Este reportaje es una experiencia multimedia.
La República Democrática del Congo es el segundo país más grande de África. Aunque es uno de los más ricos en recursos naturales, ocupa uno de los últimos lugares en la lista del Índice de Desarrollo Humano de la ONU.
El este de la R.D. Congo vive marcado por la violencia desde la llegada de miles de personas por el genocidio de Ruanda hace 24 años. Ni la mayor misión de la ONU es capaz de proteger a una población que está en medio de los combates entre decenas de grupos armados y el Ejército.
Viajamos a Numbi y Lulingu, dos de los lugares más remotos de la provincia de Kivu del Sur para entender cómo este conflicto eterno afecta a su gente.
Numbi es una ciudad aislada entre las grandes colinas en Kivu del Sur. Para llegar hasta allí, hay que subir a más de 2.000 metros.
Las carreteras son prácticamente inexistentes. Y durante la estación de lluvias, solo se puede llegar en moto.
O como hace la población local: andando durante horas.
Todas las mercancías llegan hasta aquí sobre las espaldas de personas que apenas ganan 3 euros tras 10 horas de marcha.
Numbi es también ciudad de llegada. Durante años ha sido lugar de destino para cientos de personas que buscaban seguridad y tierras fértiles.
Este sitio también es una de las principales cuencas mineras de Kivu del Sur. Su riqueza es una de las causas de este conflicto eterno.
El coltán o la casiterita que se extraen aquí son minerales fundamentales para productos de última tecnología como teléfonos móviles, ordenadores o coches eléctricos.
Se extraen y separan manualmente antes de enviarse al mercado internacional donde se venden cinco veces más caros que en origen. El Gobierno dice que la producción de estas minas está controlada pero hay mucho contrabando a través de Ruanda.
Es un gran negocio mundial pero los beneficios no llegan a la población local.
Los mineros artesanales de Numbi tienen unas condiciones de vida muy difíciles. Las calles no son más que barro.
El mineral lo extraen personas como Asefili, que llegó a Numbi para huir de la pobreza. Una jornada de 12 horas en la mina simplemente supone la comida de ese día.
Los que se dedican a la agricultura tienen que alquilar los terrenos y pagar con buena parte de la cosecha. Al final, pueden llevarse a casa un poco más de lo justo para sobrevivir.
Las familias más pobres de Numbi viven en los barrios cercanos al río. Durante la temporada de lluvias, las calles se llenan de barro y facilitan la propagación de epidemias.
Una de las habitantes del barrio nos abre la puerta de su casa.
Sifa es desplazada. Llegó hace seis meses desde Ziralo para escapar de los constantes enfrentamientos entre dos grupos armados: Nyatura y Raiya Mutomboki.
"Todos estábamos aterrados por los combates y mi marido murió hace tiempo. Los grupos armados nos acosan y roban. Trabajar en el campo se hizo muy peligroso. Nuestra vida corría peligro cada vez que intentábamos trabajar para comer".
En Numbi hay cientos de familias desplazadas que llegaron buscando una vida mejor.
Cuando entramos en su hogar, están preparando su única comida del día. Hoy solo tienen hojas de mandioca.
Loabauma y su familia huyeron de Ziralo hace 10 años por la violencia. Hoy, comparten su casa y la poca comida que tienen con los recién llegados.
La ciudad de Numbi se vacía en cuanto llueve. Es muy difícil moverse por las calles en temporada de lluvias.
En Numbi está el único hospital de la zona, construido y apoyado por Médicos Sin Fronteras (MSF). Los cuidados son gratuitos para menores, embarazos, partos y urgencias.
Entramos en la unidad de Pediatría donde se tratan casos de los niños malnutridos que caminan durante horas para llegar hasta Numbi.
La sonrisa de Daniel nos saluda. Es un niño de 6 años y lleva ingresado una semana.
Llegó a Numbi con malnutrición severa y crónica después de caminar durante dos días desde Shanje. Tras el tratamiento de choque, ya está mucho mejor.
Por la calle principal llega un caso urgente. En esa camilla va Tuisenge, una joven de 15 años transportada por sus vecinos. Su familia no pudo pagar el transporte en moto.
Tuisenge tiene malaria cerebral. Su madre está muy preocupada porque nunca se ha enfrentado a esta enfermedad.
La malaria cada vez es más habitual en zonas altas como Numbi por culpa del cambio climático. Pero en otras zonas del país, como Lulingu, es una tragedia contra la que hay que luchar cada día.
No salimos de Kivu del Sur, pero tenemos que subirnos a un avión para llegar a Lulingu. Es la única forma de hacerlo ya que la carretera está destruida.
Lulingu es un pueblo dominado por la selva. Aquí, la malaria es una amenaza diaria para la población.
Encontramos el equipo de MSF liderado por Severin Ndo dedicado a la investigación para luchar contra esta enfermedad, la más letal en la República Democrática del Congo.
Analizan el comportamiento del mosquito anopheles, el vector del parásito que provoca la malaria. Buscan sus puntos débiles para frenar la propagación de la enfermedad.
Los investigadores intentan comprender cómo evoluciona el mosquito en esta zona porque aquí, la malaria mata más que la violencia.
El tiempo de reacción para tratar la malaria es clave y llegar al hospital de Lulingu es difícil, caro y peligroso. Muchas familias apuran la visita al médico por falta de recursos.
Séraphine llegó con un caso de malaria grave. Vive a 30 kilómetros de aquí y la enfermedad ha afectado a su cerebro. Estuvo dos semanas en coma y ahora su madre teme por su futuro.
El entorno de Lulingu lo hace todo más difícil. No hay carreteras y la violencia marca el día a día de la gente. Cada vez que hay un ataque la población huye a la selva.
Anaclet nació en Lulingu. Ha visto cómo ha cambiado la zona en los últimos años y hoy es el responsable de seguridad de MSF.
"La gente está acostumbrada a la violencia desde el principio de la guerra, en 1996. Fue entonces cuando surgieron varios grupos armados que todavía han incursiones. Y tenemos que reevaluar la situación, porque nos quedamos bloqueados y no podemos movernos a través de los ejes porque hay unos incidentes u otros".
En un lugar con accesos tan difíciles, las operaciones armadas impiden el abastecimiento de medicamentos para los centros de salud y bloquean el traslado de pacientes que necesitan atención médica urgente.
Anaclet tenía razón. Al anochecer, se produce un enfrentamiento entre el Ejército y el grupo Raiya Mutomboki en plena ciudad.
Un joven de 18 años acaba de llegar al hospital de Lulingu con una bala dentro de la pierna.
La violencia provoca aislamiento y te condena si caes enfermo. Hay pacientes que no se pueden curar aquí y son evacuados en avión a Bukavu, la capital de la provincia.
"En el caso de los niños que hemos evacuado es porque, aunque tengamos un quirófano, tenemos cuatro médicos en todo el hospital para tratar todas estas patologías. No son especialistas y, entonces en algunos casos, nosotros podemos solicitar a los compañeros que trabajan en Bukavu que reciban ciertos casos que tenemos en el hospital para que puedan tener una mayor calidad de atención en la capital".
Faida espera con su hija Adolphine que tiene el vientre muy hinchado por una masa en el hígado. Se marchan hoy a Bukavu para intentar salvar su vida.
El avión de MSF es el único transporte que hay para trasladar pacientes desde Lulingu hasta Bukavu.
Bukavu es una ciudad de 900.000 habitantes, la capital de la provincia de Kivu del Sur. Muchos tienen que llegar hasta aquí para recibir cuidados médicos un poco más avanzados.
Apartado del ruido de la ciudad se encuentra el hospital de Panzi. Aquí llegan, cada día, mujeres víctimas de atroces violaciones. Personas que conviven con la violencia a diario.
Desde hace 19 años, Panzi ofrece refugio y tratamiento gratuito para las víctimas de la violencia sexual que se ha convertido en una forma de vida en esta zona del país.
Desde toda la provincia, llegan mujeres muy traumatizadas. A la violación, se suma el estigma y el rechazo de sus propias familias y vecinos.
Esther es asistente social y siempre está a su lado durante el complicado proceso de recuperación.
"Yo digo que son mis 'queridas mamás' para que sientan que tienen a alguien a su lado. A causa de sus violaciones, cuando llegan [al hospital] se alejan porque creen que no pueden estar con nadie. Son mujeres que han vivido graves atrocidades".
Una de sus pacientes es Mapanzi. Fue brutalmente violada en su casa por hombres armados que, además, mataron a casi toda su familia ante sus ojos.
Además de curar sus heridas físicas y mentales, en Panzi buscan que las mujeres víctimas de violencia sexual puedan volver rápido a la comunidad. Es muy importante para que puedan pasar página.
Dirige el hospital el Dr. Denis Mukwege que ha convertido a Panzi en una referencia mundial. Su trabajo da esperanza y es una de las buenas noticias de la República Democrática del Congo. Acaba de recibir el Premio Nobel de la Paz.
Pero esta guerra no solo afecta a las personas. A una hora de Bukavu está el centro de conservacion de primates de Lwiro, donde cuidan a los animales que sufren el conflicto.
La mayoría de los chimpancés se recuperan de importantes traumas después de vivir encerrados durante años. Hoy, forman parte de una comunidad.
A Lwiro llegan bebés chimpancés huérfanos por la caza furtiva para alimentación o para el tráfico de especies. Los pequeños siempre están acompañados.
La conservación de los primates y su entorno supone una gran oportunidad para congoleños como Jean de Dieu, un cuidador que tiene claro lo importante que es la fauna para el país.
Aunque no se hable mucho de lo que ocurre en este gigantesco país, hay 13 millones de personas que necesitan ayuda para sobrevivir en condiciones muy precarias y que sufren epidemias periódicas.
Hoy, en la República Democrática del Congo, hay 5 millones de personas que han huído de sus hogares para evitar la violencia y la pobreza. Desplazados internos y refugiados en otros países que no se resignan ante un destino incierto.
La guerra sin fin
Producción: Santiago Barnuevo / Marta Soszynska
Fotografía: Marta Soszynska
Producción Sonido: Santiago Barnuevo
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