Enlaces accesibilidad

Desde "los infiernos" de la Dirección General de Seguridad franquista: "Billy el Niño me encañonó con una pistola"

  • En sus calabozos fueron torturados miles de opositores al régimen que hoy piden "verdad, justicia y reparación"
  • El edificio es actualmente la sede del Gobierno de la Comunidad de Madrid, en la Real Casa de Correos de la Puerta del Sol

Por
Así eran los calabozos de la Dirección General de Seguridad franquista, en la Puerta del Sol

Los despachos que hoy alberga la sede del Gobierno de la Comunidad de Madrid recibieron a Rosa García con “golpes, insultos y tirones de pelo”. Era el verano de 1974 y tenía 18 años cuando fue víctima de torturas en lo que entonces era la Dirección General de Seguridad (DGS), ubicada en la Real Casa de Correos de la Puerta del Sol, en Madrid.

“Me amenazaron con llevarme a la Casa de Campo, con violarme, con dejarme allí tirada, con que mi familia nunca iba a saber dónde estaba ni qué me había pasado”.

El de Rosa es tan solo un testimonio. Uno de los miles que sufrieron los horrores de este lugar, emplazado entre los muros del que en la actualidad es uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad.

Ahora, el Gobierno central pretende convertirlo en Lugar de Memoria Democrática. Sin embargo, su pretensión se ha visto frustrada por el rechazo del gabinete de Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, que recurrió este viernes al Tribunal Constitucional (TC) la iniciativa porque, según dice, supone una "invasión de competencias". Y entre el ruido de sables, los hijos del tardofranquismo, que todavía llevan consigo el recuerdo de sus verdugos, siguen pidiendo cada semana frente al edificio "justicia, verdad y reparación".

Real Casa de Correos en la Puerta del Sol, sede de la Dirección General de Seguridad, en 1951

Real Casa de Correos en la Puerta del Sol, sede de la Dirección General de Seguridad, en 1951 EFE

"¡Documentación!"

24 de agosto de 1974. Cerca de la calle Argumosa, en el madrileño barrio de Lavapiés, dos agentes de la Brigada Político Social (BPS) vestidos de paisano siguen los pasos de Rosa García. Los dos jóvenes agentes le acechan hasta que finalmente detienen a la estudiante y le exigen que se identifique. "¿Estáis de broma?", exclamó ella, creyendo que le estaban tomando el pelo, como tan a menudo se hacía entonces con aquello de "pedirse la documentación".

Pero lo que ella toma por mofa es la antesala de siete días de cautiverio, cuyo recuerdo ha quedado impreso en los moratones que luce la fotografía de su ficha policial.

"Así de ridículo fue, me enseñaron la placa, me metieron en un coche y me llevaron a la DGS". La Dirección General de Seguridad articuló el control de los diferentes cuerpos policiales del Estado franquista. Entre ellos se encontraba la cruel e intimidante Brigada Político Social, desde la que se ejerció un control “no solo político, sino también moral” de la sociedad española.

Lo cuenta a RTVE Pablo Alcántara, doc­tor en Historia Contemporánea, que ha dedicado su tesis a la policía política de Franco. “La DGS se encargaba de analizar a la oposición antifranquista y reprimirla a través de las detenciones, torturas y la cárcel”, agrega.

Rosa García, a principios de la década de 1970

Rosa García, a principios de la década de 1970 Cedida por Rosa García

Aunque su origen se remonta al siglo XIX, este aparato se consolidó de forma permanente en 1912 tras el asesinato del entonces presidente del Gobierno, José Canalejas y Méndez. Pero fue durante la dictadura de Francisco Franco cuando se utilizó de forma contundente en el marco de una "represión salvaje", explica Alcántara.

La detención de Rosa fue lo que entonces se denominaba en la jerga como "una caída". En la suya, 36 personas fueron arrestadas. 'Ana' -su nombre de guerra- pertenecía entonces a la clandestina Federación Universitaria Democrática Española, organización ilegal desde la que sus militantes combatían a la dictadura a la vez que "se educaban políticamente". Ese fue el único delito que Rosa cometió, poseer un "afán tremendo de conocimiento" que el régimen le había negado.

Una "represión salvaje" contra "los militantes antifranquistas"

"Allí, en la DGS, me recibió Billy el Niño". La facilidad con la que el comisario Antonio González Pacheco desenfundaba su arma le dio el sobrenombre por el se haría popular entre sus víctimas. “Era muy desagradable, con una cara, ojos y boca muy grandes y olía fatal”, recuerda Rosa sobre su "histriónico" verdugo.

"Un tipo que te aturdía, gritaba y golpeaba”, quien la recibió con un aluvión de insultos "machistas y burlas" y que además no le formuló ninguna pregunta. “Ahora te vas a enterar de lo que te va a pasar": fueron las únicas palabras que dirigió a su indefensa prisionera.

"Me preguntaban quién formaba parte del comando. ¿Pero, qué comando? Yo era militante de base en una organización universitaria".

El comisario Antonio González Pacheco, más conocido por su apodo

El comisario Antonio González Pacheco, más conocido por su alias "Billy el Niño" EFE

Los interrogatorios se llevaban a cabo en los despachos ubicados en la parte superior del edificio. El repertorio de torturas era bastante variado, algunas de una brutalidad extrema tales como "colgarte de la pared, golpearte con una vara, hundirte la cabeza sobre heces o incluso electroshock", relata Pablo Alcántara.

Con estas prácticas, la autoridad franquista buscó “infringir una política de terror y miedo sobre la gente” para que la víctima “firmara lo que fuera” que le incriminara y además “conseguir datos de otras personas para que también fueran detenidas”.

24 horas - Willy Meyer, sobre 'Billy El Niño': "Es uno de los símbolos de la represión más criminal del franquismo"

Caer en sus garras no era difícil. Bastaba con “organizarte políticamente”, participar en “huelgas, manifestaciones, asambleas, repartir panfletos o incluso escribir artículos críticos en el periódico”. Son los denominados como delitos de "asociación ilícita" y "propaganda ilegal". En su punto de mira también se encontraba todo aquello considerado como “disidencia moral”: personas del colectivo LGTBI o mujeres cuyo único delito era, por ejemplo, haber abortado.

"Te puedo pegar un tiro ahora mismo y como eres un rojo no va a pasar nada"

Jesús Rodríguez compartió verdugo con Rosa: "Billy el Niño me encañonó con una pistola en la cabeza". Jactándose de su alias, González Pacheco le arrestó asestando disparos al aire en la puerta de su casa, en el barrio madrileño de Vallecas.

Era la tercera vez que le detenían los agentes de la Político Social. La primera fue durante una concentración de estudiantes en el distrito universitario de Moncloa. La segunda ocasión, en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Complutense durante una reunión en apoyo a Salvador Puig Antich, condenado a muerte ese mismo año.

Fotografías de Jesús Rodríguez al empezar y terminar los estudios

Fotografías de Jesús Rodríguez al empezar y terminar los estudios Cedida por Jesús Rodríguez

Desde 1957, "la universidad estaba en ebullición total. Era uno de los centros de la resistencia antifranquista más activos en aquel tiempo", explica. Un reducto "subversivo" frente al régimen contra el que la dictadura se ensañó haciendo uso de toda su fuerza bruta.

Son tiempos que "se han dulcificado" con la imagen de los pantalones campana, las camisas abiertas, el pelo greñudo y las carreras de estudiantes delante de los 'grises' a caballo, según Jesús. Un tópico que él evoca más bien desde el recuerdo de "unos años muy duros, oscuros, de plomo".

En 1969, la Policía Armada -los 'grises'- frente a un grupo de estudiantes en Ciudad Universitaria

En 1969, la Policía Armada -los 'grises'- frente a un grupo de estudiantes en Ciudad Universitaria EFE

"Fui sometido a torturas durante los tres días las cuales consistían fundamentalmente en golpes y palizas", cuenta. Y añade las palabras que le profirió Billy el Niño, contra quien se querelló: "Te puedo pegar un tiro ahora mismo y como eres un rojo y no dices más que mentiras no va a pasar nada".

Fue tras su detención cuando el joven militante de la trotskista Liga Comunista Revolucionaria (LCR) adivinó el verdadero carácter represivo de la dictadura. "Ver cómo se comportaban los policías, el abuso, el atropello de todos los derechos... Era asqueroso", recuerda.

De la DGS al Tribunal de Orden Público, el TOP

La Guerra fría y la connivencia del régimen con las democracias occidentales obligaron a Franco a enmascarar la represión con la creación en 1963 del Tribunal de Orden Público (TOP). Lo hizo ese año para evitar así un juicio civil y poder celebrar el consejo de guerra que condenó a muerte al militante del PCE Julián Grimau, defenestrado durante su estancia en la DGS.

Jesús Rodríguez pasó por el popularmente conocido como TOP y fue juzgado por el magistrado Rafael Gómez Chaparro, al igual que muchos de sus compañeros. Y en el mismo lado de la trinchera, los presos políticos contaban con la defesa de letrados laboralistas como Cristina Almeida.

"Si un abogado defiende a un comunista, se piensa que es un comunista también". Es la tónica general que desprendían estos juicios, carentes de garantías para los procesados, describe Almeida en declaraciones a RTVE.

Un tribunal creado en la práctica para "perseguir la libertad" en el que la ley "había que retorcerla" para evitar desproporcionadas penas y desde donde también se manifestaba cierta afición al uso de armas cortas: "Dame la pistola, que voy yo a por ellos". Lo cuenta la propia Almeida, quien escuchó las palabras que el entonces presidente del TOP, de Mateu, profirió refiriéndose a los dirigentes de Comisiones Obreras (CC.OO.), procesados en el denominado Juicio 1001, que coincidió con el asesinato por parte de ETA del entonces presidente del Gobierno, Luis Carrero Blanco.

Los calabozos de Sol, un "descenso a los infiernos"

Tras ser sometido a los interrogatorios, el prisionero era trasladado a los subterráneos calabozos en un "descenso a los infiernos" que Jesús describe con precisión: "Notabas que estabas siendo conducido a un agujero y sentías el miedo de lo que te esperaba. Allí había más policías. Al llegar a la misma entrada de los sótanos, uno de ellos me pegó un tremendo golpe en la cara sin decirme ni palabra".

La incomunicación era total. Rosa se enteró días después tras ser detenida de que su padre había acudido en varias ocasiones a la Puerta del Sol para preguntar por ella. "Le decían que allí yo no estaba", relata. Siete "terroríficos" días con sus siete noches, en los que era complicado adivinar la puesta del sol y la salida de la luna, según concuerdan todos los testimonios.

Imagen de archivo de los calabozos de la Dirección General de Seguridad

Imagen de archivo de los calabozos de la Dirección General de Seguridad RTVE

Una celda "pequeña", cubierta por una "pintura indefinida", con las "paredes llenas de desconchones", un banco y encima un jergón donde tumbarse. "Estaba todo espantosamente sucio. Te daban una manta tiesa de la suciedad que tenía", cuenta Rosa tras confesar que no comió nada en siete días del "asco" y por el dolor de los golpes en la mandíbula.

Así se sucedieron los días de la también militante en el PCE m-l (marxista leninista), "de los despachos al calabozo, del calabozo a los despachos".

"Me amenazaron con tirarme la máquina de escribir a la cabeza"

A Carlos Serrano le detuvieron por primera vez en abril de 1974 durante un "salto" en la madrileña Plaza de la Cebada. Era el nombre que recibían las fugaces manifestaciones en plena calle, cuyas consignas pidiendo echar "abajo la dictadura" eran disueltas por los 'grises' en cuestión de minutos a golpe de porrazo.

En octubre de ese año volvieron a detenerle. En esta segunda ocasión, la policía irrumpió en su casa: "Éramos cinco hermanos, mis padres y mi abuela en una vivienda pequeña con las camas en el salón". Tenía 17 años cuando le subieron a un SEAT modelo 1.850 blanco y le trasladaron a los calabozos de la DGS.

Ficha policial en la DGS de Carlos Serrano

Carlos Serrano, su ficha policial a la izquierda, en una manifestación a la derecha Cedida por Carlos Serrano

"Durante tres días se detiene el tiempo. Aquí sí me hostiaron mucho más que en la otra [detención]; me amenazaron con tirarme la máquina de escribir a la cabeza". Una recurrida intimidación empleada por los agentes, que golpeaban todos a la vez al indefenso detenido rodeándole en lo que se conocía como "la rueda".

La Comuna en Carabanchel

Los tres testimonios consultados pasaron meses retenidos en la cárcel de Carabanchel, cuyo tercer módulo estaba dedicado exclusivamente a presos políticos. Allí coincidieron con ilustres militantes de la resistencia antifranquista, como los líderes sindicales Marcelino Camacho y Nicolás Sartorius.

Todos ellos recuerdan el periodo en prisión como una vida en "comunidad", popularmente denominada como "comuna": "Lo compartíamos todo, ropa, dinero, comida...", explica Rosa. El nombre de su vivencia bautizó la asociación que en 2011 fundaron para luchar por "la reparación de los crímenes del franquismo y la exigencia de justicia".

Carlos, Jesús y Rosa junto al resto de La Comuna frente a la Real Casa de Correos

Carlos, Jesús y Rosa junto al resto de La Comuna frente a la Real Casa de Correos EFE/ ZIPI ARAGON

Desde La Comuna, integrada en la Coordinadora estatal de apoyo a la Querella Argentina (Ceaqua), sus miembros buscan esclarecer estos delitos. En su acción se enmarcan las 115 querellas presentadas en España por estos crímenes, la mayoría de ellas desestimadas. El pasado 22 de enero, un juzgado admitió la querella particular presentada por Carlos Serrano, a la espera ahora de que el juez le tome declaración.

Las tres víctimas de aquel represivo tardofranquismo con las que RTVE ha podido hablar fueron amnistiadas con los indultos aprobados en 1976 tras la muerte del dictador. Otras, no tuvieron tanta suerte. Mártires como el joven Enrique Ruano, quien tras su estancia en la DGS fue trasladado por los agentes de la BPS a un edificio del barrio madrileño de Salamanca. La policía le arrojó por la ventana desde una séptima planta que daba a un patio interior. El estudiante de Derecho murió en el acto.

“Es nuestro trabajo y si ganáis también nos vais a necesitar"

En 1979, la Dirección General de la Policía asumió las funciones de la DGS. Sin embargo, “al no haber una depuración de los aparatos policiales, los métodos de la policía de la dictadura siguieron vigentes” hasta años después, explica Pablo Alcántara. Se estima que entre 10.000 y 20.000 agentes integraron la temida Brigada Político Social, aunque la cifra sigue siendo un misterio para los historiadores debido a la dificultad para acceder a las fuentes del Ministerio del Interior.

La mayoría de policías pasaron de la noche a la mañana de “participar en la dictadura” a “ser miembros de la policía de la democracia” y la Ley de Amnistía de 1977 perdonó sus crímenes, a pesar que desde las asociaciones alegan la imprescriptibilidad de lo que consideran como delitos de lesa humanidad.

“Muchos de estos policías se fueron jubilando, otros entraron a trabajar en la empresa privada”. Es el caso Billy el Niño, quien se retiró del cuerpo en 1982 para terminar como jefe de seguridad en la Renault. El comisario falleció de covid-19 en el año 2020.

Los hubo quienes siguieron arropados en el cuerpo policial con un perfil mucho más bajo, aunque otros "sí participaron en cargos de dirección, sobre todo en la lucha antiterrorista” dentro de grupos paramilitares como los GAL. Personas como Roberto Conesa, implicado en el asesinato de las Trece Rosas, señalado como torturador y condecorado en 1979 con la Medalla de Oro al Mérito Policial. Rosa García coincidió con él. Le pidió un vaso de leche tras ser torturada y se lo concedió.

También Manuel Ballesteros, nombrado en 1982 como jefe de Operaciones Especiales por el entonces ministro del Interior, el socialista José Barrionuevo, y posteriormente como director del gabinete de Información en el mismo departamento, cargo que ostentó de 1987 a 1994.

En la esfera judicial, el Tribunal de Orden Público se convirtió en la actual Audiencia Nacional. Todos los magistrados conservaron sus cargos, incluido Gómez Chaparro, el juez del TOP que procesó a Jesús y que concedió la libertad en la Semana Santa de 1977 a uno de los principales acusados en la matanza de los abogados de Atocha. El presunto asesino escapó y jamás se le volvió a ver. Gómez Chaparro estuvo activo en diferentes tribunales hasta 1991. Murió en 2017.

“Este es nuestro trabajo y si ganáis también nos vais a necesitar". Son las palabras que Rosa recuerda de su cautiverio, vertidas tantas veces por aquellos policías sobre sus víctimas. Fue la rabia lo que la empujó a mantener su dignidad. "Conmigo no vais a poder", se repetía entonces en aquella fría celda bajo los adoquines de la Puerta del Sol, y cuyos ventanucos se aprecian hoy con claridad al pasear por allí.

Rehechas sus vidas, muchos años después, ellos siguen siendo los hijos del tardofranquismo. Años de una brutal represión y antesala de una democracia que tantas cosas dejó pendientes en un tintero de sangre, según coinciden todas las víctimas consultadas.