David Lynch, entre la belleza y el horror
- Cineasta heterodoxo como pocos, fue un buceador en el mundo de sueños y pesadillas
Ayer, poco rato después de que en un encuentro de "Madrid por los Goya" le dijera a Néstor López que la película que ha codirigido, Semilla de Kivu, un documental, bellísimo y terrible a la vez, tenía algo de “lynchiano”, me enteraba de su fallecimiento, mientras comenzaban a entrarme montones de whatsapps de gente diciéndomelo y comenzó a sonar en mi cabeza la bellísima música de Angelo Badalamenti para Una historia verdadera.
Recuerdo muchas veces una anécdota curiosa que viví en el primer Festival de San Sebastián al que fui, en septiembre de 1984, donde pude ver sendas películas de Richard Farnsworth (El zorro gris) y Harry Dean Stanton (Paris, Texas). Con este último luego tuve la fortuna de volver en el mismo avión (un pequeño Fokker) a Madrid, aunque fui incapaz de decirle nada mientras le miraba sus botas de piel de serpiente. Esto lo cuento porque estos dos actores, luego, interpretaron a los hermanos Lyle y Alvin en Una historia verdadera, de David Lynch, aunque la historia se entiende mejor si ponemos el título original: The Straight Story.
Así, con esa música que me vino a la cabeza al instante de saber que David Lynch había fallecido, las primeras imágenes que me vinieron fueron las de Alvin Straight expiando sus pecados con aquel cortacésped a una velocidad que ya no existe, con esa música de su amigo Angelo Badalamenti, que nos dejó hace ya un tiempo.
Una historia verdadera es la película quizás menos heterodoxa de David Lynch, y, a la vez, estaba llena del espíritu de David Lynch, cineasta heterodoxo como pocos lo han sido en los últimos 50 años, buceador en el mundo de sueños y pesadillas, y a quien le gustaba mostrar el escaparate frontal de un mundo brillante y luminoso, y disfrutar traviesamente de lo que había detrás: el horror, desde Cabeza borradora a Mulholland Drive, Carretera perdida, Terciopelo azul, o Inland Empire pasando por películas aparentemente más clásicas como El hombre elefante, la ya mencionada Una historia verdadera, o por el fracaso, no por su culpa, de Dune, o el éxito en Cannes de Corazón salvaje y aquella chaqueta de piel de serpiente que era la señal de identidad de Sailor.
Siempre he pensado que yo preferiría desde luego ser alguien como David Lynch y arriesgarme a estrellarme, pero, acercándome a lo sublime, tocándolo o llegando, que ser alguien convencional, sujeto a la norma y haciendo cosas convencionales y anodinas.
Desde luego lo que no hizo nunca David Lynch fue algo convencional y anodino. Renovó la televisión con Twin Peaks y creo que nos ofreció algo fascinante en la tercera entrega de esta serie en aquel famoso capítulo 8, un ejemplo de cine de vanguardia en la pequeña pantalla de nuestras casas, aunque hoy ya no se puede decir pequeña pantalla con las que tenemos en casa.
Creo que Spielberg le hizo un gran regalo cuando le propuso interpretar a John Ford en Los Fabelmans. Pueden parecer estar a siglos luz, pero en realidad Lynch admiraba a Ford y Una historia verdadera es la película más "fordiana" de alguien que no sea John Ford.
A Lynch le gustaba unir esos mundos perturbadores y desasosegantes con esas músicas bellísimas y mórbidas que provocaban un efecto sorprendente en nosotros. Una especie de recrearse en algo feo y temible. Fue un provocador de mucho talento, porque para provocar hay que tenerlo. Nos quedan en la memoria un puñado de momentos irrepetibles. Yo siempre he pensado que me encantaría ir al anochecer al Roadhouse, aquel bar de Twin Peaks donde sonaban canciones mórbidas mientras se planteaban misterios insondables.
Continúo recordando a David Lynch a ritmo de cortacésped, expiando mis pecados, mientras suena esa exquisita música de Angelo Badalamenti.