RAFAEL MUÑOZ.-
Este ha sido el desfile número 18 de Juanjo Oliva, “la mayoría de edad” dice. Pero no lo hace con soberbia u orgullo, más bien lo cuenta con cautela, con respeto a la prensa, a su clienta y a su profesión.
Lleva tiempo buscando en su interior. Ha despedido a las musas y no quiere inspirarse, quiere sentarse a trabajar, a dibujar, a coser y a reconocerse en cada costura, en cada puntada. Por eso su colección se llama “Nameless” (sin nombre).
En la búsqueda de su propia identidad, de su adn, se ha topado con la idea de renovación, de reciclado, de ave fénix¿ caminos que le llevan a pensar en una mujer fuerte. Madame Grès es una de ellas y Oliva le rinde homenaje revisando su obra. “Ha sido muy difícil contemporalizar sus códigos, es lo más complicado que he hecho “.
Su esfuerzo tiene recompensa. Vemos vestidos en gasa plisada formando abanicos, muy costura, y con una pizca de excentricidad; y destaca un estampados sencillo, geométrico, de aspecto cerámico.
La primera parte está muy estructurada, en sargas, con vestidos en diferentes tamaños y tejidos: canvas, charmeuse. Algunos llevan hasta 12 capas de tul en degradé bajo la falda para dar consistencia y evitar aumentar el peso.
Destacan los detalles en piel trenzada que parece crochet, pura artesanía. También lo ha sido trabajar con el cobre para crear cinturones que contrastan con elegancia con la delicadeza de los tejidos.
Son soberbios los trajes de noche en gasa de seda con hilo de lúrex y los vestidos en negro con trozos de tela unidos por finas gomitas que parecen suspendidos sobre la piel, un guiño a su maestra Sybilla.
Los bolsos y zapatos, teñidos a mano, son de Jeff Bargues, que hasta el último momento ha estado trabajando con el cobre, convirtiendo sencillas sandalias en objetos de frío deseo. Rossy de Palma ha cerrado el desfile. Para Juanjo Oliva representa a esa mujer moderna, sensible, polifacética, artista y ,como no, la que mejor ha sabido reinventarse (con permiso de Madonna).