'The brutalist', la colosal enmienda al sueño americano con la que Brady Cobert y Adrien Brody apuntan al Oscar
- Se estrena la epopeya de un arquitecto húngaro en Estados Unidos tras la II Guerra Mundial
- RTVE.es entrevista al director y al actor, ganadores del Globo de Oro
Hace poco más de 10 años, Brady Cobert, que entonces solo tenía 26, se replanteó su carrera como actor. Primero, porque veía que otros actores se desvivían incluso con malos personajes le hacía sentir que él era un fraude falto de vocación. Y, segundo, porque sabía que quería enfocar toda su energía a la dirección. Quizá no era el mejor momento: acababa de ser un joven padre con su pareja, la cineasta noruega Mona Fastvold, y renunciaba a su principal fuente de ingresos: aunque no era ninguna estrella, Cobert ya había trabajado para Michael Haneke, Lars Von Trier o Ruben Östlund.
Volvemos a enero de 2025. Cobert está sentado junto a Adrien Brody en un lujoso hotel madrileño. Ambos estarían nominados al Oscar este mismo día si el incendio de Los Ángeles no hubiera postergado el anuncio. Porque The brutalist, la colosal película que ha lanzado a Cobert como director y relanzado a Brody, es el fenómeno de comienzo de año en Hollywood, donde todavía flotan sus palabras tras recoger el Globo de Oro a la mejor dirección: “Nadie pidió una película de tres horas y media sobre un diseñador de mediados de siglo, en 70 milímetros”. Es decir, un llamamiento a la industria: olviden los algoritmos y den al arte una oportunidad.
En la era de los biopics y películas basadas en hechos reales, The brutalist plantea una ficción pura: Lazlo Toth, un brillante arquitecto húngaro judío llega a Estados Unidos tras la II Guerra Mundial. No tiene trabajo, ni apenas contactos y su mujer Erzsébet (Felicity Jones) ha quedado atrapada bajo el telón de acero. Formado en la Bauhaus y con una reconocida carrera en Europa, debe aceptar cualquier trabajo de construcción, hasta que se cruza con Harrison Lee Van Buren (Guy Pearce), un millonario bien relacionado que reconoce su talento y le acoge como mecenas para que construya un ambicioso centro cultural.
El bosquejo de la trama no puede atrapar la enorme cantidad de temas que desfilan por las más de tres horas y media de duración (con quince minutos de descanso con un rótulo incluidos). Cobert y su mujer Fastvold son los autores de un guion en el que trata el desarraigo de la inmigración, la ambición artística, la explotación capitalista o la sexualidad. Pero sobre todo, una enmienda al sueño americano que se describe en algún diálogo de la película como un país podrido obsesionado con vender, vender, vender.
Adrien Brody brilla en un papel conectado con sus orígenes
Adrien Brody no fue la primera opción para Lazlo pero era Lazlo. El actor neoyorquino comparte demasiado con su personaje: su madre, la fotógrafa Sylvia Plachy, y sus abuelos eran inmigrantes húngaros que huyeron tras la invasión soviética de 1956. “Detalles tan específicos son bastante íntimos para mí. Antes de llegar a EE.UU. pasaron dos años como refugiados en Viena. Hubo mucho sufrimiento, pérdida y resiliencia. Es un honor para mí poder representar algo tan universal como esa lucha por la búsqueda de la patria”, detalla el actor con su voz grave pero delicada en una entrevista con RTVE.es.
Y otro aspecto no menos importante: conectar con la creatividad de su madre, retratista que ha publicado en The New York Times. “El viaje de Lazslo como artista me dio una gran visión de las dificultades del trabajo de mi madre, o al menos me permitió infundir mi propia visión”, añade.
The brutalist es una vindicación del artista que tiene mucho que ver con el propio empeño personal de Cobert. Rodada en 70 mm (dice que la diferencia entre el celuloide y el formato digital es la del óleo con la acuarela), no deja de ser una película de solo 10 millones de euros rodada en poco más de un mes. El director relata cómo recibía mensajes de distribuidores diciéndole que la película era una obra maestra, pero imposible de distribuir.
¿Hasta qué punto ha sentido ese choque entre artista y el poder económico que se muestra en la película? “Sí, me he sentido explotado, como muchísimos artistas a lo largo de sus carreras, sin importar a qué disciplinan se dediquen. Como también les sucede a los periodistas. Nos han tratado injustamente y eso es parte de lo que explora la película, que lo lleva a extremos muy operísticos”. La referencia musical no es casual: la cinta está divida en una obertura y dos actos.
Tanto Cobert como Fastvold tienen antecedentes de familiares arquitectos y les atrajo la idea de emparentar arquitectura y cine, una relación apenas tratada. Al margen de su poderosa dramaturgia, The brutalist transmite autenticidad absoluta. “Es una opción personal, nunca se me ocurriría hacer un biopic”. ¿Por qué? “Supongo que para tener un pacto honesto con el público y que ellos no se estén preguntando todo el tiempo ‘¿es así como ocurrió en Austerlitz?’”, define.
Pese a su descomunal duración, The brutalist tiene algo de punta de iceberg sobre la que se adivina el enorme trabajo que la sustenta, de la que forma parte el interés literario de Cobert, que cita a W. G. Sebald o V. S. Naipaul, como exponente de la falsa ficción histórica que le interesa.
“La historia virtual te permite más libertad y, además, te quita responsabilidad. Si hiciese un biopic me estaría tirando de los pelos por si estaba poniendo palabras en boca de personajes que tal vez jamás habrían dicho. Sería demasiado estresante. Hay excepciones: Van Gogh, de Maurice Pialat, es una de mis películas favoritas de todos los tiempos. O Munch, de Peter Watkins. Pero las dos tienen enfoques muy poco tradicionales”.
Dice Cobert que la película nació como respuesta a la crisis migratoria de 2017. Y se estrena precisamente en un auge reaccionario antiinmigración. “Desafortunadamente, creo que si la película se estrenase dentro de siete años, habría otra crisis y la película seguiría siendo relevante entonces. Espero que los espectadores encuentren la película emocionalmente catártica y que reivindique y valide sus propias experiencias personales”.
The brutalist defiende que “los edificios permanecen y sobreviven al torrente de la historia”, como metáfora de la fe total en el arte de Cobert, subrayada en su película: lo importante es el destino, no el camino.