Auschwitz: amor y supervivencia en el campo de la muerte
Noticia Documentos TV
- Lali Sokolov, uno de los tatuadores de Auschwitz, conoció a su esposa Gita cuando la tatuaba en los barracones
- Una historia de amor convertida en una poderosa razón para sobrevivir en el infierno en el 80º aniversario del Holocausto
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El judío eslovaco Lali Sokolov fue deportado a Auschwitz en 1942. Los nazis le obligaron a tatuar a todos los prisioneros que iban llegando al campo de exterminio. Un día le enviaron a marcar a las mujeres y allí conoció a Gita, mientras la tatuaba en su barracón.
En 1995, cincuenta años después de la liberación de Auschwitz por el Ejército Rojo, Lali y Gita contaron su historia de amor en una entrevista. Relataron cómo entre la muerte, la tortura y el odio, el amor y la humanidad prevalecieron por encima del horror. Un documental titulado La verdadera historia del tatuador de Auschwitz que ha ofrecido Documentos TV con motivo del 80 aniversario del Holocausto.
80 años de Memoria Histórica del Holocausto
El 27 de enero de 1945, los soldados rusos entraban en Auschwitz. Sólo siete días antes los nazis habían evacuado definitivamente a los judíos que aún podían caminar. “En Auschwitz, Birkenau o Monowitz sólo quedaron unos 7.000 prisioneros”, relata Piotr Setkiewicz, historiador del Memorial Auschwitz-Birkenau.
Lo que se encontraron las tropas soviéticas era indescriptible. “Se hicieron cargo de los prisioneros que encontraron, estaban medio muertos, algunos incluso muertos”, cuenta el historiador especialista en la Soah, Tal Bruttman.
Cientos de cadáveres esqueléticos se pudrían en las fosas comunes al aire libre y unos pocos supervivientes deambulaban con la mirada perdida y un número tatuado en el brazo. Con mucha probabilidad, esas cifras grabadas en la piel habían salido de la mano de Lali Sokolov, un judío eslovaco que fue obligado a marcar, como si de ganado se tratara, a cada prisionero que llegaba a Auschwitz.
“Eras un número. Ya no eras un ser humano“
Era el único campo de concentración y exterminio en el que se realizaba esta práctica. “Eras un número. Y ese era precisamente el objetivo: convertirte en un número”, subraya el historiador Gideon Greif.
Lali, el tatuador
Cuando a Lali Sokolov los nazis le trasladaron a Auschwitz en los trenes de la muerte pasó de inmediato a hacer trabajos forzados en condiciones de higiene y de vida inhumanas. Pero, unos pocos meses después, con la llegada masiva de judíos a Auschwitz, las SS le encomendaron una diabólica labor: la de marcar a los otros judíos para siempre.
A partir de entonces, tuvo entre sus manos un palo con dos agujas en el extremo con el que tatuaba a los deportados. “Nosotros les dábamos un número de registro, les quitabas el nombre”, recordaba Lali con dolor años después de su liberación del campo de exterminio nazi.
“De cada mil personas, a unas 400 o 500 las trasladaban al campo de trabajo. Los demás iban derechos a morir gaseados“
Los judíos que llegaban a Auschwitz eran seleccionados rápidamente. A un lado, mandaban a las mujeres, a los niños y a los ancianos “y, al otro, a los que tenían suerte, les tatuábamos”, relata Lali, explicando que la suerte consistía en sobrevivir unas semanas o meses. “De cada mil personas, a unas 400 o 500 las trasladaban al campo de trabajo. Los demás iban derechos a morir gaseados”, prosigue Lali.
Aneta Tanska, guía del Memorial Auschwitz-Birkenau, afirma que, “según los nazis, los judíos no solo debían morir, sino que debían desaparecer de la historia”. Y asegura que en los hornos crematorios murieron alrededor del 90% de las víctimas de Auschwitz.
Bruttman estima que “1.100.000 judíos fueron conducidos al centro de exterminio en Auschwitz y no al campo de concentración”. La gente no tenía esperanza alguna. Lali recordaba que sólo había muertos vivientes caminando por el campo. “Fui testigo de muchas cosas: asesinatos, torturas; la gente se mataba por un mendrugo de pan. Lo vi con mis propios ojos”, contaba.
El amor en el infierno
Entre tanto horror, un día de 1942, Lali fue enviado a los barracones de las mujeres. Allí, por primera vez, vio a una eslovaca de 17 años llamada Gita. Los tatuadores trabajaban, bajo vigilancia, a destajo, sin descanso y con la prohibición de mirar a la cara a quienes marcaban para siempre. Sin embargo, en esa ocasión, Lali hizo una excepción.
Mientras grababa un número tras otro en el brazo de Gita, logró cruzar una mirada y unas pocas palabras con ella. Nunca imaginó que ese momento le iba a cambiar la vida. Cincuenta años después de sobrevivir al infierno, Lali y Gita contaron por primera vez su historia de amor en una entrevista. “4562, ¿sabe quién me lo tatuó?, mi marido. Era tatuador”, le contó Gita al periodista.
“4562, ¿sabe quién me lo tatuó?, mi marido. Era tatuador“
En medio de las atroces selecciones, de los trabajos forzados, de las cámaras de gas y de tanta muerte, los dos recuerdan cómo se conocieron y cómo el amor les ayudó a querer seguir viviendo. Después de tatuarla, “un día la volví a ver. La miré mientras caminaba y ella me aguantó la mirada”, cuenta Lali emocionado. Los dos aseguran que su amor fue una forma más de resistencia. Gita falleció en 2003. Lali, tres años después.