El presidente Trump y la prensa: amenazas a los medios de información, vía libre a la desinformación
- Entre los medios cunde el miedo a que Trump use las querellas para desgastarlos económicamente y amedrentarlos
- Uno de los primeros decretos presidenciales ordena no poner coto a lo que se difunde, aunque sea desinformación
"El Congreso no promulgará ley alguna por la que adopte una religión de Estado, o que prohíba el libre ejercicio de la misma, o que restrinja la libertad de expresión o de prensa, o el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y a solicitar al Gobierno la reparación de agravios". Es el texto oficial en español de la Primera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, ratificada en diciembre de 1791, hace más de doscientos años.
La Primera Enmienda es un pilar de la cultura y la sociedad de los Estados Unidos, se invoca continuamente para combatir todo intento de censura hasta puntos que sorprenden en muchas sociedades europeas donde "hay cosas que no se pueden decir o hacer". Esa Primera Enmienda, por ejemplo, ampara que se pueda quemar o profanar la bandera nacional, probablemente el símbolo más importante de los Estados Unidos.
Así lo ha entendido el Tribunal Supremo, que es también el Constitucional, en dos ocasiones. Ha habido varios intentos para enmendar la Constitución y prohibir la profanación de la bandera, castigando el acto con multas e incluso cárcel, pero, incluso en el momento más reciente de furor nacionalista generalizado, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, fracasó una propuesta de algunos congresistas, entre ellos Hillary Clinton, entonces senadora por Nueva York. Da igual que la gran mayoría de la población desapruebe esos actos, los ampara la Constitución, la Primera Enmienda. Libertad de expresión.
¿Qué puede pasar hoy con un presidente nacionalista con mayoría en las dos cámaras del Congreso y un Tribunal Supremo con amplia mayoría conservadora (6 a 3)? No lo podemos adivinar. ¿Y qué consecuencias puede tener para la libertad de información esta segunda presidencia Trump? Veamos cómo fue la primera y cómo ha arrancado esta segunda.
"Estoy en guerra con los medios comunicación, son el enemigo del pueblo"
Estas afirmaciones de reminiscencias totalitarias las pronunció Donald Trump en su primera presidencia. Es un hecho. Un dato. Y fue consecuente con ello desde antes de llegar a la Casa Blanca, aún en campaña electoral, en 2015 y 2016. Entonces empezó a descalificar toda información que no le gustaba como fake news, noticias falsas. Da igual que la información esté bien sustentada, apoyada en datos contrastados, si a Donald Trump no le gusta las convierte para él y sus seguidores en falsas. La verdad, es lo que ha conseguido inculcar entre la mayoría de sus partidarios. No es lo que dicen los datos, sino lo que dice el líder.
Censura indirecta: autocensura
La forma más perversa y frecuente de censura en democracia es la autocensura. Nadie te prohíbe decir o escribir nada, te reprimes por iniciativa propia por temor a las consecuencias que ello pueda tener. Eso vale para la relación periodista-editor, y para la relación empresa-poder. En el caso que nos ocupa la primera presidencia de Trump ya dejó algunos ejemplos.
Donald Trump descalificó a los dos grandes pilares de la prensa estadounidense, el New York Times y el Washington Post, como distribuidores de noticias falsas que iban contra él, lo mismo hizo con la cadena CNN, y llegó a retirar a periodistas la credencial para informar desde la Casa Blanca.
En los actos públicos es frecuente que el actual presidente de EE.UU. señale a la prensa presente y anime al público a agredirlos, aunque sólo sea verbalmente. Pero, tal como recoge Martin Baron en su libro sobre su etapa como director del Washington Post, la presión del presidente Trump fue más allá de los exabruptos en eventos o en su cuenta de entones Twitter. El presidente quiso influir en la información del Post presionando a su propietario, Jeff Bezos. Al fracasar en la censura/manipulación directa de Bezos sobre el Post (Baron asegura que Bezos nunca interfirió en su trabajo), el presidente fue a por Amazon, la empresa más importante de Bezos y la fuente de su riqueza milmillonaria.
Con esos antecedentes de la primera presidencia Trump, se interpretó uno de los últimos episodios que sacudieron el ámbito periodístico en esta última campaña electoral.
A finales de octubre, a una semana de las elecciones, el Washington Post tenía preparado un editorial pidiendo el voto por la vicepresidenta y candidata demócrata, Kamala Harris. Que los periódicos apoyen abiertamente a un candidato días antes de las elecciones está en la tradición de la prensa estadounidense y británica. Una costumbre a la que el Post se unió en 1976, pero que cejó repentinamente en vísperas de las últimas elecciones. Jeff Bezos reconoció estar detrás de esa decisión/censura de último momento, argumentó que lo hizo para no contribuir a la idea creciente en la sociedad de que los medios de comunicación tienen sesgo político: "Los apoyos de los periódicos a candidatos presidenciales no tienen ninguna influencia en el voto. Ningún votante indeciso en Pensilvania va a decirse 'voy con el candidato de tal periódico'. Ninguno. Lo único que logran estos apoyos es crear una percepción de sesgo. Una percepción de no independencia. Acabar con esa tradición es una decisión de principios y es la correcta".
La réplica inmediata y contundente se la dieron los más de 200.000 lectores que dieron de baja su subscripción al periódico del Watergate, los periodistas que dimitieron de sus cargos, y el exdirector Marty Baron, que hasta la fecha había defendido la no injerencia de Bezos en el diario: "Esto es cobardía. Un momento oscuro cuya víctima será la democracia. Donald Trump lo celebrará como una invitación a seguir intimidando al propietario del Post, Jeff Bezos, y a otros propietarios de medios [...] Si esta decisión se hubiese tomado hace tres, dos o incluso un año, habría estado bien, es desde luego razonable. Pero se acordó a apenas un par de semanas de las elecciones, sin una deliberación apropiada por parte del equipo editorial. Se tomó claramente por otros motivos, no por principios".
La lectura que hizo Baron fue la generalizada. Contribuyó el hecho de que el Washington Post no fue el único periódico en dar abruptamente marcha atrás en el apoyo a un candidato, lo hizo también Los Angeles Times, que hasta entonces siempre había apoyado a Harris en su carrera precedente en California. La decisión fue también de su propietario, Patrick Soon-Shiong, un multimillonario como Bezos, en su caso de la industria farmacéutica.
La interpretación general ha sido que esos empresarios se juegan muchos intereses, contratos, regulaciones, mucho dinero, en función de quién esté en la cúspide del Gobierno, y que, ante la posibilidad de que Donald Trump volviera a ser presidente, no querían confrontarlo abiertamente desde un medio de comunicación que es de su propiedad, pero no es lo que les reporta beneficios económicos, sino más bien lo contrario. La prioridad de esos empresarios son los negocios y, si hay que sacrificar un editorial del periódico, se hace.
A juicio, otra forma de presión
Donald Trump amenazó con vengarse y querellarse contra toda información que no le guste y lo está cumpliendo. El caso más sonado es el de la cadena de televisión ABC, una de las tres grandes cadenas privadas estadounidenses (majors). Donald Trump los denunció porque uno de sus periodistas estrella, y exportavoz del presidente Clinton, George Stephanopolous, dijo en su programa que a Trump lo habían hallado culpable de "violación", cuando la sentencia fue por "abuso sexual". El caso no llegó a juicio porque ABC aceptó donar 15 millones de dólares a la Biblioteca de Donald Trump.
Otra de las majors, CBS, también está en pleitos con el presidente. Trump se querelló por lo que considera la edición favorable de una entrevista a Kamala Harris durante la campaña electoral. El equipo de Trump pide ¡10.000 millones de dólares! a la cadena.
Trump también ha ido contra una de las principales editoriales del mundo, Simon & Schuster por el libro del afamado Bob Woodward, Pulitzer por el Watergate junto a Carl Bernstein. Trump los acusa de publicar ilegalmente grabaciones que lo dejan mal. La editorial y el periodista aseguran que las grabaciones se hicieron con su permiso.
Tampoco tolera sondeos adversos. Donald Trump, ya como presidente electo, demandó en diciembre al periódico por antonomasia del estado de Iowa, Des Moines Register, por un sondeo de intención de voto que publicó poco antes de las elecciones, según el cual Kamala Harris ganaba por tres puntos de ventaja. Ha demandado al periódico y a quien hizo el sondeo de opinión, y los ha denunciado cuando ya había ganado la elección, en Iowa, por 13 puntos.
La CNN no se podía librar. En este caso el juez ya ha desestimado el caso. Trump había interpuesto una demanda y pedía 475 millones dólares a CNN por haber calificado de "gran mentira" la conocida insistencia de Donald Trump en decir que ganó las elecciones de 2020, y por supuestamente compararlo con Adolf Hitler.
El veredicto es lo de menos
El objetivo principal de estas querellas no es tanto ganar el juicio como obligar a los medios demandados a gastar cantidades ingentes de dinero y tiempo en equipos de abogados y pleitos, en un momento en que a todos los medios de comunicación les falta, no sobra, dinero, y puede, incluso, poner en peligro su supervivencia. El objetivo es amedrentar a los medios, que se autocensuren para evitar incurrir en semejante dispendio de dinero, tiempo y esfuerzo. Es una maniobra que incluso tiene ya una denominación y un acrónimo en la vida judicial de los Estados Unidos: litigio estratégico contra la participación pública (SLAPP).
"Así es cómo actúan los autócratas", explica el profesor de la Universidad de Londres Eric Heinze a la radiotelevisión pública de Canadá: "No te dicen cómo te van a oprimir, censurar, sino que te dejan en la incertidumbre. Es el secreto del autócrata. No es la claridad, sino las vaguedades. [...] El objetivo es que decir cosas perfectamente legítimas sea un riesgo económico".
Abróchense los cinturones, que vamos a despegar
Así podría definirse el estado de ánimo entre periodistas y medios de información en Estados Unidos ante la segunda presidencia de Donald Trump, sobre todo de aquellos que velan por una información independiente, veraz y transparente. En un encuentro reciente de periodistas Jessica Lessin, directora de The Information, compartió una advertencia que recoge CNN: “Hay periodistas que ya se han visto forzados a contratar guardaespaldas, y muchas publicaciones están ya apartando grandes presupuestos para litigios legales que saben van a llegar. Es escalofriante".
"Los periodistas están asustados", escribe James Devitt, de la Universidad de Nueva York. "Imagina que eres un periodista tratando de informar sobre Trump y tu email se llena de amenazas de muerte, filtran dónde vives, tus cuentas en redes sociales se llenan de mensajes de odio, temes que alguien por la calle te grabe para denunciarte por algo que se haga viral. Y que eso no lo hacen solo contigo, sino también con tu familia, tus amigos y tus colegas".
¿Desinformación? ¿Bulos? Vía libre para las redes sociales
La libertad de expresión es una urgencia para el presidente Donald Trump, así quedó en evidencia el mismo día de la jura del cargo. Entre fasto y fasto, el 20 de enero firmó un decreto titulado: "Restaurar la libertad de expresión y acabar con la censura del Gobierno federal". El meollo de esa "orden presidencial" es el siguiente párrafo, que apela a la Primera Enmienda con que he iniciado este artículo:
"En los últimos cuatro años, el Gobierno anterior ha pisoteado el derecho a la libertad de expresión de los estadounidenses en las plataformas online [...] presionando, por ejemplo, a empresas de redes sociales para que moderen, excluyan o supriman expresiones que el Gobierno federal no aprobaba. Bajo la pretensión de combatir la desinformación el Gobierno federal se saltó el derecho de expresión que protege la Constitución en todos los Estados Unidos".
Recordemos que al propio Donald Trump lo expulsaron de Twitter, antes de que Elon Musk comprara la empresa, y de Facebook e Instagram (Meta). Qué tiempos aquellos. Elon Musk transformó Twitter en X, le devolvió la cuenta a Trump y ha dado un sesgo claramente trumpista a esa plataforma. Mark Zuckerbeg, el dueño de Meta, por su parte, hizo lo mismo unos meses antes de las últimas elecciones, ante la posibilidad de que Trump volviera a la presidencia. Y no sólo eso, Zuckerberg ha anunciado que dejará de verificar lo que se publique en sus redes. Libertad de expresión. Libertad, también, de difundir desinformación, bulos, mentiras y todo tipo de teorías conspirativas.
La organización internacional Reporteros Sin Fronteras, que vela por la libertad de información en todo el mundo y denuncia todo tipo de persecución, ha reaccionado al decreto presidencial sobre la libertad de expresión: "Esos propósitos políticos, loables en un vacío, aunque redundantes con la Primera Enmienda, dejan de tener sentido por las amenazas explícitas de Trump para usar el Gobierno contra los medios de comunicación. Entre las amenazas están el revocar licencias de emisión, investigar a medios de información que lo critiquen, y encarcelar a periodistas que se nieguen a revelar sus fuentes confidenciales. El decreto parece más bien diseñado para amplificar la desinformación, que beneficia a un presidente de los Estados Unidos que ha demostrado su voluntad de diseminar desinformación para favorecer sus intereses políticos de todo tipo".
Hoy ya no se puede hablar de medios de información pensando solo en los periódicos, la radio y la televisión, son ya muchas las elecciones en las que se ha visto el impacto que tiene lo que se difunde y recibe por plataformas como TikTok, Facebook, X o Whatsapp. Ampliar la capacidad de difusión de estas últimas al tiempo que se cercena, por vía indirecta, la capacidad de informar de los medios tradicionales, sujetos a mayores controles de calidad, es una forma de fomentar realidades alternativas frente a la información contrastada y objetivable.