Segunda presidencia Trump: la hora de la revancha
- El volumen de despidos de altos cargos de la administración federal en los primeros días de Trump no tiene precedentes
- Abundan los testimonios de empleados públicos, antiguos colaboradores o jueces que temen represalias


Si se ha escuchado a Donald Trump estos últimos años puede llegar a pensarse que el nuevo presidente de los Estados Unidos lleva al menos cuatro años, desde que terminó su primera presidencia, siendo víctima de una persecución con ramificaciones en todos los departamentos y organismos del gobierno y la Administración, un Estado profundo que ha maquinado en su contra y del cual va a vengarse en esta vuelta a la Casa Blanca. El enemigo interior, el Estado profundo.
"Cualquiera que haya discrepado de Trump debe preocuparse por una represalia. La lista es larga". Esta afirmación no es de nadie de la izquierda o del Partido Demócrata, sino de John Bolton, un duro de la derecha estadounidense, que fue Consejero de Seguridad Nacional del primer presidente Trump, pero se ha convertido en uno de sus mayores críticos.
¿Qué represalias temen? De todo tipo, es un abanico amplio que va del despido a la querella judicial, pasando por inspecciones de Hacienda y retirada de derechos. No son imaginaciones, Donald Trump ha explicitado su voluntad de vengarse de quienes le han hecho "pasar un infierno y gastar millones de dólares en juicios", y sus primeras acciones como presidente lo constatan.
Medidas tomadas en las dos primeras semanas: purgas
Todo nuevo presidente quiere marcar el cambio de rumbo en cuanto llega a la Casa Blanca, entre los primeros decretos siempre hay medidas que revierten acciones del Gobierno precedente, porque para eso lo han votado quienes le han dado la victoria. Barack Obama, por ejemplo, en enero de 2009 decretó el cierre de la cárcel militar en Guantánamo que había abierto George W. Bush, y que dieciséis años después sigue abierta.
Junto con los decretos, los presidentes también sustituyen el Gobierno y altos cargos en departamentos y organismos dependientes del Ejecutivo federal, todo dentro de la lógica y la tradición democrática de los Estados Unidos. Hasta que ha llegado Donald Trump a la política. Con él todo adquiere una nueva dimensión y en esta segunda presidencia, y en apenas dos semanas en el cargo, el tono es de revancha. Enumeremos algunas de las primeras medidas con aroma a revancha:
—Más de una docena de abogados del Departamento de Justicia, despedidos porque “no se puede confiar en que apliquen fielmente la política del presidente, ya que participaron en el proceso contra el presidente”. No los echan de su puesto en el Ministerio de Justicia por haber violado la ley, sino por habérsela aplicado al entonces expresidente. Quien dirigió aquella investigación sobre la vinculación del presidente con el asalto al Congreso dimitió antes de que lo destituyera Trump.
En campaña, el hoy presidente incluyó al Departamento de Justicia en su lista de enemigos de quien pretendía vengarse. En términos parecidos se han expresado sus designados para dirigir ese departamento y el FBI. Sin descartar que además de despedir vayan a investigar a quienes investigaron a Trump. También en el FBI, altos cargos han recibido la misiva invitándoles a jubilarse o serán despedidos.
—El indulto, o conmutación de pena, para los cerca de 1.600 condenados o imputados por el asalto al Congreso el 6 de enero de 2021. Entre los indultados o aligerados de pena hay condenados a 20 años de cárcel, procesados por agredir a policías y por conspirar para una insurrección.
Eran seguidores de Trump, asaltaron violentamente la sede de la soberanía popular convencidos por Trump de que les habían robado las elecciones, y el hoy presidente considera que son unos patriotas castigados injustamente.
Si unimos esta medida con la anterior y lo reducimos al lenguaje simplista que a veces usa el discurso público en EE.UU., los buenos (good guys), quienes aplican la ley en el Departamento de Justicia, son castigados con despido; los malos (bad guys), quienes violan la ley, liberados.
—Purga de 15 inspectores generales de distintos organismos en varios departamentos del Gobierno. Se trató de cargos dedicados a supervisar el trabajo de esos organismos para ver si hay fraude o algún tipo de mala práctica.
—Ha dejado sin seguridad personal a excargos de su primera presidencia que están amenazados. Es el caso del ex secretario de Estado Mike Pompeo, el exconsejero de Seguridad Nacional John Bolton, y de Anthony Fauci, el científico que dirigió la respuesta al Covid 19 con Trump de presidente.
En algunos casos, ni el presidente Trump ni su Gobierno necesitan tomar acciones porque cuentan con mayoría en las dos cámaras del Congreso federal. Así, por ejemplo, la mayoría republicana en la Cámara de Representantes ya publicó un informe el mes pasado diciendo que el FBI debería investigar a Liz Cheney (sí, hija del republicano Dick Cheney, vicepresidente de George W. Bush), por cómo dirigió la comisión que examinó en la Cámara el asalto al Congreso el 6 de enero de 2021.
En ese contexto hay que entender que Joe Biden, antes de dejar la Casa Blanca, concediera a Cheney una condecoración y un "indulto preventivo".
La prensa, los medios de comunicación, tal como expliqué en el artículo anterior, es otro de los enemigos de los que el presidente Trump pretende vengarse. Y ya ha dejado el método para ello, los amenaza con querellas judiciales costosísimas y, a los medios audiovisuales, con retirarles la licencia para emitir.
Los hechos y las formas
Donald Trump ya fue presidente de los Estados Unidos durante cuatro años (2017-2021), deberíamos, pues, estar ya familiarizados con sus formas y su manera de proceder; sin embargo, las advertencias más alarmistas se están cumpliendo.
La segunda presidencia de Trump superará a la primera. La voluntad de Donald Trump de darle la vuelta como un calcetín a las gestiones precedentes (de los Gobiernos de los demócratas Joe Biden y Barack Obama) y a la Administración del Estado federal logran seguir sorprendiendo. En el vocabulario básico con que suele expresarse Donald Trump describe la herencia recibida como un auténtico caos, corrupto ineficaz y secuestrado por lo que se ha dado en llamar cultura woke, un progresismo legislativo que se habría alejado del sentido común y de la realidad. Él lo solucionará todo.
Especial obsesión tienen Trump y su equipo en denunciar los derechos adquiridos por la comunidad trans y la de personas no binarias, y por las leyes que favorecen la inclusión de grupos históricamente discriminados como han sido los negros, la población homosexual, las personas con discapacidades y las mujeres.
El episodio más reciente e institucionalmente chocante se produjo esta semana durante las operaciones de recuperación de cuerpos en el río Potomac tras la catástrofe aérea en la ciudad de Washington. Aún faltaban cuerpos por recuperar, aún no se había identificado a todas las víctimas, la investigación científica apenas había empezado cuando el presidente, acompañado de su plana mayor, compareció y, reconociendo no tener ninguna prueba que lo sustentara, llevado sólo, dijo, "por su sentido común" se dedicó a echar la culpa de ese accidente, de esas muertes, a las políticas antidiscriminación de los Gobiernos Biden y Obama.
El presidente Trump, su vicepresidente JD Vance, su secretario de Defensa, Pete Hegseth, y su secretario de Transportes, Sean Duffy, repitieron un lenguaje codificado y maniqueo, la situación anterior era un desastre y ahora ellos lo arreglarían. Que para nombrar a cargos de responsabilidad valorarían los méritos sin fijarse en el color de piel. Porque, llegaron a decir, Obama y Biden habían llevado a cabo políticas porque consideraban que en algunos puestos "había demasiados blancos".
Descodificadas esas palabras significan que las medidas que favorecen una administración y unos organigramas donde estén representadas también las minorías va forzosamente en detrimento de la valía, de la calidad. Hubo algunos párrafos que resultaron especialmente estridentes cuando describió un control aéreo poblado por personas con discapacidades físicas y psicológicas de todo tipo. El presidente Trump, alejado de toda gravedad o empatía que podía suponérsele a ese momento, describió un panorama de incompetentes al mando del tráfico aéreo, todo, según Trump, en aras de contratar a menos hombres blancos valiosos.
Sociológicamente, la campaña de Trump se diseñó para afianzar el voto del hombre blanco heterosexual, el pilar más fuerte de su electorado. Claro que también tiene el voto de mujeres, afroamericanos y latinos, pero el puntal es ese hombre blanco que se considera discriminado porque ahora hay cuotas para otros. No pudo pasar desapercibida la mención en ese discurso de formas nada institucionales al anterior secretario de Transporte, Pete Buttigieg, uno de los políticos dialécticamente más brillantes del Gobierno Biden y del Partido Demócrata actual. Trump lo señaló porque fue el anterior responsable de Transportes. Pero, ¿también porque, tal vez, es un candidato potencial a presidente?, ¿por vivir abiertamente su homosexualidad? Son dudas razonables dado el contexto y fondo del discurso.
El tono del discurso del presidente Trump en las horas inmediatas a la tragedia, culpando de todo a los Gobiernos demócratas anteriores, aun reconociendo no tener ninguna prueba de ello, pareció que también obedecían más a las razones del revanchismo que de los hechos y los datos contrastados.