Cocina de emergencia en el "escenario de guerra" de la dana: "No se podía perder el amor, se trasmitía con comida caliente"
- Los cocineros Juan Sahuquillo, Javier Sanz y Pepa Muñoz explican en Madrid Fusión como movilizaron la ayuda alimentaria
- Este miércoles 29 de enero se cumplen tres meses de la tragedia que dejó 224 muertos en Valencia
Una catástrofe natural, la dana de Valencia; una misión, llegar cuanto antes para poder ofrecer un plato caliente a quienes lo han perdido todo. Con ese objetivo, la prestigiosa chef, Pepa Muñoz de El Qüenco de Pepa, en Madrid, o los reconocidos cocineros Juan Sahuquillo y Javier Sanz del restaurante Cañitas Maite de Casas Ibáñez, en Albacete, tardaron tan solo unas horas en llegar a la zona cero. En pocos minutos se dieron cuenta de la magnitud del problema, del que este miércoles se cumplen tres meses.
"Tenía claro que esto era un desastre importante esa misma tarde del 29 de octubre. Llamé a Washington, al chef José Andrés y Javier de World Central Kitchen (WCK) y a las 19.36, tenían un WhatsApp mío diciéndoles que venía una dana y que iba a ser complicado", recuerda Pepa, que entre idas y venidas a Madrid ha estado más de 30 días en Valencia. "Al rato, viendo las imágenes, les digo que hay que activar la cocina", añade. Y desde entonces, 72 días ininterrumpidos de comidas cargadas de dos ingredientes secretos intangibles, generosidad y solidaridad.
Ahora, tres meses después, Pepa, Javier y Juan, que trabajaron bajo la coordinación de WCK, exponen en Madrid Fusión la "receta" que les permitió lograr dar algo de sabor a una situación tan agria como fue la dana que dejó más de 200 víctimas mortales.
"Darles un abrazo y un plato de comida caliente es fundamental para que nunca piensen que estén solos. Perdieron todo materialmente, incluso la vida, pero lo que no se podía perder es el amor. Eso había y hay que transmitírselo", recalca Pepa, que colabora estrechamente con WCK desde hace años y que estos meses ha vivido de todo. "He visto muertos, gritos, abrazos, alegría, solidaridad...", relata.
Durante estos tres meses, la ONG que lidera el chef José Andrés, ha llegado a dar hasta 60.000 comidas "cargadas" de amor al día, aunque tenían capacidad hasta 100.000. Además, desde que se produjo la mayor catástrofe natural en décadas en España, los 40.000 voluntarios que tuvieron han dado entre "seis y siete millones de raciones" en total en un lugar en el que no había absolutamente nada para poder cocinar en condiciones. Ni luz, ni agua, ni gas, ni grupos electrógenos. Nada en lo que definen como un "escenario de guerra".
Pero para lograr ese objetivo de abastecer a la población, hay detrás todo un enjambre de trabajo coordinado para poder estar desde el minuto cero hasta el final sin que a nadie le falte de nada. Un trabajo complejo y más ahora que casi todo el material de WCK está entre Gaza y Ucrania, donde también están presentes.
Los foodtruck y una red de contactos con cocineros locales
Claves para poder estar desde el primer momento en la zona son los camiones foodtruck y una amplia red de contactos con los cocineros locales y proveedores de toda España. "A partir de ahí empezamos a contar, cuántas comidas puede hacer cada uno y vamos sumando. Luego siempre hacemos una especie de cocina central, en este caso fue en el Hotel Meliá de Valencia que nos donó sus cocinas para banquetes", relata Pepa.
Paralelamente, se fue coordinando los puntos de distribución de la comida. En total hubo más de 200, aunque la cantidad de ellos y su localización se hizo en "magnitud del desastre". "Por ejemplo, en Alfafar tuvimos tres puntos", cuenta Pepa.
Para que la comida llegase a esos dos centenares de puntos, el trabajo comenzaba desde bien temprano, "a las 7.30 de la mañana" y se alargaba hasta la noche, momento en el que tenían una reunión para planificar donde había más necesidad de cara al día siguiente y qué se necesitaba más en cada punto.
"Regeneración" de la comida a medio día y salida a distribuir a las 12.30
Por el camino, la comida salía de los puntos logísticos sobre las 12.30 para que llegase caliente a los valencianos una vez que había sido "regenerada".
En ese punto de "regeneración" entraban Juan Sahuquillo y Javier Sanz. Los dos jóvenes albaceteños tienen el restaurante Cañitas Maite en Casas Ibáñez, a poco más de una hora de Valencia. El primer día tardaron siete horas en llegar, y desde allí coordinaron "como se pudo" toda la ayuda posible desde su pueblo durante 20 días ininterrumpidos sobre el terreno.
"Es algo que te da tan de cerca que no puedes ni pensarlo. Era como ¿hay que ir a la guerra? Pues vas", cuenta Javier. "Ni lo pensamos, era instinto de supervivencia", añade por su parte Juan.
Ellos dividieron el equipo en dos partes: los del pueblo y los que estaban en Valencia. "En Casas Ibáñez los restaurantes estaban abiertos y podía ir voluntariamente quien quisiera", explican los dos jóvenes cocineros.
"El equipo lo que hacía era coordinarse para ir supliéndose unos a otros y la cocina estaba casi 24 horas sin parar. Unos terminaban el servicio, otros reemplazaban", añaden sobre como montaron la logística para aportar 20.000 comidas diarias a WCK.
Casas Ibáñez, un punto de ayuda humanitaria lejos del lodo
Entre los voluntarios, vecinos del pueblo, trabajadores de otros restaurantes y compañeros del restaurante que tienen en Madrid o en Ibiza e, incluso, gente llegada de fuera de España. Casas Ibáñez se convirtió en un punto de ayuda humanitaria lejos del lodo de Valencia. "Era una labor social y entre ellos unos a otros se ayudaban", comentan los dos compañeros y amigos.
Como en Valencia, los trabajos comenzaban antes incluso de que saliese el sol. A primera hora de la mañana partía un equipo que iba y venía diariamente con voluntarios de Casas Ibáñez en coche con las comidas, casi listas para servir, a falta del último punto de cocción, el de "regeneración". "Luego Javi y yo regenerábamos en una cocina no muy grande en Valencia con WCK todo y nos íbamos a repartir a medio día", relata Juan.
Su objetivo principal era "que la gente tuviera un plato caliente en el único momento del día menos duro". Como objetivo secundario repartían bocadillos, todos los días les llegaban desde Albacete de 2.000 a 4.000, y cada uno se entregaba a una persona con una historia diferente.
"Cuando llegabas al hotel, te hundías. Durante el tiempo allí solo pensaba en despertarme e ir a ayudar, pero cuando había testimonios desgarradores te venías abajo, personas que te hablaban, que te pedían que no les olvidásemos. Recuerdo una chica de nuestra edad que había perdido a sus dos hijas. Era desgarrador, te hunde, pero la adrenalina te hace ayudar y nada más", concluye Juan.
Ahora, tres meses después, algunos de los que han ayudado se han desplazado hasta alguno de sus restaurantes en Albacete para agradecerles lo que hicieron, confiesan los dos jóvenes cocineros. "Nos quieren agradecer lo que hicimos, pero nosotros solo queríamos ayudar sin esperar nada a cambio", termina Javier.