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Análisis

Bielorrusia y las urnas: el reflejo de un líder aferrado a un poder cada vez más dependiente de Rusia

  • Los comicios son apenas una justificación para que Lukashenko se perpetúe en el Gobierno
  • El país lleva un lustro marcado por la represión sistemática y supeditado a todos los niveles por Moscú

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Bielorrusia y las urnas, el reflejo de un líder aferrado a un poder cada vez más dependiente de Rusia
El presidente bielorruso, Alexander Lukashenko, durante la cumbre de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva en Astaná, Kazajstán (28 de noviembre de 2024) GAVRIIL GRIGOROV

Las elecciones presidenciales en Bielorrusia, cuya votación anticipada comenzó el 21 de enero y culminan este domingo, no pueden considerarse libres ni justas. A lo sumo, una justificación para que el régimen de Aleksandr Lukashenko se perpetúe en el poder.

"Lukashenko dijo en 2024 que los bielorrusos debían prepararse para un nuevo presidente, y resulta que será el mismo que han tenido desde 1994", comenta irónicamente el profesor de Política Rusa y Postsoviética en la Universidad de Bath, Stephen Hall. "Incluso se ha negado a realizar campaña en televisión como el resto de candidatos, porque la pregunta no es si ganará, sino por cuánto", añade.

Las llamadas a las urnas son una mera formalidad para un país marcado por la represión sistemática y la dependencia a Rusia. Lukashenko, que gobierna desde hace casi tres décadas, "ni siquiera pretende recuperar la legitimidad perdida en las elecciones de 2020", como advierte el director para Rusia, la vecindad oriental de la UE y Eurasia del Instituto Finlandés de Asuntos Internacionales, Arkady Moshes. Una legitimidad que, por el contrario, la oposición aún lucha por recuperar desde el exilio.

Al mismo tiempo, los eventos en Ucrania y la incertidumbre sobre el futuro del conflicto ponen contra las cuerdas la continuidad del régimen de Lukashenko. "Está acorralado, y el hecho de que haya adelantado las elecciones seis meses es indicador de ello, porque ni él ni su gente saben qué pasará durante la otra mitad del año", incide Moshes.

Tras su reelección ilegítima hace un lustro, y las masivas concentraciones antigubernamentales que le siguieron, el poder de Lukashenko ha sido —se presume— inestable. "El problema al analizar las autocracias es que nunca sabemos con certeza cuán volubles son hasta que se vuelven insostenibles", resume Hall. Lo que sí es innegable fue la intervención rusa para sofocar las manifestaciones de 2020. Una deuda que el Kremlin se ha cobrado con creces.

"La gran amenaza para Lukashenko es el proyecto de integración de Rusia hacia su país, y cada cinco años es puesto a prueba con las elecciones", revela el líder del equipo de Rusia en el Instituto para el Estudio de la Guerra y autor de La conquista silenciosa de Rusia, George Barros.

Pese a la sombra rusa sobre Bielorrusia, y a las protestas capitalizadas desde el extranjero por la principal líder opositora, Svetlana Tikhanovskaya, Lukashenko no pierde tiempo en conspirar sobre el porcentaje de votos a su favor en estos comicios.

"Siempre ha sido coherente en ese sentido, al contrario de ciertos países como Corea del Norte, donde se obtiene un vergonzoso 99%", comenta Hall. "Pero no quieres que solo el 60-70% de la gente vote por ti, así que irá como la última vez a por el 80%, y de paso se asegurará de que sea imposible discernir si ese número es real o no", establece.

Ni incentivos ni concesiones

Treinta años de gobierno han dado a Lukashenko una profunda comprensión sobre cómo combatir a los movimientos opositores. El presidente ha perfeccionado sus habilidades de represión mediante una combinación de violencia, intimidación y reformas legales. Todas ellas basadas en el mismo principio: no ofrecer incentivos ni concesiones a los disidentes.

Un ejemplo de esta táctica lo encontramos en una serie de reuniones que Lukashenko mantuvo con opositores encarcelados en 2024, donde "llegó a decirles que este sería su último mandato y que no buscaría la reelección en 2025 para que detuvieran el movimiento de oposición, lo que obviamente no ha cumplido", comenta Barros.

Desde 2020, el régimen ha intensificado las detenciones, dirigidas especialmente contra blogueros que participan en chats en línea para organizar protestas, véase el líder opositor Serguéi Tijanoviski. Estas medidas se acompañan de acusaciones de conspiración y sabotaje, con penas de prisión que alcanzan los 15 años. En la actualidad, más de 1.300 bielorrusos están encarcelados por motivos políticos según la ONG CIVICUS, mientras que figuras clave de la oposición han tenido que salir del país.

"En estas elecciones no se ha visto una figura como Tijanoviski, y sospecho que es el resultado de una vigilancia constante de los círculos de opositores por parte de la KGB [servicios secretos de Bielorrusia]", subraya Hall. "Además, el régimen es capaz de eliminar las señales telefónicas en el centro de Minsk, y el único cable de internet llega desde Rusia, por lo que solo necesitan cortar un servidor para manejar la situación en caso de levantamientos", expone.

El control de la información en el país es propio de un régimen dictatorial. El espacio mediático ha sido cuidadosamente "limpiado" para evitar la propagación de mensajes que desafíen al régimen, y el entorno civil es vigilado constantemente. Para la oposición, ni siquiera la fecha de estas elecciones es casual: las temperaturas invernales de enero (con medias de 1ºC) pretenden disuadir a los disidentes de movilizaciones masivas.

También están las operaciones de intimidación. El uso de ataques de falsa bandera atribuidos a disidentes se han convertido en un mecanismo rentable para crear desacuerdos en la sociedad civil. Para ello, se vale de los siloviks (miembros de las fuerzas de seguridad encargados de reprimir manifestaciones) y, a veces, de unidades de voluntarios armados.

"Veámoslo así: si eres bielorruso, simplemente no vas a hablar de política con tus amigos ni con tu familia porque será peligroso. Puede que no respaldes a Lukashenko, pero no sabes si a alguien más le gusta a menos que hables con otras personas, y ten por seguro que encontrarás a un oficial de la KGB muy interesado en saber por qué estás haciendo estas preguntas", ejemplifica Hall.

En 2022, la oposición tuvo la oportunidad de convencer a los bielorrusos de que Lukashenko había llevado al límite el estado de guerra entre su país y Ucrania

Uno de sus últimos golpes contra la oposición sucedió a principios de 2024. Lukashenko promulgó una ley que, además de otorgarle inmunidad vitalicia, endurecía considerablemente los requisitos para los candidatos presidenciales. Desde entonces, solo pueden presentarse aquellos bielorrusos que hayan residido permanentemente en el país durante al menos 20 años y que nunca hayan tenido un permiso de residencia en el extranjero.

"Conozco a muchas personas del equipo de Tikhanovskaya, y debo decir que su capital político no ha crecido desde 2022", admite Moshes. "Justamente, en ese año tuvieron la oportunidad de convencer a los bielorrusos de que Lukashenko había llevado hasta el límite el estado de guerra entre su país y Ucrania, pero no fueron capaces de sacarle provecho y se dividieron. Como resultado, Tikhanovskaya ha perdido a varias personas clave, como [Valery] Kovalevsky, quien era esencialmente el ministro de Asuntos Exteriores. Así que la oposición, tal como la conocemos, es historia", establece.

Cómo Lukashenko "construye" una oposición ficticia

El experto Stephen Hall ha analizado a grandes rasgos las aparentemente diversas elecciones en Bielorrusia y a las figuras "dispuestas" a obtener el poder en Bielorrusia. En estos comicios, además de Lukashenko, hay cuatro candidatos a la presidencia.

El primero es el líder del Partido Liberal Democrático de Bielorrusia, Oleg Gaidukevich, quien "por decirlo suavemente, es un nacionalista cuyo papel es parecer la peor opción posible para que Lukashenko salga bien parado en la comparación".

El segundo, Sergei Syrankov, representa al decadente y pro-régimen Partido Comunista, "la última de las formaciones comunistas en Bielorrusia después de que la escisión anti-Lukasehnko fuera clausurada hace años".

El tercero es Alexander Jizhnyak, del Partido Republicano del Trabajo y la Justicia, formación controlada por la administración presidencial desde la década de los 2000. "Ahora tiene un nuevo líder, pero es solo una treta de Lukashenko para crear incertidumbre".

La última es la independiente Hannah Kanapatskaya. "Nadie está muy seguro de qué tan contraria es al Gobierno, pues a veces alaba a Lukashenko y otras habla de modernizar el país o de defender los símbolos usados en las protestas de 2020. En todo caso, si fuera una opositora, no se le permitiría presentarse".

La única oposición real "está en Vilna o en Varsovia, e incluso si sus representantes pudieran regresar a Minsk sin ser arrestados, la ley les impide presentarse".

La sombra rusa es alargada

Pese a su poder casi incontestable, Lukashenko está obligado a profundizar sus lazos con Rusia para mantenerse a flote. Especialmente su economía, muy dependiente de los baratos hidrocarburos suministrados por Moscú.

A partir de la invasión de Ucrania, el país pasó de socio militar a convertirse en una plataforma activa para las operaciones armadas de Rusia. Sin embargo, el presidente bielorruso ha contrariado en más de una ocasión las aspiraciones del Kremlin, una postura que choca con la percepción que se tiene de Lukashenko como títere de Putin.

"Los objetivos estratégicos de Lukashenko y Putin no están alineados, pues el primero desea mantenerse como dictador de Bielorrusia, y el segundo incorporar al país bajo soberanía rusa", establece Barros. "Por eso, verás ocasiones en las que Lukashenko se esfuerza por desacreditar o avergonzar diplomáticamente al Kremlin, y creo que Putin está esperando el día en que este sea depuesto violentamente o muera para que pueda terminar de apoderarse de Bielorrusia", plantea.

Esta rivalidad no ha impedido que ambos mandatarios se hayan reunido una decena de veces desde 2020. Como el único aliado en política exterior de Minsk, el Kremlin tampoco ha perdido la ocasión para socavar la independencia bielorrusa a nivel internacional.

"Rusia tiene que hacer algo para demostrar a sus aliados que Lukashenko sigue siendo poco más que un asociado, como cuando en 2023 este no fue invitado a Pekín a la cumbre de la Franja y la Ruta", recuerda Moshes. "Eso es una humillación, porque desde la perspectiva china entienden que Lukashenko no es un gobernante independiente, aunque tampoco me sorprendería que hubiera sido algo que pidiera Rusia", incide.

La capacidad de influencia de Moscú es tal que incluso ha logrado intervenir la Constitución bielorrusa. "Lo más peligroso del despliegue de armas nucleares rusas en Bielorrusia no tiene nada que ver con ellas, sino con la independencia del país", incide Barros. "Su Constitución solía decir que era un Estado no nuclear, pero los rusos lograron 'disuadir' a Lukashenko para que eliminase esta cláusula. Esto es un ataque directo a su soberanía, y si Putin puede cambiar su Constitución ¿qué más podrá hacer?" cuestiona.

A principios de enero, Lukashenko afirmó que no se aferraba al poder, y que haría todo lo posible para transmitirlo "con calma" a una nueva generación. Este 2025 cumplirá 71 años y, de momento, no parece dispuesto a soltarlo. "Al final, más allá de la opinión que te suscite Lukashenko, debe decirse que es un superviviente nato, y será capaz de luchar y reaccionar incluso si el régimen se le cae encima", concluye Hall.