Estados Unidos, de Trump a Trump: precios más altos, más deportaciones y la misma pobreza
- Ocho años después, Trump vuelve a la Casa Blanca con promesas de bajar los precios y controlar la inmigración irregular
- Especial elecciones Estados Unidos 2024
Donald Trump asume de nuevo este lunes la presidencia de Estados Unidos desde una posición casi inédita: salvo Grover Cleveland, a finales del siglo XIX, ningún presidente ha vuelto a la Casa Blanca para un segundo mandato que no fuera consecutivo al primero, lo que forzosamente impide una continuidad en las políticas. En ese hiato de un Trump a otro, el país ha superado definitivamente la pandemia del Covid-19 y ha retomado el crecimiento económico, pero también ha visto cómo los precios se disparaban, la deuda pública seguía engordando, el déficit comercial volvía a crecer y la pobreza continuaba enquistada.
Aunque su huella política se presume indeleble -pocos mandatarios han roto las convenciones políticas y diplomáticas como Trump-, la profundidad de su legado dependerá en buena parte de su desempeño en los próximos cuatro años. Su punto de partida, en ese sentido, es una mejor predisposición de sus conciudadanos: cuando dejó la Casa Blanca tenía la peor valoración de un presidente saliente en medio siglo, pero ahora cerca de la mitad de los estadounidenses tiene una opinión favorable sobre él. Para ilustrar ese trayecto, los siguientes indicadores reflejan qué país se encontró y moldeó Trump en su primer mandato y qué país se va a encontrar en el segundo, el período que en verdad dibuja la trascendencia histórica de un presidente.
El coste de la vida
Después del frenazo que supuso la pandemia, la economía de Estados Unidos ha recuperado el impulso: el PIB crecía un 2,8% interanual en el tercer trimestre de 2024 y la tasa de paro ha bajado al 4,1%, lo que en la práctica equivale al pleno empleo. Pero el país, como otras economías occidentales, ha atravesado un período de acusada inflación que ha pesado no solo en el bolsillo de los estadounidenses, sino también en su voto: la promesa de devolver los precios al nivel que tenían en su primer mandato, repetida por Trump durante toda la campaña, ha sido una de las que más ha calado entre el electorado para devolverle a la Casa Blanca.
Lo cierto es que el episodio inflacionario parece ya controlado: la tasa interanual de diciembre fue del 2,9%, muy lejos ya de los picos que se alcanzaron en 2022, con varios meses por encima del 8%. Pero eso no significa que los precios hayan vuelto a su nivel anterior: tal como recordaban sus seguidores en los mítines, cuando Trump dejó la presidencia en enero de 2021, la gasolina costaba menos de 2,5 dólares por galón (algo menos de cuatro litros), mientras que ahora cuesta 3,1 dólares, de media, aunque llegó superar los cinco al poco de empezar la guerra de Ucrania. De igual forma, el pan ha pasado de 1,5 dólares por libra a casi dos dólares, cerca de un 25% más caro, y la docena de huevos cuesta el doble que hace cuatro años, un gasto en la cesta de la compra que los consumidores consideran inasumible.
La gestión de la inmigración
La segunda gran promesa de Trump durante la campaña electoral fue controlar la inmigración irregular, plasmada en una medida tan grandilocuente como compleja: llevar a cabo la "mayor deportación [de inmigrantes] de la historia de Estados Unidos". Se estima que en el país residen unos once millones de personas indocumentadas y los republicanos acusan a los demócratas de no proteger con la suficiente firmeza las fronteras para evitar que los migrantes sigan llegando.
Sin embargo, durante el mandato de Joe Biden las deportaciones han alcanzado los 4,7 millones de personas, más del doble que los dos millones de devoluciones contabilizadas durante el primer mandato de Trump. En buena parte, gracias al mecanismo de expulsión rápida que este puso en marcha durante la pandemia de Covid-19. Pero, incluso sin tener en cuenta las deportaciones por motivos sanitarios, en 2024 fueron expulsadas de Estados Unidos más de 736.000 personas, más que en ninguno de los cuatro años en los que Trump estuvo en la Casa Blanca. Más allá de la complejidad legal y logística de cumplir su promesa, el listón está alto en un país que, con independencia del color de la administración, cada vez es más hostil con los inmigrantes irregulares.
La reducción de la pobreza, estancada
Cuando Trump inició su primer mandato, fue capaz de prolongar y reimpulsar el crecimiento económico heredado de la era Obama, alcanzando logros como la tasa más baja de desempleo en medio siglo, un 3,5% de paro. Esa bonanza consiguió reducir notablemente el porcentaje de población que estaba en la pobreza, hasta situarse en 2019 en el 10,5%, su nivel más bajo en seis décadas.
La pandemia, sin embargo, frenó ese descenso y la recuperación posterior no ha conseguido retornar a esa cota: en 2023, el último año con datos disponibles, el porcentaje de estadounidenses que vivían en la pobreza seguía por encima del 11%, casi 37 millones de personas. Y afectaba especialmente a los niños y adolescentes: once millones de menores, el 15,3% del total, se encontraban ese año por debajo del umbral de la pobreza, más que en 2022, a pesar de que entre los adultos sí que bajó ligeramente el número de personas pobres.
La deuda pública continúa disparada
La recuperación económica, aunque robusta, tampoco ha conseguido reducir significativamente el socavón que la pandemia de Covid-19 abrió en las cuentas públicas: en apenas un trimestre, el primero de 2020, la deuda pública total -incluyendo a todas las administraciones- de Estados Unidos se disparó más de 25 puntos, hasta el 133% del PIB. Cuando Trump salió de la Casa Blanca, y gracias al efecto rebote tras las medidas más drásticas, había conseguido reducirla al 124%, aunque eran 20 puntos más de los que se encontró al llegar a la presidencia.
La Administración Biden llegó a dejarla en el 116% a principios de 2023, pero en los últimos trimestres ha vuelto a engordar las deudas, que en julio de 2024 se situaban en el 121% del PIB, poco menos de lo que Trump dejó pendiente. Una cuarta parte de esa deuda, además, se encuentra en manos de inversores extranjeros, entre ellos China: el gran rival global de Estados Unidos es, tras Japón, el segundo mayor tenedor extranjero de deuda pública estadounidense, con cerca de un 3% del total.
El déficit comercial sigue engordando, aunque se reduce con China
Trump fue, precisamente, el presidente que desató abiertamente lo que hasta entonces había sido una pugna soterrada con China, al imponer en 2018 una serie de aranceles comerciales contra el gigante asiático. Aunque bajo esa decisión también subyacían motivos políticos y geoestratégicos, el presidente electo siempre se ha dicho partidario de medidas proteccionistas frente a lo que considera competencia desleal de los socios comerciales de Estados Unidos. Y no solo se refiere a China: de cara a su segundo mandato, ya ha amenazado a Canadá y México, a los que ya forzó a renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, con nuevas restricciones comerciales.
Lo cierto es que, aunque esas medidas lograron rebajar el déficit con los principales socios comerciales de Estados Unidos, al final de su primer mandato el déficit comercial total era mayor que cuando Trump llegó a la Casa Blanca. Y algo similar ha sucedido con Biden, ya que el desequilibrio con China, tras marcar un máximo de casi 420.000 millones de dólares en 2018, se encuentra ahora en su nivel más reducido desde 2010, poco más de 270.000 millones, pero el déficit comercial del país sigue por encima del billón de dólares. Es un 46% más del que Obama le dejó a Trump al cierre de 2016, lo que para el nuevo presidente justifica introducir nuevos aranceles contra las importaciones extranjeras.
El gasto en defensa, de nuevo al alza
Más allá del ámbito comercial, Trump también es partidario de una postura de fuerza en el ámbito internacional. Descreído del multilateralismo, el nuevo presidente ya demostró en su primer mandato que no distingue entre socios y rivales a la hora de reafirmar el liderazgo global de Estados Unidos. Y ese estatus requiere que el país mantenga su hegemonía militar, por lo que en su primer mandato ya impulsó un aumento del presupuesto de defensa: mientras que Obama rebajó en más de 200.000 millones de dólares ese gasto desde el récord alcanzado en 2010, Trump volvió a incrementar la partida hasta rozar los 850.000 millones de dólares anuales.
Biden se ha mostrado contenido en este capítulo, con ligeras rebajas del gasto en defensa en sus primeros años, aunque en 2023 volvió a aumentar hasta situarse en 820.000 millones de dólares. Con todo, en el último año fiscal el dinero destinado a Medicare, el principal programa federal de salud, ha superado lo destinado a defensa, de forma que esta es ahora la tercera partida que más detrae del presupuesto estadounidense.
Las víctimas por armas de fuego caen, pero siguen en máximos
Pese a la alarma que suscitan los recurrentes tiroteos masivos, la postura de Trump respecto a las armas de fuego siempre ha sido de defensa cerrada de la segunda enmienda, la que reconoce el derecho de la población a poseer y portar armas. Durante su primera presidencia se mantuvieron unas cifras de víctimas mortales y heridos similares a las de la presidencia de Obama, salvo en el último año, cuando despuntaron hasta rozar las 20.000 muertes y los 40.000 heridos en 2020.
Ese incremento se prolongó otro año más, ya con Biden en la Casa Blanca, pero a partir de entonces se ha producido un paulatino descenso. La administración demócrata ha introducido algunas medidas, como un mayor control en la venta de armas a personas potencialmente peligrosas o más competencias para que las autoridades les retiren las armas que ya posean, así como mecanismos de control para las armas fantasma -las que se venden por piezas, sin registro ni control, principalmente por internet, para ensamblarlas en casa-. Sin embargo, el número de víctimas mortales y heridos por disparos sigue todavía por encima de los contabilizados en 2019 y es poco probable que Trump quiera profundizar en las restricciones.
Un buen respaldo popular para construir su segunda presidencia
Todas estas cuestiones, y algunas más como la gestión de la guerra de Ucrania o el conflicto en Oriente Medio, influirán decisivamente en la percepción de Trump como mandatario, después de que despidiera su primer mandato como el presidente peor valorado desde Richard Nixon, el único que se ha visto obligado a dimitir del cargo, hace ya medio siglo. En esos cuatro años, nunca alcanzó el 50% de aprobación y, cuando salió de la Casa Blanca, solo el 34% de los estadounidenses respaldaba su labor, mientras que el 62% la desaprobaba.
Sin embargo, a este segundo mandato llega con mucho más respaldo ciudadano. En primer lugar, porque su victoria en las elecciones ha sido incontestable: a diferencia de 2016, cuando no consiguió ganar el voto popular, esta vez ha arrasado. En segundo lugar, porque no sucede a una figura carismática como Barack Obama, que abandonó la Casa Blanca con una aprobación del 59%, sino a otro presidente impopular: a falta de conocer las encuestas sobre estos últimos días, Biden tiene una aprobación que no alcanza el 40%. Y, por último, porque muchos más estadounidenses le ven con buenos ojos: según el promedio de encuestas del portal especializado FiveThirtyEight, el 46,7% de los ciudadanos tiene una opinión favorable de Trump, frente al 47,9% que mantiene una opinión desfavorable. Un trampolín ideal para construir una segunda presidencia que le permita pasar a la historia.