María Fasce, ganadora del premio Café Gijón: "Milei y su entorno me generan mucho miedo y mucha perplejidad"
- El final del bosque arranca con un atropello y disecciona los secretos familiares de los personajes
- Ambientada en un idílico lugar de veraneo en Mar del Plata, oscuras pasiones desencadenan la trama
La escritora bonarense María Fasce ganó la última edición del Premio Café Gijón con El final del bosque, una novela que arranca con un atropello brutal, pero depende del lector decidir si ha sido un accidente, un homicidio o un asesinato premeditado.
"El perro ladraba desesperado. Ernesto ya tendría que haberlo sacado a pasear, eran más de las seis. Me detuve en mitad de la escalera cuando Andrés abrió la puerta: llevaba los guantes de lavar los platos manchados de sangre".
La tercera argentina que logra este galardón literario es editora y directora literaria de Alfaguara, Lumen y Reservoir Books. Comparte profesión con su protagonista y también azares biográficos como vivir en España o ser madre de un hijo. Le gusta bailar tango y confiesa que no tiene mano para las plantas ni para cocinar.
Menuda, enfundada en un traje gris de raya diplomática, con camiseta blanca y joyas discretas, lo más llamativo que lleva es un anillo con una piedra azul. Bebe café con leche con una cucharadita de azúcar moreno y contesta a las preguntas de RTVE.es en la sede de la editorial Siruela en una lluviosa mañana de enero.
Pregunta: La portada reproduce una inquietante imagen de Gregory Crewdson. ¿Qué vinculación tiene con la novela?
Respuesta: Uno de los personajes es fotógrafo y le revela la foto a la protagonista. Representaba perfectamente la atmósfera y, sobre todo, la mente de Lola. Hay una mujer que parece muerta flotando sobre agua. Me resulta muy perturbadora, porque menciono la anécdota de Akutagawa de las dos pantuflas, él solo encontraba una, y decía: "me están poniendo la otra pantufla en el baño para que yo crea que estoy loco". En la imagen, hay una pantufla en un peldaño y otra en otro. Es una foto que no tiene explicación y que me parece que cifra la novela.
P: El final del bosque comienza con una escena que en la trama no aparece hasta la segunda mitad del libro ¿Por qué decidió usar esta estructura?
R: Elena Ferrante construye sus historias como relato policial y en eso me inspiré un poco. Cuando ya la tenía escrita decidí que no iba a empezar así por orden, con la llegada al bosque. Quería que el lector recibiera mucha información de entrada y que eso fuera un truco. Son los trucos que tienen los escritores que admiro. Las dos hermanas llegan al bosque idílico. El hermano las recibe, pero hay un muerto, un hombre tendido en el barro. Y eso cambia la manera de leer toda la novela.
P: Cita a Elena Ferrante, a Natalia Ginzburg y a Patricia Highsmith. ¿Qué admira de cada una?
R: Natalia Ginzburg pone el foco en la intimidad y en la familia, es capaz de crear y de escribir sobre su vida, pero también sobre lo que lee, sobre lo que ve. Eso es muy único de esa escritora.
Para Ferrante, la familia y la maternidad son grandes temas, pero también esa relación de celos, envidias entre mujeres. Me siento totalmente identificada con sus temas. Son los mismos que me interesan a mí: la relación con la madre, las relaciones de pareja y las relaciones con los hijos.
Highsmith escribe novela negra, pero con una característica muy particular, que es lo que hace sus libros tan perturbadores. Entiendes que tú podrías ser el asesino y te crea esa especie de angustia. Pensaba mucho en una novela como El diario de Edith, y en esa narradora poco fiable que es esta mujer.
P: Empezó editando los libros de cocina y deporte que nadie quería. ¿Le gusta practicar algún deporte?
R: No, siempre he sido una pésima deportista que practicaba por otras razones. Por ejemplo, de joven hacía tenis, pero solo con dos objetivos: perder peso, que era algo que siempre me preocupaba, y en el caso concreto del tenis porque estaba enamorada del profesor, que acabó siendo mi novio.
P: La obsesión con perder peso es un rasgo que le presta a su protagonista...
R: Es algo bastante común, lamentablemente, pero creo que en las mujeres argentinas hay una obsesión con el físico. Yo tengo este recuerdo de mi adolescencia. Diría que, después de parir, por fin me reconcilié con mi cuerpo. Ya está, me sirvió para tener un hijo y es el que es. Voy a tener que vivir con él. No hago ningún deporte, lo que hago es bailar.
“Después de parir, por fin me reconcilié con mi cuerpo“
P: Como buena argentina le gusta el tango. ¿Cuál es su favorito?
R: Eso es como que te obliguen a elegir tu libro favorito. Así, a bote pronto, me gusta mucho Amarras [Vago como sombra atormentada, bajo el gris de la Recova. Me contemplo y no soy nada...]. La letra cuenta una historia de amor triste, como son la mayoría de las historias de amor, en la literatura y en el cine, que a mí me gustan.
Además, al bailar tango lees a tu pareja: el olor, si hablan o no hablan, son tímidos, son torpes, si son bruscos, si son agresivos, si saben o no los pasos, obtienes un montón de información.
P: En la novela, dice que Argentina, su patria, siempre se volvía loca. ¿Cómo ve ahora la situación?
R: Quizás no me siento autorizada para responder esa pregunta porque vivo fuera. Mi país es tan intenso, hay tantos contrastes, tantas contradicciones. Si se le quiere ver un único lado positivo, eso es muy estimulante para el arte, para la escritura. Es triste, pero creo que tenemos grandes escritores, como todas las sociedades que tienen crisis: Colombia, Italia...
Esa efervescencia, ese no saber qué va a pasar con tu vida, no saber qué va a pasar con tu dinero, es terrible para la vida cotidiana, pero es muy fructífero en la literatura. Desde luego, el presidente que tenemos, sobre todo las cosas que dice y su entorno, me generan mucho miedo y mucha perplejidad. Pero también hay que preguntarse por qué alguien así llega al poder. Más que horrorizarnos, hay que plantearse qué tenemos que hacer. Lo veo como una oportunidad para repensarnos.
P: ¿Cree que España, la tierra del Quijote, está más cuerda?
R: Sí, definitivamente, aunque los españoles no se den cuenta de ello.
P: La editora protagonista tacha la palabra 'honesto' de un crítico sobre un libro y se pregunta: ¿quién quiere leer un libro honesto?. Dígame, ¿quién?
R: Siempre me parece un adjetivo tan pobre. Los escritores lo que tenemos que hacer es crear una mentira que de sensación de verdad. Creo que un escritor no busca la honestidad. Si pienso en los libros que admiro, jamás diría que son honestos. Por eso la tacho de las guardas cuando aparece.
P: En otro momento, Lola dice que la única aristocracia es la lectura. Puede desarrollar un poco más esa idea...
R: Esa frase pertenece a un delirio muy construido. Ella cree eso. La única aristocracia es saber leer, no tener dinero, ni siquiera tener elegancia, es ser la mejor lectora, que es a lo que ella aspira. Y luego pensé que era un concepto bonito. La lectura es un ejercicio de empatía, de intentar entender, de entrar en ese mundo y desentrañarlo. Y bueno, sería maravilloso que ese ejercicio lo practicaran los políticos, por ejemplo.
“La lectura es un ejercicio de empatía, y sería maravilloso que ese ejercicio lo practicaran los políticos“
P: ¿Y qué tal se le da leer a las personas?
R: No lo verbalizo, pero en mi cabeza lo hago continuamente, es un vicio de escritora. A priori todas las personas son personajes posibles. Empezando conmigo misma, hay veces en las que para sobreponerme a un fracaso amoroso intento sobrevolarme y verme dentro de un año. Yo leo a las personas, claro que las leo siempre, al fotógrafo, al camarero, a ti, y me divierte.
P: Una familia en la que "no se habla de cirugías estéticas, sexo y depresión", ¿está enferma y acostumbrada a esconder el polvo bajo la alfombra?
R: ¿Está enferma o está un poco loca también?. A partir de esa pesadilla que tuve, me interesaba todo aquello de lo que no se habla. Esos hermanos están dispuestos a no hablar de ese hombre que está allí y al que uno de los tres mató. La ficción intensifica algo, como la locura que todo lo concentra, pero creo que todas las familias tienen sus secretos, sus silencios. La mía, desde luego, los tenía y los tiene. Y eso es muy inspirador, un gran motor de ficción.
Sirve para una familia como para una persona como para una sociedad. Lo que se calla, lo que se oculta, lo que se esconde, desde las fosas comunes en España a los desaparecidos en Argentina. Ahora mismo se está discutiendo si los desaparecidos no habían sido tantos. Esa idea de "acá no pasó nada", es muy gráfica, y sobre eso, también se ha escrito muchísimo.
P: La protagonista le dice a su padre convaleciente lo que a ella le gustaría escuchar de su hijo en la misma circunstancia. ¿Ser madre enseña a ser hija?
R: Yo he tenido una relación compleja con mi madre, como probablemente todas las mujeres. Creo que son más complejas las relaciones madre-hija que padre-hija. Se podría interpretar que puse el océano de por medio. Uno se puede separar, matar a una pareja en el sentido metafórico, olvidarse de una amiga, de un amigo, pero de una madre, incluso si no te hablas, es imposible.
“La parte más autobiográfica de la novela es la relación de la hija con los padres“
Cuando tuve un hijo, no sé si aprendí a ser hija, pero sí entendí muchas cosas de mi madre y entendí la impotencia de ver que tu hijo no está tomando una buena decisión y no poder hacer nada o querer ayudar con torpezas, con errores, pero siempre buscando lo mejor para él. Entender a los padres lleva toda una vida, es como entenderse uno mismo. Quizás la parte más autobiográfica de la novela es esa, la relación de la hija con los padres.
P: Suele alternar cuentos y novelas. ¿Cuál es su próximo proyecto?
R: Alguien dijo que la novela es un matrimonio y los cuentos son como amantes. Pues tengo un libro de cuentos que sigo corrigiendo, que también presentaré a premios. Y durante la quincena de la residencia literaria en Málaga, revisé la novela Dos extraños, que había escrito hace un montón, en cuatro días y lo que hice en los días siguientes fue compulsivamente escribir ya un primer borrador de otra novela. La estancia fue muy fructífera.
P: "Escribir demasiado, demasiado rápido no me libera. Me devuelve a la jaula", dice Lola. ¿Y a usted?
R: Yo no escribo para psicoanalizarme, ni para curarme de nada. Hay momentos que son de una emoción muy fuerte y uno no se libera de nada por escribir, pero sí, es una manera de procesar, una especie de alquimia. Yo lo que quiero es escribir una gran novela siempre. Busco escribir una historia y los temas van conmigo: el amor, la muerte y la familia. Siempre se trata de construir un mundo, que emocione a los demás y les de luz. No que tú tengas que resolver algo con vos misma.
El final del bosque de María Fasce, editado por Siruela, ya está disponible en las librerias españolas.