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Herreños, los habitantes del último rincón de España

  • Considerada en la antigüedad como el fin del mundo, la isla canaria de El Hierro aún conserva esa aura de frontera
  • Sus habitantes han forjado un carácter único, a mitad de camino entre la resistencia y el instinto de supervivencia

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Agricultor herreño en su cultivo de piñas, con el paisaje montañoso de El Hierro al fondo.
Jovino es un emigrante venezolano que cultiva piñas en El Hierro. SAMUEL A. PILAR

Aislada como una fortaleza en mitad del Atlántico, la isla de El Hierro ha forjado un carácter único, a mitad de camino entre la resistencia natural y el instinto de supervivencia. La isla más joven del archipiélago canario estuvo considerada en la antigüedad como el fin del mundo conocido, y todavía hoy conserva esa aura de frontera; de lugar donde se acaba todo, pero también donde comienza. Quizá por ello sus habitantes tienen fama de ser acogedores, aunque al mismo tiempo herméticos y muy celosos de lo suyo, con un profundo apego a sus raíces.

Los aborígenes de la isla, los bimbapes, la conocían como Eseró o Heró, que podría traducirse como "muralla rocosa", una denominación que adquiere todo el sentido cuando se contempla el Valle de El Golfo, un grandioso anfiteatro en cuyas paredes verticales se esconde un náufrago del Pleistoceno: el lagarto gigante. Estos abruptos acantilados, que brotan de las nubes del alisio y se desploman sobre el mar como enormes cataratas basálticas, acentúan esa imagen de inaccesibilidad que ha rodeado a El Hierro a lo largo de su historia.

Valle de El Golfo de El Hierro.

Los Riscos de Tibataje, en el Valle de El Golfo de El Hierro. SAMUEL A. PILAR

Los herreños vivieron encerrados en una burbuja durante siglos. El servicio marítimo regular no se estableció hasta el primer tercio del siglo XX, y durante décadas apenas hubo dos o tres barcos semanales, que tardaban 24 horas en llegar a Tenerife. Hasta que se construyó el dique del puerto de La Estaca, en 1960, estas embarcaciones no podían acercarse a sus escarpadas costas, por lo que se quedaban en mar abierto, y había que recorrer el último tramo en lancha. Cuando había temporal, la isla quedaba completamente incomunicada, a veces durante semanas.

En 1972 comenzó a funcionar el aeropuerto, con vuelos a Tenerife y Gran Canaria, y El Hierro salió definitivamente de su encierro secular. Sin embargo, ha continuado siendo una isla de otras islas, la periferia de la periferia, el rincón más remoto del territorio español.

Esta es la historia de identidad de las personas que lo habitan: unos seres oceánicos tan apegados a su pequeño trozo de mundo que no conciben la vida si están lejos de él. Igual que sus sabinas centenarias, retorcidas por el viento, pero aferradas al suelo con una firmeza inquebrantable. O igual que sus lagartos gigantes, capaces de renacer del último resquicio, cuando ya todos les daban por desaparecidos.

El recién llegado

Doctora del Hospital Nuestra Señora de Los Reyes atendiendo a un bebé en El Hierro.

Doctora del Hospital de Valverde intenta consolar a un bebé que acaba de llegar en un cayuco, en el muelle de La Restinga. SAMUEL A. PILAR

Un cayuco con 65 personas a bordo acaba de llegar al muelle de La Restinga, remolcado por una embarcación de Salvamento Marítimo. En la barcaza destartalada también viaja un bebé, que por mayor seguridad ha sido desembarcado el primero y apartado momentáneamente mientras se procede a sacar a los demás. El bebé llora con desconsuelo, buscando con la mirada a su madre, mientras una médico del hospital Nuestra Señora de los Reyes, el único que existe en la isla, intenta calmarlo con una ternura que trasciende lo profesional para entrar de lleno en el ámbito de la dignidad humana.

Desde que se reactivó la ruta canaria del Atlántico, El Hierro se ha visto completamente desbordado por la llegada de cayucos. No hay semana que pase en la que no aparezcan varios. Sin embargo, los migrantes pasan prácticamente como fantasmas, ya que del muelle son trasladados al Centro de Acogida Temporal de Extranjeros de San Andrés, o al antiguo convento de La Frontera, desde donde les derivan a Tenerife o a Gran Canaria, e incluso a la península si es necesario. No sucede lo mismo con los menores no acompañados, a los que la ley otorga una mayor protección que les ha permitido integrarse discretamente en la vida de la isla.

Los herreños observan con preocupación esta llegada masiva, pero también con respeto, puesto que la suya ha sido una isla condenada a despoblamientos sucesivos por las sequías y las hambrunas. La emigración ha sido una constante en El Hierro. Primero hacia otras islas del archipiélago, como Tenerife o Gran Canaria, donde había mayores oportunidades. Después hacia el Nuevo Mundo, a países como Cuba, Argentina y, muy especialmente, Venezuela —considerada como la "octava isla canaria", hasta que ese título se lo arrebató oficialmente La Graciosa—.

Una cicatriz de necesidad y éxodo que ha quedado grabada en el alma de sus gentes. Herreños que se echaron al mar sin saber si alcanzarían el horizonte, empujados por la desesperación, pero que también encontraron muchas veces la humanidad de un abrazo al final del camino.

Dámaso Padrón, el latido de la isla

Dámaso Padrón fabrica los tambores que se utilizan en La Bajada de El Hierro.

Dámaso Padrón, en su taller de tambores situado en la localidad de El Pinar. SAMUEL A. PILAR

Si El Hierro tuviese un único sonido, ese sería es el de su tambor. Este instrumento musical está íntimamente ligado a la Bajada de la Virgen de los Reyes, que se celebra cada cuatro años y es sin duda el acontecimiento más importante de la isla.

Durante esta fiesta, el tambor es el protagonista de las danzas y canciones que acompañan a la procesión. Los ritmos que produce son los que marcan el paso de los romeros, junto con los pitos y las chácaras. Por eso el tambor es mucho más que un simple instrumento de percusión; es sobre todo un símbolo de identidad colectiva.

Dámaso Padrón es el último artesano de la isla que fabrica estos tambores en su pequeño taller de El Pinar, aunque ha enseñado el oficio a dos jóvenes del pueblo, "para que no se pierda", porque en su familia "nadie quiere seguir" con él. "Cuando me vaya para el otro mundo, no me voy a llevar nada" afirma.

A sus 87 años, ha recibido recientemente el mayor golpe que le ha asestado la vida, aunque él intenta a duras penas mantenerse firme en mitad de la tormenta, demostrando una vez más esa extraordinaria capacidad de resistencia de la que hacen gala las gentes herreñas.

"He nacido en la isla y he vivido toda mi vida aquí", asegura, y define a El Hierro como "lo más hermoso que hay". "Ser herreño para mí vale mucho, es algo que me engrandece. También ser canario, aunque cada isla tiene su forma de ser, somos muy distintos los unos de los otros en nuestras tradiciones y en nuestras cosas", prosigue.

"No he estado nunca en la península, pero para mí también es un orgullo ser español, aunque estemos abandonados, porque a veces parece que esto no es español, y es una pena", se lamenta, y cuenta cómo "cuando hay en la televisión un programa de Sevilla, o de Barcelona, o de cualquier sitio de España, me gusta verlo". "Eso sí, ellos con su forma de ser y nosotros con la nuestra", deja claro.

Carlos Andrés Acosta y su hijo Carlos Acosta, la lucha como identidad

Carlos Andrés Acosta y su hijo Carlos Acosta.

Carlos Andrés Acosta y su hijo Carlos Acosta, en el terrero de lucha Ramón Méndez, en La Frontera. SAMUEL A. PILAR

La lucha no es solo un deporte autóctono; es una parte fundamental de la cultura canaria. En El Hierro además es motivo de especial orgullo, porque de esta pequeña isla, con 100 veces menos habitantes que Tenerife o Gran Canaria, han salido decenas de grandes luchadores, en algunos casos auténticos colosos como Juan Barbuzano, el "Pollo de Isora", o Francis Pérez Machín, el "Pollito de La Frontera".

"La lucha, si no es el símbolo canario más importante, es de los más importantes", asegura sin dudar Carlos Andrés Acosta, quien ha retomado la práctica de este deporte después de 9 años, con el ánimo de "echar una mano" al único equipo que queda en El Hierro, el Concepción de Valverde, que compite en la segunda categoría de Tenerife. Según cuenta, en la isla se trabaja para recuperar otros dos clubes, y que haya uno por municipio: el Ramón Méndez de La Frontera y el Martín Marino de El Pinar.

Carlos Andrés acude a la entrevista junto con su hijo Carlos, un niño de 8 años extremadamente inteligente, que tiene unos ojos muy vivos y brillantes, y que habla con el desparpajo de un adulto. Ha intentado inculcarle su pasión por la lucha canaria, y en cierta manera lo ha conseguido, pero se ha topado con un duro adversario que causa furor entre los menores herreños, que en esto tampoco son diferentes del resto de los niños: el fútbol. Mientras su padre habla, el pequeño Carlos, vestido con el traje del club de lucha, se dedica a dar patadas a un balón sobre la arena volcánica del bellísimo terrero Ramón Méndez de La Frontera.

"Cuesta mucho mantener la lucha, y más en El Hierro, porque somos 10.000 habitantes y cualquier municipio, cualquier pueblo de otra isla nos dobla o nos triplica en población", explica Carlos Andrés. "Si a eso le sumas que estamos peleando con la base para salir adelante, y los niños se te dispersan en fútbol, baloncesto, atletismo… Pero bueno, seguimos con la identidad, cada uno aportando nuestro granito de arena".

Sobre esa identidad, este herreño opina que "los canarios de las diferentes islas tenemos nuestras cosas, pero no somos muy diferentes". Y también habla de su relación con el resto de España: "Nos sentimos desplazados, estamos como al margen. ¿Sabes el recuadrito que ponen en los mapas? Pues así nos sentimos los canarios. Pertenecemos a España y nos sentimos españoles, por supuesto, pero estamos como separados por una línea continua".

Tasio Armas, el apego a la tierra

Vivir al margen del resto del mundo no resulta fácil. Por eso, exprimir los recursos naturales ha sido esencial para asegurar la supervivencia de los herreños a lo largo de los siglos. La escasez les obligó a desarrollar un profundo conocimiento del entorno y una relación armónica con la naturaleza, aprovechando al máximo lo que esta les ofrecía, y al mismo tiempo respetándolo para garantizar su futuro.

Los Llanos de Nisdafe es un fértil altiplano situado en el interior de la isla. Esta meseta destaca por sus verdes praderas, protegidas del viento por un laberinto de muros de piedra que le confieren un aspecto profundamente atlántico, sobre todo cuando al caer la tarde se posan sobre ella las nubes que cabalgan a lomos de los alisios.

Allí acude diariamente para cuidar a sus vacas Tasio Armas, quien tiene otro trabajo principal con el que se gana la vida, pero mantiene a estos animales "como una afición heredada de mi padre, que ha fallecido hace poco tiempo".

"Yo nací en El Hierro, y con 4 años mi familia emigró a Tenerife, después de mi padre haber emigrado a Venezuela. Cuando tenía 30 años, volví a El Hierro. El primer año, regresaba a Tenerife cada 15 días, y ahora creo que solo he ido 3 o 4 veces en los últimos años. No echo en falta nada que no tenga aquí", confiesa.

Sobre su identidad, asegura: "Me siento canario igual que español y herreño. Nosotros no hemos sido otra cosa que españoles. Por aquí han pasado multitud de culturas y ya no somos los aborígenes que habitaban la isla hace cientos de años. Como sociedad, crecimos como españoles, como una parte más de España. Ha habido ciertos movimientos independentistas, pero realmente creo que es un sentimiento minoritario en la sociedad canaria".

Yusley Rodríguez, el legado del barro

Yusley Rodríguez, alfarera de El Hierro.

Yusley Rodríguez, en su taller de cerámica de Erese. SAMUEL A. PILAR

En cambio, para Yusley Rodríguez, "España es otro mundo". "Yo no me siento nada española, porque me he criado con una identidad canaria, apartada de España", admite esta vecina de Erese, que se reconoce a sí misma como "más cercana a África". "Para mí lo canario es algo muy diferente a lo español. He viajado a la península y he visto pueblos y lugares muy bonitos, pero no los identificas como tuyos", algo que achaca, sobre todo, "a la lejanía".

Hija de padre herreño y madre venezolana, Yusley nació en este país sudamericano, pero fue traída con solo 4 meses a El Hierro. Su madre, que falleció hace casi dos años, puso en marcha en la isla un taller de recuperación de la alfarería tradicional canaria, y Yusley se crio "aprendiendo de ella".

Sin embargo, esta herreña no se gana la vida con el barro, ni cree que sea posible hacerlo. Trabaja en la cocina del Mirador de La Peña, una majestuosa atalaya, diseñada por César Manrique, que ofrece las mejores vistas del Valle de El Golfo. Allí hay obras de su madre que el artista lanzaroteño adquirió expresamente para complementar la decoración, y que ahora forman parte de este patrimonio cultural de primer nivel.

El legado artístico de la alfarería en las Islas Canarias es un testimonio de la identidad ancestral de sus habitantes, especialmente de los pueblos prehispánicos, para quienes la cerámica no solo cumplía una función práctica, sino que también era una forma de expresión cultural y espiritual. Artesanos como Yusley luchan por mantener viva esta tradición, para que no se pierda el vínculo con ese pasado del que se sienten tan orgullosos. "Trabajar el barro me relaja mucho, me hace trabajar la parte creativa, y además contribuyo a recuperar algo que se está perdiendo", asegura.

Tomás Padrón, el referente del cambio

Tomás Padrón fue presidente del Cabildo de El Hierro durante más de 30 años.

Tomás Padrón, presidente del Cabildo de El Hierro durante más de tres décadas, en su casa de Echedo. SAMUEL A. PILAR

Tomás Padrón aún recuerda cómo, cuando llegó al Cabildo por primera vez en 1979, "El Hierro no tenía ni hospital". "La sanidad en aquel momento eran un médico y dos enfermeras, que eran monjas de la caridad. Mucha gente se murió en el camino cuando la evacuaban a Tenerife, en los tres barcos a la semana que había", resalta. Ahora, la isla cuenta con el moderno hospital Nuestra Señora de los Reyes, y las evacuaciones de urgencia se realizan en helicóptero, en menos de una hora.

Padrón es una figura clave en la política de la isla y un referente de su historia reciente. Como presidente del Cabildo Insular durante varias décadas y fundador de la Agrupación Herreña Independiente (AHI), desempeñó un papel fundamental en el desarrollo socioeconómico de El Hierro, que le permitió avanzar en infraestructuras, educación y servicios básicos, al tiempo que se convirtió en un modelo de sostenibilidad energética con proyectos pioneros como la central hidroeléctrica de Gorona del Viento.

Desde hace 4 años, cuando decidió por fin retirarse del terrero político, disfruta de una apacible jubilación en su casa de Echedo, aunque hay algo que sigue cumpliendo con la misma disciplina férrea que condujo su vida anterior: levantarse todos los días muy temprano para dar largos paseos.

"El Hierro ha sido una isla que en el conjunto de Canarias, y especialmente dentro de la provincia de Santa Cruz de Tenerife, al ser la menos poblada, la más pequeña y la más alejada, se le dejó a su libre situación", mantiene Padrón, y agrega que "nosotros hemos estado aquí sometidos siempre al centralismo, el de la cabecera provincial y el de la España peninsular".

"Nos consideramos el territorio más alejado de España y de Europa, pero eso no nos quita para que entendamos a España como el Estado al que pertenecemos. Es lo que nos ha tocado. No hay ningún problema en ese sentido", comenta sobre la identidad herreña y su encaje en el puzzle nacional.

Sin embargo, el expolítico se muestra contundente a la hora de hablar del recorrido que aún podría tener este encaje: "Canarias es la única comunidad autónoma que tiene derecho a profundizar y tener un autogobierno completo. Ni País Vasco, ni Cataluña, ni nada". "Estamos en un continente diferente, y los más alejados del territorio peninsular y europeo. Por lo tanto, merecemos todavía un entendimiento mayor en cuanto a descentralización y autogobierno, que llegue casi a una independencia, entre comillas, en todos los sentidos", opina.

Isabel Morales, la nostalgia del estómago

Isabel Morales, de Quesadillas Adrián Gutiérrez e hijas.

Isabel Morales, en el despacho de quesadillas situado en la capital herreña, Valverde. SAMUEL A. PILAR

La primera lección que aprende cualquier emigrante es que la nostalgia comienza por el estómago, un órgano que está conectado directamente con el corazón. La historia de un pueblo es también la historia de su gastronomía, que se convierte en un vínculo muy poderoso con la semilla sobre la que germina el sentimiento de pertenencia.

La cocina herreña está llena de contrastes, igual que la propia isla, con platos típicos como el omnipresente queso, el chivo asado, el conejo en salmorejo, el champurrio de jaramagos o el peto. Entre los postres, hay uno que destaca sobre el resto: la quesadilla. Si hay un producto imprescindible en todas las celebraciones de la isla, es este. Por eso no es extraño que, en países como Venezuela, donde la colonia herreña es muy importante, sigan cocinándolo con devoción.

"Para mí ser herreña es sentir el orgullo de ser de aquí, de haber nacido aquí, de que mi familia sea de aquí", asegura Isabel Morales Gutiérrez, quien dirige junto con su hermano Eutimio la fábrica Quesadillas Adrián Gutiérrez e Hijas, que se precia de ser la inventora en el año 1900 de este postre tradicional elaborado con queso fresco, harina, azúcar, huevos, limón y un toque de anís y canela.

Isabel y Eutimio son los nietos de Adrián Gutiérrez, el fundador de la empresa, y han mantenido los mismos principios que guiaron a su antepasado en la creación de este dulce hace 124 años, respetando con celo la receta original y empleando el mismo horno de leña de brezo. "Para nosotros es muy importante seguir la tradición, y continuar con el esfuerzo que ha hecho nuestra familia, tanto mi hermano como yo, intentando cada día ir a mejor y conservando al mismo tiempo todo lo que hemos hecho hasta ahora", declara esta herreña.

"Hay gente de Canarias que cree que el resto de España está lejos. Lo respeto, pero yo no lo veo así. Yo la siento cerca. Si puedo, voy una o dos veces al año a la península", confiesa Isabel, que vive a caballo entre El Hierro y Tenerife, aunque tiene claro que algún día se instalará definitivamente en su isla natal. "La calidad de vida que tenemos aquí es magnífica. Hay una paz, una tranquilidad… Es un sitio que te aporta muchas cosas positivas. Muchísimas...", expresa con dulzura, mientras su voz se deshincha suavemente hasta convertirse en un suspiro.