- El escenario más probable es que los países europeos dejen de utilizar el gas ruso
- El problema es que las alternativas para reemplazar tanta energia a corto y medio plazo son insuficientes
24.04.2022
24.04.2022
El gas ruso ha dejado ya de ser una fuente confiable de energía y, más pronto que tarde, los europeos tendrán que aprender a vivir sin él. La interrupción del suministro de gas desde Rusia hacia Polonia y Bulgaria, que Moscú hizo efectivo el pasado miércoles, es la primera concreción de una amenaza que sobrevuela a toda Europa desde que las tropas rusas entraron en Ucrania. De repente, y mientras buena parte de los esfuerzos de la política energética se dirigían a luchar contra el cambio climático, hay que prescindir de una energía barata, menos contaminante que el carbón y muy imbricada en el tejido productivo europeo.
El desafío es enorme porque, hasta ahora, Rusia proporcionaba cerca del 40% de todo el gas que compra la Unión Europea. Los 155.000 millones de metros cúbicos que suministró en 2020, el último año que recogen las estadísticas de Eurostat, supusieron más del 10% de toda la energía disponible en los Veintisiete.
No todos los Estados miembros son igual de dependientes del suministro ruso: mientras España apenas adquiere el 10% del gas que utiliza en Rusia, Alemania le compra más de la mitad, que llegó a ser casi dos tercios en 2020. Otras grandes economías europeas, como Italia, también dependen en buena medida de ese flujo, ahora en cuestión.
En cualquier caso, todos sufrirán las consecuencias, aunque sea de forma indirecta, y todos están buscando ya cómo sustituir el gas ruso. “La solución no puede ser país por país, sino en el ámbito continental, y la Comisión Europea ya lleva varios años trabajando en esto, porque hubo cortes de suministro en 2008 y 2009, y también en 2014 y 2015”, resalta José María Yusta, especialista en mercados energéticos de la Universidad de Zaragoza.
Como ya hemos visto, hasta ahora el gas ruso llegaba a Europa por cuatro vías principales: el gasoducto NordStream, que cruza el mar Báltico hasta llegar a Alemania; el Yamal-Europa, que conecta con Polonia y Alemania a través de Bielorrusia; el Soyuz-Brotherhood, que atraviesa Ucrania; y los dos gasoductos que cruzan el mar Negro hasta Turquía (Blue Stream y TurkStream), para después engancharse a la red europea por Bulgaria.
A raíz de la guerra en Ucrania, Polonia y Bulgaria ya habían anunciado que no renovarían el contrato de suministro con Rusia, que termina este año. Pero Moscú ha decidido adelantarse y cerrarles el grifo, aduciendo que ambos países se han negado a efectuar el pago en rublos, a pesar de que los contratos estaban denominados en euros.
“Es un incumplimiento de contrato en una coyuntura bélica, una medida de presión contra dos países con consumos relativamente modestos, que sirve de aviso a navegantes, para dejar claro que Rusia cumple sus amenazas”, explica Roberto Gómez-Calvet, experto en suministro energético de la Universidad Europea de Valencia, quien señala que la interrupción del suministro también perjudica a los rusos, que pierden ingresos y unas divisas muy útiles para afrontar las sanciones occidentales.
Paradójicamente, el gas sigue circulando por los gasoductos para abastecer a otros países, aunque Moscú ha advertido a Varsovia y Sofía contra cualquier uso no autorizado del mismo. También sigue fluyendo, pese a la guerra que asuela el territorio de Ucrania, por el tubo Soyuz-Brotherhood, sin que ni Rusia ni Ucrania hayan expresado el menor interés en interrumpir un suministro que beneficia a ambos países, uno como productor y otro como distribuidor.
La guerra en Ucrania ha modificado por completo las perspectivas de futuro: quizás sea Rusia quien corte el suministro para perjudicar a la Unión Europea, quizás sean los Veintisiete quienes renuncien a comprarle hidrocarburos para no financiar al país agresor, que ya no ofrece garantías como proveedor. El escenario más probable es que los países europeos dejen de utilizar, a corto y medio plazo, el gas ruso.
El problema es que no es sencillo reemplazar tanta energía en tan poco tiempo. La alternativa más inmediata sería incrementar las importaciones de gas natural licuado mediante barcos metaneros, un proceso que ya había comenzado antes de la guerra: según el Instituto Bruegel, las importaciones de gas ruso supusieron en los dos primeros meses de este año un 28% de las importaciones europeas, por el 47% de un año antes, mientras que las de gas licuado ascendieron del 15% al 33%.
Sin embargo, tanto el Fondo Monetario Internacional (FMI) como la Comisión Europea estiman que, por esa vía, sólo sería posible cubrir unos 70.000 millones de metros cúbicos, menos de un tercio del suministro ruso. Otros 10.000 millones de metros cúbicos podrían salir de elevar las compras de otros proveedores conectados por gasoductos, como Argelia, Noruega e incluso Turkmenistán; y una porción similar, de incrementar la producción de renovables y nucleares.
Recurriendo al carbón -y penalizando así los esfuerzos contra el cambio climático-, el FMI calcula que se podrían cubrir otros 14.000 millones de metros cúbicos. Ni siquiera eso evitaría tener que reducir el consumo. Y esa reducción tampoco conseguiría cubrir el desfase: si a todo lo anterior se suma una reducción de la demanda de 17.000 millones de metro cúbicos, aún quedaría sin cobertura posible casi un 35% del gas ruso.
Los escenarios que dibuja el FMI en caso de que Rusia corte el gas son inquietantes a corto plazo y muy difíciles a medio plazo. Su previsión es que durante los seis próximos meses, que coinciden con el verano, se pueda recurrir a las reservas. Aunque estas disminuirían considerablemente y los precios subirían con fuerza, sin descartar medidas restrictivas del consumo en los países más dependientes. Si el corte durara todo un año, llegaría la escasez gas en los meses más fríos del invierno, obligando a racionar el consumo y disparando aún más los precios.
“Hay países en los que la dependencia del gas ruso es tan elevada, que no se puede sustituir a corto plazo”, admite José María Yusta. En España, se apreciaría indirectamente, en forma de inflación: “No pasaríamos frío, pero sí notaríamos una subida de los precios”, asegura Roberto Gómez-Calvet, que recuerda que en torno a dos tercios del consumo de gas corresponde a la industria y a la generación de electricidad.
De hecho, la principal preocupación de los gobiernos europeos es el efecto de esa falta de gas en las economías y especialmente en Alemania, la locomotora europea, tan dependiente del gas ruso. Las estimaciones sobre el coste de un corte del suministro van desde el 2% hasta el 6% del PIB, pero las réplicas de esa contracción se dejarían sentir en toda Europa.
El FMI estimaba en su reciente informe de perspectivas sobre la economía común que el PIB de la Unión Europea se reduciría un 3% y llamaba a iniciar la búsqueda de alternativas que mitiguen el impacto de ese recorte a medio plazo.
Porque, con un poco más de tiempo, pasado el invierno, la posibilidad de vivir sin gas ruso podría dibujarse en el horizonte. ¿Es España una pieza clave para ello? Lo cierto es que nuestro país es el que cuenta con más plantas de regasificación -para transformar el gas natural licuado- de toda Europa: seis en funcionamiento y una más en hibernación. Por eso, las capacidades de vaporización y almacenaje también son las más altas del continente.
El abastecimiento español llega principalmente de Argelia, a través del gasoducto Medgaz. Es el segundo más potente fuera de la Unión Europea, con una capacidad de transmisión de más de 11.600 millones de metros cúbicos, según la Red Europea de Operadores de Sistemas de Transmisión de Gas (ENTSOG). Pero la tensión entre ambos países después de que el Ejecutivo de Pedro Sánchez aceptara el plan de autonomía marroquí sobre el Sáhara Occidental podría traducirse en un aumento de los precios.
Por el momento, el Gobierno argelino se ha comprometido a cumplir con los envíos de combustible pactados. No obstante, las fricciones persisten, y más con la reapertura del gasoducto Magreb-Europa, que une a España con Marruecos, donde Argelia ve un intento de redirigir su gas hacia el país rival.
Además, España tiene competencia como receptor de gas desde África. Argelia también suministra a Italia, con paso intermedio en Túnez, a través del gasoducto Transmed. Esta infraestructura tiene la mayor de capacidad de transmisión fuera de Europa: más de 11.700 millones de metros cúbicos (m3), según ENTSOG. Hasta ahora, la cantidad efectiva que llega al país vecino es mucho menor. Pero el giro en las relaciones hispano-argelinas ha motivado que Italia y Argelia hayan acordado incrementar gradualmente las importaciones hasta alcanzar los 9.000 millones de m3 en el período 2023-2024.
Pese a ello, Italia tiene mucho camino por recorrer. Actualmente solo cuenta con gasoductos bidireccionales -con licencia para poder importar o exportar según la ocasión en dirección a Suiza y Eslovenia-, por donde transcurren alrededor 11.300 millones de metros cúbicos. Si quisiera convertirse en un eje clave, debería contar con más infraestructuras en ambos sentidos e incrementar los volúmenes de gas para llegar al nivel de países como Bélgica, Alemania o Luxemburgo, que envían más de 11.500 millones.
En la situación actual, países que antes estaban en segundo plano han pasado a ser opciones prioritarias para subsistir sin el gas ruso. Es el caso de Azerbaiyán, donde nace el gasoducto Transanatolio. Por él circulan 16.000 millones de metros cúbicos, aproximadamente la misma cantidad que desde el Blue Stream turco. Sin embargo, más de la mitad se queda precisamente en ese territorio y apenas un tercio se dirige a Europa por Grecia, Albania e Italia.
Otra vía para intentar revertir la dependencia de Rusia -que ha resaltado la Comisión Europea- es aumentar la importación desde Noruega. Este país ya exporta el 2,5% del gas mundial y un 24% de todo el que llega a Europa, lo que supone unos 113.200 millones de metros cúbicos al año, con datos hasta 2021. Su compañía nacional de gas, Equinor, que ya no trabaja con Rusia, asegura poder producir combustible suficiente para el consumo de más de 50 millones de hogares en Europa. De hecho, se ha comprometido a suministrar unos 1.400 millones de m3 adicionales al continente en los meses de verano. Los principales beneficiados serán Alemania, Reino Unido y Francia, sus principales compradores.
Desde principios de abril, Estonia, Letonia y Lituania -antiguas repúblicas soviéticas- viven ya sin gas ruso. “Hace muchos años que los países bálticos tienen interés en independizar de Rusia sus sistemas de electricidad y gas”, asegura el especialista en mercados energéticos José María Yusta. Los tres países se abastecen en este momento de las reservas almacenadas en Letonia, en Incukalns; por Narva, Värska y Luhamaa, puntos de interconexión con la colindante Rusia, no circula gas en ninguna dirección. "El gasoducto Báltico -aún en construcción-, que irá desde Noruega a través de Dinamarca para conectar con Polonia y las repúblicas bálticas, ayudará a sostener el suministro", afirma Yusta.
Toda Europa está pendiente del proyecto, porque son las avanzdilla del futuro sin el gas de Rusia.
La proyección de la visualización que arranca esta noticia parte de la Plataforma de Transparencia en materia energética de la Comisión Europea, que localiza las distintas infraestructuras comunitarias relacionadas con el gas.
La red de gasoductos se dibuja a partir de SciGRID_gas, un proyecto financiado por el Ministerio Federal para Asuntos Económicos y Energía, cuya información está disponible en el repositorio Zenodo, desarrollado bajo el programa europeo OpenAIRE y operado por la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN). Para seleccionar los tubos principales se utilizan los datos de IGGI, con información de 69.000 km de la red europea de transporte. La vía TurkStream, de construcción reciente está proyectada a partir del perfil en la web oficial del gasoducto.
La ubicación de las plantas de regasificación europeas procede de la plataforma Gas Infrastructure Europe (GIE). Y la del punto de almacenamiento de gas en Letonia, de la web del proyecto de mercado común de las repúblicas bálticas.
Coordinación: Paula Guisado
Desarrollo y Diseño: RTVE.es