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Juan Roch, politólogo: "La polarización puede ser democratizadora"

  • El profesor de la UNED defiende en ¿Polarizados o paralizados? que este fenómeno ha permitido avances históricos
  • La narrativa sobre la polarización busca "excluir" a nuevos actores del proceso político, como con el primer Podemos, asegura

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Juan Roch, politólogo y profesor de la UNED
Juan Roch, politólogo y profesor de la UNED CEDIDA

La narrativa que alerta de los peligros de la polarización se ha instalado con fuerza en los últimos años en España. El fantasma de la crispación se enarbola en elecciones, en discursos y se lamenta unánimemente a la hora de hablar del "ruido" en el Congreso o del "fango" político.

Para el politólogo y profesor de la UNED Juan Roch, sin embargo, la polarización no tiene por qué ser siempre negativa. En su libro ¿Polarizados o paralizados? (Tecnos, 2025), lanza una hipótesis provocadora: "Si queremos más democracia, deberemos aceptar algunas dosis de polarización ideológica". En él justifica históricamente cómo el antagonismo de distintos grupos de población —mujeres o trabajadores— hacia un sistema que les excluía permitió incluirles en el proceso democrático y ampliar así los derechos sociales. Atiende a RTVE.es en Madrid.

Portada del libro '¿Polarizados o paralizados?'

Portada del libro '¿Polarizados o paralizados?' TECNOS

PREGUNTA: ¿Puede ser positiva la polarización?

RESPUESTA: En principio, sí, pero hay que matizarlo. A poco que consultas cómo han sido los procesos de expansión democrática —que al principio fueron muy difíciles y sangrientos—, estos se han dado con polarización, porque ha sido un proceso por el cual nuevas posiciones se han hecho valer en la esfera pública, es decir, se han presentado ante lo público y han dicho: "existimos como mujeres, como pobres, como trabajadores, queremos formar parte del sistema representativo político".

Entonces, todos esos ciclos expansivos, que es como ha funcionado la democracia y sigue funcionando, han tenido que ver con la polarización. Podríamos hablar de una polarización democratizadora.

P: ¿Qué diferencias hay entre la polarización afectiva y la ideológica?

R: La polarización ideológica la entenderíamos como la distancia total que hay entre las posiciones más extremas del espectro político, y hay periodos en que se amplía más porque surgen nuevos partidos. A lo mejor en la época en la que no estaban Vox o Podemos la polarización era menor porque las posiciones prioritarias las marcaban el PSOE y el Partido Popular. La polarización afectiva normalmente se mide por el grado de repulsa de las posiciones contrarias, es decir, no tanto por la fuerza con la que marcas tu posición, sino con la repulsa que te genera la posición contraria.

P: ¿Habría que evitar por tanto este tipo de polarización?

R: Hay un tipo de polarización afectiva que puede ser muy negativo. A izquierda y derecha se pueden generar tipos de polarización afectiva que consideran al otro como alguien absolutamente deshumanizado.

Es un hecho empírico que los partidos que están llevando a cabo estos procesos de señalamiento tienen que ver con la extrema derecha

Pero hoy en día, en el contexto político que tenemos, esos procesos se ven claramente en la extrema derecha. Es un hecho empírico que los partidos en ascenso y que están llevando a cabo estos procesos de señalamiento tienen que ver con la extrema derecha. Pero esto no quita que un grado de polarización afectiva sea consustancial a la democracia. Es peligroso poner la polarización afectiva necesariamente en lo negativo, porque el último ciclo democrático expansivo que hemos tenido en la democracia española, por ejemplo, se ha basado en sentimientos de rabia, de indignación.

P: El 15M.

R: Claro, eso sería una afectividad notable y para nada supuso en principio procesos de expulsión del otro, sino procesos de agrupamiento popular.

P: ¿Por qué crees que se ha instaurado esta narrativa de la polarización como uno de los grandes males de nuestra democracia?

R: La polarización secunda la narrativa sobre el populismo. Creo que son artefactos que se diseñan en la academia, y que son funcionales a un momento, a un contexto político determinado para unos políticos determinados. Ambas narrativas sirven para señalar al otro que no debe participar en el consenso democrático, al que está fuera, al salvaje que no respeta las reglas.

La narrativa antipopulista empezó a extenderse en España cuando apareció un actor como Podemos, bolivariano, populista. Y la de la polarización, aunque cambie algunos aspectos, sigue teniendo la misma funcionalidad, permite al centro, al consenso entre el partido socialdemócrata [PSOE] y al centroderecha [PP], excluir a otros actores que intentan tener primacía también en el proceso político.

La narrativa de la polarización permite al centro excluir a otros actores que intentan tener primacía también en el proceso político

P: Esto se ve en una anécdota que citas cuando hablas del shock que supuso la entrada de diputados con rastas en la época del primer Podemos.

R: Sí, lo muestro como un ejemplo muy sintomático de cómo se cierran las élites: cómo utilizan elementos simbólicos para denotar que esa gente está fuera del espectro político legitimado. Todos estos términos que se lanzan de populismo y polarización tienen una funcionalidad muy clara que es delimitar el contorno de lo políticamente aceptable.

P: Tú en cambio hablas de paralización como el principal problema que tenemos en el funcionamiento del sistema democrático. ¿Qué significa esto?

R: Es la incapacidad del conjunto de la ciudadanía de identificar problemas colectivos cruciales y poder democráticamente decidir sobre ellos o plantear alternativas. Por ejemplo, problemas relacionados con el cambio climático, o la instalación de centros de datos, que ocupan muchísimo espacio físico y que generan problemas ecológicos. Creo que tenemos muchos problemas a día de hoy en esta sociedad informacional, con saturación informativa, de poder visibilizar estos problemas cruciales, de establecer una jerarquía.

P: ¿Entonces estamos polarizados o paralizados?

R: Yo diría que estamos primariamente paralizados. Y al estar paralizados nuestro modo de reaccionar es a veces agresivo, irracional, como se defendería un animal paralizado. Pero lo que hay que mirar es qué está en la base, nuestra incapacidad para gestionar democráticamente esta serie de problemas que he mencionado, y no mirar tanto un subproducto de ello, un síntoma, como es la polarización.

P: Dices que otro riesgo de la narrativa de la polarización es igualar los dos extremos ideológicos.

R: Sí, es otra de las funcionalidades, aparte de marcar bien los contornos de qué es lo políticamente aceptable y qué no, también sirve para igualar los extremos y para consolidar el statu quo. Empíricamente, los dos extremos no son lo mismo, hay una polarización asimétrica. Hoy en la mayor parte de los sistemas políticos europeos, latinoamericanos, en Estados Unidos, hay una polarización al alza de la extrema derecha y una incapacidad de las alternativas de izquierdas de reaccionar.

El concepto de polarización aparte de marcar bien los contornos de qué es lo políticamente aceptable y qué no, también sirve para igualar los extremos y para consolidar el statu quo

En España, por ejemplo, Podemos prácticamente calcó las posiciones ideológicas de Izquierda Unida, el cambio fue que le apoyaba más gente. Pero si analizamos el caso de Vox, este no ha replicado las posiciones primarias del PP, sino que ha traído nuevas posiciones más extremas, ha hecho girar el espectro político hacia la derecha.

Y a nivel de polarización afectiva, diría que la extrema derecha tiene un potencial de agresividad mayor, porque su proyecto es la redefinición del demos a partir de la nación: ¿quién es el buen ciudadano español? Y eso ya produce potencialmente procesos de exclusión: deshumanizar al otro para legitimar que sea excluido. Por eso es absurdo plantear este tipo de polarización que iguala los dos extremos.

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P: Hablas de ampliar la democracia, ¿pero no estamos viviendo ya en un sistema democrático?

R: Formalmente sí, si se define en términos abstractos, si se cumplen unos mínimos: que se puedan presentar a elecciones varios partidos que sean libres y que haya una cierta división de poderes. Pero la cuestión no es tanto si vivimos en una democracia, sino cuáles son las fuerzas internas de la democracia que están en batalla y quién va ganando. Quién está gradualmente erosionando desde dentro lo que son los bastiones de la democracia, el Estado de bienestar. Hay que fijarse más en esa batalla interna. Steven Forti habla de autocracias electorales para referirse a cuando se mantiene la competición electoral, pero se está generando una especie de régimen autocrático en cierto sentido.

Trump o Meloni formalmente respetan la democracia, pero Trump luego moviliza a votantes para desconocer los resultados electorales. O Meloni plantea una ley en Italia que da mayores poderes a la primera ministra y restringe los poderes del presidente de la República. Van en contra del movimiento democrático histórico, que lo que hacía era expandir derechos y lo repartir el poder fundamentalmente. Sin embargo, lo que vemos es que hay reformas para acumular más poder y para excluir de derechos a un conjunto de gente.

P: Dices que una de las bases de la democracia es la presunción de que el voto es racional, pero mencionas el concepto de "racionalidad limitada". ¿Realmente no somos completamente racionales cuando vamos a votar?

R: Este concepto se refiere al hecho de que tienes la capacidad de calcular más o menos tus intereses o tus valores pero dentro de un marco limitado, que tiene que ver con la cultura hegemónica: con cuáles son los temas que priman en la esfera pública. Y también tiene que ver con las condiciones socioeconómicas que te facultan para acceder a una serie de recursos de capital cultural. Para entender la polarización hay que fijarse también en estos procesos sociales más amplios.

P: ¿Qué particularidades tiene la polarización en España?

R: En el caso de España, claramente los fantasmas del populismo y de la polarización se han usado con el telón de fondo de la Transición. La Transición inaugura un relato mayoritario que delimita los límites de quién puede acceder [al sistema democrático]. Podemos hablaba de los candados de la Transición: el pacto social, entre sindicatos y Estado, el pacto nacional, de la España de las autonomías, y la cuestión de la monarquía. Eran los tres pilares que no se podían mover. Cuando se mueven algunos de estos tres bloques, se activan mecanismos dentro del Estado para intentar reordenar de nuevo esta situación.

La Transición inaugura un relato mayoritario que delimita los límites de quién puede acceder [al sistema democrático]

P: En el libro mencionas que para ampliar la democracia, nos haría falta no solo un 15M, que tú lo llamas una "revolución moral de la clase media", sino ir más allá.

R: En el 15M participó una diversidad de actores y de grupos, pero la fuerza prioritaria que ordenaba el movimiento eran las clases medias, con una quiebra de las expectativas de futuro. Pero los sectores proletarizados del movimiento estaban en la retaguardia. Estos son los que tienen más capacidad de vuelco, de exigencia de un cambio drástico en las condiciones a la hora de reclamar la inclusión vía derechos. Hoy en día si tú vas a las movilizaciones, la mayor parte está constituida por sectores de las clases medias.

P: ¿Cómo se puede plantear esta reclamación por la expansión de la democracia en un momento de auge de los movimientos que quieren limitarla?

R: Hay dos patas. Una es el tejido más micro, en todos los sectores de actividad y de reproducción de la vida, ir sembrando para que de algún modo haya instancias colectivas en las cuales se decidan cosas, se planteen proyectos. Un ejemplo es la última movilización del sector educativo en Madrid, que partió de una organización desde abajo del conjunto del profesorado y los estudiantes.

El otro pilar es universalizar eso. Los microgrupos llega un momento que si no dan un salto de coordinación tienen una muerte lenta. La cuestión del liderazgo no tiene por qué ser un tabú dentro de este proceso democrático. Yo creo firmemente que sin un liderazgo, que puede ser colectivo, que universalice esos procesos de agrupamiento colectivo, en lo micro no hay posibilidad de avance del movimiento democrático.