Asha Ismail: Las mujeres debemos liderar la lucha contra la mutilación genital femenina
- El 6 de febrero se celebra el Día Internacional de Tolerancia Cero con la Mutilación Genital Femenina
- En 2024 había 230 millones de mujeres y niñas vivas con esta práctica realizada. Otros 3 millones están en riesgo de sufrirla
- La mutilación genital femenina se practica en países de todo el mundo, como Indonesia, Malasia, Rusia o Estados Unidos


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Asha Ismail no sabe con certeza cuántos años tenía cuando le practicaron la mutilación genital femenina. “A mí eso me pasó cuando tenía cinco años, más o menos. La edad no era algo importante en mi comunidad”, asegura. Con contundencia, Ismail nos lleva de viaje por la batería de recuerdos que cuentan su historia. Recuerdos que empiezan en Kenia y acaban en España, donde fundó Save a Girl, Save a Generation, una ONG que centra sus esfuerzos en acabar con la mutilación genital femenina y el matrimonio forzado.
“Deseaba tanto que llegara mañana”
“Yo soy de Kenia. Vivíamos en una ciudad que se llama Garissa, que está en la frontera con Somalia. Pero viajamos a otra frontera, que se llama Moyale, donde vivía mi abuela”. Moyale es una ciudad que se extiende sobre suelo keniata y etíope, dividida por una frontera invisible, a excepción de la oficina de inmigración que corta la carretera que cruza de un país a otro.
“Iba muy feliz porque iba a ver a mi abuela y tenía a mi madre solo para mí. También era el centro de atención de todas las conversaciones y eso me gustaba”. Ismail recuerda que, al llegar a Moyale, la gente hablaba de ella y de algo que iba a pasar al día siguiente. “Sabía que mañana era un día muy importante para mí. Deseaba tanto que llegara mañana”. Esa noche, Ismail durmió con la misma inquietud con la que, años más tarde, dormirían sus hijos la noche de reyes.
Asha Ismail, fundadora de Save a Girl, Save a Generation.
Esa mañana, fue la primera en despertarse. “La casa de mi abuela era de barro, con suelo de barro”, recuerda Ismail. “Ahí se hacía el fuego con leña”. Su madre calentó un poco de agua y la bañó. Luego le puso “un vestido supercorto” y le dio dinero para que fuese a comprar a un establecimiento que abría a la hora del rezo: “Así que yo fui con las monedas y el señor que estaba en el kiosco me dio dos cuchillas”.
Cuando volvió a casa, se encontró a su madre, su abuela y “una señora a la que no había visto anteriormente” esperando. “Habían cavado un hoyo en el suelo de la cocina. Y cuando entro, me agarran. Ahí me asusto un poquito, pero todavía no tengo ni idea de lo que va a pasar”. Ismail empieza a hablar más lento, pausando su discurso entre frase y frase. “Me acuerdo que grité. Grité muchísimo”.
Una práctica mitificada
Asha Ismail dice que los motivos estéticos, de limpieza y de control de la sexualidad femenina perpetúan la práctica de la mutilación genital en niñas y mujeres. También los religiosos, “cuando ninguna religión lo defiende ni lo recomienda", añade Teresa García de Herreros Madueño, médica de familia y presidenta de Médicos del Mundo en Madrid. "Fundamentalmente, es una práctica cultural que da una identidad de etnia y género. Es una forma de ser mujer en esas sociedades”.
Los mitos también son un elemento fundamental. En muchas comunidades, se cree que “el clítoris va a seguir creciendo eternamente o [que] las mujeres no van a poder controlar su deseo sexual”, cuenta la médica. También hay comunidades en las que se piensa que “si el clítoris toca al miembro masculino, el marido puede morir” o que “si en la hora del parto, la mujer no está cortada, la matrona se puede quedar ciega”, añade Ismail. Sin embargo, ya hay países en los que “hay un activismo importante en contra y hombres que prefieren casarse con mujeres no mutiladas”, explica García de Herreros.
Teresa García de Herreros Madueño y Mª Alejandra González Donado, de Médicos del Mundo.
Al igual que la médica, Mª Alejandra González Donado lleva la misma camiseta morada monopolizada por un mensaje en letras blancas: “STOP mutilación”. Ella es psicóloga, sexóloga y técnica de Médicos del Mundo, y sabe bien cuáles son las consecuencias para las mujeres que rechazan esta práctica: “Cuando las niñas son mutiladas es porque se considera que es algo positivo para ellas”. Un cambio de mentalidad puede suponer un antes y un después en la vida de esas mujeres.
Ismail rompió el silencio siendo muy pequeña. Sin embargo, el punto de inflexión llegó con el nacimiento de su hija. "Empecé ahí. Y tenía otro nivel en mi vida: mujer, casada, madre. Tienes autoridad para hablar de ciertas cosas de las que no se podía hablar si no. Así que para mí era carta blanca para hablar con todas las mujeres que habían sido madres [...] Y les preguntaba: “¿Es eso lo que quieres para tu hija?” Y me decían que no. Entonces empezó un movimiento silencioso", recuerda. "Un pacto, un acuerdo, entre las mamás".
“Enfrentarse a ese cambio en la comunidad es bastante complejo”, explica González Donado. “De pronto, soy repudiada en mi comunidad porque ya no pienso igual. […] Sienten que estoy atacando a mi propia comunidad”. Las consecuencias de esa fricción pueden ir, desde la pérdida de parte de la identidad, hasta ansiedad, depresión y estrés “porque antes tenía un recurso comunitario que ya no tengo”.
“Si solo un día hubiera dicho esas palabras”
El abuelo de Asha Ismail era un hombre importante en la comunidad. Todo el mundo le conocía y le respetaba como “el gran hombre religioso” que era. Mientras a Ismail le practicaban la infibulación, el tipo más grave de mutilación genital femenina, su abuelo volvió de la mezquita a casa. En ese momento, le escuchó decir: “¡Esto ya no se hace! ¿Por qué lo estáis haciendo?”. Durante mucho tiempo, Ismail pensó que tendría que haber gritado más para que su abuelo la ayudara.
“Más tarde entendí que era cómplice, como todos los hombres de mi familia”. Ismail se inclina ligeramente hacia delante y levanta las cejas. “Imagínate, si un día solo”, recalca, “hubiera ido a la mezquita y hubiera dicho las palabras que dijo ahí: “Esto ya no se hace” […], no estaríamos hablando de esto”. Y es que el rol de los hombres en la prevención de la mutilación genital femenina es clave. “Si la comunidad está a favor de la mutilación genital femenina, pero el padre de esa niña decide que no se mutila, la probabilidad de que esa niña no se mutile es muchísimo más alta”, afirma González Donado.
Sin embargo, para Ismail, las que tienen que liderar la lucha contra esta práctica son ellas. “Los hombres se consideran hasta el día de hoy cabeza de familia. Yo no quiero seguir dándoles esa posición y decir que ellos pueden acabar con la mutilación genital femenina”. Ella aboga por el empoderamiento, para que sean ellas las que tomen la decisión, y que el hombre “aprenda a apoyar la decisión de esta mujer”.
“No saltas, no juegas por miedo”
Aunque Ismail pensaba que el dolor remitiría cuando la cortadora acabase, ahí comenzó un largo proceso de recuperación. “Lo que hicieron fue atarme desde los dedos gordos hasta la cintura”, cuenta. “Me pusieron en un sitio plano porque no podía estar en un espacio [con] desnivel porque se podía abrir”. Durante semanas, Ismail vivió con una amenaza: un segundo procedimiento si no se curaba bien.
“Tuve mucha suerte porque, ni me infecté, ni sangré demasiado”, pero su vida cambió por completo. “No saltas, no juegas por miedo”. Durante años, Ismail pensó que lo que le habían hecho era “bueno”. Con una sonrisa, recuerda sus días en el instituto Limuru Girls. Allí le sorprendió escuchar a sus compañeras cuando iban al baño. “Una de las cosas que te dicen [es que] a una niña no se le puede escuchar cuando está orinando”.
Eva Domínguez, matrona y formadora en Médicos Sin Fronteras.
Eva Domínguez es matrona y formadora en Médicos Sin Fronteras. “La mutilación genital femenina no puede revertirse”, dice. “Se ha dañado un tejido sano”. A lo largo de su carrera, ha trabajado con mujeres que se han sometido a la desinfibulación, un procedimiento que reabre el orificio vaginal, estrechado durante la mutilación. “Hay que explicarle a las mujeres y a las niñas que el pipí va a salir un poco más rápido, que la menstruación va a fluir de forma más abundante y que va a haber cambios visuales”.
En su trabajo sobre el terreno, la matrona afirma que su mayor dificultad es el diagnóstico por la normalización de síntomas. “Si tú vives en una comunidad en la que, primero, no se puede hablar de esto, y, segundo, todas las mujeres tienen un determinado aspecto en el aparato genital, unos determinados síntomas, como, por ejemplo, menstruaciones dolorosas, puedes pensar que eso es lo normal”.
Un problema global
El continente africano ha sido el centro de todas las miradas cuando se habla de mutilación genital femenina. “Se enfoca mucho en un continente”, dice Ismail. “Se enfoca mucho en un perfil de mujer”. Sin embargo, en Indonesia, Malasia, India, Sri Lanka, Colombia, Rusia o Estados Unidos también se practica. “Una de las cosas que hemos observado […] es la tendencia a la medicalización, dando menos importancia al daño que se produce”, señala Domínguez. También hay familias que se desplazan a países donde esta práctica “no se penaliza o incluso la medicalización está permitida”, añade.
Otro riesgo, advierte Asha Ismail, es que hay gente que se une para traer a la cortadora a Europa. “La persona está tres meses, cuatro meses y lo que hace es pasear por todos los países Schengen para practicar la mutilación general femenina”. Para luchar contra esto, aboga por una redefinición de los protocolos. “Si [nos] estamos simplemente enfocando en la mujer que viaja a África, ¿qué pasa [con] la que va a Irlanda?”.
Países en los que se practica la mutilación genital femenina. SAVE A GIRL, SAVE A GENERATION
Más allá de la prevención, Ismail piensa en cómo se puede apoyar a esas mujeres en su camino de víctimas de mutilación genital femenina a supervivientes. “El momento que tú activas tu mente y decides utilizar ese daño que te han hecho para poder cambiar algo, entonces sí te puedes llamar superviviente”. Sonríe porque ella conoce bien ese proceso: hace casi 20 años que convirtió ese daño en Save a Girl, Save a Generation.
"Hemos estado trabajando con mujeres migrantes, con mujeres solicitantes de asilo que llegan aquí", cuenta. También tienen una casa de acogida en Kenia para víctimas de diferentes violencias y un proyecto de formación en Nairobi del que se han graduado 125 mujeres en diciembre. "En algunos casos, nunca habían ido a clase. Un certificado por primera vez", dice con orgullo. De esas 125, 56 niñas se han salvado de la mutilación genital femenina. "Sé que es poquito con todo lo que hay, pero cada pequeño paso es gigante porque es una generación que cambias".