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Una noche en Barajas, donde viven más de 200 personas sin hogar: "Varios amigos ya han rehecho sus vidas"

  • Acompañamos a la única ONG que se ocupa de los invisibles que duermen y viven en el aeropuerto madrileño
  • El perfil que más se repite es el de un hombre extranjero mayor de 50 años y con alguna enfermedad crónica

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La Asociación Bokatas acompaña desde hace más de un lustro a las personas sin hogar en el aeropuerto de Madrid-Barajas.
La Asociación Bokatas acompaña desde hace más de un lustro a las personas sin hogar en el aeropuerto de Madrid-Barajas. BERGUÑO FERNÁNDEZ

En febrero de 2025 más de 1,7 millones de viajeros han utilizado las instalaciones del aeropuerto Adolfo Suárez en Madrid-Barajas gestionado por Aena. El dato lo hacía público Turespaña este martes destacando un incremento del 4,2% en el volumen de pasajeros. Unos pasajeros que seguramente no habrán reparado en las más de doscientas personas sin hogar que pasan la noche en alguna de las cuatro terminales del principal aeropuerto español. Personas que resultan invisibles a los ojos de los usuarios, que se han convertido en un arma arrojadiza entre el Ayuntamiento de Madrid y el Gobierno de España y a los que Aena presiona cada vez más para que abandonen el aeropuerto.

El mismo martes que se anunciaba el récord de viajeros nos sumamos a la ronda semanal de los voluntarios de la Asociación Bokatas, la única organización que acompaña a las personas sin hogar que viven y duermen en el aeropuerto madrileño.

Llueve sin parar desde que arrancó el mes de marzo. Es de noche en la plaza del casco antiguo del pueblo de Barajas donde queda, desde hace más de un lustro, este grupo de voluntarios. Vienen desde distintos puntos de la capital y aquí se reparten en dos o tres coches "porque el precio del aparcamiento en el aeropuerto es muy caro y nosotros no tenemos ningún tipo de subvención", explica Gaspar García, coordinador del Proyecto Despega que se ocupa de las dos rutas por el aeropuerto. Una que recorre la T-4 y otra que acompaña a las personas sin hogar que viven y pernoctan en la T-1, la T-2 y la T-3.

Voluntarios de la Asociación Bokatas que acompañan a personas sin hogar en Barajas

Vicente, Fede, Mariluz, Andrea y Gaspar esperando al resto de los voluntarios de Bokatas en las calles del antiguo pueblo de Barajas. BERGUÑO FERNÁNDEZ

"Antes llevábamos bocadillos pero AENA nos prohibió que los repartiéramos porque ellos tienen sus establecimientos de comida", explica Gaspar. "Seguimos repartiéndolos fuera de las instalaciones, en la calle, pero también nos lo han prohibido porque, según ellos, esto genera un efecto llamada", continúa este informático que desde hace casi seis años acompaña a los invisibles que duermen en el aeropuerto y que tanto parecen molestar a la empresa que lo gestiona.

A las 20:30 llegamos al aparcamiento de la T-4. La lluvia da una tregua pero hace frío y todo está empapado. Hay goteras, charcos y el trasiego habitual de coches, maletas y gente pagando en las máquinas antes de retirar sus vehículos. Fede me explica que lleva dos años como voluntario, que era abogado y que trabajó en una correduría de seguros casi toda su vida profesional. Bajamos por la cinta mecánica al pasillo de Llegadas. En el bar casi la mitad de las mesas están ocupadas. En dos de ellas conversan sendos grupos de personas que duermen en el aeropuerto. "Esos tres llevan menos tiempo y son conflictivos. Antes vivían en un edificio abandonado en el pueblo de Barajas", aclaran los voluntarios antes de dirigirse a otra mesa cercana donde saludan con abrazos, apretones de manos y dos besos a tres hombres y una mujer que cargan sus móviles y beben vino en vasos de plástico.

Fede y Andrés en una cafetería de la T-4

El voluntario de Bokatas, Fede, conversa con Andrés (nombre ficticio) en una cafetería de la T-4 en el aeropuerto de Barajas. BERGUÑO FERNÁNDEZ

Aena se está confundiendo. Están acorralando a la gente y juntan a la gente buena con la gente mala

Andrés (nombre ficticio) tiene 53 años y lo primero que les cuenta a los voluntarios es que deja el aeropuerto. "El 28 de abril me voy a Lyon", dice con cierto orgullo y la alegría propia de quien ha estado celebrándolo con los amigos. Le pregunto por los conflictos de los que se ha hecho eco la prensa. Con cierto hastío por la cantidad de periodistas que estos días se han ocupado de estos sucesos aislados —y con la experiencia de quien lleva más de un año durmiendo en la T-4 sentencia: "Aena se está confundiendo. Están acorralando a la gente y juntan a la gente buena con la gente mala. Antes cada uno estaba en su sitio y no había tantos conflictos".

Andrés se refiere a que cada vez se han ido acotando más los espacios en las instalaciones. Actualmente las personas sin hogar se concentran en los dos extremos del pasillo de facturación de la T-4. A esto hay que sumar que se han cerrado varios aseos y que apenas quedan bancos donde poder sentarse. Los que habitualmente duermen en el aeropuerto sin crear problemas comparten muy poco espacio con otras personas más conflictivas por encontrarse bajo los efectos del alcohol y las drogas.

Aena ha ido acotando espacios para arrinconar en guetos a las personas sin hogar que duermen en el aeropuerto.

Aena ha ido acotando espacios para arrinconar en guetos a las personas sin hogar que duermen en el aeropuerto. BERGUÑO FERNÁNDEZ

Aquí hay cámaras por todas partes y saben quién se comporta y quién no, pero parece que les da lo mismo

"Aquí hay cámaras por todas partes —recuerda Fede— y saben quién se comporta y quién no, pero parece que les da lo mismo". Aunque no hubiera cámaras da la impresión de que todos se conocen. Seguimos caminando por la terminal y los voluntarios no dejan de saludar a uno y otro lado. Parecen viajeros esperando una conexión. Tienen maletas, carritos con algunas bolsas y su ropa no llama especialmente la atención. El tiempo pasa muy rápido y el reloj del panel de salidas marca las 21:52.

Un hombre enjuto con un chaleco amarillo y nariz aplastada se acerca con un carrito hacia nosotros y abraza a los dos voluntarios. Es Florin, otro fijo de la T-4. "Mi padre es rumano y mi madre francesa", creo entenderle cuando me dice de dónde es. "Florin necesita traductor", bromea Gaspar al tiempo que le pregunta quién le ha cortado el pelo y cuándo tiene su próxima cita en el hospital. "Novia rusa corta cuando duerme", se señala la cabeza riendo sinceramente el que fuera boxeador profesional. Y saca los papeles de los médicos con analíticas, citas y recetas.

Florin es una de las personas sin hogar que vive en la T-4.

Florin es una de las personas sin hogar que vive en la T-4. BERGUÑO FERNÁNDEZ

La batalla de los carritos

Los carritos del aeropuerto son otro de los puntos de fricción entre las personas sin hogar y Aena. Los operarios tienen órdenes de quitárselos y tirar todos los enseres a la basura. Incluidos los artículos personales como pueden ser fotos o documentos oficiales. Esta dinámica ha generado tensiones entre trabajadores del aeropuerto y personas sin hogar. Ahora los operarios van acompañados de personal de seguridad.

Mientras conversamos con Florin se acerca un chico de lo más normal. Andará por la treintena. Digamos que se llama Pedro. Ha estado seis meses trabajando y durmiendo en una habitación alquilada en un barrio cercano a Barajas. Viene todos los martes a encontrarse con los voluntarios y a saludar a los que fueron sus compañeros durante el tiempo que vivió en el aeropuerto por culpa de su adicción a las drogas. Pedro ha terminado su contrato de trabajo hace una semana y la ETT en la que está apuntado ya le ha ofrecido otro empleo. "Tenemos varios amigos que han dejado el aeropuerto y han rehecho sus vidas", comenta sin ponerse ninguna medalla Gaspar. "Hay un chico que ahora vive en León y que todos los meses llama para contarme cómo le va y para preguntar por la gente con la que compartió muchas noches en la terminal", explica el coordinador de los voluntarios de la Asociación Bokatas.

Gaspar García en la T-4

El voluntario de Bokatas, Gaspar García, lleva más de un lustro acompañando a personas sin hogar en el aeropuerto de Barajas. BERGUÑO FERNÁNDEZ

Según los datos de la organización Hogar sí, en nuestro país hay alrededor de 37.000 personas que no tienen vivienda. Gente como Félix, un venezolano en silla de ruedas que se acerca para comentar que no tiene pasaporte. Le operaron de un pie en el que tuvo un accidente cuando estaba trabajando como relaciones públicas en la Puerta del Sol "llevando gente a bares y discotecas". Lleva un año viviendo en el aeropuerto con su pie hinchado porque la operación se complicó, y cuando tenía cita para la revisión se cayó de la silla que le han regalado "unas monjitas donde voy a comer". También le han dado medicinas para soportar el dolor pero "el Nolotil no me lo tomo porque me duermo y no quiero caerme otra vez de la silla", dice resignado con acento caribeño.

Impedir el descanso

Pasan dos miembros de la seguridad del aeropuerto que se dirigen a una de las esquinas de la T-4 en la que ya hay entre veinte y treinta personas durmiendo. Les seguimos para preguntarles, pero nos encontramos con Juan cenando un paquete de galletas y un litro de leche. Nos ofrece y nos cuenta que los de seguridad han avisado que van a pasar con la máquina de limpieza y que la gente se tendrá que levantar. Cada día cambian los horarios con la intención de impedir el descanso de los que quieren dormir en el aeropuerto.

Nos los quitan (los carritos), nos observan y nos los quitan para molestarnos

Julio es un argentino de 74 años que lleva cuatro décadas en nuestro país y cuatro años durmiendo en el aeropuerto. "Me he dedicado a la venta ambulante por las ferias de tres cuartas partes de España", explica con acento porteño al tiempo que reconoce la labor de los voluntarios porque "se preocupan de las personas". Julio insiste en la batalla de los carros: "Nos los quitan, nos observan y nos los quitan para molestarnos". Habla con pasión de la actualidad política, puntualiza datos sobre la historia de su país y explica que lleva dos años sin pasaporte y con una documentación provisional porque tuvo un desencuentro con un funcionario en el consulado argentino. "El 1 de abril tengo que volver a ver qué pasa", le responde a Gaspar tras escuchar cómo le pregunta preocupado por su situación.

Julio es una de las personas sin hogar que lleva años durmiendo en el aeropuerto de Barajas.

Julio es una de las personas sin hogar que lleva años durmiendo en el aeropuerto de Barajas. BERGUÑO FERNÁNDEZ

Este bonaerense se levanta cada día "a las cinco de la mañana" y se va a Madrid donde hace su ruta por algunos contenedores donde recoge aquello que le puede servir para sus trabajos de artesanía. En la capital cuenta con un trastero que hace las veces de taller donde elabora las piezas que luego vende a sus clientes en rastrillos y mercadillos callejeros. Julio es un gran conversador y un conquistador: "¿Ha venido Noelia?", pregunta con picardía por una trabajadora del Samur Social que "siempre que viene me da un beso".

De la T-4 a la T-1

Son las 23:52 horas y cambiamos el aparcamiento de la T-4 por el de la T-1. Nuevo tique. Los pasillos de las tres terminales son mucho más largos y ofrecen recovecos en los que se distribuyen las personas que duermen en el aeropuerto con más espacio y sin la aglomeración de los dos extremos de la T-4. También hay baños clausurados. Aquí no hay movimiento. Apenas aparecen vuelos programados en las pantallas de salidas y llegadas para esta madrugada. Los mostradores de facturación están vacíos y las persianas de las compañías aéreas, bajadas. No hay nadie en las oficinas de alquiler de coches aunque están completamente iluminadas. Los altavoces interrumpen la calma con un volumen desproporcionado: "Din-din-don, el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas le da la bienvenida".

Manuel, una de las personas sin hogar que viven en Barjas, conversa con los voluntarios de Bokatas

Manuel con los voluntarios de Bokatas en la terminal de Barajas BERGUÑO FERNÁNDEZ

En una esquinita encontramos a Manuel con Vicente, Mariluz y Marta. Manuel les ha dado a leer un texto que ha escrito recordado a su perro Kazán, un pastor alemán con el que vivió 14 años y al que quiso como a ningún otro de los más de veinte animales con los que ha compartido sus 77 años de vida. Le pide a Gaspar que le enhebre una aguja porque quiere coserse el asa de la mochila. "Tengo dinero para comprarme una nueva, pero prefiero arreglar esta porque llama menos la atención y así no me la roban", explica con acento madrileño de gato auténtico. "Mis padres y mis abuelos también eran de Madrid, ¿no se me nota o qué?"

Desde Bokatas han estado preocupados por su salud. Quieren arreglarle los papeles porque ha trabajado durante toda la vida como peletero, pero Manuel no quiere salir del aeropuerto. Tampoco quiere ir al médico a que le vean la pierna que le duele. Hoy ha descuidado un poco la higiene y un gran cerco de orina delata el origen del olor en sus vaqueros mojados.

Vengo del fondo donde están ya todos dormidos y el olor es casi insoportable

Llega Sergio, el voluntario más joven del grupo. Es un informático cántabro que se incorporó tras ir a Valencia a ayudar por lo de la dana y se ha enganchado. Lleva cinco meses y hace la ruta del aeropuerto y otra noche la de las calles cercanas a la Avenida de América. "Vengo del fondo donde están ya todos dormidos y el olor es casi insoportable", explica al resto de sus compañeros. "Es que les han cerrado el baño", tratan de justificar Mariluz y Marta. Pasan a nuestro lado cuatro miembros de la seguridad del aeropuerto en dirección al fondo hediondo. Llevan chalecos antibalas y pistolas al cinto, nada que ver con los de la porra que caminaban e iban en patinete eléctrico con camisa de manga larga en la T-4. "Son los antidisturbios de seguridad", aclara Gaspar.

Nos despedimos de Manuel y antes de dar por terminada la ruta aparece Vidmantas, un lituano amigo de los voluntarios que lleva más de siete años viviendo en Barajas y que se venía quejando de una muela para la que le han pedido cita hasta en tres ocasiones en la Universidad para que se la arreglen. Nunca se presentó. "Muela bien", sonríe Vidmantas. Y de camino al aparcamiento otros dos encuentros rápidos en las mesas de otra cafetería. "¿Sabéis algo de Antonio? Hace meses que no le vemos", preguntan preocupados los voluntarios. Uno que mira vídeos en el móvil responde que no sabe nada, otro —con una evidente enfermedad mental y grandes cascos negros— cuenta que ha estado investigando y que no aparece en las bases de datos de los fallecidos.

Aena ha retirado casi todos los bancos del aeropuerto de Barajas

Aena ha retirado casi todos los bancos del aeropuerto de Barajas. BERGUÑO FERNÁNDEZ

Los voluntarios de Bokatas tienen mucha relación con los servicios sociales del Ayuntamiento de Madrid. "Algunos nos han facilitado el contacto de un familiar por si les pasa algo grave, para que podamos avisarles si nos lo piden", apunta Gaspar al recordar que en estos casi seis años de voluntariado han visto fallecer a cuatro personas sin hogar y las complicaciones que han tenido para que alguno de sus familiares identificase el cadáver.

Volvemos al pueblo de Barajas y hacen el recuento de las personas con las que han contactado y el ambiente que han percibido. Todo está como siempre. Tranquilo a pesar de que Aena ha aumentado la presión para que los pobres desistan de dormir bajo techo sobre el suelo frío del aeropuerto.