El precio de una paz mutilada: tres escenarios para abordar las consecuencias del fin de la guerra en Ucrania
- Los supuestos van desde un frente congelado, pasando por una victoria rusa hasta un acuerdo bilateral
- Guerra Rusia-Ucrania, en directo


Desde la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, el debate sobre un posible fin de la guerra en Ucrania se ha intensificado. Aunque existe "disposición por la paz" entre los contendientes, las cláusulas de un eventual acuerdo son motivo de disputa.
Con el 20% de su territorio bajo control ruso, decenas de miles de muertos y millones de desplazados, Ucrania enfrenta varios dilemas existenciales antes de alcanzar un hipotético alto el fuego. Incógnitas que van desde garantizar su supervivencia como nación hasta lograr condiciones de seguridad favorables.
Por el momento, los acuerdos alcanzados en Yeda entre Ucrania y EE.UU. no fueron tanto una disposición a realizar concesiones como una necesidad de restaurar las relaciones con Washington para recuperar la ayuda militar y el intercambio de inteligencia.
"La tensión se calmó un poco después de la última reunión en la Oficina Oval entre Trump y Zelenski, cuando muchos de nosotros pensamos que Estados Unidos abandonaría a Ucrania para siempre", afirma el periodista de guerra en Ucrania de The Kyiv Independent, Francis Farrell. "La pelota está ahora en la cancha de Rusia, pero la declaración de Trump tras la reunión entre Putin y Witkoff [enviado estadounidense para Oriente Medio] no ha dejado muy claro los pasos que podemos esperar", cuestiona.
"Pese a que las voces en Washington le son favorables, Moscú no sabe qué quieren de ellos", incide el experto en cultura militar y estratégica rusa y miembro del Instituto Egmont, Joris Van Bladel. "Es el trato por el trato; dejar de luchar por dejar de luchar. Y mientras Estados Unidos cree que negocia con los rusos, son los rusos los que negocian con Estados Unidos", subraya.
"No será tan simple como que Putin diga sí o no, pues intentará imponer tantos requisitos adicionales como sea posible", establece el codirector de Relaciones Exteriores y Seguridad Internacional del think tank ucraniano Centro Razumkov, Oleksiy Melnyk. "Al final, me temo que no se tratará de palabras, sino de la voluntad o el deseo del presidente Trump para evaluar la respuesta rusa", añade.
La Administración estadounidense busca acelerar una solución sin comprometerse militarmente. Un dilema que enfrenta a Kiev a una verdad incómoda: incluso con el mejor de los acuerdos, podría convertirse en un Estado mutilado, con Crimea como espina clavada y el Donbás bajo la sombra de Moscú.
Conflicto congelado: una paz que no lo es
A grandes rasgos, este caso hipotético, rechazado por ambas partes, consolidaría las líneas de frente actuales. Rusia mantendría sus conquistas en el Donbás, Jersón y Zaporiyia, y Ucrania retendría lo poco que le queda de Kursk. El armisticio permitiría a ambos bandos reconstruir sus fuerzas, ya sea con o sin garantías de seguridad, pero sin resolver, al menos a corto plazo, las disputas territoriales subyacentes.
En un escenario de no-guerra, no-paz, una hipotética entrada en la UE o una incierta adhesión a la OTAN serían imposibles para Kiev. Además, este supuesto correría el riesgo de replicar el fracaso de los Acuerdos de Minsk, que solo pospusieron la invasión a gran escala rusa de 2022.
"Es complicado hablar de un conflicto congelado cuando eso fue lo que Ucrania padeció antes de la invasión a gran escala con los grupos paramilitares afines a Rusia en el Donbás", expone Farrell. "Pero ahora es una guerra a gran escala en la que Moscú ha anexado cuatro regiones que no controla completamente, y donde tan pronto como las armas se calmen, tratará de socavar la capacidad ucraniana de defenderse para preparar una nueva invasión", advierte.
La viabilidad de esta tregua podría depender de la presencia aliada en Ucrania bajo la dinámica de "botas en el suelo y aviones en el cielo" del primer ministro británico, Keir Starmer, y el presidente francés, Enmanuel Macron. Una hipótesis que Melnyk cuestiona.
"La verdadera esencia de un alto el fuego es que puede convertirse en un pequeño paso para restablecer un mínimo de confianza entre los intermediarios. Es por eso que las conversaciones sobre fuerzas de paz, aunque positivas, son absolutamente irrelevantes. No veo ningún escenario [incluido un conflicto congelado] donde sea posible un despliegue de este tipo de tropas", comenta.
Victoria rusa: sumisión ucraniana y descrédito de Occidente
La retirada del apoyo occidental —y un colapso ucraniano en el frente— obligarían a Kiev a aceptar su "finlandización": neutralidad, desmilitarización parcial y pérdida definitiva de territorios. Rusia eliminaría los focos de resistencia en Kursk, anexaría Donetsk y Lugansk y podría extender su franja costera sobre Jersón y Zaporiyia para crear un corredor terrestre con Crimea.
Por el momento, este caso solo sería plausible si se derrumbase la voluntad ucraniana o el empuje ruso fuera abrumador. Algo improbable dada la negativa a capitular del presidente Volodímir Zelenski y el desgaste logístico de Rusia a lo largo del frente.
La hipotética "neutralidad" ucraniana quedaría dominada a los designios del Kremlin. Similar a lo que ocurre con Bielorrusia, Moscú modularía su influencia y represalias en caso de acercamientos a Occidente. "Para quienes se queden en estas regiones, la idea de estar bajo dominio ruso sería igual de horrible que sus condiciones", advierte Van Bladel.
"Por supuesto, habría una resistencia interna: hablamos de miles de veteranos, incluidos sus familiares, además de una historia de rebelión y oposición al invasor bastante larga", insiste Melnyk.
"Pero los territorios ocupados no tienen por qué convertirse en Chechenia", recalca Van Bladel. "Ya hemos visto que [Rusia] quiere invertir mucho dinero para su restauración, como sucede con la acería de Azovstal o con la construcción de nuevas zonas residenciales en Mariúpol".
Para Occidente, este escenario implicaría un retroceso estratégico: la OTAN perdería credibilidad y Estados Unidos dañaría irremediablemente su imagen como garante de la seguridad aliada. La situación desanimaría a terceros bajo el paraguas de Washington, como Taiwán, que podría comenzar a ver viable una conciliación política con China.
Asimismo, como reseñan tanto Melnyk como Farrell, "no existe certeza hasta dónde se detendrían las tropas rusas". El temor europeo a futuras acciones militares de Moscú sería inequívoco. Un análisis del think tank belga Bruegel y el Instituto Kiel expone que el gigante euroasiático podría tener capacidad para atacar a Estados de la UE en los próximos 3 o 10 años.
Acuerdo rusoucraniano: tan inviable como insatisfactorio
Un pacto bilateral permitiría a Ucrania recuperar Jersón y Zaporiyia, retirándose de forma organizada de Kursk. Rusia podría conservar su influencia y un control de facto (dado que Ucrania jamás aceptaría la soberanía rusa) sobre los territorios reivindicados desde 2014 por las fuerzas separatistas prorrusas en Dónetsk y Lugansk. Crimea quedaría como un enclave ruso fuertemente militarizado.
A partir de ahí, los supuestos se dividen, con la posibilidad de una renuncia de Kiev a entrar en la OTAN (no así en la UE), hasta garantías la presencia de tropas europeas y/o estadounidenses en su territorio.
En cualquier caso, Zelenski enfrentaría una tormenta política. Las pérdidas territoriales —incluyendo a cientos de miles de habitantes en zonas ocupadas a quienes Rusia ha ofrecido la ciudadanía— podrían costarle su cargo. Los arreglos diplomáticos, aunque posibles, no serían bienvenidos.
"Ucrania ya tuvo un caso anterior de acuerdos de intercambio territorial con Moldavia, lo que, al menos en teoría, demostraría la viabilidad de hacerlo", comenta Melnyk. "Sin embargo, con Rusia es un caso completamente diferente pues, como una guerra de agresión, ni a nivel político ni social hay disposición para tal compromiso", añude.
Este armisticio, además, no dejaría de ser frágil. Los ucranianos tacharían de traición cualquier concesión; los halcones rusos exigirían más. "Hasta ahora, ambas partes no han cambiado sus objetivos: Ucrania quiere restaurar sus fronteras de 1991 [ello incluye a Crimea], y Moscú desea el Donbás y controlar a Kiev", formula Van Bladel. "Sabemos que, por una u otra razón, ambos están obligados a acudir a la mesa de negociaciones, pero no lo hacen con entusiasmo", incide.
La paz es un concepto elástico
Ningún escenario ofrece una solución integral, con paces precarias —o inexistentes— donde la desconfianza y las presiones geopolíticas pesan más que los puntos de encuentro. Un conflicto congelado perpetuaría la inestabilidad; una victoria rusa sembraría revanchas; y un acuerdo bilateral legitimaría la invasión.
"Entre el 60 y el 65% de la población rusa piden negociaciones de paz. La pregunta que nunca se hace es qué quieren decir con paz, que no es sino una bajo sus condiciones", revela Van Bladel. "Ucrania quiere la paz; Rusia —o Putin— la quiere, pero tenemos una percepción completamente diferente de lo que significa", insiste Melnyk.
Para Kiev, el desenlace del conflicto sería una prueba de resiliencia en un mundo donde, demasiado a menudo, la justicia parece ceder ante la realpolitik. "Ucrania nunca aceptará el derecho de Rusia a ocupar sus territorios, especialmente porque no solo hablamos de trozos de tierra, también de las personas que siguen ahí, de sus hogares, y hasta de las tumbas de sus antepasados. Temo que nuestros socios estadounidenses probablemente no lo entiendan y no quieran hacerlo", admite Melnyk con pesar.
Por su parte, es más que probable que el Gobierno de Donald Trump presente cualquier acuerdo como un éxito diplomático, aun a costa de dejar en suspenso la resolución de cuestiones clave, como el estatus definitivo de las regiones bajo control ruso o el destino de Crimea.
"Hay una cita que la gente empezó a decir mucho al principio de la guerra a gran escala y que sigue siendo cierta hoy en día: 'si Rusia deja de luchar, no habrá más guerra, pero si Ucrania deja de luchar, no habrá más Ucrania'", recuerda Farrell.