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Una decisión, millones de personas en riesgo: el impacto del desmantelamiento del sistema de cooperación de EE.UU.

  • USAID era el mayor donante de ayuda humanitaria internacional; aportaba el 42% de la financiación total
  • Las necesidades humanitarias se han triplicado en los últimos ocho años, según Save the Children

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Una mujer camina con una bolsa de USAID en Mekele, Etiopía (18 de junio de 2021). Jemal Countess / Getty Images

En Tanzania, 50.000 niños refugiados ya no pueden ir a la escuela. En República Democrática del Congo, 200.000 personas se han quedado sin acceso a asistencia sanitaria. En Sudán, hay 300.000 a punto de morir de hambre y en Somalia, 83.000 niños ya no tendrán su tratamiento para la malnutrición. Mientras, cientos de toneladas de alimentos apilados en las estanterías de almacenes alrededor de todo el mundo se pudren.

Las cifras las aporta Save the Children, una de los cientos de organizaciones que hay en el planeta y que se han visto obligadas a parar gran parte de sus operaciones después de que el presidente estadounidense, Donald Trump, decidiese congelar de fondos y suspender el 90% de los contratos de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés). 

Y esta es tan solo una ínfima parte de la situación global.

También se han visto afectados programas que repartían medicamentos contra el VIH en decenas de países, campañas para frenar el ébola en Uganda y la polio en Etiopía, proyectos de acceso a agua potable en Latinoamérica. En Haití, y en Afganistán, y en Ucrania, y en Burkina Faso, y en Filipinas, y en Kenia, y en Vietnam, y en Malí, cientos de programas de salud, alimentación y educación, entre otros, han tenido que parar. Y la lista sigue infinita.

Trabajadores descargan cajas de aceite para cocinar de USAID en el campamento de refugiados burundeses de Gashora, Ruanda

Trabajadores descargan cajas de aceite para cocinar de USAID en el campamento de refugiados burundeses de Gashora, Ruanda J. Lawler Duggan / Getty Images

Una decisión; millones de personas en riesgo

La decisión de cerrar USAID, alentada por el hombre más rico del mundo y ejecutada por el presidente del país más poderoso del planeta, ha tenido un impacto real y tangible. "Cerca del 25% de todos los programas de cooperación internacional van a ser cancelados", estima el director de programas internacionales de Save the Children, Vicente Raimundo. Tan solo su organización tenía previsto poder dar "asistencia humanitaria de primera necesidad a más de 20 millones de personas en 2025", una cifra que han tenido que reducir al 50%. 

"En el Congo, el tratamiento para el cólera y el sarampión se ha interrumpido. Los test de malnutrición aguda severa están suspendidos para miles de niños. En Tanzania, se han pausado programas de malnutrición que asistían a casi un cuarto de millón de mujeres embarazadas y cerca de 2.000 niños", denuncia a RTVE.es Raimundo. 

USAID era el mayor donante de ayuda humanitaria internacional: aportaba el 42% de la financiación total. "Si esta asistencia desaparece, simplemente nos quedamos sin fondos. No son sustituibles. No existe la capacidad económica inmediata ni la voluntad política", alerta Raimundo. La responsable de operaciones en América Latina de la ONG Acción Contra el Hambre (ACH), Benedetta Lettera, coincide: "Es imposible que una caída de más del 40% pueda ser asumida por otros. Nadie va a poder cubrirlo". 

Su organización se ha visto obligada a detener más de 50 proyectos en 20 países diferentes relacionados con la seguridad alimentaria, el saneamiento, la igualdad y el emprendimiento. Tan solo en Centroamérica, Colombia y Perú -regiones latinoamericanas donde opera ACH-, unas 124.000 personas pueden verse afectadas, "la mayor parte mujeres, niñas y adolescentes. Y un 40% son menores de edad", alerta Lettera. 

Todos estos fondos, que para cientos de miles de personas suponían la diferencia entre la vida o la muerte, constituían un 0,23% del PIB estadounidense. 

La cooperación, instrumento clave del "soft power"

Bajo las consignas de "America First" (América Primero) y "Make America Great Again" (Que América vuelva a ser grande), Trump se ha propuesto a toda costa recortar el gasto público. Para ello ha establecido el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, por sus siglas en inglés), que dirige el multimillonario Elon Musk, y el primer tijeretazo ha ido directo a USAID. 

La profesora de relaciones internacionales de la Universidad Complutense de Madrid y presidenta de la Red Española de Estudios del Desarrollo, Kattya Cascante, asegura a RTVE.es que "Trump está desestimando mucho la influencia que se adquiere a través de USAID y de la cooperación internacional". Y es que la agencia era la punta de lanza del llamado soft power, o poder blando. 

USAID se fundó en 1961 durante el Gobierno demócrata de John F. Kennedy, en plena Guerra Fría. Lejos de tener un propósito puramente altruista, la agencia nació para disminuir la influencia de la Unión Soviética en los países más empobrecidos y así "traer al área de poder e interés [de Washington] al máximo número de naciones posibles", explica Cascante. Sus objetivos, las tres des, eran desarrollo, diplomacia y defensa. 

"Toda la construcción que gira en torno a USAID no era, y nunca ha sido, poder ayudar a los países más vulnerables, sino que esos países no contemplasen a otro salvador que no fuera Estados Unidos", asegura la profesora, que opina que "Trump está forzando la máquina y va a llevar [a los países que dependen de la ayuda de USAID] a la desesperación para luego volver a levantar la mano y quedar como el salvador".

Pero este martes, un tribunal federal dictaminó que las medidas adoptadas por DOGE para abolir la agencia eran "probablemente" inconstitucionales.

Cientos de trabajadores despedidos en EE.UU.

La decisión de cerrar la mayor agencia de cooperación ha sido una especie de efecto mariposa. Solo que esta vez su impacto también se ha notado en el mismo lugar donde se ha producido. "Acababa de llegar a Malawi para una misión de tres meses y ese lunes [el día que Trump juró su cargo en la Casa Blanca] recibimos una orden para dejar de trabajar. Y al día siguiente empezaron a llegar las notificaciones de despido", cuenta a RTVE.es Noelle Huhn, extrabajadora de USAID en la sede de Washington.

El 20 de enero, Trump eliminó 5.800 contratos de trabajadores de USAID en todo el mundo, con un valor de 54.000 millones de euros. Según el subsecretario general para asuntos humanitarios de la ONU, Thomas Fletcher, solo en el mes de febrero un 10% del personal de las ONG de todo el mundo ha perdido sus empleos. En Estados Unidos, cientos de personas, a las que Trump calificó como "lunáticos radicales de izquierda", tuvieron 15 minutos para recoger sus pertenencias y vaciar sus escritorios de las oficinas de USAID. 

Huhn formaba parte de la Iniciativa Presidencial contra la Malaria de Estados Unidos. Junto con su equipo, conseguían medicamentos y mosquiteras para enviar a Nigeria, el país con la mayor tasa de mortalidad por malaria de África. Ahora, sin recibir ya un sueldo, su equipo y ella intentan hacer llegar estos productos, apilados en almacenes, hasta las comunidades que los necesitan. "No se ahorra nada parando [los envíos]. Los medicamentos se van a caducar", lamenta Huhn.  

La estadounidense explica que lo que USAID hace en terreno ayuda en suelo americano. "Protegiendo a otros países, nos estamos protegiendo a nosotros mismos. El clima es cada vez más cálido, lo que significa que va a aparecer malaria en nuevos lugares. Y tenemos que ser capaces de responder", asegura Huhn, y pone el ejemplo del COVID-19 como antecedente. 

En una entrevista en el programa estadounidense de la cadena CBS, The Late Show, la exadministradora de USAID, Samantha Power, decía que la agencia es "una inversión en nuestra estabilidad, seguridad y alianzas". "Es mucho más barato apoyar a otros países con la cooperación que respaldar un conflicto armado", asegura Huhn. 

Un cambio de época

"Las necesidades humanitarias se han triplicado en los últimos ocho años. Nunca antes ha habido tantos conflictos enquistados, ni tantas necesidades, ni tanta gente en situación de vulnerabilidad", indica Raimundo. Las necesidades crecen cada año, "pero no lo hace de igual manera la financiación humanitaria", señala Lettera. 

"Estamos ante un cambio de prioridades y un retroceso en toda regla. Vamos hacia un mundo mucho más transaccional y no basado en principios ni en el imperativo moral", asegura Raimundo. "La gente tiene derecho a recibir asistencia neutral e imparcial de entidades profesionales. Y es un derecho, no una caridad", enfatiza. 

Cascante alerta de que las "opciones para enfrentar las crisis ecosociales" son escasas y que "no hay una política global que permita afrontar los grandes desafíos de manera colectiva, que es la única forma de poder hacerlo". 

Mientras, las ONG, que han entrado en modo de supervivencia y priorización absoluta, exprimen los fondos que tienen para poder cubrir las necesidades más urgentes. Sus exempleados, que muchos eligieron por pura vocación trabajar para los que más sufren, asimilan esta realidad entre frustración e indignación; también esfuerzo, porque siguen intentando que la ayuda llegue.

Y al otro extremo de la cadena, los que no han elegido estar en esta situación son los que tendrán que seguir arreglándoselas para sobrevivir.