#GayMenToo: rompiendo el silencio de las agresiones sexuales entre hombres
- Una iniciativa en redes sociales recoge por primera vez el relato de decenas de víctimas en España
- La vergüenza, la estigmatización y el miedo a no ser creído obstaculizan las denuncias
Lo llamaremos Juan para preservar su anonimato. Tiene menos de 30 años y ya ha sufrido tres agresiones sexuales a lo largo de su vida, la primera vez con 21. El agresor no era un desconocido, sino su pareja, que lo forzó a tener sexo cuando él no quería. Tardó tiempo en masticar que aquello había sido una agresión... y vendrían más.
“Intenté gritar, luchar, pero él siguió hasta terminar“
La siguiente fue con un chico que había visto varias veces. “Me penetró con mucha violencia. Sangré varios días, con lesiones internas. Intenté gritar, luchar, pero él siguió hasta terminar. Salí de allí sin saber dónde estaba”, explica.
Hubo una tercera agresión, la más peligrosa, en una fiesta con amigos y consumo de drogas. Juan creía que estaba en un entorno seguro, pero perdió el conocimiento. Cuando despertó, tres hombres ya habían abusado de él.
“Lo cuento porque aquello que no se narra, no existe. Explicar nuestro dolor, ponerle palabras, dará pie a que otras personas se den cuenta de la violencia que han sufrido”, sostiene.
Un llamamiento surgido en Instagram
Juan es solo uno de los muchos chicos que han respondido al llamamiento de Emilio López, profesor y activista. Con el hashtag #gaymentoo, decenas y decenas de personas le han compartido sus experiencias.
“Mi llamamiento conectó con la herida interior de mucha gente”, recuerda Emilio. Sigue recibiendo testimonios a través de su cuenta de Instagram (@_emirau). Muchos más de los que esperaba y de aquellos que él mismo es capaz de digerir por su salud mental. “¿Efecto liberador? No lo tengo claro. No sé hasta qué punto publicar los testimonios sana las heridas. Yo creo que no lo hace, tiene que haber una terapia detrás. Pero como elemento para romper el silencio y para que la gente sepa qué ocurrió está bien, es un paso hacia la sanación”.
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Son chicos, mayoritariamente hombres gais, agredidos sexualmente por otros hombres. Violencias silenciadas, afirman, que buena parte del colectivo LGTBIQ+ ha sufrido. Ahora quieren hablar de ellas para combatirlas, aunque no todas son iguales. Van de las violaciones que vivió Juan hasta otras agresiones más leves, menos evidentes, pero agresiones al fin y al cabo.
Un hábito normalizado
"Un tipo irrumpe, me agarra con fuerza del brazo, me sujeta la cabeza y me besa con brusquedad. Yo, completamente bloqueado, mientras intento apartarme, le digo ‘¿pero qué cojones haces?’. Él responde: 'Yo nada. Solo me dejo llevar. Eres tú quien me pone así'. Momento en que agarra mi mano y la acerca a sus genitales". Lo empujó y se fue, no sin antes soportar que le gritara "creído de mierda". La experiencia es de Fran, su nombre real, en un festival de música.
Por teléfono, cuenta lo comunes que son esas agresiones, sobre todo en discotecas y zonas de ocio. “Muchas veces he tenido que escuchar que era un exagerado, que le quitara importancia, que no aceptaba una broma”, explica. Pero no, es una cuestión de límites. Que haya menos tabúes en la comunidad LGTBIQ+, como le ha dicho algún amigo, no debe ser un argumento para callarse y ser permisivo. Ha pasado de los 40 y ahora confía en que las generaciones más jóvenes rompan con dinámicas demasiado normalizadas.
Los relatos, bajo anonimato, hablan también de chicos transexuales que se han sentido intimidados, amenazados sexualmente, en los baños de locales de ocio. Testimonios que incluyen a veces un reproche a la comunidad LGTBIQ. “Todos os habéis callado como unos imbéciles siendo del colectivo”, escribe uno dirigiéndose a los que vieron algo, pero hicieron ver que no veían nada.
El porqué del silencio
Quim Esteban, periodista de RTVE dirige y presenta el programa Plurals i Singulars,en Ràdio 4. Fue el primero que les dio voz, un lugar para expresarse y para ser escuchados en la esfera pública. "Les cuesta denunciar porque no hay referentes. En muchos casos, además, hay un componente de vergüenza porque consideran que un hombre no puede ser víctima de una agresión sexual", explica.
Alejandro Ruiz, psicólogo en Apoyo Positivo, coincide en señalar esa vergüenza como un obstáculo, sinónimo casi de humillación ante los modelos de masculinidad y virilidad hegemónicos, pero no es la única razón que invisibiliza esas violencias.
Los estigmas que siguen pesando sobre la comunidad LGTBIQ+, muy especialmente sobre los hombres que tienen sexo con hombres, son un freno a la denuncia pública. “Es verdad, por ejemplo, que la etiqueta de promiscuidad sexual que se les atribuye puede afectarles. Hasta tal punto que algunos pueden llegar a pensar que tienen parte de responsabilidad en la agresión por el hecho de mantener muchas relaciones sexuales. O que su entorno les atribuya esa responsabilidad”, continúa Alejandro.
Es aquello de: si te gusta tanto el sexo y lo buscas en determinados lugares, esto es lo que hay. “Muchos chicos tienen miedo a que se les endose ese estigma de promiscuidad. Algunos sufren la agresión y piensan que se la merecían por su comportamiento y si la cuentan temen que se les ponga esa etiqueta de la que huyen”, abunda Emilio López. Recuerda que los hombres gais y bisexuales llevan décadas luchando contra estigmas, “las etiquetas de promiscuos, viciosos o sidosos” que tanto les han castigado.
Los sentimientos de culpa, vergüenza, o la discriminación que han sufrido por su orientación sexual a lo largo de la vida también pesan en la mochila. El equipo de psicólogos de Apoyo Positivo señala en esa dirección. "Hay que tener en cuenta que si un niño ha sufrido una agresión por su orientación sexual y sus padres o sus profesores no lo defienden, ese niño tiende a pensar que no le creen, que es menos válido, que sus conductas son incorrectas. Y eso, de alguna forma, puede hacerle pensar que se merece lo que le ocurre, incluidas las agresiones sexuales que pueda sufrir".
“Normalizan ceder constantemente para encajar y eso difumina todos los límites“
Alejandro añade, además, que la vida de muchos chicos, rechazados en el colegio, ha sido de búsqueda permanente de aceptación y encaje. "Tienden a compensar ese rechazo buscando otra versión de ellos mismos, y eso va desde cambiar el aspecto físico a aceptar cosas que otras personas no aceptarían. Normalizan ceder constantemente para encajar y eso difumina todos los límites".
Hay un motivo más sencillo, pero igual de vinculado a las cargas del pasado, que explica ese silencio. Muchas personas siguen sin contar a su entorno su verdadera orientación sexual. Denunciar una agresión supone salir del armario, y además hacerlo por una agresión ligada al sexo, en una cita por una aplicación, en una agresión en un local, o en un lugar público: se desmorona un castillo de naipes. El entorno descubre quién eres, con un riesgo elevado de que caigan sobre ti todas esas etiquetas y estigmas de los que huyes y a los que temes. “Denunciar implica desmontar un secreto en un entorno que te puede castigar”, resume Emilio López.
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Claves para la salida
Hablar de esas agresiones es importante para que los demás las identifiquen y para activar la búsqueda de apoyo psicológico. "Desde que emitimos el programa muchos chicos han reaccionado en redes: 'Hey, que yo también lo he sufrido. ¿A quién se lo puedo explicar? ¿Qué puedo hacer?'", relata Quim Esteban desde los estudios de Ràdio 4 en Barcelona.
"Las personas que han sufrido las agresiones empezarán a procesar lo que ha ocurrido, a colocar la responsabilidad donde corresponde", insiste el equipo de psicólogos de Apoyo Positivo. Además, tienen en marcha una campaña para erradicar las violencias sexuales que afectan al colectivo LGTBIQ+. Parte de esas agresiones llegan cada vez más en entornos de uso de drogas, en las fiestas llamadas chemsex, donde los límites del consentimiento se hacen todavía más difusos.
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Por eso, trabajar sobre el concepto de consentimiento o, sobre la educación sexual y afectiva, hasta hoy inexistente para los hombres que tienen sexo con hombres, es tan relevante. Todos recuerdan que buena parte de lo que han aprendido en cuanto al sexo deriva de la pornografía, que perpetúa unos roles de poder y de violencia que muchos chicos normalizan.
"La vergüenza no debe ser nuestra. Daba igual si estábamos borrachos, daba igual si estábamos con nuestra pareja. No hay excusa para una agresión sexual", incide Juan. El tiempo le ha dado perspectiva. Menciona los pasos de las mujeres, de sus #metoo, del feminismo, o el reciente ejemplo de Gisèle Pelicot entre las fuentes de inspiración y resistencia.
Denunciar ante la Policía es el último paso
Juan cuenta que es difícil llegar a la comisaría. Pero el reto allí es ser creído, no sentirte cuestionado y cruzar los dedos para que los agentes no se burlen de ti o intenten minimizar el contenido de la denuncia. En su entorno, dice, no han tenido buenas experiencias.
Alejandro, psicólogo, entiende ese miedo: "Es duro pensar que pueden no creerte, que van a banalizar lo que cuentes, por no entender que un hombre puede ser víctima de una agresión sexual". También es necesario entender lo que implica un juicio, añade, sobre todo, porque significa contar públicamente quién eres y qué te ocurrió. La formación y sensibilidad de los agentes policiales, dicen, es crucial. Una cuestión de confianza, más aún para una comunidad LGTBIQ+ condenada durante décadas a los prejuicios, al odio, a la discriminación, y a la falta de empatía.
El Ministerio de Igualdad no cuenta con estadísticas ni estimaciones sobre agresiones sexuales entre hombres. Tampoco hay datos disponibles en Interior. Pueden determinar las denuncias presentadas por mujeres y hombres, pero no la orientación sexual de las personas que denunciaron. La Policía cuenta con unidades formadas y especializadas en delitos de odio, muchos de los cuales se ceban con la comunidad LGTBIQ+. Pero los delitos de odio no hablan ni abordan agresiones sexuales entre hombres. Todavía no hay luz en ese túnel.
La asertividad
Fran ha ganado en asertividad. Cuando le tocan sin consentimiento, cuando le agarran para besarle, dice no. "Quizá hace unos años no lo hubiera hecho. Ahora sí daría el paso de avisar a los empleados de seguridad de una discoteca. Y si la agresión fuera grave, denunciaría. Hay que hacerlo".
Desde hace semanas, desde su relato en el #gaymentoo, habla de ello con sus amigos. El silencio se ha quebrado.
Juan, con esas tres agresiones sexuales en la mochila, a veces flaquea. Dice que se siente raro en algunas relaciones sexuales. "Los demonios que resurgen", apostilla.
De vez en cuando, lidia con ataques de pánico, pero ha dado el paso. Con una red de amigos, con ayuda psicológica y trabajando en uno mismo, insiste, se sale. Hay mucha vida por delante después de una agresión sexual.