Pedro José al que todos llaman ‘Morito’. Su tía —”que es como si fuera mi hija”— viene con ellos y le hace monerías para que se le pase el mal trago. Y se le pasa. Josefa vive de la venta ambulante, “vendo lo que pillo: pijamas, zapatillas… a los vecinos, pero está muy mal la cosa, no hay dinero”, se queja esta abuela de 35 años.
‘La Morena’ es del barrio —”del Pozo de toda la vida”— y tiene dos hijas de 17 y de 8 años. “La pequeña va a la Fundación Amoverse y allí me hablaron de esto; luego la trabajadora social me derivó aquí”, explica pendiente de su nieto mientras le aguanta en brazos. “Nos dan potitos, dodotis y leche para la semana”, enumera la gitana vallecana.
“Ahora no trabajo ni estoy estudiando, pero me voy a sacar el graduado para hacer el currículum“
Llaman a la puerta de la salita y su hija Coral, la madre del pequeño Pedro José, entra para avisar de que se tienen que ir. “Ahora no trabajo ni estoy estudiando, pero me voy a sacar el graduado para hacer el currículum”, resume sus planes de futuro la joven madre antes de decir que no quiere hacerse una fotografía con su hijo y con su madre. “Es que no se ha puesto los rulos ni se ha arreglado”, bromea la abuela sobre su hija. “Y a mí no me gustan las fotos”, zanja ‘La Morena’. Mientras se despiden de David en el mostrador donde se despachan los productos, me dan permiso para que les saque una foto de espaldas.
Samia, familia numerosa con 33 años
“Tengo cuatro hijos: Inara de diez años; Miral, que ayer cumplió seis, Mohamed de cuatro y Otman —como su padre— de once meses”, dice orgullosa Samia El Filadi, una española nacida en Tánger y a la que sus padres trajeron a Madrid cuando solo tenía dos años. “Aquí me mandó la trabajadora social del barrio, hablé con David que me hizo la entrevista y la verdad es que muy bien”, cuenta esta madre de familia numerosa cómo conoció el banco de alimentos para bebés.
Samia no trabaja fuera de casa y su marido está cumpliendo condena “por un malentendido porque él no hizo nada”. Hasta hace poco recibía el ingreso mínimo vital, pero también se lo han retirado porque le solicitaron un documento y asegura no haber recibido la notificación. “Me ayudan mis padres y mis hermanos, también la familia de mi marido nos manda dinero desde Marruecos”, cuenta Samia con un marcado acento madrileño que sorprende en alguien que usa el hiyab y se entiende porque ha vivido toda su vida entre Lavapiés y Entrevías.
“A mí me daba vergüenza pedir. Mi marido siempre ha ayudado a todo el mundo; y mi familia igual“
“A mí me daba vergüenza pedir. Mi marido siempre ha ayudado a todo el mundo; y mi familia igual”, explica Samia. “Teníamos una peluquería y un restaurante”, recuerda con nostalgia mientras confía esperanzada en que el equipo de tratamiento penitenciario le conceda a su esposo el primer permiso tras casi tres años cumpliendo condena. “Me lo han tenido en la cárcel de Algeciras, luego en León, de ahí a Palencia, después a Alicante y ahora está en Zaragoza, pero nunca le han traído a Madrid y no puede ver a sus hijos”, se lamenta Samia antes de despedirse con una frase hecha que suena a golpe de pedernal: “así estamos, tirando poco a poco”.
Aperturas en Valencia y Barcelona
Enfrente del local de la Fundación Meridional, en los soportales del otro lado de la plaza del Pozo del Tío Raimundo, está la ONG Olvidados. Ambas entidades colaboran y se complementan. Algunas de las madres que vienen al banco de alimentos para bebés también participan en los talleres de terapia del movimiento y terapia psicológica para bebés, niños y madres.
Participan en un taller de relajación para las mamás. Cuando llegamos están terminando el descanso. Hay café y han traído variedad de comidas del mundo para celebrar la Navidad. La terapeuta, Patricia Zurita, nos invita a sentirnos como en casa.
“Durante la pandemia ellos tenían un banco de alimentos genérico y se les triplicaron los usuarios“
Silvia Saura, la directora de la Fundación Meridional, explica que el proyecto del banco de alimentos para bebé nació aquí en diciembre de 2020 y que Patricia tiene gran parte de “culpa” en la celebración de estos cuatro primeros años. “Durante la pandemia ellos tenían un banco de alimentos genérico y se les triplicaron los usuarios —recuerda Silvia—. Vimos que había muchas madres con niños muy pequeños y ahí comenzamos”.
El mes pasado han abierto la segunda ‘Baby Despensa’ de España en el Nou Barri de Barcelona. Es una réplica de la de Vallecas. “Allí vamos de la mano con la ONG EnriqueZarte y estamos ayudando a 30 mujeres”, cuenta con la ilusión del estreno Silvia Saura, una periodista satisfecha de haberse pasado al tercer sector. “En Valencia ya hay local y voluntarios; estamos a punto de abrir allí, en la zona cero de la dana”.
Las cuentas claras
La Fundación Meridional pertenece al holding de empresas familiares Grupo Meridional con distintos negocios financieros, navales, turísticos y de energías renovables. Se financia con fondos propios y licitaciones públicas desde sus inicios en 2005. Según los datos de su última memoria cuenta con 20 trabajadores fijos, llega a más de 10.000 niños y cuenta con un presupuesto anual de 750.000 euros.